LOS EJES DE PODER DE LA HISTORIA JAPONESA

El eje de poder de Japón ha descansado históricamente en figuras diversas y en centros geográficos distintos. La historia de su Axis Mundi, de su centro gravitacional, no puede ser relatada siguiendo la concatenación de sucesivos emperadores o shogunes, tampoco en vista del desarrollo de alguna sola ciudad, aunque todos estos actores y elementos supieron jugar ese papel central en determinado período. La permanencia y contemporaneidad de cada uno de ellos, independientemente de su condición histórica particular, agrega complejidad a la lectura correcta de sus roles.
El presente trabajo busca destacar, en rápido repaso, a estos elementos conforme tomaron relevo del papel central en materia política. Una suerte de historia del Axis Mundi japonés, que puede resultar verdaderamente pragmática al neófito que se enfrenta por primera vez con las particularidades de la historia del país del Sol Naciente.

Introducción

Se suele afirmar con frecuencia que la realeza japonesa conforma la línea gobernante de mayor extensión temporal del mundo, atravesando de forma ininterrumpida toda la historia del hombre, desde sus inicios legendarios hasta la actualidad.

Tal aseveración, sin embargo, no contempla bajo ningún punto de vista un continuum de centralización del poder político. Por el contrario, es posible alegar que, gracias a una característica particular de la idiosincrasia japonesa, determinadas figuras y lugares logran permanecer en el tiempo al desvincularse de las funciones que originalmente las definían. Los emperadores, los shogunes y las capitales imperiales, parecerían justificarse en razón de su calidad de ejes nacionales. Pero cuando esta centralidad se pierde, en lugar de arribar a su desaparición, mantienen sus atributos externos (nombre, respetabilidad, ubicación dentro de la escala social) y pasan a ocupar un papel secundario o directamente figurativo.

En vista de esta particular mecánica de desplazamiento funcional, no es posible desarrollar la historia política del Japón, como en muchos otros países, siguiendo las líneas dinásticas. Por el contrario, es menester trazar una historia del papel de liderazgo político conforme éste descansó, a lo largo del tiempo, en diferentes figuras y lugares geográficos.

A tal fin se desarrolla este breve trabajo, conforme a la siguiente estructura:

Primeramente, buscando destacar la importancia de una capital dentro de un país, se explicará brevemente el concepto de Axis mundi. La intención es ver cómo el estudio de un punto geográfico, de ser éste el eje central de un espacio mucho más amplio, es suficiente a la hora de querer explicarnos esta totalidad.

Luego, de un planteo general, se pasa a un ámbito más específico: los Axis mundi del pueblo japonés. Para lo cual se realizará un repaso de las distintas instituciones que jugaron un rol importante durante la historia japonesa, antes del nacimiento de Tokio como capital del imperio.

En un tercer momento, y justo antes de abocarse al tema de la ciudad de Tokio y su arquitectura, se aboca al centro geográfico del período inmediato anterior: la ciudad de Edo. Esto servirá por un lado de introducción del punto subsiguiente, y jugará además de necesario papel comparativo.

Seguidamente desarrolla el tema antedicho, poniendo especial énfasis en el carácter novedoso y, sobre todo, de quiebre, de la arquitectura del período Meiji, respecto de toda la historia anterior de Japón.

 

En este último punto, se detendrá especialmente, haciendo alusión a la arquitectura, como espejo de esa realidad.

 

El concepto de Axis mundi

Desde el principio de los tiempos, la sociabilidad en el hombre se imponía necesariamente frente a la búsqueda de subsistencia en un mundo hostil. Aquel que no formaba parte de una comunidad, estaba destinado a una rápida desaparición.

La concepción individual debía ser relegada en pos de lo grupal. Sin embargo, el individuo, no era un ser indefinible. Por el contrario, cada hombre encontraba identidad propia. Pero esta estaba siempre determinaba dentro de lo grupal, en referencia a aquello que todos los integrantes tomaban como lo más esencial de ellos mismos en su conjunto.

