Nuestro miedo a las tormentas (Alción, 2020) es el último libro de cuentos de Marcelo Britos, escritor rosarino que ha ganado, entre otros, el Concurso Municipal de Novela Manuel Musto en 2010 con Empalme y el Certamen Sor Juana Inés de la Cruz (México) en 2015 con A dónde van los caballos cuando mueren.

¿Cómo fue el proceso de escritura? Salvo esos dos cuentos que mencionás en el prólogo (Vienen, Fiesta), los demás ¿fueron pensados sobre el eje del miedo o te encontraste con eso después?

R: Entre novelas siempre me salen cuentos. Creo que es un equilibrio entre satisfacer la obsesión de la escritura y la necesidad de tomar aire. Después el proceso es igual al de cualquier otro trabajo, es decir, no me ocupa menos tiempo ni menos intensidad. Pero sale eso. En este caso, sin duda, el contexto me ha llevado a pensar en el terror. Hay una sensación de desamparo, de ausencia de lugares seguros que me hacen pensar en esas situaciones de desprotección que se ven en los cuentos. El último, Un reloj parado en las once, quizá tenga otro origen. A la mitad de mi vida es inevitable reflexionar acerca de la finitud. La muerte es un misterio, es inevitable pensarla. En la ficción los muertos vuelven por una necesidad, una dependencia que tienen de los vivos para transformar cosas en el mundo material. Por eso en el cuento quise explorar otros motivos, deseos que puedan tener lo muertos y que nosotros no podamos entender.

Este libro puede leerse como una suerte de catálogo de todos los miedos —incluso aquellos que no sabíamos que teníamos hasta que lo leímos en alguno de los textos. ¿Qué es el miedo para vos? ¿Se conjura? ¿Cómo?

R: Siempre he tenido miedo a las cosas que no puedo controlar, e incluso terror a que no pueda controlar lo que ahora sí puedo. Cuando era joven experimentaba con las drogas, a veces como un juego, la participación en rituales de mi grupo, pero el límite era todo lo que podía hacerme perder el control de mi propio cuerpo, como el ácido o los hongos. Una vez, a los dieciséis, fuimos con unos amigos a Ibarlucea a comer cucumelos con dulce de leche. Había llovido y estaba plagado de sapos. Esos bichos empezaron a tener un tamaño monstruoso, descomunal. Y no podía correr, sentía el cuerpo aplastado, pesado. Fue una de las experiencias más atroces que he vivido. Hasta el día de hoy tengo el recuerdo de los ojos de los sapos, siguiéndome para donde me movía. Cuando era chico le tenía miedo a las sombras. Para mí nada tenían que ver con la luz o con el volumen de las cosas, sino que eran recortes de cuerpos que reptaban por la pared. Hoy la oscuridad no es el mejor ambiente para mí; creo que hay miedos que no pueden conjurarse.

El cuento “Frío” me hizo acordar a “Encender una hoguera” de Jack London. ¿Fue un gesto deliberado? Vinculado con esto: ¿la lectura de qué autores ha dejado huella en tu escritura?

R: Absolutamente cierto. Es uno de los cuentos más impresionantes que he leído. Más que tributo, haber escrito “Frío” fue el intento de lograr al menos una imitación de lo que London provocó en la piel de sus lectores. Es una obra maestra. La verdad es que no me molesta reescribir cuentos. No voy a entrar en esa discusión, creo que es algo ya muy transitado. Siempre estamos reescribiendo. Con respecto a la segunda pregunta, no creo que piense en autores. La biblioteca está sostenida por los libros, no por los escritores. La carne se corrompe más rápido que el papel. Creo que en la literatura estamos siempre en la búsqueda del libro imborrable. Cuando leemos o escribimos, estamos buscando eso. En lo segundo, por supuesto, es una búsqueda imposible. Un verso, un párrafo, un cuento. Ese es el momento que buscamos. La descripción que hace Borges de lo que ve en el Aleph, un verso de Oliva “…cada mañana salgo de la tumba y reinicio este canto”. En el terror hay momentos que para mí son, justamente, imborrables. El final de “Sombras suele vestir”, “La pata de mono”. Podría estar toda la tarde citando.

Escribís cuentos y también, novelas. ¿Qué diferencias hay para vos, en cuanto al proceso de escritura, además de las formales?

R: Trabajo por proyectos y la novela es un proyecto muy definido para tener otra génesis. Nunca me ha pasado de comenzar un texto y reconvertirlo en un cuento. Tiene que ver también con mi forma de trabajar las historias. Si bien hay una trama central, me siento cómodo mechando sub-tramas, flashback, historias dentro de las historias. Muñecas rusas. Eso alarga todo, la composición de los personajes, los desenlaces. Con respecto a los cuentos, creo que funciona de otra manera. Existe un primer cuento que me parece logrado o potente, y empiezo a pensar en otros que lo podrían acompañar en un corpus. En este caso fue “Vienen”, que nació de un proyecto cultural al que me convocaron a participar las colegas de “Cardumen”, y terminó siendo el inicio de un proyecto personal.

No hay un cuento que se llame Nuestro miedo a las tormentas pero las tormentas aparecen como referencia sutil en todos los textos. ¿Podrías aventurar por qué?

R: Hay algo que tienen las tormentas que me conmueve, me vitaliza. Quizá sea lo único que no pueda controlar y que no me da miedo, sino admiración, curiosidad. No conozco los procesos físicos que hacen que nazca una tormenta, seguramente si me lo explican lo entendería, pero no pensaría en eso al verla llegar. Prefiero pensar en algo que ha nacido porque sí de un cielo quieto, de un horizonte que en las ciudades es sólo posible de transformarse por la mano del hombre. La tormenta es un escarmiento a esa pedantería, es una advertencia. Ojo, no creo en la acción retributiva de la naturaleza, esas cosas me parecen, además de lugares comunes, una frivolidad. Sí creo que la tormenta es para nosotros una enormidad, la metáfora de toda situación en la que estamos indefensos y vulnerables en nuestra vida.

¿Qué estás escribiendo ahora?

R: Acabo de terminar una novela. Es la historia de la búsqueda de una biblioteca enterrada en la dictadura. No voy a decir nada más, prefiero reservarme la sorpresa y por las dudas achicar las expectativas. Como si alguien las tuviera.

 

Sobre El Autor

Laura RossiLicenciada en Letras (UBA). Vive en Rosario desde 2009.Fue finalista del Premio Clarín Novela en 2011, 2012, 2015 y 2017. En 2013, ganó el 1° premio en el Concurso de Narrativa de Río Ancho Ediciones con la novela Llegaría el silencio (2014). Además ha publicado las novelas: Baldías (2013) y Los bordes del cielo (2017) y Los Tunos, los Tarkos y los Tercos (2017). Ha ganado, en 2017 y 2019, becas a la creación del Fondo Nacional de las Artes. Codirige Brumana Editora desde 2020.

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