Fruto de una ardua investigación Haghenbeck elabora, en La primavera del mal, uno de los primeros frescos narrativos acerca del nacimiento del narcotráfico. Una narración coral que viene a dar por tierra con diversos preconceptos. La revolución villista comparte escenario con el México paradisíaco y prostibulario que facilitaba los excesos a los famosos de Hollywood. Una realidad estimulada desde el gran país del norte.

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¿Cómo nace La Primavera del Mal?

Nace con tres historias muy interesantes que nadie había escrito sobre el inicio de las drogas en México. Yo creo que por qué no sabían que existían. Todo el mundo pensaba que las drogas habían comenzado en los 80, tal vez en Colombia en los 70, pero nadie hablaba de la etapa anterior.

Cuando investigué un poco y me di cuenta que venían del siglo XIX con los chinos, que inclusive aparecían con la mafia italiana, decidí contar para atrás, narrar esa historia oculta hasta ese momento.

En viaje a París en avión con Elmer Mendoza, quien yo creo que es el más importante escritor mexicano de novela negra hoy en día, platicando sobre esto, me dijo que era una gran historia: que  debía escribirla, que yo era el elegido de Pérez Reverte para hacer una novela negra, “es como El Padrino de Mario Puzo”, dijo.  Así también que necesitaban a alguien que sea de afuera para hacerlo. Y no se le puede decir que no a Elmer Mendoza, aparte me lo dijo enfrente de Pérez Reverte. Entonces yo dije “vamos a hacerla”. Me recomendó algunos libros y empecé a investigar.  Me di cuenta que había una historia muy jugosa, pero que a fin de cuentas era nada más que la escenografía. Yo quería narrar una historia de gángsters, quería hacer El Padrino de Mario Puzo. Así fue como comencé, con el deseo de escribir un libro que a mí me gustaría haber leído.

Hay un punto interesante en la novela que es el rol de los Estados Unidos en el nacimiento del narcotráfico.  Porque siempre se lo toma en la ficción como la víctima, como el receptor. Se plantea al narcotráfico como una ideología antiimperialista, pero nunca se planteó el rol del imperio en el incentivo del nacimiento.

Nunca se planteó porque todo lo escrito se hizo desde el punto de vista americano.  Desde el punto de vista mexicano, siempre hemos dicho que son los fundadores y culpables. Sí, Estados Unidos es muy importante; incentivó, permitió que creciera y que, aún hoy, siga existiendo esta realidad por una simple razón: hay mucho dinero de por medio.

Existe un dato que es el símbolo perfecto para saber qué tan involucrado está Estados Unidos; ustedes ven las noticias y siempre se agarran a los capos de los carteles del narcotráfico de la frontera mexicana para abajo, siempre, nunca han agarrado a un capo de Estados Unidos. Son millones de dólares que ingresan por la droga y ese dinero queda ahí, no se regresa para Colombia ni para México, se queda en Estados Unidos. El narcotráfico existe porque a Estados Unidos le conviene que exista y ese es uno de los principales factores que traté de retratar en la novela, indicar que, a fin de cuentas, es el socio del narcotráfico.

Esa era la preguntara que se repetía a lo largo de la investigación y con las personas que entrevistaba: la droga llegaba a la frontera y en la frontera se entregaba. De ahí desaparecía, nadie sabía qué pasaba, pero a la semana se estaba vendiendo en las calles de Nueva York.

Lo primero que me pregunté es quién la llevaba desde la frontera hasta Nueva York… ¿Coca Cola, Walmart…? O sea, tienen el mejor sistema de distribución que hay.

En México a cada rato agarran camiones con droga,  pero ¿por qué en Estados Unidos no agarran un camión con drogas, cómo la llevan de un lugar a otro?

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Ya en Trago Amargo, otra novela tuya, habías utilizado personajes históricos dentro de la ficción, como hacés ahora, nuevamente, en La Primavera del Mal ¿Por qué este anclaje en la historia?

Me lo han preguntado varias veces y nunca he podido encontrar una respuesta. Agarrar personajes históricos para incluirlos en la ficción… no lo sé, creo que es como cuando eras niño y querías jugar con los juguetes del de enfrente, moverlos…

¿Sos muy lector de biografías?

