Fotografía: Denise Koziura Trofa
Sumergidos entre frondosas construcciones, Media y Biedny transitan a la par casi sin verse. Dos cuadras entre la selva de ladrillo, acompasados, hasta llegar a la parada. Recién entonces Media repara en Biedny y aprieta fuerte la cartera en un acto tan natural como involuntario. Biedny lo percibe pero ni se mosquea, porque aquello ya dejó de dolerle hace rato. Llega el bus antes de que la situación exceda la incomodidad. Dentro hay más Medias y algunos pocos Biedny. Solo quedan libres aquellos asientos que producen más sueño, así que Media decide quedarse de pie. Biedny, por otro lado, con los pies que ya le caminan solos, aprovechará el tiempo que le dure la alegría. Quizás tenga suerte y también cabecee y se duerma. Media sigue apretando la cartera, en ese ambiente no se puede confiar, al primer descuido -está segura- saldrá uno a mostrarle los colmillos. Cada vez entran más sospechosos, cada vez el espacio es más reducido, más aprieta la cartera, mientras con la otra se sostiene aunque ya no hay lugar donde caer.
Biedny despierta para darle lugar a una rellena luego de un intercambio gestual. Media, por su parte, hará lo propio mientras se sostiene de las lianas para llegar a la salida. Pronto le toca bajar. Si se pasa, llegará a la zona impenetrable a la que tanto teme. Sortea el camino entre disculpas y codazos sutiles y aprieta el botoncito antes de que sea demasiado tarde. Para su estupor, Biedny la sigue. Media se resigna, en el interior se entrega, asume que así son las reglas del juego. Frena para acelerar lo inminente y hace tropezar a Biedny con su cuerpo. Este le pide disculpas y continúa sin más, perdiéndose entre los territorios inexpugnables para los Medias.
Media llega a casa con el corazón que le tamborilea.
Al rato llega el hombre que pasa con el autito de la seguridad privada.
Este mes aumentó la cuota.
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