El jefe tribal solía cumplir este rol. Era el que contenía de forma más completa y acabada los lineamientos a través de los cuales, una sociedad se veía a sí misma como tal. De allí que en los primeros tiempos, cumpliera tanto la función política (era el que decía como deberían hacerse las cosas), militar (era el más fuerte entre los hombres, y aquel que encabeza las batallas), y religiosa (era casi sin excepciones el brujo de la tribu).  El jefe (y todo lo que él representaba), eran el eje social al que todo integrante aspiraba. Estaba legitimado por el resto del grupo, y era a su vez, y por ello, el legitimador de todo cuanto se llevase a cabo dentro de su círculo.

 

El conjunto de creencias (que el jefe tribal simbolizaba) les brindaba una identidad propia, y los distinguía de los demás hombres. Del mismo modo,  el lugar en el que se asentaban resultaba diferenciador en referencia al inmenso mundo exterior que los rodeaba. “Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que los circunda; el primero es el “mundo” (con mayor precisión: “nuestro mundo”), el cosmos; el resto ya no es un cosmos, sino una especie de “otro mundo”, un espacio extraño, caótico, poblado de demonios, de `extranjeros`”.[1]

Y así como dentro de la comunidad el jefe era el eje central, dentro del territorio Habitado, existían centros físicos que actuaban como modelo de orientación e identificación.[2]  La comunidad miraba al mundo desde este centro. Para ellos, el mundo conocido nacía a partir de allí, y desde ese mismo lugar comenzaba a extenderse en todas direcciones. Por ello era lógico suponer que este eje se hallara en “medio” del mundo. Era entonces el “ombligo del mundo”, el Axis mundi.

Desde este Centro del mundo, podía observarse todo. Y toda la periferia se orientaba a partir de él. De allí que el Axis mundi fuera, muy frecuentemente, un territorio elevado. Desde la altura se “domina” el paisaje, y desde el paisaje siempre puede uno guiarse por ese eje elevado.

Como puede deducirse, en la antigüedad, ese papel lo cumplieron las montañas. Su altura imponente, su aparente inmovilidad, y finalmente su relación de intermediación entre lo más sagrado[3] (el cielo) y lo más conocido (la tierra), la colocaron naturalmente en ese puesto.

“En efecto, en múltiples culturas se nos habla de montañas semejantes, míticas o reales, situadas en el Centro del mundo: Meru en la India, Haraberezaiti en el Iràn, la montaña mítica `Monte de los países` en Mesopotamia, Garizín en Palestina, denominada por otra parte `ombligo de la Tierra`.”[4]

También “un paisaje natural ha simbolizado durante mucho al Japón: el monte Fuji, el más alto de los doscientos volcanes del país. Combina una fuerza espectacular (aunque su última erupción fue hace 300 años) con una mansa belleza que transmite en su cono casi simétrico la pureza estética tan estimada por los japoneses. En siglos pasados se creía que la montaña era “el comienzo del cielo y la tierra, pilar de la nación”. Los peregrinos escalaban las alturas cantando oraciones, y en otras partes del Japón se rendía culto a Fuji (en plural) en miniatura.”[5]

Monte Fuji

Monte Fuji

¿Cómo es posible –se puede preguntar – que se rinda culto a Fuji (en plural) en miniatura? La respuesta está en que se debe entender al Axis Mundi como un símbolo y no como una realidad en si misma.  El jefe tribal, como se vio, era también un punto de referencia, en torno a él la comunidad se reunía, era por tanto un Axis mundi.  Pero esta categoría no la tenía en sí, sino por aquello a lo que él aludía. De manera tal que cuando este moría, el mundo no se desmoronaba.  Otro hombre pasaba a cubrir ese rol simbólico.

¿Y qué es aquello que un Axis mundi simboliza? La esencia de un pueblo. Lo que habla más de sí. Lo que lo identifica.

