Acercarse a algo es permanecer fuera. Quienes nos aventuramos en el descubrimiento de los pueblos asiáticos sabemos que nuestro entendimiento nunca alcanzará la vivencia. Sin embargo, existen, entre los orientalistas, quienes de manera natural, simple, e intuitiva (¿oriental?) logran afectarse de aquellas realidades que estudian. Entonces pueden abandonar sin más el turbante o el kimono (según corresponda), y desentenderse de imitaciones formales: sus frutos autóctonos sabrán también a tierras lejanas. Cuando leí por primera vez el libro de Magalí quedé impresionado. Como ella, había cursado ya varios años en la Escuela de Estudios Orientales y no podía evitar pensar en las fuentes de donde abrevaba. ¿Serían los haikus japoneses quienes la habían inclinado a escribir poemas tan sintéticos? ¿Se vería influenciada, en esta pluralidad de lecturas que sus estrofas permitían, por los famosos monosílabos de Nemer Ibn el Barud? ¿Utilizaría la repetición de una estrofa principal en la emulación de la música india en donde el sonido del tambura, simbolizando al absoluto atemporal, vuelve una y otra vez a dejarse entreoír por sobre toda la extensión de la melodía, simbolizante de la diversidad del mundo? Luego pensé que posiblemente no fuera así (o no fuera conscientemente así), y que a lo mejor ni siquiera importara: tal vez Magalí podía abstraerse de deducciones cuando de experimentar se trataba. Abrí su libro y leí: ¿La noche o yo?
La noche
… y logró afectarme de la manera más natural, simple e intuitiva (¿oriental?). Martín Lo Coco |