Fotografías: Fernando David Videla

Un juez sufre un ataque de pánico 2.0 en un futuro –quizás– no tan lejano. Reniega de hacerse un estudio, que él nunca aceptaría eso para enterarse a través de su mujer que ya se lo realizó ese estudio poco tiempo antes. A partir de ahí va a descubrir que ese ambiente en el que se mueve no es tan real como parece, ni su entorno ni su relación con su pareja. Con más dudas que certezas intentará comprender dónde es que habita.

La tecnología como una consciencia, una precaución contra uno mismo. Tenemos a un cuerpo que depende más del escaneo de un chip que de su propio dueño. La vida recudida a pixels o bytes. La catástrofe del futuro.

“No era que no confiaba en esa tecnología, sino al contrario: la suprimió porque confiaba demasiado”.

En esta novela encontramos un hombre que repite latinismos jurídicos para darse seguridad. La argentina como un refugio de los experimentos fallidos, ISIS; Mengele. Un nuevo doctor Frankenstein. Artistas con performances de hologramas de delincuentes. Ambulancias que irrumpen sin importarle la vida de los demás, solo aquel que deben atender, porque parece que la tecnología también sabe de escalafones.

El Juez y La Nada es un híbrido de género negro y cyber punk donde se profundiza en la relación –de esclavitud– de la tecnología con el cuerpo humano, una preocupación por la escritura y sus motivos; hacer lo único que queda por hacer cuando por delante solo queda la nada: escribir.

La novela arranca con la búsqueda de un motivo de la escritura. A lo largo de toda la historia, los motivos o razones de la escritura son abordados una y otra vez. Es válido arrancar la entrevista preguntándote por qué escribís.

No sé si hay una única causa que lo explique todo. Me acuerdo que, de chico, las primeras veces que escribí sin estar obligado a hacerlo fueron porque de esa manera podía expresar algunas cosas que no me animaba a decir en presencia. Una declaración de amor, por ejemplo. Pero con el transcurso del tiempo también se fueron sumando otras causas, entre ellas la necesidad de entender ciertas experiencias humanas, la urgencia vana por exorcizar algún temor, el intento de obtener algún goce estético —a mí la escritura en ocasiones me depara momentos de goce muy intensos— y seguramente también debe haber alguna expectativa de reconocimiento, de afecto, que es algo que los escritores suelen negar porque como todos sabemos se trata de gente de perfil muy bajo a la que la notoriedad por supuesto no les importa.

¿Cuál fue el germen o el disparador de El Juez y la Nada?

Al principio lo que quise hacer es narrar la experiencia de un ataque de pánico. Yo venía de atravesar uno muy intenso un tiempo atrás, estuve prácticamente al borde de la locura, y eso me generó la necesidad de encontrar algún tipo de explicación. No fui al psicólogo, en parte porque no creo en el aparato conceptual del psicoanálisis, pero en cambio me puse a escribir. La escritura a veces puede ser terapéutica, y eso quizás habría que apuntarlo también a los motivos anteriores. Desde ya que escribiendo no se te va ninguna frustración, ningún miedo —el narrador de la novela creo que dice algo parecido a esto—, pero al menos se puede mejorar la calidad de esa frustración o de ese miedo, y eso no es poco.

Llama la atención la manera en la que el pensamiento o la manera de vivir la tecnología se relaciona con las redes sociales, cómo actúa ese recorte desde el que se piensa: una foto para instagram, una opinión para el muro de facebook, una frase o meme para Tw. ¿Cómo moldean estas nuevas plataformas nuestra manera de vincularnos o expresarnos?

A mí me parece que las redes promueven la transmisión de mensajes de contenido emocional, y en ese sentido son un signo de época. Hoy hay como un giro hacia las emociones en muchos campos: en la pedagogía, donde los “especialistas” exhortan todo el tiempo a establecer un vínculo emocional con el alumno; en las ciencias sociales, donde varios autores vienen incorporando esa dimensión subjetiva que la sociología positivista había tenido que dejar afuera para que la epistemología la aceptase como ciencia; en las neurociencias, por supuesto, que nos piensan como seres emocionales a los que cada tanto se les da por razonar; en la política, donde se opera exclusivamente vía pathos, e incluso en la literatura, donde muchos lectores —y pienso también en el fenómeno de los booktubers— terminan juzgando una obra casi exclusivamente por cómo los afectó, o por las emociones que les produjo.