Por supuesto, siendo varias las facetas que hacen de un pueblo una unidad cultural, un Axis mundi puede abarcar todos estos significados.

A veces, sin embargo, una comunidad, puede tener más de un eje central, cada uno de los cuáles es símbolo de una de estas facetas. Es en este sentido que “se dice que Japón está simbolizado en el lado físico por el monte Fuji y en el lado espiritual por el shinto.”[6]

En general, a medida que los pueblos se fueron transformando en sociedades, las sedes de los distintos centros de poder (el gobierno, la religión, la milicia) fueron Axis mundi en sus respectivas áreas.

Ya desde la era moderna, las comunidades se identificarán a sí mismas dentro de los límites de sus diferentes Estados. Siendo las capitales de estos, los actuales Axis mundi por excelencia. 

Se verá a continuación cuáles fueron los centros que actuaron de Axis mundi durante la historia del pueblo japonés desde sus tiempos legendarios hasta los albores del siglo XVII.

 

Los axis mundi japoneses

Período legendario

Como bien se sabe los orígenes de la historia japonesa son oscuros y sólo se puede referir a ellos mediante relatos extrínsecos (chinos), o caso contrario, conformarse con anales muy tardíos de características semi-legendarias. Sea como fuere, se sabe que los habitantes de entonces se agrupaban en forma clánica y practicaban una religión animista. El jefe del clan era, por tanto, ostentador de esta doble fuerza, guerrera y religiosa.

A medida que estos clanes fueron tomando fuerza, surgieron agrupaciones que dominaban zonas más amplias.

De atenerse a las narraciones del Kojiki y el Nihon Shoki, tres fueron las localidades que cobraron mayor relevancia, las fuerzas ejes que luchaban por convertirse en  el Axis mundi de todo el país: Kyushu septentrional, Izumo (en el mar del Japón)  y Yamato.[7]

Período Yamato

La supremacía fue pasando poco a poco a manos de la región de Yamato. Esta hegemonía, “una vez constituida, adoptó ciertas características estructurales. En la cumbre de la jerarquía del poder estaba el jefe de la casa principal del Linaje del Sol. Alrededor de él, un grupo indefinido de familias íntimamente emparentadas comprendía al propio uji[8] del Linaje del Sol. Sosteniendo al uji dirigente había un gran número de servidores o lo que nosotros podríamos llamar “vasallos” uji, genéricamente conocidos como miyatsuko”.[9]

Estos miyatsuko se dividían en dos grupos: los kobetsu y los shimbetsu. Los kobetsu estaban estrechamente relacionados con el Linaje del Sol. Mientras que los shimbetsu, compuesto por un conjunto mucho más amplio de individuos, habían sido enemigos que una vez sometidos se convirtieron en aliados.

Ya que los miembros del Linaje del Sol nunca fueron una fuerza militar capaz de dominar por sí misma a todo el país. Necesitaban por tanto del juego de coalición y compromiso con los uji kobetsu, y shimbetsu.

“El sutil juego de intereses en competencia entre los diversos grupos uji, sobre los que el jefe Yamato actuaba como pacificador, creó así una dinámica tensión que daba estabilidad al edificio y que, en realidad, impedía que el Linaje del Sol fuese desplazado alguna vez de su posición pacificadora suprema.”[10]

La religión animista autóctona, que luego se conoció como Shinto, fue estableciéndose en la forma de culto a las divinidades o kami, los cuales se manifestaban en ciertos elementos concretos. Estos kami fueron organizados jerárquicamente, en concordancia con los relatos legendarios. Como estos relatos, a su vez, fueron escritos en beneficio de los uji del Linaje del Sol, era lógico que la jerarquía de los kami se correspondiera con el orden sociopolítico surgido bajo la hegemonía Yamato. El Linaje del Sol estaba en posesión del objeto hierofánico del kami más importante.  La autoridad política era entonces sancionada por la creencia religiosa.

En síntesis, el Axis mundi en este período se encuentra en la región de Yamato, ostentado por el Linaje del Sol, en su papel de sumo sacerdote y mediador de fuerzas.

