UN LUGAR EN LA NUEVA RUSIA

Esta historia, obviamente una ficción, se reconoce inscripta en un tiempo real que estalla por el aire con el derrocamiento del régimen zarista, la dinastía de los Romanoff, un poder absolutista incapaz de aceptar y dar respuestas, por una parte, a las demandas de campesinos y proletarios y, por otro lado, a las expectativas de una burguesía interesada en participar activamente en asuntos políticos. La aristocracia liberal frente a una realidad social que empalma con la cuestión agraria. Coyuntura que a su vez se enmarca en sucesos internacionales que cambian la suerte de la vieja Rusia, y entre ellos, vale mencionar la derrota frente a Japón; el Tratado de Portsmouth. Y, unos años más tarde, la Primera Guerra Mundial.

El cautiverio muy particular del protagonista, un hombre que frente a la adversidad sabe adaptarse y seguir brillando. La personalidad del personaje justifica incluir, entre más referencias culturales que enriquecen esta novela, a Maiakovski -Vladimir Mayakovski- poeta revolucionario ruso:

Yo mi propio sol derramaré/ y tú el tuyo,/con versos/ El muro de sombras,/ de la noche la prisión,/ bajo el doble cañón del sol se derrumbó./ Versos y luz la confusión./ ¡Brilla hasta donde llegues!/ Se cansa alguno/ y quiere la noche acostarse,/ estúpida lirona./ De pronto/ yo puedo brillar intensamente/ y de nuevo el día chisporrotea. /Brillar siempre, brillar por todas partes,/ hasta el día del Juicio Final, brillar./ ¡Y nada de trucos!/ He ahí mi consigna/¡y la del sol!”

Qué mejor tarjeta de presentación que este mandato hecho bendición, que distingue a nuestro amigo, el conde Aleksandr Ilich Rostov, un ser encantador, refinado y simpático. Un hombre cuya personalidad genera adhesión, logrando acercamientos, con cierta impronta familiar, sumando así a quienes lo acompañarían en el gran desafío que implica conservar esa esencia que brillará a pesar de haber sido condenado a vivir, a perpetuidad, frente al Kremlin, en contexto de encierro, en aquel emblemático Hotel invadido por el afuera, el Metropol. Y ya no en la suite que acostumbraba a disfrutar, con vista a la Plaza del Teatro, sino en un incómodo y reducido cuarto, originalmente destinado al alojamiento del personal doméstico de los huéspedes. En el traslado pudo rescatar, para sí, muy pocas pertenencias; entre ellas, sus libros – ensayos y novelas del siglo XIX – y el cuadro de su hermana Helena, que había pintado el gran retratista de la época, Valentín Serov. Ahora debía acostumbrarse a ver otros retratos, con mayor frecuencia, los de Lenin, Stalin, Marx. En fin, por suerte, pudo conservar también aquel baúl de cuero – fabricado a pedido suyo por la tienda Asprey de Londres – al que su dilecto amigo, Mishka, le puso un nombre adecuado: “el embajador”.

Este conde, desde entonces despojado de cada uno de sus anteriores privilegio, se había criado en una mansión de veinte habitaciones, con catorce empleados de servicio. Ya todo cambió de tal manera que nadie, tiempo atrás, podía haberlo previsto así tal como se dio este proceso. “Pero el destino no tendría la reputación que tiene si se limitara a hacer siempre lo que parece que va a hacer”.

Los recuerdos de Villa Holganza. Tiempos paradisíacos. El campo de los Rostov y su residencia.

La abuela y el Gran Duque. Y Helena.

Los paseos nocturnos de los fantasmas.

Sigue la lectura; y otras voces y otros pasos se escuchan y se sienten a lo largo de esta seductora novela acariciada con amor, con ironía y humor por el autor. En ella asoma el talento de Charles Dickens con Cuento de Navidad.“Pero si el Fantasma de las Navidades Futuras hubiera aparecido de repente y lo hubiera despertado para ofrecerle una fugaz imagen del futuro, el conde habría sabido que esa sensación de bienestar era prematura. Porque menos de cuatro años más tarde, tras otro minucioso recuento de los doce toques de reloj de dos repiques, Aleksandr Ilich Rostov estaría trepando al tejado del Hotel Metropol con su mejor chaqueta y acercándose con gran valentía a su pretil para lanzarse desde allí a la calle”.

Otro fantasma que llega desde lejos, acercándonos a un castillo real y a las locuras verdaderas o fingidas, al dolor y a la ira; la presencia de Hamlet, sumando fuerzas.

