Las herencias traicionadas
Podríamos comenzar a descifrar algunos sentidos de la novela de Ferraro preguntándonos cuántas veces es posible reescribir un clásico literario, ya que el título de la ficción nos instala en ese interrogante. La gauchesca pareciera ser esa “cruz” que pesa como un decodificador simbólico sobre los modos de recuperación de lo popular en la literatura actual (sino pensemos en la novela Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, o el cuento “El amor” de Martín Kohan). Cruz nos instala en el centro de esa expectativa que legitima el diálogo con el texto canónico por excelencia de la literatura nacional. Así es como la novela comienza a seducir a lectores que esperan encontrase con la historia de un traidor transformado en uno de los más crudos exponentes del ser nacional de frontera, para desengañarse luego con un relato que está muy lejos tanto de la reeducación del “gaucho malo” como de la denuncia social de Martín Fierro.
La literatura se transforma en una averiada máquina del tiempo cuando la ficción de Cruz -o la crucificción- instala en la contemporaneidad a un delincuente homónimo al amigo de Fierro (y a sus hijos), en plena guerra de fronteras narco. Estos Cruz transitan espacios delictivos que tienen su código propio de regulación económica y moral, una ética más bien opuesta a la amistad y al culto al valor de los legendarios personajes de Hernández, en la que no hay lealtades posibles. El anacronismo entonces resignifica la tradición de la literatura nacional porque reescribe una serie de modos de inserción en los bordes de lo social y lo territorial, de manera que ya no se trata de la exclusión de sujetos del proyecto nacional sino de la inmersión inescapable en un mundo tan oscuro como perverso proyectado sobre la obtención ilegal de dinero.
Pero no es el dinero solamente lo que está en juego en Cruz, son varias las dimensiones en las que el texto se toca con lo más profundo de la cuestión social. Primero porque desenmascara una dinámica familiar deficiente, oclusiva y transgresora, a partir de un delincuente que es también padre y debe criar a dos hijos en el vínculo inhumano y atroz que es capaz de crear en soledad. Y luego porque el narrador de esta historia busca escapar al llamado de lo oscuro, pero es acosado y amenazado por los pasos de un padre y un hermano que vendieron su alma al diablo para mantenerlo ajeno a lo horroroso de este mundo delictivo, y fracasaron. Así se actualiza el epígrafe de Yeats que Borges elige para su texto “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”: “I’m looking for the face I had before the world was made” (“Estoy buscando el rostro que tenía antes de que el mundo fuera mundo”, traducción mía). A la manera del héroe de Hernández, Cruz-hijo descubre una identidad renovada en el momento en que decide traicionar sus principios y avanzar hacia el delito.
En este sentido, la novela de Ferraro es doblemente paranoica, porque en el nivel exterior a la historia narrada, el autor parece eludir la herencia de la gauchesca invirtiéndola y violentándola, aunque solo logra hacerla más vigente; y en el interior del relato el narrador huye de la herencia de la abyección y la transgresión que signan su historia familiar, reencontrándose paradójicamente a cada paso con ella.
No obstante, hay peores transgresiones en la novela, por ejemplo, las que experimenta el lector que recorre estas páginas y a cada paso tropieza con descripciones crueles, estructuras del decir donde el lenguaje revela su potencialidad violenta más oculta, develada por una escritura que rompe con cualquier actitud de corrección ética. Y entonces ya no hay escapes posibles, estamos tan empapados de sangre y restos corporales como los tres Cruz, Tomás, Samuel y Sebastián, como las cervezas que los jefes delictivos sacan de una heladera que conserva también restos humanos. No podemos irnos de esta novela sin llenarnos de la sustancia negra que la impregna.
Finalmente, el de Ferraro es un mundo donde las mujeres son el extremo más débil de la cadena de violencia social. Las más favorecidas están siempre a merced de las trayectorias delictivas de “sus” hombres (parejas, padres, tíos, cuñados), mientras las demás (pobres, prostitutas y huérfanas) son la carne de la que se alimenta el capitalismo delictivo de frontera, sus cuerpos están desnudos, arruinados, golpeados, penetrados y atestados de droga. Todas, sin excepción, están amenazadas permanentemente, en cualquier momento pueden ser secuestradas y violadas o pueden seguir los pasos de alguna de las menos favorecidas y transformarse en un cadáver abandonado y destripado en la selva.
En Cruz no hay rescates posibles, porque todos los personajes están salpicados por el caos y el horror que los inunda y los excede. El modo de resistencia no puede ser otro que una reapropiación del pasado (literario y familiar) que permita la modificación de las herencias de violencia, y el camino para esta transformación implica una bifurcación: se puede atravesar la tradición o ser atravesado por ella ¿qué hará cada Cruz? ¿y vos, lector?
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