Pero hemos de tener en cuenta que se trata de una confederación (Hall habla de “primitiva sociedad tribal”[11] o de “feudalismo primitivo”[12]), y cómo tal, muchos otros Axis mundi de menor categoría tienen también su sitio en el juego de poder tanto político (pues dominaban sus propios territorios), militar (ya que contaban con fuerzas propias) y religioso (pues eran avalados por ciertos kami de nivel regional).

Sacerdote shintoísta

Sacerdote shintoísta

Período Nara

Con la introducción del budismo desde Corea, la influencia de la imperial China fue minando las bases de la sociedad. A primera vista podría parecer que para “las familias dirigentes de Yamato, que basaban sus situaciones de privilegio en la descendencia de sus antepasados kami, el budismo y la teoría del Estado que este sustentaba, constituía una verdadera amenaza.”[13] Sin embargo, el linaje reinante supo adaptar las teorías del continente, de forma de asegurarse la inviolabilidad hereditaria de la casa imperial. Así la tradicional estructura autoritaria Yamato se derrumbó durante el siglo VII para dar paso a un sistema imperial, en dónde “la minoría uji se convirtió en una nobleza civil (llamada por los japoneses kuge), con su centro en una nueva corte imperial y que se despojaba de sus antiguas cualidades locales y guerreras. Toda la anterior clase dirigente, se convirtió en una aristocracia civil sólidamente establecida.”[14]

“Mientras que antiguamente el prestigio y la autoridad de estas familias habían procedido de sus derechos históricos a una preeminencia local y a sus fuerzas militares privadas, ahora estaban respaldados por todo el peso de un sistema imperial, por sus leyes y por su maquinaria de gobierno y de tributación centralizada en la capital, Nara.”[15]

La ciudad de Nara será uno de los dos Axis mundi del período. El otro estará simbolizado por los códigos Taiho. Estos eran las leyes penales e instituciones administrativas que avalaban al nuevo gobierno. De acuerdo con ellos, la sociedad ahora estaba constituida en tres categorías fundamentales: el emperador y su familia inmediata; los súbditos libres divididos en funcionarios (que junto con la familia imperial conformaban el sector aristocrático) y arrendatarios del estado, y súbditos no libres.

Sin embargo, una nueva fuerza fue inmiscuyéndose al final de este período, se trata de los monasterios budistas. La importancia del budismo como vehículo de la cultura china, así como la característica mágica que se creía ver en sus sutras, le brindaron un gran apoyo, el cual tomó la forma de grandes donaciones tanto privadas como públicas. En poco tiempo una gran cantidad de templos se asentaron en la capital del imperio. Su fortaleza económica, su creciente afianzamiento como religión predominante, y su cercanía geográfica con los centros del poder, le permitieron trasladar su influencia al campo político.

Si bien “el clero budista no introdujo una autoridad espiritual, como el Papa, que superase a los poderes del emperador, (…) la interferencia sacerdotal en los asuntos del gobiernos a través del favoritismo o de la infiltración en los altos cargos”[16] fue cada vez mayor.

Pero a causa de un escándalo entre una emperatriz y un sacerdote budista, y teniendo como referencia el caso chino, el gobierno japonés pudo desarmar a tiempo este creciente peligro; y lo logró de una manera indirecta: trasladó el Axis mundi a una nueva ciudad en donde se prohibió el asentamiento de los templos budistas.

nota04_img03Período Heian

Durante un período de 50 años el juego de fuerzas funcionó igual que el anterior período, aunque con una clara disminución del poderío budista. El Axis mundi descansaba en la nueva capital, Heian (actual Kyoto), de la mano de la familia imperial (avalada por la religión shintoísta), y en los ya mencionados códigos Taiho.

Sin embargo, el poder imperial había perdido una de sus dos bases de sostén: el clero budista. Y pronto perdería la segunda: el apoyo de los propios miembros de la familia en sus roles de ministros.

