El martes 10 de mayo tuvo lugar en la sala Augusto Raúl Cortazar de la Biblioteca Nacional, en el marco del III Encuentro internacional de Literatura Fantástica, la mesa Fantástico argentino contemporáneo, en la que exponentes destacados del género establecieron un recorrido por el mismo. Reproducimos a continuación el texto leído en esa oportunidad por Ana María Shua.

argentina

Estaba leyendo hace poco un libro de cuentos del autor estadounidense Steven Millhauser, Risas peligrosas. El cuento se llama «La desaparición de Elaine Coleman».  Relata la desaparición misteriosa, inexplicable, de una joven, en una casa cerrada por dentro: el misterio del cuarto amarillo. La resolución es inesperada, muy inesperada para un cuento norteamericano: Elaine era una muchacha pálida, callada, casi imperceptible, demasiado parecida a cualquier otra. Durante toda su vida había pasado inadvertida, ignorada, hasta desvanecerse en el aire, asesinada por la indiferencia de los demás.

Me sentí profundamente decepcionada. No era lo que esperaba ¡ése era un cuento argentino! Si hacia ése destino íbamos, un escritor argentino lo habría resuelto mejor, sin duda con un tono menos moralizante.

Es que la literatura argentina ES literatura fantástica, en un alto porcentaje. Resulta común, esperable, normal, que  un libro de cuentos de autor argentino combine cuentos fantásticos con cuentos realistas sin interrupción, sin portadilla,  sin aviso.  Los mismos autores que escriben novelas perfectamente realistas tienen otras que son fantásticas, o de anticipación, o de ciencia ficción, que en Argentina, tal vez a causa de la distancia con respecto a los centros de avance tecnológico, se mezcla y se confunde con lo fantástico.

Esto sucede, en parte, por el peso de la tradición:  nuestros mejores escritores nos marcaron el camino, (Borges, Bioy, Ocampo, Cortázar, Denevi). Y en parte porque, a diferencia de otros países latinoamerica­nos, los argenti­nos no senti­mos que nuestra realidad sea mágica y barro­ca, sino más bien sobria y extre­madamente absur­da. Más kafkiana que garcía­mar­quesca. A tal punto imprevisi­ble, que no se cumplen ni siquiera los malos presa­gios.  Tal vez por eso el resultado literario tampoco es el fantástico tradicional sino, a veces,  una suerte de humor raro, un absurdo que bordea lo cómico, como en muchos cuentos de Valenzuela,  mucho más cerca de La Nariz de Gogol que de las Narraciones extraordinarias de Poe.

¿Pero, de qué hablamos cuando hablamos de fantástico? Voy a dejar de lado la definición de Todorov, que exige  la duda del lector con respecto al elemento sobrenatural para que un texto pueda ser llamado fantástico, y establece las categorías de maravilloso, extraño y  todas las intermedias.  Esa definición tan restringida no es útil para aplicar a la literatura argentina, donde todas esas categorías aparecen mezcladas y confundidas en buena parte de los autores y de los libros de cuentos y aún dentro de una misma novela. Acercándome más al uso común de la palabra, al menos en español, prefiero llamar narrativa fantástica a la ficción de lo imposible, de lo que no tiene ni exige justificación racional (la ciencia ficción sería, en esa línea, la literatura de altamente improbable).

En Argentina la narrativa fantástica no es considerada un género, es literatura a secas. Tal vez por eso admite todas las técnicas, desde las del realismo tradicional hasta los experimentos formales de la vanguardia. Y todos los subgéneros posibles:  policial, erótica, costumbrista, psicológica,  femenina, comprometida, etc. sin dejar de ser fantástica. Es difícil para un autor argentino escapar a la tentación de lo fantástico, que infiltra todos los demás géneros. Manuel Puig es una de las pocas excepciones puras.

Tradicionalmente, en un texto fantástico, lo inexplicable es la razón de ser de la narración, es el tema. El escritor Guillermo Martínez marca una diferencia interesante de buena parte de la versión nacional del género: en la literatura fantástica argentina lo fantástico suele ser marginal, el telón de fondo, el subtexto, o la historia secundaria que sostiene la principal, así como en El Aleph, de Borges, la prodigiosa invención de ese punto que contiene y reproduce el universo entero se presenta como el soporte de una historia de amor conmovedora y desdichada. El protagonista ve en el El Aleph el universo entero, pero ve, sobre todo, con un dolor mudo,  las cartas apasionadas de la mujer que más amó, dirigidas al más despreciable de los hombres.

