La cámara de Álvaro, encendida, se muestra insinuando una salida poco alentadora.
El paradero de Alicia es el enigma y, una comunidad que interactúa en cierto espacio simbólico elegido, es el escenario ideal que nos permite ensayar cualquier paralelo entre ficción y realidad.
Una búsqueda que nos lleva de lo ilusorio a lo alucinado. Un sobresalto que, después de atravesar todo lo extraño, aun más allá de la congoja, habiendo superado el desconsuelo, igualmente nos deja a los lectores con los pies atados sobre la tierra, despidiendo víctimas de algún pacto siniestro entre el suelo que ellos pisaban junto a esa tanta gente que, sometida o cómplice, rara vez arrepentida, se fue convirtiendo en una parte necesaria para hacer posible el éxito de las cacerías humanas.
Una historia, de terror, atrapada en el pasado; es lo atávico, lo irracional controlándolo todo.
Un lugar hostil y sus secretos. Esto se inicia en virtud de una aventura que deja a esta pareja varada en el desierto por un desperfecto mecánico de la cupé Chevy roja modelo ‘76.
Una sensación de vacío y un tiempo de espera. Él es director de cine independiente y ella es actriz de teatro callejero. La ocasión los invita a tener sexo en la ruta, hasta que los interrumpe un intruso en bicicleta, un viejo lugareño, un comedido. Y, La Gaviota, un hotel muy particular a la salida, o tal vez, a la entrada de aquel pueblo escondido que, antes, se llamaba Los Huemules, ahora le dicen Las casas. Ya en la habitación de ese alberque transitorio, que funcionaba detrás de un basural, la pareja se reencuentra en su intimidad, amándose en la cama hasta altas horas de la noche.
Por la mañana, al despertar, Álvaro advierte la ausencia de Alicia. Así comienza esta novela policial en la que cada personaje representa una pieza del rompecabezas que el autor pensó, para sacudirnos.
Esta novela premiada en 2003, hoy vuelve a las librerías. La pregunta es ¿por qué ahora y no antes?
Razones puede haber muchas, creo que una inevitable es que seguí trabajando con otros proyectos, algunos que llegaron a publicarse, Los Infernautas, por ejemplo, que es mi libro más ambicioso y el que más tiempo me llevó, diez años, para ser preciso, un policial que termina en el infierno, literalmente Y después fue El enviado, una novela coescrita a dos cerebros y cuatro manos, con Leonardo Killian, enorme amigo, una fiesta de la escritura y la angustia, y otros libros ya escritos que esperan porque sé que todavía falta para soltarlos. Uno en especial, dos quizás. Personajes y entramados que me conmovieron, creo que potentes, pero que no superaron mi propia autocensura. Acabo de publicar, con mucha aprensión, un libro de poemas escritos en… 1974, así que ahí hay una noción de los laberintos de mi cabeza, gracias Borges. El Criadero pasó por muchos momentos, fue guion de una película que pudo haber sido algo importante, un proyecto que fracasó por diferencias entre los productores y porque un potencial inversor se retiró cuando parecía que arrancábamos. El Criadero tiene ADN de película, como su personaje. Y salió ahora porque me crucé con Iñigo Amonarriz, un editor enajenado, vasco exilado en Argentina, que viene publicando una de las dos mejores colecciones de novela negra de Argentina, sin ninguna duda, y sin mayor interés por el dinero. La otra colección es Código Negro, otro delirio, y con autores irrepetibles. Tengo el gusto de estar en ambas colecciones. Iñigo es un desquiciado incurable, eso espero, al que no quiero perder nunca de vista. Publica sólo lo que le gusta. Autores españoles de primera línea, varios premios Hammett, una finalista de ese premio, hay autores argentinos para estudiar, tipos que publican en medio planeta, la colección no tiene desperdicio.
Incertidumbre, miedo, terror y un paralelo con esa parte de la realidad que no se puede esquivar si apostamos a un real entendimiento. ¿Podemos hablar de ello?
