No demasiados saben que la experiencia mas potente en la vida del japonés creador de la danza butoh fue conocer a una bailaora cuyo apodo refiere un nacimiento, uno propio, al sur. La Argentina (tal es su apodo) fue la bailaora que revolucionó y promulgó la reconvención del baile español. La de Ohno, su propia copia, o como si fuese solo una mueca de esta. Algo rota. O algo similar, al fantasma de esta.

Una vez caminando con Blas Vives, comentábamos la llegada de diversos (quizá solo uno) artistas del butoh a nuestro país. Dami me comentaba que percibía cierto algo kitsch de este estilo. Era innegable. Como en muchos otros tópicos, coincidir con el, solo que, desde mi percepción personal, el butoh no es enteramente lo que se ve, antes bien las cenizas imperceptibles que se esparcen desde este. De esto hace 90 primaveras. El show Admiring La Argentina (no, el lugar, no exactamente). Las cenizas. Esas, las que se acumulan en el aire como invisibles, criaturas. Quizá, algo felices por su desdicha. Se apilan y huyen pronto. El film Laberinto de Hierba (Kusa-meikyū -1983-) posee, así como la versión japonesa de Cien años de soledad (Farewell to the ark, un film del mismo director, Terayama Shuji) una apreciación singular del butoh en contraste a Izumi Kyoka. El Colombiano. Apartado del eje tradicional que lo representa. Sobre Ohno. No sabemos si el fuera argentino. Su fantasma pudo serlo. No lo sabemos.


Ono Kazuo, o Kazuo Ohno (o, su fantasma, o el que no fue) fue uno que, desde cierto andarivel ha podido serlo. O un fantasma que como su progenitora, La Argentina, algo dejó al sur. Algo invisible. Ahora, caminando con Dami, esa noche, le comento mucho. Existen aquí, en Tokio, estatuas hechas con cenizas de fallecidos. Será eso, el butoh?

Sobre El Autor

Ex docente FFyL UBA; Traductor en Japón desde 2007.

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