El concepto de lo fantástico en nuestra literatura rara vez convoca al terror (aunque también eso está cambiando hoy). Provoca, en cambio, incomodidad, inquietud, angustia. Como cualquier tipo de buena literatura. El fantástico tradicional de Lugones o de Quiroga, por momentos pueril desde la óptica actual, se transforma al pasar a través de Borges y Cortázar en una visión del mundo que ya no se desactualiza.  Para Borges, el universo es un lugar esencialmente extraño, al que la palabra no puede acceder sino apenas aludir. Como dice otro de nuestros grandes autores de literatura fantástica actuales, Carlos Chernov, nuestra literatura fantástica juega con el sentimiento de extrañeza de vivir en un universo que no comprendemos, atroz, banal,  indescifrable.

Si Borges percibe esta realidad como extraña,  Cortázar descubre la posibilidad de acceso a otros universos. Su visión descubre constantemente túneles y pasajes que horadan la realidad y comunican espacios y tiempos, cuerpos y mentes de una manera que los lectores argentinos ya ni siquiera consideramos extraña, a tal punto estamos acostumbrados a la percepción de esas posibilidades a través de nuestra literatura.

Un par de antologías esenciales nos marcaron de muchas maneras. Una es la famosa Antología de la literatura fantástica, de Borges, Bioy Casares y Ocampo. La otra es la Antología del Cuento Extraño, de Rodolfo Walsh. Traducidos por sus compiladores, esas antologías no sólo nos pusieron en un cierto camino de lecturas, sino que contribuyeron a formar el idioma común de los escritores argentinos, esa prosa de rienda corta de la que a veces querríamos librarnos.

Otro elemento muy importante en nuestra percepción de lo fantástico es la influencia de la literatura italiana, que como la nuestra ha buscado sobre todo la extrañeza, por encima del terror.  Dino Buzzati, Italo Calvino son autores que los escritores argentinos leímos con Cortázar,  cumpliendo con el mandato de esa especie de biblia que es Rayuela, con su Levítico y su Deuteronomio, un texto que establece largas listas de autores que Es Necesario Leer, casi todos ellos escritores de la incomodidad, la angustia y la extrañeza.

Esa extrañeza se funde y confunde en lo cotidiano. Lo fantástico, en la literatura argentina, nos acecha desde todas partes, en la casa, en la calle, en la familia, en el café, en el trabajo de todos los días, es natural, casi esperable. No existe otra posibilidad. Como sucede,por otra parte, en toda la literatura fantástica moderna y hay que recordar que ya lo señala así Bioy Casares en el prólogo a su Antología, escrito en 1940.

Es difícil abarcar hoy un corpus tan vasto como es el de nuestra literatura fantástica, que ha crecido y se ha desarrollado como un enorme árbol cuyas ramas se extienden hacia todas partes. Antonio Di Benedetto, en su libro de cuentos Mundo Animal, es uno de los grandes autores que optó  por ese camino. Abelardo Castillo continuó y continúa profundizando las huellas del fantástico cortazariano, profundizándolas de tal manera que lo llevan hasta el mismísimo infierno. Angélica Gorodischer es nuestra gran escritora de ciencia ficción, pero por supuesto su forma de acercarse al género pasa también por lo fantástico y en muchos de sus cuentos el realismo histórico, la ciencia ficción, el compromiso político con el feminismo y lo fantástico se combinan sin solución de continuidad.  Piglia le encuentra su propia vuelta de tuerca, combinando la ficción con el ensayo en sus cuentos y novelas,  agudizando la sensación de extrañeza en textos como La ciudad ausente, en que lo fantástico es apenas un elemento más del conjunto de procedimientos, géneros y técnicas que se articulan o desarticulan en el texto. También Fogwill,  que reinventa a su manera el lenguaje de los argentinos escribió cuento fantástico plagado de minuiciosa realidad,  practicando un fantástico burlón, que se ríe de las convenciones del género.  Elvio Gandolfo es capaz de crear un clima tan particular con su prosa lenta y honda que arrastra al lector al centro de la angustia de sus protagonistas.  Vlady Kociancich reinventa el mundo cotidiano exhibiendo sus fallas lógicas.

