Abro el miedo, publicado en 2019 en Perú, y nominado al Premio Nacional de Literatura, encuentra su edición argentina de la mano de Las furias, en 2021. Teresa Orbegoso (Lima, 1976) abre, junto al miedo, una gran arca latinoamericana que acoge también a la tradición: “allí están Inkarri, los quipus, Garabombo el invisible, el lagarto Jesucristo, la flor de papa, el Señor de Q`oyllur Riti, Gianuzzi, el mate, Teotihuacán, Comala, el maya del cielo, las tortugas gigantes de las Galápagos, el Axolotl de Cortázar, el acelerador de partículas Ciclotrón”.

La belleza, la voluntad, el mal, la bondad, la compasión, la fe, la muerte y “todo lo que existe” recorren estas páginas donde poesía y enfermedad se encuentran para devenir rezo, ritual, oración. También denuncia y reivindicación del cuidado y el amor de los cuerpos enfermos “como piedra angular para el verdadero desarrollo de toda sociedad”, pues una sociedad que sabe amparar al que enferma también se está curando a sí misma. La poesía nos recuerda, en estos versos, -nos enseña- que la vida merece ser cuidada; que el llamado de un corazón a otro corazón puede ser un acto político.

 

Mi cáncer dice:

Me hiciste como si yo fuera un poema. Tu lloro. Y entre lágrimas preguntabas: ¿quién podrá sanarme? Y yo vine a ti y no me viste y me fui y no me entendiste. Me volví entonces el silbo de alacranes azulados que con su canto intentaban repararte. Al final nos vimos a la cara y ya no reconocías a nadie…”.

¿Cómo entendés la relación entre poesía y enfermedad?

Escribir para mí es orar. Enfermar es orar. Cuando vivimos conscientemente o sabemos que vamos a morir oramos también. Un libro de poesía, una obra de arte son una oración, pero no a un dios de alguna religión. Podemos orarle a la nada, al vacío, a la imposibilidad, a lo que no tiene nombre alguno. La poesía siempre está salvando de la muerte a todo como en un ritual. Lo profano puede volverse sagrado en sus manos. Y ella ora a lo terrible y a lo glorioso. Poesía y enfermedad son equivalentes. Son la armadura de mariposas de un escritor trepanado como Héctor Viel Temperley en Hospital Británico. La conversación entre un escritor y su cáncer en Veneno de Escorpión azul, diario de vida y muerte de Gonzalo Millán. La mujer con el cáncer en el sitio del lenguaje que se hace poema en Imperia de Daniela Camacho. El creador construye su protección, su diálogo, poetiza el último tiempo que le ha dado la Vida. Le canta a ella con su tumor en la cabeza, sus pulmones destruidos y su lengua quemante. Un artista siempre canta. Trasciende. Ora. Sabe que su palabra es todo lo que tiene y por eso la toma y resiste con ella. Se reconcilia con su enfermedad, la reconoce como guía, maestra, como poema. Un estar frente a la vida como una fuente de amor. Una actitud de amarse a sí mismo con su dolor y todo.

 

Abro el miedo propone una estructura especular, como si una voz fluyera sobre la superficie y otra por lo bajo, ¿cuál es el punto de inflexión entre esas voces?

Me imagino la voz del cáncer envolviéndose como neblina con la historia de su cosmogonía. Como cuando un alfarero gira su pieza para construir su vasija. Abro el miedo es un objeto fenomenológico desde lo formal. Un objeto que envuelve sus múltiples voces como capas, abrazándose, unas sobre otras. En esa polifonía giratoria del lenguaje, del discurso, de la materialidad del cáncer, se desenvuelve una experiencia límite que te devuelve a la existencia de otra manera. Trascender el nombre de la enfermedad y de lo que se dice de ella es el camino para la escritura de la paciente con cáncer. En este libro todo debe morir para poder ser curado. El cáncer puede entonces tomar la palabra, ser ella. La paciente con cáncer puede afirmar, por encima de todo lo malo que puedan decirle, su propia existencia con la contundencia de quien ve y nombra como recién nacido lo que existe. Requiere recuperar su capacidad para orar mundo, orar vida con más vida. Y todo ello, mientras ve irse partes de su cuerpo, mientras percibe la indolencia del sistema de salud. Lo político se recupera como un golpe en el pecho que perdiste. Sanar, curarte, implica verte en el espejo con tu cicatriz a cuestas y quererte. ¿Cómo contar lo que te ha pasado? ¿Cómo contar tu enfermedad? Por eso digo al principio: Escucha todo lo que suena en tu cáncer. ¿Alguien podrá oírlo contigo? Pero Abro el miedo también es la gran arca latinoamericana que acoge a todos sus hijos y sus creaciones. Allí está Inkarri, los quipus, Garabombo el invisible, el lagarto Jesucristo, la flor de papa, el Señor de Q`oyllur Riti, Gianuzzi, el mate, Teotihuacán, Comala, el maya del cielo, las tortugas gigantes de las Galápagos, el Axolotl de Cortázar, el acelerador de partículas Ciclotrón. Allí está Teresa desde su cama de hospital abrazándolos mientras gira en el aire con todos ellos como si fuesen un solo cuerpo que solamente quiere cuidar, curar, sanar. Allí la gran comunión de lo que existe.