Fíjate que no, de biografías no, pero de historia sí. Todos mis libros, excepto uno, suceden en el pasado. Estamos hablando de 15 libros y sólo uno sucede en el presente. Yo creo que es una incapacidad mía para entender el presente. No puedo entenderlo, no puedo entender qué es bueno y qué es malo. Al menos en el pasado se distinguía. Excepto aquí, yo creo que La Primavera del Mal, es el primer ejemplo en que no se distingue quién es bueno o malo. Aquí  todos son  malos, no hay buenos en esta novela.

El estilo narrativo de La Primavera del Mal es totalmente diferente al utilizado en Trago Amargo, que es un homenaje a Chandler, y del que te despegás totalmente en esta novela. ¿Es una decisión conciente?

Creo que cada novela tiene que tener una voz. Hay que encontrarla, esa voz es el estilo, es inclusive el punto de vista, el lenguaje.

Creo que es un pecado que haya escritores que escriban todas sus novelas con la misma voz.

Ayer casualmente estaba hablando con colega sobre Mankell. Éste me decía: “es muy buen libro el primero, los otros veintitrés ya no los leas porque son lo mismo”. Esto es porque siempre escribió con la misma voz.  Yo creo que cada novela tiene que ser escrita con una voz diferente.

La Primavera del Mal era una novela complicada por la extensión y porque abarcaba mucho, 30 años, toda una familia, inclusive 2 países. Está la versión norteamericana y está la versión mexicana… tenía que haber varias voces. Por eso está escrita en primera, segunda y tercera persona, para crear este mosaico y que la gente entienda y  vea los distintos puntos de vista de las partes involucradas en este fenómeno del narcotráfico.

El lenguaje utilizado o la voz, como decías, de la novela ¿te lo planteás de antemano o surge de una necesidad narrativa de la historia que contás?

Hay veces que  sale naturalmente y hay veces que lo decides. Trago Amargo es el mejor ejemplo: desde el principio quise hacer una novela cien por ciento chandleriana. La Primavera del Mal comencé a escribirla y como a la página 100 tuve que reescribir todo, porque estaba escrito en primera persona y me di cuenta de que no estaba funcionando. Estaba narrada desde el punto de vista de un narcotraficante. Era muy difícil que la gente se sienta empatizada con personaje, por lo que tuve que encontrar varias voces al reescribir. Cada historia requiere distintos mecanismos, en este caso fue un poco más complicado y por eso también es la novela que más me he tardado en terminar.

¿Cuando escribís tenés en la cabeza al lector o dejás que de eso se ocupe la editorial cuando lo publica?

Pienso en un sólo lector, que soy yo. Siempre trato de escribir la novela que me gustaría leer. Creo que soy mejor lector que escritor. Como escritor tengo muchas fallas, es más, me odian en México. Como lector soy muy bueno.

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Recién hablábamos de Elmer Mendoza y yo te iba a comparar con Elmer en el uso del slang mexicano, por ejemplo, de los modismos.

Bueno, Elmer necesita subtítulos.

Bien, pero es un efecto. Hay como dos posiciones encontradas y las dos tienen su lógica. Por un lado está la gente como Elmer que sostiene que el slang es la musicalidad del idioma y, más allá que el lector foráneo no entienda el ciento por ciento, captará el espíritu y la obra ganará en expresividad. Por otra parte están quienes abogan por un español más o menos neutro…

Adhiero más a lo que dice Elmer, aparte, acaba de ser nombrado, por su conocimiento del slang, miembro de la Academia en México. Ha recuperado la forma de hablar de la gente de la calle y lo ha llevado a alturas literarias. Creo que eso es muy válido, aunque yo pienso que hay que llegar a un punto medio. Fíjate que con La Primavera del Mal me pasó algo muy chistoso. Había terminado como trescientas páginas. Mis editores las leyeron y me marcaron que el lenguaje en el que se hablaba era el de los años 40 en México. Me dijeron: “hay que cambiarlo, no lo entendemos”. O sea, no se entendía ni siquiera en México, porque era un lenguaje que se usaba hacía setenta años.  Muchas palabras pasaban del desuso a la completa extrañeza, había que hacer una “traducción” al mexicano moderno. A veces, cierto purismo atenta contra la lectura, se pierde el lenguaje, la voz que comentaba antes. Creo que hay que alcanzar un término medio, sin llegar al “español anagrama”.

Otro tema es el trasfondo histórico. Se habla mucho de la revolución villista… es un libro que tiene muy presente la historia mexicana. Ahora que estás haciendo la gira de presentación, ¿cómo toma el resto del mundo este trasfondo? ¿Hay algo que los lectores foráneos estemos pasando por alto?

