Hace escasamente un mes John Peter Berger cumplió 90 años. Como sucede con la mayoría de los creadores longevos, resulta difícil sintetizar una línea de tiempo sin caer en el olvido de infinitas anécdotas y hechos que estructuran la vida de un rebelde. Berger pertenece a esa pléyade de personajes que marcaron una época de gloria y compromiso político, una voz aguda y crítica que con su inconformismo resaltó el perfil incisivo del intelectual europeo del siglo XX. Pero el tiempo clava su puñal y la herida duele, duele como ese puntazo en la cintura que lo deja sentado, postrado, en silencio; recordando sus viajes arriba de la moto por esa Europa que conoce como la palma de su mano. Y ahí se queda, mirando la claraboya en la casa donde vive, cerca de París, amuchado en su chaise longue, acunado por el silencio, por ese silencio que no miente y que condena.
Berger es un hombre con varias vidas; uno no sabe si todo es parte de un relato o, en definitiva, la magia de haber encontrado el sentido a la existencia. Claro que en medio de este despertar también está la forma oscura del desamparo. Entremos en Siempre bienvenidos (2004) para husmear al escritor: «El amor, solía decir mi madre, es lo único que realmente importa en esta vida. El amor de verdad, añadía como si temiese no haberse explicado bien.»
«Es a través de la herida como llegamos al final, allá donde comienzan las verdades.»
«El escritor debe estar informado al máximo acerca de lo que escribe. En este mundo en el que miles de personas mueren cada hora a consecuencia de la política, no puede haber un escritor que goce de credibilidad si no tiene ideas políticas, principios. Los escritores que no tienen ideas políticas ni principios sólo pueden producir basura utópica. La perversidad más imperdonable de este nuestro fin de siglo radica en esa pretendida inocencia.»
“Ahora, la verdad es que no tengo miedo a la oscuridad. Mi padre murió hace 10 años y escribo lo presente un mes después del fallecimiento de mi madre a los 93 años. Quizás sería un buen momento para iniciar una autobiografía. La versión de mi vida no puede alejarse de ambos, ni de mi padre ni de mi madre. Y el libro, cuando lo acabara, sería en consecuencia una especie de familiar. Una autobiografía se inicia cuando uno tiene la sensación de encontrarse solo. Es la resultante de un sentimiento de orfandad”.
Esta sensación de opresión que forma parte de su personalidad melancólica, refleja la apasionada existencia que lleva el caminante de sueños lucido y crítico quien nunca se calló la boca. Hace más de 10 años, cuando un cronista lo apestilló sobre el mundo de hoy, el británico le dio su diagnóstico y propuso un remedio: “Este nuevo caos mundial en el que vivimos desde hace un par de décadas está precipitando a la humanidad a la destrucción del planeta y al ensanchamiento de las grandes rémoras de nuestra civilización, como la pobreza, el hambre y la guerra. El remedio: luchar y resistir. Porque ahora es más necesario que nunca resistir, como hacen en Palestina o en México o en América Latina.”
“Hay muchos en el mundo que resisten y luchan para evitar que esto siga ocurriendo, que ven todo esto con la claridad con la que estoy hablando… Y a mucha de esta gente, que resiste y que lucha, se le llama rebelde, terrorista o criminal.”
“Y sabemos que los poderes públicos y los medios de comunicación de masas utilizan hoy día la palabra libertad para traicionarla y ensuciarla. Pero cuando pienso en lo que pasa en el mundo me doy cuenta que ahora es más necesario que nunca resistir. Ese momento, cuando decides resistir y luchar, es cuando empiezas a dar los primeros pasos para dejar de ser lo que nos obligan de alguna forma a ser y empezar a ser algo que eliges.”
