Hace ya bastante tiempo el poeta norteamericano Charles Olson planteó una propuesta escritural que denominó «verso proyectivo». Definido brevemente quiere decir que cada verso es una unidad de sentido y a la vez una fuerza energética puesta en circulación en la página. Así cada poema sería una suma de energías distintas entrando en relación, completándose o anulándose en un circuito de significados.

A partir de esto uno podría el elucubrar que un poema es una gran usina de reciclaje energético, es decir, el lugar donde diversos discursos entran para ser reelaborados y puestos en nueva circulación. Un poema podría así contener elementos lingüísticos o modalidades de enunciación provenientes de la arquitectura, la física cuántica o de la biología genética procesados por un gran motor que vendría siendo la voz que reelabora y sintetiza en la página esas corrientes alternas. Si la materia se transforma el poeta entonces podría transformar la energía hacia el lector.

Teniendo eso en cuenta existe en Chile un poeta que bien podría ser una industria útil para estas labores. Me refiero a Carlos Cociña (Concepción, 1950) que en mi imaginario tiendo a llamarlo «el poeta ingenieril» por su capacidad de tender puentes entre distintas formas de enunciar la realidad y por jugar con estas al nivel de sacar términos del área de especialización para introducirlos en un nuevo campo electromagnético. Poeta de casco, pero a la vez maquinaria pesada, Cociña es también un alevoso observador del paisaje y es en él donde arma y desarma sus soluciones programáticas. Que no se entienda por esto que la poesía podría tener una utilidad práctica, no es el punto, sino que una de la funciones de su inviabilidad en el mundo contemporáneo se debe a esa motricidad fina que le permite traducir lo exacto en lo incalculable y lo desperdigado en una verdad unitaria. Esa sería la propuesta que veo en Cociña, la de obrar frente a los acantilados del absurdo con la materia del sentido. Desde ahí fija una casa inhabitable, indeterminada en su principio y en su fin, pero plena de algo que solemos llamar lo indeterminado.

CarlosCociña

 

El mismo poeta lo definía en una entrevista: “La imaginación, los afectos, no están sino en la materialidad del cuerpo transfigurado”. Ese cuerpo vendría a ser el verso y por lo tanto la página. Cociña desde su libro Aguas Servidas (1981) hasta lo que es visible en la reunión de sus trabajos últimos El margen de la propia vida (2013) elabora esa poética de fuerzas distintas en interacción. Heredero de la antipoesía, deja que el poema se vuelque sobre sí mismo y que cante, pero ante todo que se construya como un objeto y ahí se me viene a la cabeza esa definición que elaboró el poeta Kurt Folch acerca del objetivismo de George Oppen: “presentar un complejo intelectual y emocional en un instante de tiempo y hacer del poema un objeto concreto nacido de la clara comprensión (experiencia de participación) de la realidad del mundo”.

Ese mismo objeto se construye de variaciones acerca de uno o varios motivos que se movilizan entre sí. En este aspecto me permito creer que la sistematización que emplaza la poesía de Cociña tiene más que ver con los trabajos actuales que desarrollan ciertas agrupaciones musicales dedicadas a trabajar en base a esos mismos motivos o sonidos particulares en pos de la exploración sónica; una psicodelia que se programa más a base de la intromisión en una experiencia y transformación de una idea original que en prevalecer en la idea de crear un disco o formato standard de concreción y distribución. Casi no hay libros y si los hay en su bibliografía resultan ser accidentes editoriales que recopilan ese proceso explorativo (como su Plagio del afecto, 2010) que hace honor a esa frase que le gustaba repetir a Gregory Corso: el poeta es un Cristóbal Colón de la mente y el lenguaje. Por lo tanto, en la singularidad de sus experimentos virtuales y en sus páginas impresas el Cociña músico e ingeniero de la musicalidad elige un par notas, trabaja en su hondura, arma y desarma melodías, limpia y yuxtapone otras sonoridades que parecieran ajenas a una composición, reúne esas energías y las vuelve a echar a andar en un proyecto con título, pero que realmente es solo un fragmento de una obra mayor, indisciplinada en su conjunto, algo que explica mejor en sus palabras: “la causalidad es el punto de fuga” o “entre tener mesa franca o asentar, es mejor arder”. La poesía es ese objeto orgánico en constante construcción y variación de sí.

Ese intento, el de la variación, resultó ser transversal a la poesía chilena escrita en los años 80; es cosa de tomar Purgatorio de Raúl Zurita, La bandera de Chile de Elvira Hernández, Cipango de Tomás Harris o La ciudad de Gonzalo Millán, entre muchas otras (incluida esa tardía pero genial variación que es The Boston Evening Transcript de Rubén Jacob) para percibir ese aire de época, de maneras comunes de trabajar el material lingüístico dejado por la situación política determinando la situación biográfica. Cada una de esas obras se desarrolla en forma espiral, tomando y retomando sus elementos significativos. Muchos años más tarde de esa primera variación que fue Aguas Servidas, Cociña llevaría esa acción al extremo con la ayuda del ingeniero Boriss Mejías al crear el sistema Thorix para su obra A veces cubierto por las aguas (http://poesiacero.cl/aveces.html), motor de búsqueda que genera la lectura de un poema escrito por el autor pero al cual ya no se puede volver ya que el sistema provee de una lectura aleatoria, es decir, que cada vez que entramos al libro es un libro diferente.

