Apagar un incendio.

Con lo que sea. Con lo que se tenga a mano. Hasta con nafta.

Esa es la sensación con la que conviven -sobreviven / cargan- los personajes de Marcos Herrera en su libro de cuentos La escuela de Satán.

Una incomodidad con el acá y el ahora, algo de lo que no se pueden desprender.

Sin importar el origen ni la frontera.

Protagonistas que salen a la calle -o a la vida- sin saber cómo viene la mano, por dónde van los tiros, sin más certezas que el hambre o la desesperación.

Fugarse sin saber a qué lugar ni de qué escapar.

Personajes que buscan un fin y encuentran un final.

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Me interesa empezar por el origen de los cuentos que conforman La Escuela de Satán. ¿Cómo fue la escritura de estos relatos? ¿Lo pensaste como un libro de cuentos desde el principio o fueron el resultado de la unión de diversas historias?

Los relatos fueron escritos en distintas épocas. Algunos se publicaron en revistas. Pero a la hora de armar el libro, me di cuenta que funcionaban como una serie. Sobre todo por las situaciones existenciales de los personajes que no pueden llevar adelante ningún plan y, en general, tienen finales en los que quedan a la deriva o se resuelven de manera trágica.

Desde el 2001 en adelante cobró importancia en la literatura la narración de aquellos personajes que viven y sobreviven en los márgenes. ¿A qué creés que se debe? ¿Qué es lo que te interesa de ellos? ¿Hay una intención social?

Creo que la proliferación de marginales en la literatura argentina se dio como reflejo de la crisis de 2001. En mi caso yo ya venía trabajando con la temática, simplemente porque estaba ahí, de alguna manera era posible suponer un estallido como el de 2001. Además, siempre me interesaron las historias que están lejos de los caminos establecidos por el sistema, los puntos de vista que vienen de otro lado y no del discurso de los medios de comunicación, de los sistemas educativos y de las instituciones. No hay en principio una intención social al escribirlos, pero tal vez esta se da por añadidura. No se puede no hacer algunas reflexiones sociales luego de leerlos.

Los relatos de criminales suelen estar teñidos de un manto de épica. No es el caso de tus protagonistas. Parece que parten de una idea de lucha o resistencia cuya único fin es postergar la derrota. Hay una incomodidad con el presente que los obliga a actuar impulsivamente, mientras se rompen la cabeza pensando qué hay en el futuro o cómo cambiarlo. Me gustaría ahondar en esta incomodidad.

Es la incomodidad que surge cuando no se está de acuerdo con las reglas del sistema. Es la incomodidad de no encajar en los patrones preestablecidos ni en los modelos de confort. Por otro lado veo imposible la épica porque no veo posibilidades de triunfo. Solo queda la resistencia. Se podría decir que la resistencia funciona como motor de la narración.

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De la fascinación en la infancia a un producto de la frustración, la necesidad o la desesperación en el mundo adulto, la violencia envuelve a los personajes. ¿Qué podés decirnos acerca de esto?

La violencia como estallido necesario frente al callejón sin salida. Me parece que la violencia es un dispositivo muy fuerte desde lo estilístico. La violencia precipita la acción y resuelve muchas encrucijadas semánticas. Por otro lado, es lo que se está tratando de evitar siempre en nuestra sociedad. Las estructuras sociales tratan de resolver las cosas de otro modo. Hay una diplomacia necesaria para controlar los impulsos primitivos.

De Cacerías, tu primer libro de cuentos, a La Escuela de Satán pasaron veinte años. ¿Qué diferencias y qué coincidencias ves entre ambos? ¿Qué creés que cambió en tu escritura?

Ambos libros comparten puntos de vista acerca del mundo. En ambos está presente la violencia, la marginalidad y el delito como hábitat. Las diferencias son, en todo caso, sintácticas y de desarrollo. La escuela de Satán son narraciones de más largo aliento, más influenciadas por la novela, la sintaxis es más compleja. Mientras que Cacerías son flashes, los relatos manejan un ritmo más veloz y entrecortado.

Espejo”, el primer cuento del libro, surgió de un pedido de una editorial que planeaba realizar un homenaje a Martín Fierro. ¿Qué nos podés contar del proceso de escritura?;

En estos momentos, con la reedición de El Guacho Martín Fierro de Fariña y la publicación Las Aventuras de la China Iron de Cabezón Cámara, ¿es un buen momento para el gaucho rebelde?¿Por qué creés que se da esto?

Sí, el pedido surgió de una editorial española que tenía una colección que se llamaba Remakes. Ellos me dijeron que lo que más les interesaba era que fuera un cuento mío, que no me preocupara por ser demasiado fiel al modelo homenajeado, así que yo tomé algunos elementos como por ejemplo la disolución familiar, el personaje cuchillero, la violencia, el caballo y lo ambienté las zonas periféricas en las que se mueven mis personajes en general. Finalmente, la antología no salió, pero el cuento me siguió gustando y me creo que funciona más allá de los motivos por los que fue escrito.

No sé si es un buen momento para Martín Fierro. O en todo caso siempre es un buen momento para un clásico. Lo que sí creo es que lo que hace que aparezcan estos homenajes, me parece, es una intención testimonial, dar cuenta de algo que tiene que ver con lo social. No leí los trabajos de Fariña o Cabezón Cámara, pero me parece que la cosa tiene que ver con registrar cierta situación social y tal vez tomar parte de la épica que tiene el original.

¿Con qué libros pensás que dialoga La Escuela de Satán? ¿Cómo ves el estado actual de la literatura argentina?

Me parece que el libro está dentro de una tradición arltiana, dentro de esa tradición hay muchos libros que se inscriben, incluso cierto imaginario que aparece por ejemplo en las letras del Indio Solari. Por otro lado, no puedo negar cierta influencia de la literatura norteamericana que va de Burroughs a Ellroy.

En cuanto a la segunda pregunta, me parece que en la literatura argentina que se está produciendo ahora hay un intento mucho más libre de incluir a los géneros como el policial negro, la ciencia ficción o el terror. Esto hace que el abanico de obras que se producen sea mucho más amplio que hace unos años.

Para cerrar, hablanos de tu relación con Ricardo Piglia.

Conocí a Ricardo cuando estaba escribiendo los cuentos de Cacerías. Me acuerdo que le llevé dos relatos a la presentación de la última novela de Onetti (que él presentaba) y al otro día me llamó por teléfono para decirme que le habían gustado mucho. A partir de ese momento, siempre que pudo me ayudó. Por ejemplo a publicar mi primera novela en España. O cuando incluyó el relato Cacerías en su antología del género policial, Las fieras. Así que podría decir que mi relación fue de amistad y de agradecimiento.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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