Bunny Munro, Bunny para todo el mundo, se encuentra en un hotel cuando su mujer lo llama desesperada y preocupada, pidiéndole que vaya a verla. Bunny se limita a un: tómate tus pastillas. Ya se te va a pasar, para momentos después sumergirse en una prostituta.

No nos confundamos, parece decirnos él a la mañana siguiente: ama a su mujer, pero más ama a las vaginas.

Después de un paseo por la playa para observar el paisaje de mujeres, llega a su casa y encuentra a su hijo de nueve años solo. Mamá está en la pieza. Bunny no tardará en hallar a su mujer ahorcada. Putea y, como si fuera un acto reflejo, piensa que se le ven bien las tetas.

Cave nos entrega a este personaje que no le queda casillero por tildar en camino a la perdición: borracho, adicto al sexo, fumador, embustero. Un agente del caos, digamos.

No sabemos si es peor padre o esposo.

Esposo ya no nos preocupa. Padre sí.

Pero Bunny está seguro, tiene bien claro que es lo mejor para su hijo: que esté en otras manos. Trata de embocárselo a su suegra, sin éxito. Y si hay algo que a Bunny no se le da bien, como ya ven, es enfrentar los problemas.

Bunny no comprende la noción de «el otro». En su realidad, el otro es el enfermo, el desequilibrado, el que tiene el problema. Lo que Bunny sí tiene facilidad de palabra. “Chamuyero” sería una palabra que lo definiría bien. La facilidad de entrar a donde quiera, pero no la valentía para quedarse.

Un personaje con un reemplazo del yo por una “pasión anormal por la catástrofe”, una idea de fatalidad y de desconcierto, “pronto estaré muerto” como una certeza.

No resiste la tristeza. Ni bien algo parecido empieza a darle vueltas, piensa en vaginas de famosas, o las que tenga a mano, con un fanatismo hacia la de Kylie Minogue y Avril Lavigne, casi con fervor religioso hacia sus “caras de Dios”.

En un intento por ahuyentar sus fantasmas, decide salir a la ruta.

Así la novela se vuelva un road trip –via crusis / crisis también– de padre e hijo vendiendo productos, en tanto Bunny Munro intenta borrar el luto a pajazos, chicas desconocidas, whisky; un autómata sexual, mientras su hijo al lado observa, aprende. Un chico criado bajo la ley de la paciencia, que espera a su padre en el auto mientras lo ve correr detrás de mujeres, que lee su enciclopedia intentando entender qué es lo que pasa en el mundo. En su mundo.

“En este negocio, Bunny Boy, conoces a toda clase de dementes. Así es el juego. Uno termina acostumbrándose”

“Mantén los ojos siempre bien abiertos”, le dice el padre a su hijo. Pero es más el deseo que el peligro –el estar alerta–, lo que hacen que Bunny abra bien grandes los ojos.

“Ojo con los chalados”.

Pero más allá de este maremoto de mujeres, alcohol y deseo, La Muerte de Bunny Munro es un escape de la culpabilidad, de un dolor que tiene que ver más consigo mismo que con su mujer. Y también la muerte de una época. Podría pensarse en una novela como un cambio de paradigma; Bunny ve a su padre, del que trató de que lo viera con orgullo y del que heredó algo que ya nadie diría valores, pero sí una manera de estar en el mundo donde prioriza a la mujer como un objeto sexual, un machismo a prueba de todo y putrefacto. Y Bunny, ya desesperado, será consciente de que su derrota solo dejará de serlo si mantiene alejado a su hijo de toda esa realidad en la que él se desperdició.

Y, por supuesto, de él mismo.

Título: La muerte de Bunny Munro
Autor: Nick Cave
Editorial: Malpaso
Traductor: Miquel Izquierdo
240 páginas

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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