Anoche soñé que tomaba un taxi y que el taxista era Stephen King. Un sueño muy nítido. Yo le decía que doblara a la derecha y él se daba vuelta y me miraba muy serio, porque él sabía por dónde ir. Me quedé callado y él dobló a la izquierda, y yo me callé porque me di cuenta de que estábamos en el buen camino. Bien ahí, Stephen, troesma. Un honor ser llevado por semejante conductor. Y en él está la síntesis: incertidumbre, miedo, terror, la realidad en paralelo. Antes, Lovecraft convivió con Chandler, Patricia Highsmith y Poe durmieron juntos en el mismo anaquel de mi biblioteca (y de mi cabeza), y si tuvieron hijos me gusta creer que El Criadero es uno de ellos.
Y no es tan solo una temática o una estética o una corriente de pensamiento. De chico sufrí, y todavía sufro, pero ahora me da vergüenza, de miedo a la oscuridad. Tuve terribles pesadillas, pero, se sabe, las pesadillas aterran (de ahí viene la palabra “terrible”, de tierra, como terror) solo al soñante y rara vez al que las escucha o lee. De grande descubrí que escribir es el arte de intentar, entonces, que el otro tema mis propios temores. Y Chandler hizo algo notable, aunque en mi opinión Highsmith lo mejoró, que fue ocuparse de asuntos que el policial nunca tocaba. Durante la dictadura leí de policías que torturaban, corruptos, villanos laterales que luego pasarían a ocupar, no siempre, el centro de la escena, cuya titularidad la tienen siempre los poderosos. Leer eso cuando se llevaban a los compañeros, y nosotros lo sabíamos, y todos lo sabían, aunque lo nieguen, algo que para mí es indiscutible, porque leer los diarios suponía acceder a un panorama que solo se explicaba por lo que estaba ocurriendo en las sombras, eso, leído en un libro de circulación legal, era un alivio. Este país tiene su temática para el policial impregnada de los 70’.
Las instituciones: el intendente y su puntero político, el comisario y su escribiente, la Iglesia y su representante ante la comunidad, la voz de la radio del pueblo. Por otro lado, la cabeza del Hogar Agnus Dei y, en medio de todo esto, un hombre dando vueltas por aquel infierno, en búsqueda de su compañera desaparecida. ¿Qué podés decirnos de los personajes que encarnan estas cuotas de poder y de la idea del infierno en la novela?
Siempre me interesó la religión. Soy un ateo incurable, no puedo creer en nada, pero la religión es uno de los grandes ordenadores de la Cultura y eso es algo que me seduce de las creencias organizadas que dan respuesta al horror mayor de la muerte. En el museo del Vaticano impresiona ver la sangre que chorrean los cuadros, las gestas de la Iglesia son gestas de sangre, que no ocultan. Y los relatos del Antiguo y Nuevo Testamento son inverosímiles pero formidables. La Cábala es un saber para detenerse a investigar, las lógicas de los cabalistas que descomponen la palabra de Dios en sus mínimas expresiones porque, de todos modos, lo que leemos es una gran, interminable palabra, tal la medida de Dios, escandida por las limitaciones humanas, y entonces se reformula lo mal escuchado por los redactores de los libros sagrados y surgen sentidos extraordinarios. En hebreo las letras y los números no se diferencian. Cada palabra es una cifra. No me sorprende que el Inconsciente sea el descubrimiento de un judío.
En ese terreno está el poder, un espacio que la Iglesia ocupó después de salir de la clandestinidad, para ya no abandonarlo más.
El intendente, para dar un ejemplo en mi novela, es un súper obeso que conozco y que opina que el problema de Israel con los palestinos se soluciona con una bomba atómica. Un personaje ideal para El Criadero, aunque ahí no haya dicho nada de eso.
Ambos piensan igual, creo.