 

Estos poemas son denuncia de un sistema que excluye a los cuerpos heridos: “Cuando te abruma pensar que el sistema barre lo que ya no sirve y que entre lo que no sirve no sólo están las cosas sino tú y tu esposo y tu madre. Todos los enfermos del mundo”. Y son también reivindicación del cuidado y el amor de esos cuerpos “como piedra angular para el verdadero desarrollo de toda sociedad”. ¿Qué lugar ocupa el enfermo en esta sociedad? ¿En qué términos deberíamos enfrentar esa problemática?

El enfermo es la piedra angular para construir verdadero desarrollo en nuestras sociedades. La vida no se trata de acumular cosas ni de obligarnos a no envejecer haciendo ejercicios o cambiando la alimentación, sino de entender que todos en algún momento vamos a caer enfermos y que si no hay una puesta en valor del cuidado entre unos y otros, cuando eso ocurra, pues estamos fregados. Caer enfermo implica salir del mundo. Y salir de la enfermedad implica pensarse, quererse de verdad. Se requiere del sostén de muchas personas para poder lograrlo. Personas que puedan estar cuando no podamos valernos por nosotros mismos, amigos que puedan acompañarnos espiritualmente, anímicamente, con información, oración y en algunos casos económicamente. Las redes de apoyo son importantísimas y hay que estar allí para ayudar de múltiples maneras. Un médico, un hospital no son suficientes. Y no tienen la calidez del que sabe cuidar, del que quiere. El Estado y su política debería considerar todas las dimensiones de lo que una ética del cuidado implica. Un ministerio de Salud debería construirse desde este lugar también. Pero no se hace. Estamos lejos. La gente vive la vida como si fueran imbatibles. Saber cuidar implica saber amar. Hay que imaginar un lugar donde uno se enferme y no haya familia, ni amigos, ni Dios, ni hospital. Si se pueden imaginar algo así entenderán la importancia de construir sociedades sobre bienes fundamentales como la misericordia, la compasión, la idea de hermano-hermana extendida, de familia extendida. Y esto debe generarse desde las mismas familias, desde la escuela, los centros de formación del personal de salud. Se trata de que si alguien cae no lo vamos a dejar morir sino al contrario. Hay que sostener a ese que cae porque creemos en la Vida, en la protección de la Vida. Si no podemos curar con nuestras manos, oremos por las personas, si no podemos ayudar económicamente, escuchemos, estemos al pie de la cama del hospital, saquemos la guitarra, cantémosle, preparemos una comida rica para que se sienta bien. Todo eso ayuda muchísimo a que quien enferma no se quede pegado a una única emoción como es el dolor y sino más bien recuerde que hay otras, más reconfortantes que pueden sostenerlo. De eso se trata. Y si lo hacemos, querer el bien para alguien, pues eso nos hace bien a nosotros también. Y allí está la verdadera curación. Se puede estar enfermo físicamente, pero la peor enfermedad es la del espíritu y nuestras sociedades están enfermas del espíritu. Sostener al que cae como sociedad permite que esa sociedad que brinda amparo al que enferma sea curada también.

 

“El capitalismo se rompe como el pan y en un día cualquiera, todos los miedos de la tierra se tocan”. ¿Dónde está la raíz de todos los miedos? ¿Dónde se tocan?