En el seno de la familia imperial había surgido una gran rivalidad en la consecución del título de emperador. A los fines de evitar este inconveniente, amenazador de su posición, el emperador optó por degradar a muchos de los miembros de la familia y a tratarlos como súbditos. Estas familias a las que ahora se les negaba el trono terminarían conformando a la larga, poderosos linajes que competirían con el gobierno.

De esta forma, tras los primeros cuatro emperadores del período, el control del poder por parte de estos comenzó a menguar a favor de la habilidosa familia Fujiwara, un linaje floreciente que venía escalando posiciones desde fines del período Yamato, y que encontraba ahora su oportunidad.

Los Fujiwara mantuvieron su poder a través de la institución de Regente Imperial, la cuál habían logrado extenderla, insólitamente, al período de adultez del emperador.

En la vana búsqueda de equilibrar las fuerzas, la familia imperial crea la institución del Emperador Retirado (Inn) “desde el que sucesivos ex-emperadores pudieron dirigir los asuntos familiares y administrativos, en competencia con los Fujiwara”[17].

Fujiwara no Michinaga (966-1027) representó el cenit del control del clan Fujiwara

Fujiwara no Michinaga (966-1027) representó el cenit del control del clan Fujiwara

Por otra parte, un alejamiento gradual del sistema de redistribución de tierras, e impuestos (sistema que imitaba el modelo chino de los Tang), irá lentamente socavando la economía del poder central, en beneficio de nuevas fuerzas privadas del interior del país, al permitir la exención de impuestos, y una forma de propiedad privada a perpetuidad.

El debilitamiento imperial, lo deja en insuficiencia de fuerzas a la hora de mantener el control del país. Los nuevos terratenientes provinciales se ven obligados a cubrir este rol que el gobierno descuida. Con la excusa de asegurar su protección, comienzan a armarse militarmente.

Prontamente esta milicia privada estará capacitada para luchar por más territorio, y a la postre, para competir con la misma fuerza central.

En síntesis, se ve al final de este período un proceso de descentralización del poder, un regreso a la situación del antiguo sistema uji.

Período Kamakura

“Los señores feudales que iban acrecentando sus tierras en el interior del país, no se parecían en nada a los aristócratas perfumados y obsesionados por la cultura que vivían en la capital imperial. Eran sumamente toscos, educados en tradiciones de guerra”.[18] “Con su sistema feudal, basado en la lealtad personal y de la familia vino el surgimiento del más famoso de los tipos japoneses, el samurai o guerrero caballero”[19].

“El ascenso de estos guerreros había comenzado en el siglo XI, al tiempo que se iba corroyendo el poder del gobierno central del Japón. Los ministros Fujiwara habían tratado de mantener su influencia concertando alianzas con loas poderosas facciones militares, especialmente con las familias Minamoto y Taira”[20].

Estas dos familias entablarán entre sí una batalla por el poder. En un primera instancia los vencedores serán los Taira, que en su victoria se asentarán en Kioto infiltrándose más y más en la corte. Pero luego, tras la guerra conocida como Gempei, los Minamoto exterminarán a los Taira obteniendo así la hegemonía militar del país.

Sin caer en el mismo error que los Taira, el jefe de los Minamoto no intentó ir contra Kioto, “donde tanto él como sus soldados aguerridos estarían expuestos a la molicie de su corte imperial. Por lo contrario, estableció su cuartel general en la pequeña ciudad de Kamakura, cerca de la entrada de la bahía de Tokio”[21].

“El Shogun[22] y su nueva administración, si bien eran ahora la autoridad más fuerte del Japón, no constituían el gobierno oficial del país. En teoría, la corte imperial de Kioto y sus funcionarios todavía desempeñaban esta función y Yoritomo [así se llamaba el Shogun] se cuido bien de mantener esta ilusión”[23].

Minamoto no Yoritomo, primer Shogun.

Minamoto no Yoritomo, primer Shogun.

