UNA LECCIÓN DE LITERATURA
No hay casi nada que malogre a un escritor genuino por más joven que éste resulte, ni siquiera la prolija asistencia a una taller de escritura donde se le enseñe en el curso de un semestre las seis o siete pautas elementales que se podrían transmitir a lo largo de media hora sobre la mesa de un café. No obstante ello, y sin menoscabar en absoluto el estímulo que pueden suscitar los tales talleres, mal no vendría que el aspirante a escritor leyera, releyera y volviera a leer un par de textos escritos por maestros del oficio que, de manera descarnada y sin ahorrar ningún detalle, plantean algunos puntos cruciales a la hora de ejercer la práctica de la escritura: Contra Sainte-Beuve, de Proust; el extensísimo, pero no por ello menos fecundo, Diario, de André Gide; el célebre reportaje a Faulkner, realizado por The Paris Review; o Un arte espectral, de Norman Mailer, entre otros. Y, por cierto, este volumen de Philip Roth –uno de los grandes narradores del siglo XX-, que reúne ensayos, entrevistas y discursos que abarcan desde 1960 hasta 2013.
Ninguno de estos libros, y el de Roth menos que ninguno, gira en torno de materias tan pertinentes como el glamour, el perfil del escritor, el éxito de ventas, la estrategia para salir dos veces por mes en los suplementos culturales o el método para ganar un concurso y esbozar un respetable discurso de recepción. Más bien ponen el acento en temas más prosaicos, más angustiantes, pero también inevitables a la hora de abordar una empresa tan ardua como es la escritura: la soledad, la pobreza que en ocasiones puede desembocar en la indigencia, la labor interminable de corrección unida a la no menos agobiante obstinación por encontrar esa palabra y no otra: la palabra justa; nada de todo ello conveniente o digno para ser televisado en horario central, entre una publicidad de yogurt dietético y otra para mejorar la digestión lenta. Roth ofrece en este volumen uno de los más ajustados autorretratos de escritor que delinear se pueda: “(…) … escribir a solas en una habitación es prácticamente toda mi vida. Disfruto de la soledad a la manera en que algunas personas que conozco disfrutan de las fiestas. Me proporciona una enorme sensación de libertad personal, y también la sensación de estar vivo tiene una exquisita agudeza. Y por supuesto, me facilita la quietud y el espacio para respirar que necesito a fin de que mi imaginación funcione y pueda hacer mi trabajo.” Un retrato, huelga decirlo, que se contrapone punto por punto a la lamentable hipótesis de Hemingway que supone que un escritor debe, por lo menos, cazar leones en África y pelearse día por medio en las tabernas para tener experiencia de vida sobre la cual escribir; lo cual es más o menos lo mismo que conjeturar que un autor de policiales debería matar a tres o cuatro conocidos para comprobar en carne propia qué se siente y luego volcarlo en el papel.
De lo que aquí habla Roth es de escritura en serio, y no, como lo definió Gore Vidal de manera impecable, de “cháchara libresca”: ese murmullo del que se alimentan las reuniones de escritores, los suplementos literarios y los pasillos de las editoriales. No deja de ser exquisito el capítulo titulado “Errata”: una larga carta dirigida por Roth a los responsables de Wikipedia para enmendar algunos errores de considerable monta en los cuales la enciclopedia ha incurrido al comentar algunas de sus novelas; misiva que parece haber caído en saco roto en la medida en que Wikipedia consideró que Roth no era “una fuente creíble”. ¡Honor y gloria a Wikipedia!
Y una última consideración de carácter, acaso, marginal: ya resulta evidente –pero, tal vez, no irreversible- que las “traducciones españolas” han dominado el campo de las editoriales y, por tanto, de los lectores argentinos. Sólo así se explica el empeño en denominar a uno de los libros más famosos de Roth con el título de El mal de Portnoy, teniendo en cuenta que el término inglés complaint, al menos según el riguroso y confiable Appleton’s, significa “lamento”, y recién en tercera acepción “mal”. Alexander Portnoy, en efecto, se lamenta a lo largo de toda la novela de su naturaleza escindida, de su conducta honorable y disoluta a un tiempo, de sus contradicciones; todo ello en el marco de su terapia psicoanalítica. A menos, por supuesto, que la escuela de traductorado español considere que la inclinación adolescente al onanismo que caracteriza al inefable Alexander Portnoy sea un “mal”, una “enfermedad”, lo cual ya sería un problema de orden moral y no de traducción.
¿POR QUÉ ESCRIBIR?
Philip Roth
Mondadori
563 páginas
Traducción de Ramón Buenaventura, Jordi Fibla y Miguel Temprano García.
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