Desgranar cada personaje es engorroso y no vale hacer spoiler, pero esos que se nombran en la pregunta, casi todos los personajes, en realidad, son, quizás, me animaría a decirlo, un solo, único personaje con mil caras. Como los perros cimarrones. Y ninguno es la verdad última, como, digamos, ya que hablamos del Infierno, Satanás no lo es tampoco. El horror no tiene cara. Se sostiene en las caras que vemos en cada historia, pero al final lo que hay es un enorme, insoportable vacío: con poder es posible arrogarse alguna clase de verdad indemostrable y llevar adelante exterminios, atrocidades, guerras santas, diseñar las torturas más espeluznantes.
Y Dios no da garantías, es otra cara que suponemos absoluta pero que se ubica según quién lo explique, y por eso el Vaticano chorrea sangre en su museo.
No hay garantías.
Eso es, creo yo, el horror.
En este caso, la moral admitida sería el resultado de años de sometimiento, de lavados de cerebro y de un poder que se adueñó del pueblo, guiándolo a su antojo. Hablanos de ello, por favor y de lo que reconocemos como la moral pública, más allá del cinismo y de la hipocresía.
La necesidad de sofocar esa insoportable idea del vacío, del horror último, dota de poder a los que vienen con explicaciones o, al menos, con el músculo suficiente para arrogarse el dominio sobre los demás, que acatan gozosos. Porque “ese sabe” aunque no dé explicaciones.
El lavado de cerebro, si existe tal cosa, es, me parece a mí, la entusiasta, masiva euforia de sumarse a una idea que llega a rescatarnos de ese horror. El fascismo sería tal asunto, donde un pueblo participa de la represión de un sector al que se le desconocen derechos y, en cambio, se le atribuyen intenciones nefastas. Los judíos de la Alemania nazi que se robaban las riquezas pertenecientes a los arios. Por riquezas entiendo el acceso al goce de esas riquezas. Eso mismo sucede hoy en Europa con los inmigrantes musulmanes o africanos, y acá con los bolivianos, los choriplaneros, los corruptos, y por extensión los kirchneristas, los violentos, y todo lo que se mueve enfrentado al gobierno. Eso se vota. No fue tan diferente durante la dictadura. Del poder baja un sentido común que llena vacíos y promueve otros horrores que, se nos dice, esta vez son imprescindibles para sacarnos de encima la opresión de los que nos roban y despegar, de una buena vez y para siempre, hacia nuestros destinos venturosos. Eso lo dicen hoy los que siempre nos robaron. Sería gracioso que los voten si no fuera trágico. Ya tuvimos dos tragedias, dos muertos, y esto recién comienza. El ideólogo Jaime Duran Barba, admirador explícito de Hitler, dice que el electorado está compuesto por simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente. Las elecciones se ganan sembrando el odio hacia el candidato ajeno. Y no se equivoca. La masa es eso. Todos igualados detrás del líder, capaces de acciones que sólo se pueden hacer en esa condición. Eso sería, quizás, el lavado de cerebro. Aunque, como psicoanalista, veo a ese concepto de lavado de cerebro, como una descripción que pone al votante en un lugar de pasividad, lo hace víctima. Prefiero pensar en términos de responsabilidad. Los linchadores que hemos visto no hace tanto, y que en cualquier momento reaparecen, y los uniformados proceden del mismo modo, pegándole a ancianas que están ahí, pisando con la moto a un muchachito caído, ellos son linchadores de uniforme y para eso cobran un sueldo que pagamos con nuestros impuestos, todos ellos son responsables, no víctimas, y participan activamente de esos eventos del horror. Hubo un linchamiento en tiempos de Cristina Kirchner, una multitud asesinó a un ladrón y un motociclista le pasó con su moto por encima. No puede ser ociosa esa coincidencia. La policía como turba. Asunto a meditar
Salir de ese lugar de simios y recordar que somos sujetos de derecho, debería ser el camino.
Volviendo a la pregunta anterior, creo que Álvaro encarna esa memoria que debe ser rescatada. Y me propuse para él un rasgo clásico de la novela negra: no puede retroceder, aunque le vaya la vida. Si flaquea, concede y acepta la monstruosidad.
Hay dos palabras que se repiten con marcada frecuencia: “izquierda” y “derecha”. Creo que valdría la pena detenernos en este punto. ¿Vos que opinás?