Berger vivió en pareja con Beverly Bancroft, editora de Penguin Boooks hasta 2013, quién murió de cáncer. Ella era su primera lectora y lo había conocido a principios de los 70` cuando terminaba Modos de ver. La pareja que convivió durante 40 años tuvo a como único hijo a Yves, artista plástico. Berger, de relaciones anteriores, tenía a Jacob, director de cine y Katya, escritora y crítica de cine. En pleno duelo y ante la orfandad de la que tanto habla, Berger escribe junto a Yves Rondó para Beverly (2015). Habían pasado solo cuatro semanas y una noche escuchó Rondó número 2 para piano (opus 51) de Beethoven; así nació la obra, un libro emotivo ilustrado por Yves. “Durante casi nueve minutos, por lo menos, fuiste ese rondó, o ese rondó se convirtió en ti. Contenía tu levedad, tu persistencia, tus cejas arqueadas, tu ternura”, escribe Berger.
«Cuando estabas acostada de espaldas sin poder moverte porque el dolor te atenazaba, cuando lo único que podíamos hacer para amortiguarlo era darte otra dosis de morfina o de cortisona o recolocar los almohadones debajo de tu cuerpo…». Y más adelante: «La belleza de tu valentía te acompañó hasta el final. Y, desafiando al tiempo, se ha quedado con nosotros. Llena el silencio».
“Casi todas las páginas que escribí durante esos años te las enseñé primero a ti. Y tú me respondías en un abrir y cerrar de ojos y me hacías sugerencias y luego las mecanografiabas y las enviabas, hacías su seguimiento y concertabas traducciones y contratos”
“Mientras escribía, casi invariablemente esperaba tu reacción. Escribir para mí es una forma de desnudarme, de intentar llevar al lector más cerca de algo expuesto. Y compartíamos la expectación de esa desnudez. Queríamos contemplar juntos lo que hay detrás de los nombres de las cosas, y, contemplándolo, nos sosteníamos, el uno al otro con todas nuestras fuerzas. Esta forma de agarrarnos me daba valor para continuar cuando volvía a la soledad de la escritura. El hábito se ha hecho intrínseco en mí. Incluso ahora, escribiendo estas páginas, espero tu respuesta.”
Berger nos golpea con su palabras pero también lo hace Yves, su hijo: “Cuando tengo un buen día, te siento. Por lo general, sobre mí, sobre nosotros, más bien. Una presencia difusa. Tengo la sensación de que sonríes. Tiendo a creer que apruebas lo que hago, pero supongo que la aprobación, como cualquier otro juicio de valor, no es relevante para ti allí donde estés. Eso es un asunto nuestro, aquí abajo, en la tierra. Cuando tengo un día malo… bueno, mejor no hablamos de esos. ¿Vale? (…) Sé que no te puedo pedir que mecanografíes lo que acabo de escribir a mano, como solías hacerlo. Así que lo haremos por ti.”
Hablamos de múltiples vidas y la realidad nos llama a preguntarlos si Berger es un escritor que pinta o un pintor que escribe; sin dejar de lado una tercera variable: Berger es ambas cosas. Su obra prolífera destaca lo mismo el ensayo que la poesía, la novela que la dramaturgia, la crítica cultural como el guión cinematográfico y en todo ello, el arte que da sentido a su fe creativa. Nada lo aleja al británico de su humilde origen. Su padre, un ucraniano duro y socialista fue gestor comunitario. Su madre, una militante crecida en el seno de una familia obrera de Bermondsey le educó en el principio solidario pero lo internó en un hogar de clausura, donde su único aliento fue dedicarse al arte.»Cuando yo tenía unos siete años, una o dos personas me animaron y el arte se convirtió en un refugio de enorme importancia para mí. Por la adolescencia yo estaba absolutamente apasionado por ella y sentía esas pinturas y esos pintores, ya sea que vivieron hace unos cientos de años o que aún estaban vivos. Eran de alguna manera mis compañeros.” Siendo adolescente deja la escuela e inicia su camino en la Escuela Central de Arte. Años más tarde reconocería Lucian Freud -nieto de Sigmund, uno de los artistas figurativos más importantes del arte contemporáneo británico y por entonces suplente profesor temporario del Instituto- que: «No estoy diciendo que predijimos lo que pasaría con su carrera, pero tampoco es una gran sorpresa, era un estudiante excelente y estaba claro que era muy talentoso y también muy confiado».