Te soy sincero, no me importa. Eso, sí, lo pensé desde un principio, la que manda es la historia del libro, no la Historia con mayúscula. A fin de cuentas la historia es la escenografía.

En México por ejemplo, sí se dieron cuenta y le dieron énfasis a esa parte histórica porque, excepto los cuatro personajes principales, todos los demás son personajes reales, sí existieron. Inclusive los hechos violentos que pongo en el libro, todos existieron: la bombas, las matanzas… Entonces se le dieron gran importancia. Por ejemplo en España, que desconocen totalmente todo esto, alababan la historia y la narrativa. Me compararon mucho con Mario Puzo. Cuando uno lee El Padrino, no necesita conocer toda la historia de Estados Unidos y de Sicilia para entenderlo. La historia es la que manda. Si te llega a ti como lector, a dar un destello de esta investigación histórica que se hizo, bien logrado está. Si no,  no importa, el chiste es que te diviertas leyendo.

Como escritor ¿creés en un rol social que tienda a incentivar la reflexión profunda del lector? ¿O sos más de la vertiente de escribir para divertir?

Soy de la vertiente de escribir para divertirme. La verdad es que no entiendo y, por eso choco tanto con mis colegas academicistas, que los escritores de hoy día tengamos que opinar de todo: de fútbol, de política, de quién ganó el “Master Chef”. Somos escritores. Nuestro trabajo es narrar y punto. Yo creo que hay que divertirse. Como te decía, soy mejor lector que escritor, entonces, si yo me divierto con mis libros, quiero pensar que allá afuera hay alguien que se va a divertir. Si yo me río con el chiste que puse, quiero pensar que hay alguien que allá afuera lo va a entender y va a reírse. Escribo para divertirme porque también compro libros para divertirme.

Otra diferencia de tono con otras novelas tuyas es, justamente, el humor. En Trago Amargo, por ejemplo, está muy presente el humor, y en La Primavera del Mal, si bien no está ausente, no tiene aquella presencia. ¿Cómo manejás el tema del humor?

A mí me gusta mucho el humor, pero creo que en este tema no se podía usar tanto. Es un drama y hay que respetar las convenciones del género. Pero para quitarme el espanto, en la siguiente novela, que va a salir en Ediciones B, hay tres veces más humor que Trago Amargo. Es, de plano, una novela tipo Guy Ritchie, Tarantino, de locura. Inclusive rompe “la cuarta pared”: el personaje que  narra de pronto  te habla a ti, lector, directamente.

Una novela negra donde, por ejemplo, disparan y dice “bueno me dispararon tres veces, uno me pegó a un lado y  los otros dos  quién sabe dónde cayeron”. Traté de quitarme la seriedad, la complejidad, que fue escribir La Primavera del Mal, con una novela muy ligera.

También sos guionista de comics. En La Primavera del Mal hay muchas secuencias visuales y, en un momento, llegué a plantearme si habrías traspasado elementos del cómic a la narrativa.

Yo creo que mi narrativa tiene muchísimo de visual. No podría decir si es del cómic, de cine o de  TV. Pero también somos una generación que hemos crecido visualmente a diferencia de la generación de nuestros padres. Nosotros crecimos con la imagen y eso no podemos esconderlo, somos una generación más nerd, más freaky.

F.G.-Haghenbeck

Cierro con una pregunta que hago generalmente a los diferentes escritores. ¿Qué consejos les darías a los chicos que empiezan a intentar convertirse en escritores hoy?

Primero: Diviértete, haz esto por amor, no por ligar mujeres (mi esposa me perdona que sea escritor) o por ser famoso, tampoco funciona. Les diría que se diviertan, que lo hagan por gusto, porque es una de las carreras más solitarias que hay. También, si creen que van a estar con su champagne brindando, no es cierto. Es estar encerrado todo el tiempo y ya.

Segundo: Que oigan. Está lleno de escritores jóvenes que no oyen, que no son abiertos a las críticas, ese es un fenómeno de Internet. Son escritores que han crecido con el facebook y con el twitter, en donde ponen tres palabras y tienen dos mil like y veinte mil seguidores y que no reaccionan bien ante la devolución de un editor. Creo que es muy importante escuchar la crítica en una generación de likes. La aprobación instantánea no es enriquecedora. No se la crean nunca.

Por último: Hay que leer;  no entiendo a los escritores que dicen: “Quiero ser escritor pero no leo para no contaminarme…”. Lean, lean, lean y a escribir, escribir, escribir.

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