Al morir Yoritomo, hubo una lucha por el poder; finalmente, la familia de su mujer, los Hôjô, lograron imponerse a través de la regencia de los sucesivos Shogun, que pasaron a ser, como el emperador, una figura decorativa.

Pero el poderío de los Hôjô se verá finalmente debilitado por los terribles esfuerzos invertidos en la defensa del país contra los dos frustrados ataques mongoles desde Corea.

Resumiendo, se puede decir que es esta una etapa de sutil equilibrio de fuerzas entre los dos centros de Kioto y Kamakura. “Kyoto conservaba su prestigio como ciudad de la nobleza y centro de alta cultura. (…) Pero la autoridad civil se encontraba, indiscutiblemente en desventaja frente al creciente poder de la aristocracia militar”[24].

Período Ashikaga (o Muromachi)

Una revuelta organizada por el emperador Go-Daigo, fue motivo del ataque de facciones militares contrarias a los Hôjô, las cuales, encabezada por el clan Ashikaga, terminarán destrozando Kamakura. Go-Daigo sin embargo no logrará su objetivo de restauración del poder imperial, sino que será desplazado por los Ashikaga, que formarán un nuevo shogunato, esta vez regido desde Kioto

La corte imperial aunque permanecía de forma nominal, ya no tenía poder alguno. Ahora “se reconocía  que el Shogun era el único poder efectivo de la nación y podía dictar órdenes en nombre del emperador”[25].

Sin embargo, a pesar de haber obtenido los derechos más importantes, la desintegración del sistema imperial, a través del cuál había actuado el shogunato en el período anterior, hizo dificultoso el control efectivo del país, por lo que el Shogun sólo pudo mantener la cohesión mediante su fuerza y el sistema de alianzas que podía llegar a establecer.

“A pesar de la inestabilidad del orden político, el país, en general, dio muestras de un notable desarrollo cultural y económico”[26], fruto de la fusión de la sociedad aristocrática civil y la militar, las nuevas influencias chinas, y el papel de los monasterios Zen.

Finalmente, una disputa por la sucesión shogunal, seguido entre las casas Hosokawa y Yamana, estalló en una acción militar en la ciudad de Kyoto, en el año 1467. Los demás shugo[27] se aliaron a una u otra casa, y como resultado de la cruenta guerra (llamada Guerra Onin), que finalizó en 1477, el shogunato fue destruido.

Pero aún al finalizar la guerra, y durante nueve décadas más, las guerras entre los shugo se mantuvieron de forma esporádica, y con diferente ritmos de intensidad. De allí que se conoce a esta época entre 1467 y 1568 como la era de “los estados beligerantes”.

Los mismos shugo se debilitaron y terminaron subdivididos en territorios más pequeños. Estas reducidas posesiones eran controladas por “un nuevo grupo de familias militares localmente poderosas, a las que los historiadores han llamado sengoku-daimyo”[28].

Período Azuchi-Momoyama

El período de caos de “la era de los estados en guerra” terminará con la actuación de tres sucesivos genios militares que someterán a los demás daimyos y unificarán el país. El primero fue Oda Nobunaga, el cual, con la incorporación de nuevas técnicas como las formaciones cerradas o el uso de armas de fuego copiadas de los portugueses, logra imponerse en el centro del país. Allí, se deshace del poderío de los monasterios budistas de forma cruenta y terminante.

Salvado este escollo, se dedica a la administración rigurosa de las tierras conquistadas, y proyecta desde la capital, la total unificación del país. A este fin, construye el gran castillo de Azuchi, la primera fortaleza resistente a las armas de fuego, que abre un nuevo capítulo en la historia militar japonesa.  Pero, sin embargo, será sorpresivamente traicionado y asesinado por uno de sus generales.