Berger recordaba esta etapa con placer: «En la escuela de arte la mayoría de mis amigos eran mayores que yo y la mayoría de ellos eran emigrados políticos del fascismo, de modo que cuando era joven pasaba mis veladas con ellos, y aunque he escrito con más frecuencia acerca de la migración económica, toda esta cuestión de lo que es el hogar y lo que es la falta de hogar, y cómo se puede trascender o no, estaba a mi alrededor »
Su iniciación a la crítica de arte vino cuando lo invitaron a ofrecer una serie de presentaciones cortas sobre pinturas de la galería nacional a la sección africana del oeste del servicio de radio de BBC. «Me gustó escribir, así que fui a Tribune –luego siendo editado por George Orwell-, con estos guiones de BBC como mis referencias». Más tarde continuó escribiendo para el New Statesman, donde fue tomado bajo el ala del editor Kingsley Martin, quien «era una especie de aliado contra la oposición tanto dentro como fuera de la oficina.” Diría del editor: “Pero yo me había dado cuenta muy pronto de que si usted está atacando el statu quo, ya sea el mundo del arte o el status quo político y social, entonces usted espera ser atacado de nuevo, en cierto sentido es la confirmación de que está en el camino correcto”.
En la década de 1950, Berger tomó la decisión de abandonar la pintura para escribir a tiempo completo. «La pintura es algo que tienes que hacer al menos todos los días. Es casi como ser un pianista, si dejas de hacerlo siempre pierdes algo. La frase «pintor del domingo» no sirve. Por eso la escritura. La novela me atraía, me llevaba al misterio de la subjetividad y al comportamiento de una persona, sus destinos y elecciones, las cosas que no pueden ser esquematizadas, el reto de intentar no sólo de explicar el misterio, sino asegurar que el misterio sea compartido Y no permanece aislado. »
Según él, nunca se había sentido cómodo en Inglaterra, y su primer libro, una monografía publicada en alemán sobre el pintor comunista siciliano y amigo de Picasso, Renato Gattuso, lo había presentado a la izquierda europea. Así que a principios de los años sesenta se mudó a Francia, se unió en pareja con Beverly Bancroft a principios de los años 70 y se fue a vivir a la Alta Saboya desde entonces. Berger tiene dos hijos de relaciones anteriores y, con Beverly, a Yves, quien vive con su familia en el mismo pueblo.
En cierta medida este anarquista de fe marxista siempre se preocupó por sostener su convicción política. Así por ejemplo en El tamaño de una bolsa (2004) incluye su correspondencia con el Subcomandante Marcos, el líder zapatista con quien se reunió en México; en Hacia la boda (1995) que gira en torno del sida o en King (2000), un relato de la vida sobre los sin techo. También se compromete con otras causas como la lucha contra la represión política en Turquía y la situación del pueblo palestino.
Desde la óptica de sus estudios sobre arte se encuentran los títulos clásicos Mirar, Modos de ver y Otra manera de contar (con Jean Mohr), y otros más recientes como Sobre el dibujo (2015), La apariencia de las cosas (2014) y Para entender la fotografía (2015), así como tres obras más personales: Cataratas (con Selçuk Demirel, 2014), Desde el taller. Diálogo entre Yves y John Berger con Emmanuel Favre (2015) y Cuatro horizontes. Una visita a la capilla de Ronchamp de Le Corbusier –con John Christie, sor Techilde Hinckley y sor Lucia Kuppens- (2015).
«Sigo escribiendo, pensando y dibujando, lo que continué haciendo incluso después de dejar de pintar. No sé si esto es cierto para otras personas, pero concretamente es cierto para mí, que después de años y años de dibujo lo siga necesitando. A diferencia de la escritura, que sigue siendo tan difícil como siempre, la pintura es un grito interior de libertad. Así que mientras estoy en la etapa de un nuevo proyecto de escritura donde estoy escuchando vagamente una música lejana, bastante sordamente, las demandas de un nuevo tren de pensamiento me agitan. Todos los días, como una cosa rara que te da la oportunidad de una identificación muy cercana con algo o alguien que no eres tú, así que tal vez no sea tan diferente de contar historias después de todo «.
“Yo no te puedo decir lo que el arte hace y cómo lo hace, pero sé que el arte ha juzgado a menudo a los jueces, le declaró la venganza de los inocentes y demostró que el futuro ha marcado al pasado, de modo que nunca se ha olvidado.
