Okupas arranca con el conflicto personal de su protagonista, Ricardo. Su desidia, su aparente desinterés por todo, esconden una gran frustración y una total falta de confianza en sí mismo. Es un conflicto personal y, a la vez, social. No sigue un camino al estilo de El Extranjero, donde la falta de deseo es un vacío existencial, Ricardo es consecuencia de la tierra arrasada que dejó el neoliberalismo en la Argentina. Parece un comentario fácil este, un poco obvio por el contexto, pero ese contexto fue tan denso y destructivo como lo fue en su momento la dictadura, por lo cual podemos decirlo y repetirlo las veces que sea necesario. De a poco el conflicto de Ricardo se abre a otros conflictos, los de su grupo de amigos, y los protagonistas acaban por ser varios.
Filmada hacia fines del año 2000, Okupas transmite ese aire estático y lleno de tensión que anticipa el estallido social del año siguiente. La dolorosa sensación de no hay futuro de Ricardo es lo que sentían -sentíamos, perdón por la intromisión- muchos jóvenes en aquel momento. Y una necesidad de pertenecer, de ser alguien pero en el lugar que uno elige, no en el que te dejan ahí tirado. Eso era imposible porque el malestar tenía mil causas y un solo final: no hay lugar adonde ir si tu deseo no cuenta.
Ser una persona en el neoliberalismo -un individuo, digamos- es muy difícil; en ese sistema no cuentan las personas salvo como elementos básicos de producción y consumo. De por sí ya es difícil expresar el deseo personal, para eso hay que abrirse, animarse, hacerse valer, y hacerse valer no es un valor en nuestra cultura actual. En la cultura en la que transcurría Okupas, hace dos décadas, tampoco.
La errática búsqueda de Ricardo lo lleva a tratar de ser parte de un mundo marginal donde no puede echar raíces porque es una zona sin raíces. De todas formas, Ricardo nunca se lo cree, como no cree que el estudio pueda ayudarlo a salir del pozo en el que está. Salvo, quizá, el amor. El amor de sus amigos, ahí está su pertenencia, sólo que lo entiende demasiado tarde. El amor de su chica, Sofía, parece ser demasiado para él. Para estar con ella debe, precisamente, estar, y es una responsabilidad que no puede tomar. Sus amigos también van a la deriva, y deciden enfrentarla juntos, aunque esa unión se verá destruida por la criminalidad que Ricardo busca como forma de escape. Hay en Okupas una contradicción interesante entre la marginalidad genuina y la forzada. Esta última, de alguna manera causada por Ricardo, termina dejando más muertos y tragedia que la otra.
Es cierto que se nota una falta de evolución en el personaje de Ricardo. El pibe está siempre a la defensiva, enojado, no logra entender nada de lo que le pasa y mantiene una constante actitud de nene caprichoso. La escuela norteamericana de guión, estandarizada hasta la náusea en los últimos años, dicta que el personaje debe aprender algo. Eso es falso, pero en el caso de Ricardo más bien parece como si lo hubieran olvidado. Hay otros agujeros en el arco dramático de la serie, se ve que estuvo hecha un poco a las apuradas. Si tomamos en cuenta las declaraciones de sus creadores, así fue.
Por otro lado, es necesario remarcar que, al revés de las series actuales, en esa época se escribía y filmaba al mismo tiempo, desde el punto de vista de la producción no se le daba ninguna importancia al desarrollo de proyecto. Y no había una sola serie -de verdad, ni una sola-, que se pareciera a Okupas. Adrián Suar y sus tiras mediocres todavía eran la pauta. Las series “marginales” que vinieron después con la intención -conciente o no- de crear un subgénero cayeron en lo burdo. Tumberos, filmada un par de años después de Okupas, es apenas una farsa autocomplaciente. Las que le siguieron, mejor ni hablar. O sea, Okupas fue y es una rareza.
Pero todos los obstáculos de producción quedaron sepultados por el resultado final, que es la poderosa esencia de la historia. Ese día a día vertiginoso que los hacía filmar y escribir el guión en simultáneo le dio una frescura y una personalidad impresionantes. Quizá eso haga única a esta miniserie, no tiene una actitud aleccionadora ni documental, y genera muchas lecturas.
Y acá viene la parte jugosa, que son los demás personajes, los que pertenecen, los que tienen lugar aunque sea un lugar de mierda. El Pollo, el Negro Pablo, Sofía, todos son lo que son. Pueden ser o no una consecuencia social pero se hicieron a partir de ellos mismos. Y la ciudad, abandonada, desangelada tal cual era entonces, es otra parte importante de la historia. Una áspera historia urbana en una Buenos Aires decadente, una juventud genuina tratando de abrirse paso entre la mierda y la desazón general. Los que hayan vivido aquella época recordarán que, salvo excepciones, nadie se quejaba. La caída fue aceptada con resignación, en especial por esa clase de gente que hoy pide a los gritos sus derechos sin nunca aclarar cuáles son sus derechos.
No tendría sentido sugerir que hubo una búsqueda conciente de realismo de parte de Stagnaro y su equipo, eso sonaría como una misión a cumplir. Más bien, el origen de Okupas pareciera ser el de construir un retrato vital, una mirada activa sobre la gente y la ciudad, de ahí que muchos personajes no hayan sido actores profesionales (incluso hay integrantes del equipo técnico que actuaron muy sueltos de cuerpo en papeles importantes). Nadie que haya visto la serie podrá olvidar al Negro Pablo y a su desquiciado lugarteniente, el Mulo. La fuerza y la tensión que generaban esos personajes, la forma creativa y violenta de hablar de Pablo -gran aportación del actor primerizo Dante Mastropierro- fueron un hallazgo. Lo fueron entonces y lo son hoy, no envejecieron nada. Parecíamos estar viendo a criminales de pura cepa haciéndonos el favor de ponerse frente a una cámara. La rivalidad entre el Pollo y Pablo termina siendo el motor de la serie, la fuerza negativa y positiva de una ciudad podrida, que nos deslumbra porque entendemos a todos. Eso sí, sin dejar de imaginar qué haríamos nosotros en tal o cual situación, si uno actuó con códigos o no, si otro fue leal a sus amigos o no. El Negro Pablo muestra -no digo inventa, ojo, no quiero hacer comparaciones fáciles- lo que veríamos años después en la genial The Wire, con la asesina neorrealista y despiadada de Felicia “Snoop” Pearson, también una actriz no profesional que rompió los moldes de actuación y se lució. Stagnaro captó con sensibilidad todo eso, y lo siguió paso a paso con su cámara atenta.
Y luego de decir que Okupas retrató una época de carencias sociales y afectivas para toda una generación, me gustaría agregar que si es un clásico es porque nos dio personajes entrañables, situaciones empáticas, una violencia que entendemos y que continúa y, porque, en definitiva, cuenta una historia de emociones encontradas sin hacer reflexiones moralistas ni llegar a conclusiones forzadas. Ficción de la buena, en una palabra.
Los once capítulos avanzan a mucha velocidad. Todo ocurre muy rápido, sin darnos cuenta, igual que las cosas que le ocurren a Ricardo. Y cuando llega el final y los protagonistas se separan sin que quede claro si volverán a reencontrarse algún día, los espectadores entendemos, de un segundo al otro y sin previo aviso, que no los olvidaremos nunca.
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