La raíz de todos los miedos está en la muerte. Aunque debemos reconocer que el miedo es una emoción primitiva del animal que fuimos. Él nos ha protegido de morir. Él nos genera una acción defensiva para correr menos riesgo. El héroe atraviesa su miedo por un bien en sí mismo o por recompensa material. La pérdida de la salud mental, la enfermedad física, la crisis espiritual son avistamientos de la conciencia a nuestra mortalidad. Tuve la experiencia de participar de una oración que pedía la misericordia de Dios para los hermanos que estaban enfermos. Allí estaban el cáncer, el Sida, el Parkinson, el COVID-19, el lupus, la tuberculosis, la hidrocefalia, etc. Todas las enfermedades reunidas en distintos cuerpos humanos de niños, adultos, ancianos. Allí estaba el dolor de los familiares, su fe, su tremendo amor para los que ya no podían solos. Ese día lloré angustiadamente por el sufrimiento humano mientras pedía comunitariamente compasión para ellos. Me di cuenta de que éramos muchos los que habíamos enfermado y que siempre había alguien que padecía más que uno. Estábamos como detenidos en el tiempo, entristecidos; pero aún había amor y mucha fuerza. Podríamos pensar que el miedo nos debilita, pero no es así. La reunión de las enfermedades, de los cuerpos humanos y de sus miedos no se dio para lamentarse colectivamente, se dio para reconocer como nuestro el padecimiento que atraviesan otros. Cuando el corazón te duele porque sufre tu hermano. Cuando logras coser sobre tu cuerpo su sufrimiento entonces nos transformamos. Entiendo ahora que en ese momento todos los miedos se tocan. Porque el amor y el miedo están entrelazados.

 

Algunos de tus poemas le hablan a Inger (Christensen), autora de dos de los epígrafes del libro. ¿Cuál es el origen de ese diálogo?

Los libros “Alfabeto” y “Eso” de Inger Christensen fueron fundamentales para construir la cosmogonía del cáncer y reescribir mi propia manera de nombrar el mundo. Quien me acerca a este material es Pablo Pazos, dueño de la emblemática librería Arcadia de Buenos Aires. Devoro ambos libros con desesperación y descubro que salvar mi cuerpo involucraba escribir de nuevo la historia del cáncer para todas las víctimas de la enfermedad. Lo que no había visto jamás y lo que se afirmaba de manera contundente ante mis ojos. Allí estábamos América y yo como dos cuerpos colonizados por fuerzas extrañas. Allí estaba Inger diciéndome: muéstrame lo que yo como europea no puedo ver de tu mundo. Nombra tu amor. Allí estaba mi cáncer saludándome como un niño que me invitaba a jugar con la enfermedad, el animal, la planta, las virtudes, las piedras, los metales, la tecnología, las eras. Allí estaba yo, encandilada con las piedras preciosas de millones de años que parecen contener las imágenes del universo.

 

“Salvan porque salvan, o porque la fe se mantiene incondicional, consuela y protege la propia felicidad de nuestras gargantas”. ¿Qué rol juega la fe en todo este asunto? ¿Y la pasión? “La poesía curará tu cuerpo y el de tu padre. Se lavarán las culpas”. ¿Qué rol juega la culpa?

Si la poesía en Abro el miedo es oración, una oración amorosa que nos recuerda que todo puede ser salvado, entonces esta poeta es una mujer de fe que nos recuerda que toda Vida merece ser curada, cuidada. La culpa no tiene lugar aquí. El amor sí. Es él el carozo de la oración. Es él el poema. La palabra que sostiene al libro, al corazón de la paciente con cáncer, al cáncer mismo, al miedo, a toda la existencia que habita en Abro el miedo. La pasión la vive el que enferma. Uno es introducido en un mundo que desconoce. Todo te está enseñando algo que quizá sabías, pero habías olvidado en medio de la lógica de girar y girar. Uno ingresa en un viaje que te va mostrando cosas que no podías ver cuando tenías “salud”.  El cáncer de Abro el miedo habita en la pasión y la comparte con el que ha enfermado. Su pasión que es la de una célula que no quiere morir y se vuelve inmortal viene a donar una revelación. Una posibilidad para trascender a través del dolor y el miedo hacia el amor. En Abro el miedo el cáncer ama a la enferma y por ello, no puede separarse de ella. “Me hiciste como un lloro”, le dice. Y cuando ella logra recuperarse le pide: “Nómbrame. Nómbrame por última vez”. La pasión de la paciente con cáncer está en su fe en la cura. Y la cura viene de su fe en todo lo que existe. “No serán los libros los que te salven, serán tus emociones”, le regaló esa enseñanza alguna vez una poeta que había enfermado también. La pasión está en nuestras emociones: las buenas, las malas. Pero todo en exceso nos destruye. Ante esto es mejor formular una pregunta más que afirmar. En Abro el miedo la pregunta que se lanza al comenzar es si alguien podrá escuchar la voz del cáncer, todo lo que trae consigo para Teresa. La pasión de Teresa está en su escritura, Aquella que no la abandona sino más bien la hace afirmar su existencia y la de su continente. Todos sus nombres, sus sentidos, sus bienes, su historia.