Y, los Ensayos de Michel Montaigne. Su calidad de pensador humanista que supo poner en duda todo aquello que, en su tiempo (siglo XVI), se aceptaba como “verdad indiscutible” de cada tema.

Personajes que integran una paleta de colores con la que Amor Towles ilumina, con mayor o menor intensidad, según el caso, ciertos rasgos del alma humana, del mismo modo que pinta espacios de contención propicios para la evocación y la añoranza. Y una sutil descripción del clima de época. Tolstói. Chéjov. Y los comisarios de cultura. Política y literatura.

Arte y poder. Las costuras del comunismo.

La Asociación Rusa de Escritores Proletarios. Y, la estatua de Aleksandr Pushkin, fundador de la literatura rusa moderna, poeta y novelista.

Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach, Frédéric Chopin…Música, la melodía principal y la subordinada. La poesía que salva vidas. Un brindis por la poesía universal. Y, en estas páginas armadas, composiciones, combinaciones, pinceladas de constancia y pasión. Huellas del tiempo histórico observado a la luz de la mirada de este conde confinado quien, a pesar de ello, desde su encierro en el Metropol, sabía informarse acerca de la actualidad política y social, más aún desde el reencuentro con Mijaíl Fiódorovich Míndich con quien, siendo ambos de cunas diametralmente opuestas, se unieron en amistad desde que se conocieron en la Universidad de San Petersburgo.

El gato tuerto, plateado, y cómo se burla de aquellos galgos rusos de pelaje también plateado..

El Hotel, el mostrador, la conserjería, el vestíbulo; los botones, el personal. El salón de bailes, el bar; la cocina. La barbería, el taller de costura… Las habitaciones; huéspedes, residentes. Todo ello conforma un único universo que, en este caso, reúne a hombres y mujeres, de distintas edades, quienes, como gesto de complicidad, parecerían orientarse a compensar, aunque sólo en parte, los efectos de una condena que humilla al protagonista. Intentarían preservar su libertad de espíritu.

Nina, esa niña ingenua, inteligentemente curiosa; y el regalo que el conde le hace a ella, una joya. También el que ella le hace al conde, una llave.

“Y Anna Urbanová, después de dejar su servilleta encima del plato y retirar la silla, rodeó la mesa, cogió al conde por el cuello de la camisa y lo besó en la boca.

Desde que había leído su nota en el Bar Chaliapin, el conde tenía la sensación de que la señorita Urbanová le llevaba la delantera. El relajado recibimiento en su suite, la cena para dos a la luz de una vela, la habilidad con que había arreglado el pescado y los recuerdos de infancia… Él no había previsto nada de todo eso. Y, evidentemente, el beso lo había pillado desprevenido. Y ahora Anna entraba tan tranquila en su dormitorio, se desabrochaba la blusa y la dejaba caer al suelo con un delicado susurro de seda”.

Y un personaje que llega en el momento menos pensado. Cuando todo parecía ir enfilándose hacia un final determinado, nos sorprende Sofía, ganando un lugar especial en la novela.

“Cuando Sofía tenía cinco años, el conde había dado por hecho, quizá ingenuamente, que la niña, al crecer, se convertiría en una versión morena de su madre. Pero si bien Sofía compartía la clarividencia y la independencia de criterio de Nina, su actitud era por completo diferente. Su madre tenía tendencia a expresar su impaciencia ante cualquier imperfección del mundo, por pequeña que fuera, mientras que Sofía parecía suponer que, aunque en ocasiones la Tierra se desviara un poco de su rumbo, en general era un planeta bienintencionado. Y así como Nina nunca vacilaba en interrumpir a alguien a media frase para exponer un argumento contrario y, a continuación, declarar el asunto definitivamente resuelto, Sofía escuchaba con tanta atención y con una sonrisa tan cordial en los labios que su interlocutor, al gozar de plena libertad para expresar sus opiniones largo y tendido, muchas veces se sorprendía cuando se le apagaba la voz y empezaba a cuestionar sus propias premisas.”

Un caballero en Moscú es una excelente novela cuyo epicentro, por razones obvias, termina siendo el Hotel Metropol que, aparentemente, según afirma un personaje sin mayor importancia, ha sido el escenario de acontecimientos históricos. Pero, aquí y ahora, nos importa más la historia del conde.

Título: Un caballero en Moscú

Autor: Amor Towles
Editorial: Salamandra
Traductor: Gemma Rovira Ortega
512 páginas

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

Artículos Relacionados

Hacer Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Ir a la barra de herramientas