Ahí es donde se devela su vertiente más política. Ya en Aguas Servidas, que se abre con esos descolocantes poemas sobre el ojo, que pasan desde una internación en el tema de la mirada hasta la estructura biológica del órgano de la vista y que hacia el final del libro se convierte en una especie de ensayo acerca del acto de mirar, quién mira, cómo nos mira, ¿existe en el mirar una noción de colectivo, de comunidad? En toda esa desafiante escritura, que constantemente cuestiona sus métodos, van surgiendo las palabras dolorosas, la interrogante por los muertos y la más inquietante de todas las palabras: Chile.

El lector sabrá respetar la decisión que ahora tomo, estoy seguro; citaré en completitud uno de los poemas más conmovedores de Aguas Servidas que, creo, sintetiza y ya da avisos de la poética posterior de Cociña:

 

3 A

Se destapó la olla, ya no hay posibilidad de amedrentar y que se frene
la ebullición de los condimentos que todos sabían que eran sepulcros
blanqueados con cal, mientras el olor a muerte se despedía de todos
los manjares, y el olor de la podredumbre sólo podíamos absorberlo con el leve
matiz de los pastos de aquellos que estaban realmente abonando la tierra
en una reencarnación efectiva en las pequeñas tierras que nadie sabe
que son tumbas y no lo son en la realidad de ser solamente el entierro
del cuerpo que no es polvo sino tierra que de gusano pasó a tierra de aguas subterráneas, donde se fueron adhiriendo las sustancias que se enredan
lentamente a las raíces de los pastos y otras vegetaciones menores
en su acto de nacer la muerte de los desaparecidos de la vida visible
de hermano, padre, madre o hijo en la tierra donde nuevamente no vale la metafísica de la muerte. Es el sepulcro blanqueado o sólo los asesinos
lograron recuperar más rápidamente la condición para aquél que debía llegar
a la tierra y ser parte de la planta medicinal o ser parte de
la combustión del carbón de piedra. No es posible la muerte en este volverse
ceniza, gusano y tierra en la tierra que debíamos construir y que
efectivamente construimos en ese acto tan simple de ser entregados a
la muerte siempre inocente y no concubina de aquellos que creyeron
ofender a la tierra viviente mandándola a la tierra que siempre fue
la única verdadera vida de este pobre desaparecido de la temperatura
y del tiempo. Cortaron pero no pudieron medir su esterilidad, pues
el sol siempre se alejó de aquellos que temieron a la oscuridad que
emite todo aquello que logra desplazar a la luz. Se destapó la olla
de lo que todos sabían y limpiamos la olla con tierra absolutamente
limpia y olorosa en el pasto verde y pequeño en su insignificante crecimiento.

carlos Cociña y orquesta bn 9375

El lenguaje de la cocina, las transferencias de sentido, de lo terrenal a lo subterráneo, la verdad de los muertos despojados de su sepultura, en fin “la muerte de los desaparecidos”, lo técnico y lo emocionalmente fatal, da lugar a una escritura ríspida, en proceso de evanescencia o “ebullición”. La apertura de la olla es la energía primera o primer golpe que nos da ese sentido de lo oculto a punto de ser expuesto, presa de un desciframiento: el poder de la poesía de pasar a través del aro de la censura.

Para adelante Cociña es toda influencia. Desde la prosa de Alejandro Zambra al verso ecléctico de Gustavo Barrera, gran parte de la poesía chilena surgida de los ‘90 (Germán Carrasco, Andrés Andwantter, David Bustos, sólo por nombrar algunos) y claramente en las nuevas generaciones que lo han reeditado (Ediciones del Temple,  Alquimia, Tácitas y la revista Lanzallamas) y que le solicitan su voz para la presentación de un libros o que participe de algún experimento de poesía sonora. Cociña tiene para rato, más si uno tiene la tendencia a quedarse minutos en versos del tipo “El exceso de pastizales en las cumbres no impide la libre circulación de otras vegetaciones” o “La materia está en todas sus formas en las plantas y vegetaciones cuando el espacio público es regado” o “Grandes amores en escaleras mecánicas ocurren en el oriente”. Energía que va y viene, la usina en funcionamiento y completa autogestión, o qué mejor que escuchar al mismo poeta reconducir esas fuentes hacia su cauce original:

 

Sobre El Autor

Diego Alfaro Palma (Limache, Chile, 1984) publicó los libros de poemas “Tordo” (Ediciones del dock 2016, Cuneta, 2014 / Limache250, 2013) y “Paseantes” (Ed. Temple, 2009). También realizó la antología de la “Poesía reunida de Cecilia Casanova” (Ed. Univ. de Valparaíso, 2014) y reeditó la “Antología de Ezra Pound en Chile” (Universitaria, 2011). Tradujo “El pensamiento zorro”, prosa de Ted Hughes (Limache250, 2013). Sus ensayos han aparecido en “El horroroso Chile. Ensayos sobre las tensiones políticas en la obra de Enrique Lihn” (Alquimia, 2014) y en varias revistas de Chile y el extranjero, entre ellas la importante revista alemana Alba. Su libro “Tordo” recibió el prestigioso Premio Municipal de Santiago en 2015 y anteriormente una mención por su borrador en el Premio Nacional Eduardo Anguita en 2013.

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