Sé también que el arte provoca miedo, cualquiera que sea su forma, cuando se hace esto entre la gente tan técnica funciona a veces como un rumor y una leyenda porque tiene sentido de la brutalidad de lo que la vida no puede, un sentimiento que nos une, por ser inseparable de una justicia al fin.
Arte, cuando funciona de esta manera, se convierte en un lugar de encuentro de lo invisible,lo irreductible,lo perdurable, sacude las tripas y el honor.”
Llegar a los noventa años ha sido un verdadero desafío porque Berger debió sobrellevar las marcas de la guerra, ser el hijo de un converso al cristianismo, el radicalismo político postergado de su madre y la dureza de la escolaridad británica que lo hicieron anarquista a los quince años, desertor del preparatorio de Oxford a los dieciséis, y alumno rebelde más tarde en la Escuela Central de Bellas Artes. Y así, este pintor reconvertido en crítico y escritor un día deja los pinceles y se recuesta en la literatura.
Berger confiesa que de su padre heredó el talento para la pintura y cierta moral de soldado que siempre intentó imitar. “Al contrario de lo que me ocurre con muchos políticos actuales, a quienes me resulta imposible respetar, respeto a los soldados, porque son conscientes de las consecuencias de lo que hacen”, declaró en una entrevista.
Berger también incursiona en la poesía y lo hace “como ejercicio”, expresa irónicamente: Páginas de la herida (1995), La cuchara y otros poemas -con su hijo Yves- (2012 )y Colección de Poemas (2014).
El teatro es otra de sus íntimas pasiones al igual que el guión cinematográfico, en este aspecto anotamos: Boris (1983), Las tres series (1985), Una cuestión de geografía -con Nella Bielski-(1897) y Goya último retrato -con Nella Bielski- (1989).
Recibió el británico el Premio Booker en 1972 por su novela G, donando la mitad de los beneficios a la organización Panteras Negras. Con la otra mitad del premio financió su propia investigación sobre las condiciones de vida de los inmigrantes en el norte de Europa. El resultado fue Un séptimo hombre, una irrepetible combinación de periodismo, poesía, teoría social, tratado de ética y reportaje fotográfico: “Nunca antes había habido tanta gente desarraigada. La emigración, forzada o escogida, a través de fronteras nacionales o del pueblo a la capital, es la experiencia que mejor define nuestro tiempo, su quintaesencia. El inicio del mercado de esclavos en el siglo XVI profetizaba ya ese transporte de hombres que, a una escala sin precedentes y con un nuevo tipo de violencia, exigirían más tarde la industrialización y el capitalismo”.
Las novelas de Berger hablan de una dialéctica moderna implacable entre memoria y pérdida, progreso y nueva barbarie. Su trilogía De sus fatigas, compuesta de Puerca tierra (1979), Una vez en Europa (1983) y Lila y Flag (1990), son una extendida meditación sobre el camino del campesino que cambia una pobreza por otra en la ciudad. King es el destino último de la diáspora rural y la contracara más atroz de la utopía urbana.
En la actualidad es uno de los novelistas y ensayistas más originales y relevantes del mundo anglosajón.
Una canción de amor
Las montañas son despiadadas
la lluvia funde la nieve
volverá a helar.
En el café dos extranjeros
tocan el acordeón
y canta la habitación abarrotada de hombres.
Las melodías llenan
los sacos del corazón
los pesebres de los ojos.
Las letras llenan
los establos
que rugen entre los oídos.
La música suprime las papadas
relaja las articulaciones,
la única cura para el reumatismo.
La música limpia las uñas
suaviza las manos
restriega las callosidades.
Una habitación abarrotada de hombres,
venidos del ganado empapado,
del gasoil, de la pala eterna,
acaricia
el aire de una canción de amor
con manos dulces.
Las mías han abandonado los brazos
y están cruzando las montañas
en busca de tus pechos.
En el café dos extranjeros
tocan el acordeón
la lluvia funde la nieve.
De Páginas de la herida, Visor, 1995 (pp. 143-144). Versión de Pilar Vázquez.
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