Fotos de Mailén Albamonte Pizarro
Un actor que se debate entre la angustia existencial de intentar descifrar quién es y los efectos secundarios de la fama. En ambas luchas intentará ir sacando caretas para tratar de llegar a algo real. Las suyas –y las posibilidades que otorgan cada una-. Las de sus compañeros. Las de su mujer.
“¿Qué tipo de persona seré para los que me ven?”
Y ahí aparece la mirada del otro. “La necesidad adictiva de la mirada del otro”. La imagen de la ficción y la imagen a sostener. Tratando de separar qué es atrezzo y qué es afecto. Abrir esa puerta y darte cuenta que no da a ningún lado, que estuviste viviendo en un decorado.
“Cada uno vive con las mentiras que se merece”.
El ego-check mientras. Las redes sociales que sirven para batallas del ego: la producción de fotos, el twitter, la entrevista. Vender. Venderse. Entra la adoración y el odio. Mientras esa sensación de que sus fotos, más que recuerdo, son publicidad. La paranoia. A veces da la impresión de que está tan solo que ni siquiera se tiene a sí mismo.
“Un extraño que vive para los demás y yo no puedo conocer”
Heredia plantea un viaje agotador donde las dudas parecen tapar a su protagonista, que en la ficción encarna a alguien que escupe lo que siente, y en su vida, puertas adentro, convive con la incomodidad del silencio, el desencuentro, donde los suyos –y él mismo– se preguntan cuánto de ficción se lleva el actor a casa, y si ese, es finalmente, él mismo.
¿Cuál fue el origen de La Construcción de la Mentira? Esa idea original que tuviste, ¿cómo mutó a lo largo de la escritura, si es que lo hizo?
-No sé si hay un origen puntual. Creo que puedo hablar de una historia que siempre existió dentro de mi cabeza y que había que encontrarle la forma de contarla. Empezó a hacerse corpórea cuando leí textos meta ficcionales. Ahí apareció esto de tomar el nombre propio de un personaje público y construir interioridad y me pregunté ¿Por qué no hacerlo con el mío? Me gustó eso de correr la línea un poco más y hacerla finita, casi invisible entre la ficción y la realidad.
Después, aparecieron la imágenes como disparadores: un actor parado sobre un escenario, haciendo un monólogo sobre lo que es verdadero o falso en la ficción, intentando que el público creyera lo que él decía pero no dentro del pacto ficcional público actor. Como que él quería sacarse la máscara y se daba cuenta que había una debajo de otra y eso lo desesperaba. Otra, la del mismo actor solo en su casa parado frente al espejo: ¿Podía dejar de actuar cuando estaba solo o lo seguía haciendo para sí mismo, para sus propios ojos? ¿Se creería su propia actuación?
La relación con uno mismo se encuentra desbaratada, no solo por el personaje, sino porque cada acción opera en relación a otra persona. Da la impresión de que todo se realiza para obtener una respuesta de alguien. “La necesidad adictiva de la mirada del otro”, se dice en la novela. Me interesa profundizar en este apartado, si te parece.
-Sí y me parecía interesante meterme con las redes sociales acá. Llenar de capas la novela. Todos construimos ficciones a través de la redes, construimos mentiras que hacemos, que seleccionamos para que vean cómo nos gustaría ser en realidad. Imaginate un actor que trabaja con su imagen, que tiene que sostener la imagen o lo que el público espera de él. Toda la novela tiene como un efecto cinta de moebius, ahora que lo pienso, la novela también se completaba con la mirada del otro, lxs lectorxs. Me sirvió mucho leer el ensayo de Paula Sibilia, la intimidad como espectáculo y el de Goffman, la presentación de la persona en la vida cotidiana.
La novela está planteada como un largo monólogo. Algo que me llamó la atención es la ausencia de diálogos en el formato tradicional. Se encuentran incorporados dentro de la narración, como si no hubiera lugar para el discurso del otro sin que pase por la voz del protagonista. ¿Cómo decidiste trabajar de esta manera?
-Al principio la novela tenía diálogos. Quitar todo y filtrarlos fue sugerencia del editor, Marcos Almada. Eso le dio mayor interioridad al protagonista, más cinismo. Que el personaje haga un recorte de lo que le dicen, no retenga los nombres de las personas que se va cruzando y los bautice porque tienen cara de, lo puso en un lugar soberbio, elevado, que me parecía interesante porque también le daba el humor que quería que tuviera la novela.
Es interesante el contraste que hay entre dos formas de expresión que habitan la novela: el texto como obra literaria, y dentro de él, los guiones de telenovela. Por un lado, la literatura que coquetea con los silencios, lo “no dicho”; y por otro, la telenovela donde la exposición gana, y todas las voces están desbordadas de pasión. Tu personaje entra y sale de estos mundos. ¿Cómo se convive con esos opuestos?
–Sí, eso me interesaba contar, que existen esos dos mundos con diferentes leyes pero con la misma verosimilitud. Puig me hizo entender que todo, todo tiene su parte literaria. En los guiones de la telenovela también se contaba una novela. Está el lugar común que es el que todos hemos visto, subrayado, desbordante de pasión pero estaba este otro, un poco más sarcástico depende dónde te pararas. La novela dentro de la novela. Trabajé cada mundo en el que se mueve el personaje con sus leyes propias.
“Tal vez los animales sean los únicos que viven en el presente. No tienen memoria, no tienen inseguridad”. Me gustaría preguntar por el rol de la memoria y los recuerdos en la formación de la identidad.
-Bueno en ese punto, me parecía interesante, como el personaje es padre, que él no tuviera una imagen paterna, que no tuviera parámetro de eso, como si no tuviera un guión que le dijera lo que tenía que hacer. Eso le daba una orfandad, lo hacía más humano. Lo equilibraba un poco. La memoria siempre está presente cuando hay interrogantes, uno revuelve en ese pasado para intentar contestar cosas del presente. Había que encerrar al personaje entre diferentes fuerzas, ese pasado huérfano, el presente de incertidumbre y el futuro que lo sentenciaba.
¿Quiénes fueron tus referentes narrativos a la hora de escribir la novela?
-Foster Wallace, Saer, Onetti, Pirandello. Son los que me vienen ahora. Pero leí mucho y de todo.
¿Qué buscás en la escritura y en la literatura?
Te voy a contestar con una frase de Héctor Tizón que leí ayer: La tarea de un escritor no es la de cambiar la vida sino reflejarla, fijarla, y no dejarla morir en el olvido, para que los demás la observen una y otra vez, para que todos tengamos otra oportunidad, para que tengamos la ilusión o la ilusoria chance de vivir otra vez. Para ser otros.
Hiciste un taller literario –en tu caso con Virginia Cosin-. un espacio que suele disparar varios debates y que parece proliferar más que nunca. ¿Cuál es tu opinión acerca de ellos?
No podría haber escrito la novela si no fuera por el taller.
¿Estás trabajando en una nueva novela?
Sí. Estoy tomado, otra vez.
Hacer Comentario