Siendo un entusiasta del cine clásico japonés, me encontraba, hace un tiempo, conversando sobre Mizoguchi con José Luis Moure. Durante la charla me confesó que si bien disfrutaba del clima, la fotografía, el guión y la estética en general, había un punto ineludible e irreductible en donde el cine nipón generaba en él una distancia insuperable: La sonrisa japonesa.
El comentario me pareció pintoresco, pero con el correr de los días se hizo indeleble en mi memoria. Comencé a recordar escenas de las películas ya vistas y a notar “la sonrisa” en las nuevas. Consulte con colegas, profesores y especialistas y, quien no había reparado ya en la “sonrisa japonesa” quedó meditabundo tras mis preguntas. Pero lo cierto es que ninguno tenía una respuesta que arrojase luz sobre el asunto.
Así las cosas, promediando el final del 2006, Adriana Hidalgo Editora publicó Gestualidad japonesa, de Michitaro Tada. Con traducción de Tomiko Sasagawa Stahl y Anna Kazumi Stahl, el libro es una antología de las columnas que el profesor Tada, académico dedicado al estudio de la cultura popular de su país, publicara en el periódico Nihon Keizai de Tokio.
Editado tardíamente en nuestro idioma, dada la repercusión de la cultura japonesa en los países de habla hispana, Gestualidad japonesa viene a resolver, de manera bastante efectiva todavía, desinformaciones y errores conceptuales frecuentes no sólo en los lectores ocasionales. A continuación, para tranquilidad de todos aquellos a quienes quité el sueño con mis inquietudes, transcribimos el capitulo dedicado a la inefable “sonrisa japonesa”.
Agradecemos a Adriana Hidalgo editora y particularmente a Alejandro Cánepa el permitirnos reproducir aquí dicho texto.
Damián Blas Vives
Las mujeres que se cubren la cara
Lafcadio Hearn hizo una observación agudamente perspicaz acerca de nuestras expresiones. Una vez, en un viaje de tren, vio a tres mujeres japonesas. Dormitaban y se cubrían las caras con las mangas de sus kimonos. Hearn escribió: «Marude nagare no yurui ogawa ni saite iru hasu no hana no yo da» («Ellas eran como las flores del loto en el fluir suave de las aguas», Kokoro).
La mujer no puede saber si su cara durmiente es hermosa o no, pero teme que tal vez pueda mostrar una expresión descuidada y negligente a los otros. Exponer esa expresión generaría un problema. Las mujeres de antaño, por educación, no lo hacían.
Cubrirse la cara con la manga del kimono evita mostrar la expresión desnuda a los demás, como puede suceder en los momentos de tristeza o de timidez. Es una expresión de la tradicional discreción japonesa.
En la actualidad vemos muy poca gente en kimono, y aun quienes lo visten, sólo lo hacen en ocasiones formales. Diría, si bien mi conocimiento del mundo femenino es insuficiente, que hoy en día las niñas ni siquiera pueden ponérselos sin ayuda. Sin embargo, podemos estar seguros de que Hearn sintió que las caras cubiertas por las mangas de kimono eran hermosas. Además fue muy perceptivo al conectar esa actitud con la sonrisa japonesa.
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Inmediatamente después de la observación en el tren Hearn recuerda y describe lo siguiente: «Un sirviente, empleado hacía mucho tiempo en mi casa, me parecía el más feliz de los mortales. Siempre se reía cuando se le hablaba (…) Pero un día lo espié cuando él se creía por completo solo, y su cara me asombró. No era la cara que yo había conocido. Líneas duras de pena y de ira aparecían en ella, dándole el aspecto de una persona veinte años más vieja. Tosí para anunciar mi presencia. De pronto la cara cambió, se alisó, se ablandó y se iluminó como por un milagro de rejuvenecimiento.» (Kokoro)
¿Cómo entender la cara de este hombre? ¿Podemos verlo con ojos críticos como una persona falsamente obediente? ¿Podemos tomar su engaño como una forma de halagar? ¿O atribuir todo el asunto a la «sonrisa japonesa tan misteriosa e inescrutable», como siempre se hace? Hearn reflexiona en otro sentido y concluye: «Un milagro, sin cuestión, de auto-control continuo y altruista.» Comparto esta opinión. Creo que la sonrisa japonesa es en el fondo un gesto de auto control. Si las circunstancias exigieran a alguien un autocontrol aun mayor, daría un paso más y se cubriría la sonrisa con la manga. Así como la carcajada, con el paso del tiempo, llegó a considerarse poco natural, también hemos llegado a controlar la sonrisa de esta manera.