No deja de sorprenderme la capacidad de captación que muestran los buenos lectores, que es un modo de demostrar cuánto dice uno sin saberlo, eso que llamamos, también, el Inconsciente, que aparece ahí tan nítido que se hace indiscutible. No sé qué decir de esto, veo una estadística elocuente que jamás estuvo en mi intención, aunque me describe. Desde ya que eso orienta en dos concepciones del mundo, y lo asumo.
Una frase de Freud es mi lugar en el mundo: soy un escritor disfrazado de médico. Aun cuando me desacomoda la palabra “disfrazado”, que quizás sea un sentido perdido en la traducción. Tal vez la palabra “vestido” hubiera sido mejor, quizás fue lo que escribió. Es una carta. La experiencia del Inconsciente tiene esa capacidad de la sorpresa, es eso que nos toma por asalto y nos deja a la vista del otro. Lapsus, actos fallidos, síntomas, literatura. Un solo territorio, el lenguaje, dos caminos distintos, nunca del todo.
Como sea, se trata de esto, justamente: alguien detecta que digo algo que ni siquiera registro. Lo agradezco.
Lograste una atmósfera, un clima de tensión, haciendo de la novela una verdadera zona de riesgo. Hablanos de esta construcción, por favor.
Cuando escribo tengo mi medidor de autenticidad, que es mi propia emoción. Si lo que ocurre, esa peripecia a la que, supuestamente, soy yo quien somete al personaje, cosa dudosa, siguiendo con la línea anterior, porque eso de que somos escritos no es una fantasmagoría, eso es lo que pasa, digo que si eso que le está ocurriendo a mi personaje me emociona, entonces avanzo tranquilo, sé que no estoy escribiendo sólo por oficio. Con El Criadero me pasó eso. Y me sigue pasando. Certificado de autenticidad.
Y esto es un modo de decir que esta novela me llevó por delante. La escribí a lo largo de un año, escuchando el Réquiem de Mozart: un año entero y todo el tiempo con ese solo disco. En mi trabajo, en mi auto, en mi casa. Trabajaba en una guardia con muy poca exigencia. Me llevaba la notebook y el cd, que perdí y me pasaba las horas escribiendo con esa música de fondo. Decidí dividir el libro según los movimientos de ese Réquiem. Cada movimiento es un capítulo. Un modo de no ponerme exuberante, un riesgo que debo acotar todo el tiempo. Y ese clima de tensión es el modo que tenia de decir lo que dije. Si estoy relatando la peor historia de nuestro país, no tengo otra forma de decirlo. Hay también algo azaroso en juego, ciertas líneas que de golpe irrumpen porque la lógica de la novela así lo requiere y que uno acepta, se deja llevar, vienen personajes que estaban fuera de cálculo, los personajes dicen cosas que yo no diría, pero tienen ese derecho, no son mis héroes, son mis marionetas y funcionan según sus propias reglas. Y el autor, finalmente, también es una marioneta que maneja otras marionetas. A veces uno escribe según planes rigurosos y a veces eso se va al tacho de basura. Fui docente durante diez años y mis mejores teóricos fueron los que no planifiqué. Si leo una clase y me aburro yo, resulto aburrido para el que escucha. Si hablo sin red, entonces, a veces sale algo interesante.
Un detalle al respecto: la escena final, con los cimarrones, fue un asunto inesperado. La realidad era que ya cerraba, el personaje escapaba y se iba hacia la ruta a toda velocidad, pero me acordé de esos perros y, literalmente, clavé los frenos, en el lugar correspondiente. Y fue la escena más lograda, terminé llorando a moco tendido con ese final.
Una frase: “Cuando la patria llama hay que estar con las botas puestas porque a los tibios los vomita Dios”. Te pido una reflexión, un comentario.