Tus poemas están atravesados también por el Perú, por las culturas originarias, y se abren no solo al miedo sino a todo lo que existe: “América existe / el aymara existe; y la flor de papa, la flor de papa / y el quechua existen; y Resígaro, aire; / las alpacas existen; Resígaro, aire; / y quinuales existen; las alpacas existen; / alpacas, abarema, aiphanes, arterias / los ronsocos existen; los mayas, las llicllas”. “Bienaventurados sean los que se esfuerzan en existir”. ¿En qué consiste ese esfuerzo? ¿Cuál es su valor político?

Creo que hay algunas cosas para decir aquí. Aunque seamos seres para la muerte como señala Heidegger en Ser y tiempo las personas tenemos el don de dar existencia y de valorarla. Por otro lado, el dios cristiano nos enseña que tenemos el don de la misericordia, aquella que implica sentir compasión por el que sufre y brindarle nuestra ayuda. Además, podemos bendecir: expresar un deseo benigno dirigido hacia una persona o un grupo de ellas. En la Vida está además la voluntad de querer que señalaba Nietzche. Por todo ello, no basta con existir. Somos arrojados al mundo con nuestra desnudez y nuestra hambre. Creo firmemente que el ser humano no puede solo. Necesitamos una guía, un maestro. Hay muchas cosas que no sabemos. Nuestra experiencia cuando todo nos sale bien nos limita para ver más allá. El dolor, el miedo, son algunas de las emociones que nos enfrentan a lo que somos realmente. Una existencia verdadera no se realiza en la potencia de la individualidad. Una existencia verdadera se realiza en comunidad. No hay enfermo que se cure solo o vea su enfermedad como un solipsismo, como algo que lo encierra en sí mismo y no le permite ver lo que otros como tú están sufriendo. Puedes estar enfermo y aislarte o puedes comulgar con otros para pedir por aquellos que como tú también han enfermado. Por eso un corazón acude a otro corazón para sanarse. Esto es lo más político que yo descubrí porque implica una transformación desde los cimientos. El patriarcado en el que nuestras sociedades están sumergidas valora una autoridad que consigue las cosas con violencia. Autoridad quiere decir el que ayuda a crecer a otros. Cuán lejos estamos de una lógica que únicamente quiere dominar, tomar, controlar, desechar. La única salida a este peligro creo es pensarnos a nosotros mismos, hacernos cargo y no poner en manos de otros lo que queremos como sociedad y lo que somos. Cada cosa que nos pase debe ayudarnos a reflexionar y para ello hay que prestar atención. Existir no es simplemente nacer. Existir implica vivir como si estuviéramos orando.

 

La figura del huevo es protagonista de estas páginas: “Los huevos del cáncer metafísico se rompen”, “Tu lucha está dentro de la poesía como un pequeño huevo”, “… pero el huevo / es la gallina decía mi abuela el huevo del viejo mundo es la gallina”. ¿Dónde encontrás la clave de esa figura?

He dicho que la poesía es equivalente a la oración. Así que mi lucha se da allí, orando desde la fragilidad. Tratando de traspasar lo incomprensible. Como lo es el cáncer. A nuestras cabezas les cuesta contener esa experiencia quizá más que a nuestros cuerpos. El huevo y la gallina son el símbolo de la fragilidad. De aquello que es violentado todos los días para que pueda producir más para el sistema. Una fragilidad, que, en la Historia de nuestros pueblos americanos, ha sido producida por el viejo mundo. Pero una fragilidad que se manifiesta también incansablemente como una neblina que no puede ser aprehendida. América existe, América existe en su fragilidad originaria. Y el huevo y la gallina existen por encima de todo el horror y el hambre. Yo los veo. Están allí como símbolos inalcanzables para el neoliberalismo. Están allí para la poesía.

 

¿Qué hay después del miedo?

En el miedo está instalado nuestro deseo de no ser borrados de la Historia. Pero en ese miedo aún hay amor y este no se produce en soledad. Lo acompañan otras emociones que no permiten que este se siga reproduciendo en uno. Imaginemos todo esto dándose en simultáneo como un vestido multicolor. Después del miedo una parte de nosotros ha sido amputada. Hemos muerto muchas veces. Y hemos nacido otras. Con ojos y corazón y pies nuevos. Después de él quedan nuestras palabras. Las propias de quien ha comprendido algo más. Queda nuestra tremenda fe. Nuestra capacidad para orar, para traspasar cualquier montaña de dolor. Esta Teresa que soy murió en varios momentos de la enfermedad. Y con ella también murieron algunos de sus miedos. Pero el miedo también es lanzar al abismo, a nuestros huesos, a nuestros órganos, una pregunta. Creo que, en ese sentido, después del miedo, en esencia seguimos preguntando.

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

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