Relacionado con lo anterior, es interesante el tratamiento del registro y del lenguaje en tu novela. Desde el juez citando en latín como una suerte de bálsamo, a esta pérdida de la capacidad de pensar en una propia lengua a manos de otra.
Por otra parte, la tecnología también como una herramienta que modifica el lenguaje: photoshopeó, motion blur, mode. Y más allá de las palabras, la manera de organizar un discurso. ¿Cómo percibís esto?

Creo que es así, la tecnología modifica el lenguaje e incluso la manera de narrar. Este es un tema que daría para un largo debate, y se puede analizar desde muchos ángulos, pero a mí me llama la atención por ejemplo la forma en que los medios audiovisuales están modificando la forma de hacer literatura. En un principio, era el cine el que abrevaba en los procedimientos literarios. Ahora yo advierto un movimiento inverso: es la literatura la que parece incorporar el modo de narrar del cine o de las series —cosa que yo veo por ejemplo en el uso del montaje, o en determinadas formas de construir una escena—, y esto resulta completamente comprensible si tenemos en cuenta que desde hace un tiempo los escritores suelen consumir más Netflix que libros.

Es interesante el control de los cuerpos que se encuentran más en manos de la tecnología que de sus dueños. ¿Cómo trabajaste este apartado?

Bueno, creo que ahí no hago más que exacerbar un poco una tendencia que ya está presente en el mundo en que vivimos, donde la salud más que un derecho es una obligación más que se debe cumplir, y si no se cumple la conducta hasta se juzga como reprobable desde un punto de vista moral. Usualmente la vida sana se nos presenta menos como sugerencia que como tiranía, y de una manera u otra todos vivimos en estado de enfermedad. Cada uno de nosotros somos pacientes de alguna cosa, o si de repente sucede el milagro de que estamos bien aún así debemos someternos a un estado de vigilancia porque siempre hay algo que conviene controlar y mantener en estado de observación. En cierto modo, con la salud pasa algo muy parecido a lo que pasa en El proceso de Kafka con la Ley: si uno entra en la trampa de darle pelota, de obsesionarse, después es muy difícil sustraerse de sus arbitrariedades.

Hace unos meses tuvimos la oportunidad de coincidir en una mesa acerca de los límites del género negro, sus corrimientos, etc. En un momento dijiste que a la hora de retratar la complejidad del mundo en el que estamos viviendo no te alcanza un género, de ahí a mezclar el género negro con el cyber punk. Podríamos ampliar esta idea.

Sí, claro. Hoy estamos viviendo en un mundo que en buena medida reproduce —o incluso exacerba— las condiciones que dieron origen a la novela negra, y al mismo tiempo también es un mundo muy parecido al que imaginaron los viejos autores cyberpunk, donde la tecnología domina cada uno de los aspectos de nuestra vida. Entonces lo que yo decía es que si uno tiene como intención dar cuenta de este mundo en sus múltiples dimensiones, no me parece que convenga encorsetarse en uno solo de esos géneros. Todo depende de lo que uno quiera contar.

De todos modos, tengo que decir que en mi caso esa mezcla genérica que, en efecto, está presente en esta novela, no fue producto de una decisión deliberada, es decir, yo no me siento ni a escribir novela negra, ni a escribir ciencia ficción, ni mucho menos con la idea de producir una hibridación entre ambos géneros. En la literatura concibo a los géneros como puntos de llegada, como parte del acto de recepción, no de producción. A mí lo que me interesa, o lo que parece interesarme a juzgar por lo que termino escribiendo, son las posibles aberraciones humanas que inauguran las nuevas tecnologías. Ese sería, en todo caso, mi eje organizador. Por eso supongo que luego se advierte esta mezcla de géneros.

Para cerrar, me gustaría preguntarte por tus influencias a la hora de escribir esta novela.

La pregunta por las influencias siempre me es muy difícil de pensar. Nunca estoy muy seguro. Pero en este caso, y por el estado de sospecha ante la realidad con que vive el personaje, intuyo que debe haber alguna huella importante del enorme Philip Dick.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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