Décadas de autoritarismo moldearon el sentido común argentino con ese tipo de frases nacionalistas. Tantos militares en el poder con un discurso duro, extremo, bélico, con un profundo desprecio por la vida, dejaron ese saldo, donde la vida vale poco, se puede balear por la espalda a un mapuche que huye y todo continúa igual, vayan a laburar, manga de vagos. Algunos saldremos a protestar, otros asienten y se alegran. El juez Bonadío baleó a un ladrón por la espalda y ahora juzga al gobierno anterior por una causa delirante. Es raro, pero comprensible. Bonadío está con las botas puestas. Y con la Glock cargada, en su cartuchera y lista para usar.
Otra: “La turbulencia es el resultado de todo pensamiento…”. Hablanos del pensamiento único como característico de determinada época.
Amo esa frase, que levanté de un grafitti anarquista. Creo que da en el blanco del asunto que toca el libro. Más allá de las formas que entren en juego, de cómo se aborde ese tema, es el modo de advertir que solo se puede pensar lo que está autorizado, el pensamiento único otra vez está instalándose, ahora con la forma de la modernidad. Obvio que los anarquistas que pintaron eso apuntaban para el otro lado, donde lo turbulento es lo que garantiza que estamos en el buen rumbo. Pensar causa desasosiego. Ser de derecha es no pensar, o pensar corto y poco, discriminar, acusar, es asumir como propia la admonición que evita la turbulencia de alejarse de la costa y aventurarse a ver qué hay sin esos dedos que nos señalan lo que está bien y lo que no lo está. Ser éticos es problemático y angustiante. Y siempre es fatigoso. Es más cómodo el fascismo.
La mujer, en este caso Alicia, ¿cómo es vista y considerada por el poder?
Alicia es un incordio para el poder, y un objeto degradado, por eso es la víctima. Esto cae en el lugar adecuado de la actual lucha feminista. No quiero hacer spoiler sobre este punto, pero parece obvio que algo de lo femenino es molesto cuando se trata de evitar las turbulencias del pensamiento. Lacan decía que las mujeres son las mejores psicoanalistas. Pero Alicia también es la mujer amada, la razón de la posición de Álvaro de no retroceder, de sentir esa pared contra la espalda que, conforme él avanza, avanza con él. Alicia es la mujer que pelea, justiciera, dice Álvaro, que no mide riesgos, lanzada, la que no compra las tonterías del marido que se pone a soñar cuando están naufragando en el desierto. Es un cuestionamiento desde el amor y eso motoriza la novela. Mi impresión es que eso es lo que lo enamora de ella. Esa turbulencia. Supe de entrada que esos dos iban a estar muy enamorados. Fue mi punto de partida.
Álvaro se siente responsable. ¿Qué podés decirnos del sentimiento de culpa y su relación con lo cultural?
Para Álvaro es insoportable andar solo, perdido en un pueblo de morondanga, ese extrañamiento, sin saber qué fue de su mujer. ¿Qué estoy haciendo acá? Es la pregunta que hace que nada tenga sentido, excepto buscarla. El cotidiano salta por el aire, comer, ir al baño, un chiste, nada tiene sentido, todo se pone patas para arriba, se hace inviable. Eso sentíamos en los 70`. Y mucha gente, es una inferencia, pero bastante fundamentada, se inmoló por la culpa de seguir vivos. ¿Qué derecho tengo de seguir con mi vida cuando a alguien que amo le ocurrió esto? Es muy común la fantasía de saltar a la tumba del ser amado en el momento en que baja el féretro. Caer con el otro. La contraofensiva puede ser un buen ejemplo de eso.
Hay un libro de Luis Gusmán, Epitafios, que toma esta cuestión de los muertos nunca velados ni enterrados, el horror que supone no tener ese lugar que dice “acá está, este fue”.
La culpa es intrínseca a la cultura, es el resultado del pasaje de la horda primitiva a la sociedad de los hermanos, un mito de Darwin que Freud tomó para explicar un origen, mítico, de la sociedad, que se funda en un acto caníbal, la cena totémica donde los hijos se comen los restos del padre, asesinado por ellos mismos, lo que inicia una era de igualdad. Finalmente, el padre retorna como Tótem y eso derivará en las religiones. Que son el reservorio universal de la culpa. No se puede vivir sin culpa. Es una discusión larga.