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Kunio Yanagita hace una distinción entre emi (la sonrisa) y warai (la risa). La risa tiene voz, mientras que la sonrisa es muda. La risa a veces da asco a los otros. Y algunas formas de la risa expresan lo opuesto de un sentimiento cálido o afectuoso. En cambio, «la sonrisa no involucra este tipo de sentimientos en absoluto. Esta es una de las diferencias más claras.» (Onna No Sakigano, Las mujeres de caras como flores)
Yanagita describe una situación común: en un grupo de personas sentadas, algunas ríen; sin embargo, son menos los que ríen y más los que sólo sonríen en un gesto de simpatía con los compañeros que se ríen. La sonrisa es más bien «una suerte de saludo a las personas que se ríen. Tal vez sea porque juzgan incorrecto reírse a carcajadas, y aunque se sintieran malhumorados o resentidos en ese momento, expresarlo podría provocar un sentimiento poco favorable en los demás. Cuando las personas están disfrutando y divirtiéndose, necesitan las sonrisas de los que tienen alrededor. Por eso, nadie interpreta este comportamiento como una instancia del ‘seguimiento a ciegas’”. (Onna No Sakigano, Las mujeres de caras como flores)
Si la risa es un fenómeno complejo que requiere cierta interpretación filosófica, la sonrisa es otro que exige una interpretación socio-psicológica extremadamente sutil.
Por el momento, dejaré de lado las diferencias particulares entre la risa y la sonrisa para hacer esta pregunta: el tipo de sonrisa que presentan Hearn y Yanagita, ¿es una característica general de las personas japonesas? En un sentido, creo que no. He conocido a personas de otras nacionalidades y también tenían un gesto semejante a la sonrisa en simpatía con el otro. Por ejemplo, el término sourire en francés tiene casi los mismos matices de significado que nuestro bisho.
Alguna vez una mujer japonesa se rió, tal vez cubriéndose la boca con la mano, en una fiesta formal en Inglaterra, y su actitud fue reprochada por extremadamente descortés. Me pregunto, sin embargo, si lo era. Seguramente, cubrirse la cara con la mano todo el tiempo no demostraría buena educación. No obstante, si una persona siente que el gesto de esconder la risa es descortés, debe de ser bastante insensible a todas las expresiones humanas, las del rostro y también las más profundas.
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La sonrisa como saludo debe de ser una expresión facial universal, algo tal vez común a todas las naciones. Sin embargo, la palabra francesa sourire también incluye una dimensión que refiere a la risa para burlarse de otros, mientras que la nuestra, bisho, no tiene tal significado en absoluto. Hay que prestar atención a diferencias de este tipo.
En otras palabras, entre nosotros, la “sonrisa como saludo” paulatinamente ha llegado a ser la “sonrisa de autocontrol”, hoy en día ubicua y general en nuestra sociedad, fijada como un elemento distintivo de nuestra cultura nacional.
En consecuencia, podremos leer correctamente el significado de la sonrisa de otra persona de acuerdo con los códigos de nuestra propia cultura. Pero ese mismo gesto no siempre podrá ser interpretado correctamente por los extranjeros, que tienen una cultura distinta.
Kunio Yanagita dijo que la sonrisa nunca es un gesto de “seguimiento a ciegas”. Es cierto que cuando sonreímos, estamos “siguiendo” al otro o simpatizando con él, y sin embargo no es más que la manifestación visible de una modalidad social: el acto de seguir al otro resulta tan natural que es prácticamente involuntario.
Hemos estado sonriendo sin parar desde hace mucho tiempo. En especial, a los superiores. Ya es algo casi natural para nosotros.
Los no japoneses pueden entender la sonrisa como una forma del saludo. Pero la sonrisa de autocontrol, aunque pueda impresionarlos favorablemente, también los puede confundir. Aun más se confundirían con la transformación que sucede a “la sonrisa de autocontrol” cuando -con el enfoque de repente vuelto hacia el interior de la persona que produce el gesto- se convierte en sonrisa forzada e irónica, no menos típica, pero sí más compleja.
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Hearn percibió el autocontrol en bisho, la sonrisa o la pequeña risa japonesa. La palabra misma es interesante por la concordancia entre bi (pequeño) y sho (chico). También la palabra ko (pequeño) compone la frase komata no kireagatta (literalmente, “pequeña mujer que da pasos”, pero con el significado de una mujer a la moda o una mujer con buen estilo), o la frase kote o kazasu (protegerse los ojos poniendo una mano como visera). Esto no alude a que haya una parte de la mano llamada kote (mano pequeña). Significa que uno utiliza la mano chotto (un poco, en medida pequeña) como visera o una pantalla protectora, y “un poco” indica la intención de controlarse o de reprimirse.
Con referencia a esta última palabra, cuando llamamos a alguien para que venga, decimos chotto (sólo un poco), para mitigar la descortesía de convocar, de manera imprevista y espontánea, a otra persona. Por supuesto, hoy en día la palabra chotto ya no se usa con la misma frecuencia que antes. De hecho, encuentro que la palabra ko (poco, pequeño) sigue apareciendo actualmente sólo en frases como konamaiki (un poco rebelde) o kozakashii (un poco exaltado), y las dos tienen connotación negativa. El énfasis se desplaza hacia una actitud más agresiva que de autocontrol. Este último fenómeno cultural está en disminución.