Recientemente aparecido bajo el sello Taurus, Lunfardo, interesante obra académica y de consulta, último ensayo de Oscar Conde, se erige como el trabajo más actualizado e interesante sobre el tema. Abarca desde los inicios de este habla y sus contactos con hablas populares del resto del mundo, hasta su expansión por los medios de comunicacióny en la música contemporánea. Agradecemos a Verónica Barrueco el permiso para reproducir las siguientes páginas.

lunfardo

Resta hablar de los lunfardismos en la llamada cumbia villera, un subgénero de la cumbia que consiguió unos cinco años de exitosa repercusión entre 1999 y 2004. Debe decirse que la cumbia o música tropical —denominada así por influencia de la cumbia colombia­na— ha sido, a partir de la década de 1960, un género musical popu­lar, especialmente desarrollado en la provincia de Córdoba —donde se lo conoce como «música cuartetera» o simplemente «cuarteto»—y en el Gran Buenos Aires.

Temáticamente, la cumbia villera traza una distancia inconmen­surable respecto de la línea festiva o sentimental de la música tropi­cal. Por otra parte, los propios músicos que la interpretan expresan con orgullo su condición de villeros, pertenencia que se verifica en su indumentaria, que remite necesariamente a la escasez, en contras­te con los trajes muchas veces llenos de brillos de los conjuntos de cumbia tradicionales.

El subgénero como tal, y con ese nombre, surgió en 1999 con los grupos Flor de Piedra y Yerba Brava, y sus letras giran en torno a temáticas relacionadas con las villas y su ambiente: la falta de tra­bajo, el odio a la policía, la droga, el alcohol, el sexo. Caracteriza­da por un enorme desparpajo en sus letras, la cumbia villera está más cerca de la coprolalia que ningún otro género cancionístico argentino. La mayoría de los temas se sirven de un lenguaje muy grosero, de contenido altamente explícito en materia sexual. Para resumirlo en una frase, «lo que distingue a la cumbia villera de otras especies musicales es la explicitez de su lenguaje».

Por ejemplo, el grupo Mala Fama escribió la canción «Te volviste uto», cuya letra concluye: «Ahora andás mirando bultos, tenés la nuca soplada y cariño por la bala». Y cosas más fuertes todavía: Perla Quirós, La Piba, cantaba en «La cucaracha»: «Parada en el paravalancha con pollera y sin bombacha,/ los pibes de abajo me gritan ‘se te ve la cucaracha'». Y Los Pibes Chorros, en «La lechera»:

Dejate de joder y no te hagás la loca, andá a enjuagarte bien la boca.

Me diste un beso y casi me matás

de la baranda a leche que largás.

Muchas canciones contienen además invectivas feroces contra la policía, la defensa del consumo de drogas y alcohol, y una revaloriza­ción del modo de vida de las villas de emergencia. En los comienzos puede verificarse el uso frecuente del vocabulario tumbero, que lue­go fue reduciéndose al ampliarse el universo referencial de las letras.

En su tema «Tumbero» el conjunto Yerba Brava describe el am­biente carcelario con su léxico propio: «Estoy pegado, rejugado, hasta las manos,/ ranchando con pibitos de mi palo./ A los violines los hacemos nuestros gatos». Si bien rejugado ‘sin escapatoria’ y palo ‘grupo que comparte intereses o gustos’ son lunfardismos más ge­neralizados, cuando se estrenó la canción, las voces pegado ‘preso’, ranchar ‘compartir en la cárcel un sector de un pabellón’, violín ‘violador’ y gato ‘homosexual pasivo’, ‘sirviente’ eran exclusivas del ámbito carcelario.

En 2001 la aparición del grupo Los Pibes Chorros desató una fuer­te polémica, pues muchos opinaban que las letras de sus canciones eran verdaderas apologías del delito. Se presentaban con el tema «Llegamos los pibes chorros», que comenzaba así:

Llegamos los pibes chorros.

Queremos las manos de todos arriba,

porque el primero que se haga el ortiba

por pancho y careta le vamos a dar.

Aunque no nos quieran somos delincuentes. Vamos de caño con antecedentes.

