En 2004, el director australiano James Wan puso patas para arriba el mundo cinematográfico del terror con su ópera prima, Saw/El juego del miedo, una película que había sido hecha con dos pesos (una escenografía cerrada, elenco barato) y que se transformó en fenómeno mundial. Personas encerradas en un depósito, trampas mortales, terror por el lado de lo asqueroso. Tres años antes, The Blair Witch Project había conseguido lo mismo, con una diferencia fundamental: la película que simulaba ser un documental no iba a lograr instalarse como franquicia, y en cambio la de Wan iba a ser una factoría incansable, con siete secuelas de las que no necesitaría dirigir ninguna. Que conste que no hablamos de calidad sino de rentabilidad: Wan había hecho una buena película que se había transformado en marca facturable.
En 2013, Wan volvió a poner patas para arriba el mundo cinematográfico del terror con The Conjuring. Lo interesante es que su segunda revolución industrial nada tenía que ver con la primera. No solo por una cuestión de costos (no es que fuera carísima, pero tampoco era la mesa de saldos de Saw), sino estilística. Wan tomaba las obras del matrimonio Warren, que existió en la realidad, para trasladar el terror a décadas pasadas. En el camino, hacía una de género que se diferenciaba con claridad de sus contemporáneas: carecía de ironía y apelaba en lo estilístico a recursos clásicos del cine como los juegos de sombras o el maquillaje (y hay que ver lo que lograba con solo dos manos aplaudiendo) sin tomar demasiado en cuenta los efectos digitales que imperaban e imperan en la industria. Y, claro, generaba una franquicia, esa palabra que en Hollywood casi se ha transformado en condición para la producción: si no hay mundo propio para explorar futuros negocios (secuelas, spin-offs, muñequitos, parques temáticos, etc.), carece de interés.
A punto tal llegó el reconocimiento de Wan como generador de ganancias económicas que la Warner derivó al subsello que lo albergaba toda la parafernalia superheroica de DC, que venía de capa caída (¡cuac!) tras los patinazos de Snyder. Y la reflotó como productor (Shazam) y como director (Aquaman).
Lo interesante de Wan es que, en su doble faceta productor/director, parece tomar muy en cuenta lo financiero sin por eso generar basura en calidad. Cumple con sus patrones, pero también cumple con sus espectadores que no precisan de una trepanación luego de ver bodrios “made in” franquicias (hay tantos ejemplos que lo mejor es que el lector elija el que prefiera).
Lo interesante para nosotros, en tanto espectadores, es que este año se estrenaron casi en simultáneo dos películas de sus franquicias: Spiral: From The Book of Saw (que vendría a ser la novena de la saga) y The Conjuring: The Devil Made Me Do It. Vayamos, entonces, por partes.
Spiral… intenta ser una renovación de una franquicia agotada. En su defensa, hay que reconocer que no apelaron a resucitar a Jigsaw, el villano/protagonista de las anteriores, sino a un copycat/imitador. En la renovación, metieron un actor de renombre como Samuel L. Jackson y a Chris Rock, que carece de renombre pero es popular, simpático y se nota que está desesperado por reinventar su carrera actoral (el año pasado probó suerte con la serie Fargo). O sea, invirtieron. Lamentablemente, no pusieron el mismo empeño en el guión. El imitador de Jigsaw es casi obvio desde el minuto 20, y el resto del metraje, que apunta solo a dilucidar ese interrogante, se torna aburrido y obvio. Y sanguinoliento, claro. Como renovación, Spiral fracasa: tiene lo peor de las entregas anteriores (trama predecible, ausencia de lógica emocional en los personajes) y no agrega nada nuevo salvo el color de piel de los protagonistas. En ese sentido, se transforma en un ejemplo de lo que se suele entender por renovación y por cambio a partir de los reclamos de las minorías: hagamos lo mismo, pero con otras personas.
The Conjuring…, en cambio, no busca ser una renovación. La franquicia demostró en la segunda entrega que gozaba de muy buena salud (a punto tal que la segunda era mejor que la primera, que ya era excelente). La diferencia es que ahora el director ya no es Wan, pero el suplente Michael Chaves demuestra que, si bien no está a la misma altura, puede hacerse cargo del asunto. La fortaleza de basarse en los relatos (¿reales? ¿psicóticos? ¿delirantes? ¿manipuladores?) de los Warren continúa: permanece ese tono casi naif de los protagonistas, que transforman el abordaje del pasado en una visión casi idílica donde (casi) todos los seres humanos son buenísimos y puros pero amenazados por El Mal, como si se tratara de una metáfora (probablemente involuntaria) acerca de cómo se veía los Estados Unidos a sí mismo en otros tiempos. Otro punto a favor de esta tercera entrega es que modifica la lógica dramática: ya no se trata de un caso relatado a partir del crescendo (algún mueble que se mueve al inicio, cosas que vuelan por todos lados con el demonio presente en el final), sino que la trama pareciera seguir un derrotero antojadizo, más similar a la vida y menos a la estructura clásica de las ficciones. Y lo interesante, también, es que en varios momentos pone en primer plano qué es lo que se está contando desde la primera película pero nunca tan explícito: la historia de amor entre Lorraine y Ed Warren. Una historia idílica, no solo porque les duró toda la vida desde la adolescencia, sino porque cada uno se transformó en el bastión y la devoción del otro. Como si solo lo imposible fuese capaz de enfrentar al verdadero terror.
Spiral: From The Book of Saw
Dirección: Darren Lynn Bousman
Guión (ponele): Josh Stolberg, Pete Goldfinger
Elenco: Chris Rock, Samuel L. Jackson, Max Minghella y otros
Disponible en torrent
The Conjuring: The Devil Made Me Do It
Dirección: Michael Chaves
Guión: David Leslie Johnson-McGoldrick, basado en las obras de Lorraine y Ed Warren
Elenco: Patrick Wilson, Vera Farmiga y otros
Disponible en torrent
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