El lugar común suele indicar que Marvel Comics posee grandes héroes y DC Comics, grandes villanos. Más allá de la falsedad de la primera parte de la afirmación (como héroes individuales, la trinidad Batman/Superman/Wonder Woman es insuperable), la segunda es más correcta (Marvel posee muy buenos villanos, como Thanos, pero son pocos, ya que la mayoría es solo funcional a su némesis, y el mayor motor de los héroes es el conflicto interno, no necesariamente la lucha contra el enemigo de turno). Es curioso que siendo esto así no hayan proliferado las historietas de DC dedicadas a sus villanos. Hay, es cierto, pero para el potencial que poseen resulta llamativo que no haya más.

Cuando DC le ofreció a Christopher Priest (originalmente se llamaba James Owsley, pero cuando se iba a casar estaba tan enamorado que dijo que si el matrimonio fracasaba se iba a hacer cura, de ahí que tras el divorcio comenzó a firmar como Priest) que lanzara una serie continuada de Deathstroke, el autor que había estado casi una década alejado de los guiones dijo que sí de inmediato. Cuando le preguntaron por qué había estado ausente tanto tiempo, Priest/Owsley explicó que en todos esos años simplemente se había dedicado a esperar que le ofrecieran algo donde el personaje no fuera negro como él. Lo cierto es que Priest/Owsley había forjado una muy fructífera carrera desde los 80, cuando escribió Conan para Marvel donde se desempeñaba como editor (fue el primer editor negro de la historia de los cómics norteamericanos), y también lo es que se lo había tendido a encasillar (con excepciones) en personajes de color (negro, por supuesto), donde destaca su maravillosa etapa al frente de Black Panther.

 

Priest, quizás uno de los guionistas activos más experimentado del medio, ha hecho tanto en el campo que se enfrentaba a dos opciones: achancharse o buscar nuevos rumbos. Eligió lo segundo. Su forma de narrar es fragmentada, obliga a que el lector preste atención tanto a los diálogos como a los cuadros de texto (que a veces cuentan una historia paralela, o directamente conversan con el protagonista), y sobre todo al orden en que narra los acontecimientos. Un mismo hecho (por ejemplo, la situación de Slade con sus hijos pequeños a la hora de ir a cazar, o el atentado contra uno de sus hijos) se cuenta varias veces, con otras historias en el medio, pero la revisita siempre implica una resignificación, un enriquecimiento de lo que ya se había leído, una interpretación nueva. De ese modo, el lector a lo largo de 50 números tiene la sensación de que se subió a una montaña rusa que no cesa en su travesía y, al mismo tiempo, de a ratos, puede ser el tren fantasma o los autitos chocadores. El vértigo no para, pero muta en forma constante.

Al mismo tiempo que resulta pródigo en el modo de contar, el Deathstroke de Priest también es promisorio en cuanto al contenido. En primer lugar, porque lo que el guionista decide es que si bien la historia es la de un villano, no caerá en la tentación de hacerlo simpático o con guiños para que el lector lo acepte más fácilmente. No. Slade Wilson es un turro, desde el primer hasta el último episodio, y el abordaje de Priest no intenta hacerlo querible sino comprensible: cuál es su código ético, por qué se estructura de esa manera, cuáles son sus debilidades. Lo que Priest deja en claro con este trabajo (el último que hizo para DC, al menos hasta el momento, ya que se mudó de editorial para dedicarse a la clásica Vampirella) es que no resulta indispensable hacer buenos a los malos en un mercado como el de la historieta mainstream norteamericana, si los van a transformar en protagonistas (léase “no debe volver a hacerse lo de Harley Quinn”). Alcanza con pisar a fondo el acelerador a la hora de entenderlos, de dejarles en claro a los lectores que justamente DC posee villanos con trasfondo psicológico interesante (lo cual no suele ocurrir en Marvel, incluso Thanos es tan potente porque está lisa y llanamente chapita). Y, además, con captar que la comprensión de la mente del villano no lo transforma en bueno o en recuperable, sino tan solo en entendible. Priest no sigue la lógica ilusa o esperanzada de la reforma, del renacimiento, sino la de tomar un objeto y transformarlo en un sujeto que respira, que posee razones, y que esas razones no lo empujan a hacer el bien y no tienen por qué cambiar.

Quizás lo único que se le podría señalar como defecto a esta etapa del personaje es un problema que aqueja a toda la industria de la historieta norteamericana, y es la intrusión de los macroeventos editoriales. Priest hace lo que puede cada vez que le introducen un problema que nada tiene que ver con la lógica narrativa que venía desarrollando, y lo hace bien, aunque en determinado punto la intromisión del Year of the Villain suene un tanto forzada (pero oportuna en su encarnación para entrar en la recta final), y la mescolanza con las dimensiones oscuras en el último tramo suene a molestia innecesaria.

Aún así, se trata de una historieta disfrutable de cabo a rabo. Escrita por un hombre que, por sus debilidades, tuvo que hacerse cura. O algo así.

 

 

Deathstroke

Guión: Christopher Priest

Dibujo: Carlo Pagulayan y otros

Editorial: DC Comics

Números: 50 (más crossovers)

Sobre El Autor

Escritor, periodista y licenciado en sociología, Diego Grillo Trubba ha ganado diversos premios de relato y novela, destacando entre su obra títulos como Los discípulos o Crímenes coloniales.

Artículos Relacionados

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Ir a la barra de herramientas