Tuvimos un número indeterminado de encuentros y desencuentros; tal vez porque la edad que nos separaba era la que aproximadamente media entre un padre y un hijo, tal vez porque trabajamos juntos en varios lugares (el diario La Razón, en la versión matinal dirigida por Jacobo Timerman; el Fondo Nacional de las Artes; la Biblioteca Nacional…), o tal vez, simplemente, por obstinación personal y ponderable autoestima. Pero lo quise entrañablemente y él me demostró a carta cabal (junto a su mujer, Graciela Isnardi) que no era indiferente a ese afecto.
En mi segundo libro de poemas (tan malo como el primero y del que ni siquiera merece recordarse el título) lo mencionaba en un par de versos. Él estaba en el exilio y yo no lo había visto jamás. Cuando retornó y por fin nos conocimos me dijo que guardaba ese libro entre sus más caros afectos. Me asombré, me conmovió y a partir de ahí comenzamos a frecuentarnos: en las redacciones, en un café o en su departamento de la calle República de la India.
No hace falta tener dotes de profeta para pensar que va a quedar para la memoria su biografía definitiva de Homero Manzi, o sus libros sobre tango, o su biografía de Borges. Pero, fundamentalmente, su poesía: desde Mate pastor hasta Gajes del oficio, pasando por La soledad en pedazos y Memoria del tiempo. Porque Salas fue, esencialmente, un poeta; en el sentido más amplio y más digno de la palabra. Un poeta que desde la minucia cotidiana podía alzarse hasta la metafísica y de ahí tañer como pocos la cuerda del intimismo.
Hacía un tiempo largo que no nos veíamos. Yo diferí el encuentro o el llamado telefónico, que hubiera bastado para encontrarnos, por incuria, por trabajo o, ahora, por la cuarentena. Vernos para tomar un café, para reírnos con ganas de un escritor especialmente malo o para seguir discutiendo. Pero ya se sabe, en la dinámica del diferimiento termina por ganar la muerte: puntual y definitiva.
Debo confesar que si es por no creer, no creo en un idílico más allá, en la comunicación de las almas o en el fluido diálogo con los espíritus. Pero, por las dudas (¡vaya uno a saber!), desde el más acá, Horacio, te mando un inmenso abrazo; con el cariño de siempre, ya sabés.
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