En 2000 el conjunto Flor de Piedra grabó «Gatillo fácil», un mani­fiesto antipolicial que recopila diversas formas de denominar a un policía en lunfardo: las tradicionales botón, cana, rati y las más recien­tes federico y polizón.

Temáticamente, se destacan dos fuertes núcleos. Por un lado, el culto del aguante, que la cumbia villera comparte con las hinchadas de fútbol. Tener aguante significa rebelarse contra las normas esta­blecidas por la sociedad, estar dispuesto a soportarlo todo, a espe­rar lo que venga, a resistir. Indudablemente bajo esta «filosofía del aguante» subyace un clima de violencia cotidiana, de resentimiento y de desprotección que remite a la situación social que soportan millones de personas en la Argentina desde hace décadas. El segun­do núcleo temático es el culto del reviente, es decir, el elogio de una vida desordenada, sin ningún objetivo productivo, en la que coexis­ten la promiscuidad, el alcohol y las drogas como únicos alicientes para seguir viviendo.

De manera que la mayoría de las voces lunfardas que se encuen­tran en las letras de cumbia villera pertenecen a algunos de estos campos semánticos. Entre otros lunfardismos surgidos en las últimas décadas, y que este cancionero rescata, pueden citarse: bardear ´agre­dir´ («El pibe Moco», Los Pibes Chorros), churro ‘cigarrillo de mari­huana’ («El churro verde», Los Gedientos del Rock), fumanchear ‘fu­mar marihuana’ («Mi flor», Damas Gratis), la gorra ‘la policía’ («Cabeza», El Indio), rama ‘cigarrillo de marihuana’ («La vuelta», El Indio), transa ‘pareja circunstancial’ («La transa», La Piba) y vagancia ‘conjunto de jóvenes’ («El taño Pastita», Los Pibes Chorros). Y tam­bién las locuciones comerse un travesano ‘mantener relaciones con un travestí’ («El travesaño», La Piba), dar masa ‘golpear’ («Combate», La Piba), de la cabeza ‘loco’ («Empastillado», Los Pibes Chorros), estar pila ‘estar excitado’ («Quiero vitamina», Damas Gratis) y mojarla nu­tria ‘copular el varón’ («El hijo del intendente», Sipangaboy). Entre las voces lunfardas más tradicionales se encuentran, entre muchas otras, atorrante, curro, laburar («El hijo del intendente», Sipangaboy), carpetear («La comisaría», Bajo palabra), cirujear («Sos un careta», Mala Fama), chamuyar («Re loco», El Indio), garca («De qué te la das», Yerba Brava), mina («Empastillado», Los Pibes Chorros) y morlaco («Botellero», Los Pibes Chorros).

Aun considerando que el de la cumbia villera fue un movimiento primordialmente comercial y de duración acotada, su repercusión mediática resulta incuestionable. Como había sucedido con el tango y el rock, las letras de sus canciones recurrieron inevitablemente al léxico lunfardo, recurso que permitió un tipo de expresión que el público percibió como auténtica y que logró instalar el cancionero de la cumbia villera en el gusto popular.

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Oscar Conde

 

Biografía

Oscar Conde (Buenos Aires, 1961) es doctor en Letras por la Universidad del Salvador. En la Universidad de Buenos Aires fue docente de griego clásico hasta 2006. Enseña latín en las carreras de Filosofía de la UCES y de la Universidad del Salvador, así como en el IES Nº 1 “Dra. Alicia Moreau de Justo”, donde además dicta un seminario sobre literatura popular. Asimismo es profesor e investigador en la Universidad Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires (UNIPE) y en la Universidad Nacional de Lanús.

Ha compilado los libros Estudios sobre tango y lunfardo ofrecidos a José Gobello (2002, en colaboración), Poéticas del tango (2003) y Poéticas del rock (2007). En 2007 publicó el poemario Cáncer de conciencia. Es autor del Diccionario etimológico del lunfardo (Taurus, 2004) y miembro de número de la Academia Porteña del Lunfardo, donde ocupa el sillón “Bartolomé R. Aprile”.

Sobre El Autor

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