El fantástico argentino, que estaba concentrado sobre todo en el cuento, género que Borges y Bioy consideraban privilegiado lugar para el género, salta a la novela.  Forastero de Jorge Accame es una buena muestra.  Fantásticas distopías nos hablan del presente, como Osvaldo Soriano, en A sus plantas rendido un león,   Plop de Rafael Pinedo, El año del desierto, de Pedro Mairal, Anatomía humana de Carlos Chernov o mi propia novela La muerte como efecto secundario. Quizás no sean exactamente fantásticas pero son lo suficientemente raras como para  incluirlas en esta global evasión de soluciones narrativas realistas que practica nuestra literatura.

Hay un grupo de excelentes escritores de la generación intermedia que optaron por lo fantástico y están produciendo quizás lo mejor de su obra en los últimos años: la narrativa de Carlos Chernov, que lleva el clima de extrañeza a un extremo de pesadilla,  Pablo de De Santis, que levanta la tradición de la literatura fantástica, juega con ella y la transforma incluyéndola en tramas policiales, Guillermo Martínez,  que escribe casi como si no escribiera y nos hace olvidar que estamos leyendo, Gustavo Nielsen, uno de nuestros grandes cuentistas, el siempre imprevisto Pedro Mairal, Patricia Suárez, que trabaja constante y conscientemente todos los géneros.

Pero sobre todo me gustaría hablar de la renovación del género que están logrando hoy los jóvenes escritores argentinos, llevando la tradición de lo fantástico, por nuevos derroteros. Samanta Schweblin,  muy joven y ya conocida y aclamada como una de las grandes cuentistas internacionales, escribe ficciones que pivotean entre el fantástico y el absurdo a la manera de Dino Buzzati. He leído alguna vez una crítica que atacaba su libro Pájaros en la boca, acusándolo de volver a las trilladas convenciones de lo fantástico. Y sin embargo en ese libro casi no hay ningún hecho sobrenatural, como no lo es el hecho de una adolescente pálida y abúlica se alimente de pájaros vivos.  Lo interesante, lo novedoso, es precisamente cómo Schweblin crea un clima fantástico sin necesidad de hechos sobrenaturales.

Leonardo Oyola y Gabriela Cabezón Cámara se dan el lujo de inventar una especie de “fantástico villero”, combinando la tradición de literatura social, que tan profundas raíces tiene en nuestro país, con los delirios fantásticos más asombrosos. Por fin, después de tantos años, confunden, imbrican y suman lo mejor de Florida con lo mejor de Boedo. Cabezón Cámara, de paso, con una bellísima prosa poética que vuelve inolvidable todo lo que cuenta. Federico Falco es otro cuentista de alto vuelo que vuelve una y otra vez a lo fantástico de ese modo raro, dudoso, casi realista. Hernán Vanoli es autor de un gran libro de cuentos incómodos, Varadero y Habana Maravillosa, y se da el lujo de perturbar al lector con su mundo de anticipación en Las mellizas del bardo. Mariana Enríquez reinventa en sus cuentos la literatura de terror. Imposible mencionarlos a todos, la literatura joven argentina es hoy más rica y variada de lo que fue jamás.

Pero en el fondo, a los escritores nos importa muy poco que un texto  pueda clasificarse como fantástico o no. Prefiero dejar esa tarea a los críticos. Como autora de ficción, me gustaría terminar esta charla con un microrrelato que expresa mis dudas y contradicciones con respecto a los géneros:

EL RESPETO POR LOS GÉNEROS

Un hombre despierta junto a una mujer a la que no reconoce. En una historia policial esta situación podría ser efecto del alcohol, de la droga, o de un golpe en la cabeza. En un cuento de ciencia ficción el hombre comprendería eventualmente que se encuentra en un universo paralelo. En una novela existencialista el no reconocimiento podría deberse, simplemente, a una sensación de extrañamiento, de absurdo. En un texto experimental el misterio quedaría sin desentrañar y la situación sería resuelta por una pirueta del lenguaje. Los editores son cada vez más exigentes y el hombre sabe, con cierta desesperación, que si no logra ubicarse rápidamente en un género corre el riesgo de permanecer dolorosa, perpetuamente inédito.

Una Respuesta

  1. daniel verón

    a quien le interese, yo soy autor de toda una saga de novelas de CF que he comenzado a publicar en ediciones tahiel. Al que le interese no tiene más que solicitarlo. gracias.

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