Conviene hacer la diferencia entre culpa y responsabilidad.
Hablanos de las hamacas, de ese fenómeno, de su movimiento “inexplicable”.
Eso alude a algo fantástico, no profundicé puntualmente en ese momento y al final quedó sólo en eso, pero la idea fue ir introduciendo algo de los niños y las persecuciones que vendrían después y que en ese pueblo ocurrían desde antes. Está más del lado de la metáfora que de un evento “real”. Como el viento que sopla y mueve las copas de los árboles o las puertas que rechinan al abrirse, o los relámpagos seguidos de truenos, un movimiento sin explicaciones que indica que vuelve a ocurrir lo ominoso. Pasos, la sombra en la pared que indica la presencia de algo que viene, esas cosas me gustan mucho. El cine expresionista alemán es maravilloso. Nosferatu, gran película, la gloria misma.
Amo el cine, y también la música, que nunca dejo de escuchar. Y la locura.
Yo creo que ahí están las fuentes.
Es como yo lo entendí, pero podría ser que un lector perspicaz lea otra cosa. Pero ya sabemos que las obras que uno entrega dejan de pertenecerle, si es que alguna vez le pertenecieron.
Un policial en el que el terror avanza sobre páginas enteras y lo fantástico, discretamente, también hace lo suyo. ¿Cómo te fue apareciendo en el proceso de escritura este equilibrio?
Es lo que tengo en la cabeza, así vivo. Donde otros ven tramas muy racionales en los que todo se resuelve sin apartarse de la lógica, yo veo, en cambio o además, abominaciones que nunca faltan para que todo eso sea más oscuro. Ese miedo a la oscuridad que nunca me abandonó, es, seguramente, el lugar de donde salen estas ideas. Pero, también, algo del orden del realismo se me impone, siempre, cierto sentimiento del ridículo que no puedo, ni quiero, evitar. Tengo formación médica, lo que marca mi modo de elaborar los argumentos. Como cualquier estudiante de Medicina yo manipulé cadáveres, eran salones enormes con treinta o cuarenta mesones cubiertos de cadáveres y de estudiantes festivos disecando y tocando al muerto a mano pelada. Era la moda, uno agarraba sin guantes, aunque los tuviera. Y de hecho me llevé a mi casa un esqueleto casi entero para estudiarlo. Yo escribía hacía muchos años. Y hay un personaje que hace eso en la novela y que me divirtió mucho, ese humor negro de los médicos. Un recorrido de una vida en contacto con la muerte habla fuerte al momento de narrar. La anatomía es una ciencia muerta, ya no hay nada que inventar, es muy impresionante eso, pero la locura se escurre de ese pensamiento, trabajamos con la persona en sí misma, no es solamente un cuerpo, es un carácter, una concepción, una ideología, una emoción, alguien que reclama algo. Ser médico psiquiatra supone una tarea de permanente reubicación entre lo físico y lo subjetivo, me desagrada hablar de mente o psiquis, prefiero ese término. De eso vivo, escuchar delirios me produce un enorme respeto, y curar eso no es algo sencillo. El esfuerzo de sanar un delirio, de serenar a una persona que lo produce, sin violentar sus derechos humanos es un trabajo que interpela en la ética. Medicamos un estado de ánimo, una idea, algo tremendo si se lo piensa por un momento, y mi modo de trabajar es que también escucho esa idea, interrogo, trato de promover la circulación, espero que algo advenga de otro lado que de la química. Busco la turbulencia en la persona que tengo enfrente. Entonces escribo estas cosas que no reniegan de las dos miradas. Y me gusta estar en ese nicho de autores como Stephen King, con ese terror realista que no reniega de lo imposible que, cuando aparece promueve el desasosiego, y yo creo que por eso él es el que conduce mis sueños. Me dio un enorme placer ese sueño, fue algo muy vívido.
Estoy habituado a cosas muy raras.
Son mi salsa