Toyotomi Hideyoshi, su principal general, vengará su muerte, y quedará como su sucesor, tras alejarse Tokugawa Ieyasu (otro favorito a ocupar el puesto), como aliado, a las provincias orientales. Hideyoshi termina el trabajo de Nobunaga, sojuzgando al resto de los daimyos enemigos. Crea un nuevo castillo en Osaka, cerca de Kioto. Mide las tierras según un nuevo sistema, y establece impuestos según la medida de producción de arroz. Realiza una “caza de espadas” e intenta estabilizar las clases sociales. “Donde le fue posible, reorganizó la distribución de los daimio, o bien por razones estratégicas, o bien para aislarles de sus zonas de mayor fuerza. El desplazamiento más espectacular de esta clase fue el traslado de Tokugawa Ieyasu de sus provincias natales de Mikawa y de Totomi a los antiguos territorios de los Hôjô, en el Kanto. Así, los Tokugawa fueron apartados del Japón Central y situados en un emplazamiento en el que podían ser vigilados por los daimyo de las casas circundantes.”[29]

Hideyoshi, en su descomunal crecimiento, intenta conquistar China, a través de Corea. La primera invasión es rechazada por tropas Ming, y mientras los militares japoneses llevaban a cabo el segundo intento, en Japón muere Hideyoshi, poniendo fin a la mal pensada travesía.

Castillo de Osaka

Castillo de Osaka

El Antiguo Edo

Se llega aquí al período histórico en el que la ciudad de Edo empieza a jugar un papel preponderante en la historia de Japón, hasta convertirse en su verdadero Axis mundi, más tarde rebautizado con el nombre de Tokio.

Historia previa

“Aunque el lugar ha estado habitado desde la edad de piedra, su verdadera fundación data del siglo XII, cuando era una aldea poco conocida llamada Edo (‘Puerta de la ensenada[30]’) situada en la desembocadura del río Sumida, en la bahía de Tokio. En aquel tiempo, las aguas de la bahía y de la laguna cubrían las tierras que en la actualidad ocupan los nuevos distritos comerciales de la ciudad.”[31]

En el año 1457, un castillo había sido construído por Ota Dokan (1432-1486)[32]. Pero la aldea careció de importancia hasta la llegada de Ieasu Tokugawa, traslado ahí por la imposición de Hideyoshi.

“Cuando Ieyasu fijó en él su residencia se dio cuenta de que no cumplía con las características exigidas: en lugar de muros de piedra, las defensas del castillo eran en realidad terraplenes con hierba, y su zona habitada interior no era mejor que una granja. Por ello diseñó un nuevo plan para ampliar y reforzar la fortaleza.”[33]

 

Período Tokugawa

Tokugawa Ieyasu, asume como Shogun en el año 1603. Desde su base en Edo, domina los distintos feudos (esta mezcla de shogunato y feudos será con posterioridad llamado sistema baku-han), con una legislación generalizada, orientada a la distinción de clases.

“La sociedad Tokugawa, tal como se refleja en la legislación ofrecía las siguientes divisiones: los kuge, los samurai (incluido los daimyo), los sacerdotes, los campesinos, los residentes urbanos (chônin, incluidos los artesanos y los comerciantes) y los parias (hinin y eta). Determinadas leyes básicas se aplicaban a cada clase.”[34]

En Kioto, mientras tanto, se encontraba la corte imperial, sobre la cuál Tokugawa aplicó una política de doble objetivo: aumentar el prestigio del soberano, pero tratando de controlarle y aislarle de los daimyo.[35]

El budismo y el shintoismo fueron igualmente elementos de legitimación (y también de control poblacional) a los que se vigiló muy de cerca.

El cristianismo en cambio fue directamente perseguido, por considerarlo subversivo. En realidad, el régimen Tokugawa tuvo una tendencia laica (acorde con su apoyo al confucionismo) y en una política exterior de cierre casi total a los extranjero. En esta paz interna tan sólo pudieron penetrar los holandeses, en el campo comercial y de conocimientos occidentales. Y los chinos, que en este período volverán a hacer sentir su influencia cultural.

En el gran período de paz, las ciudades y los pueblos empezaron a crecer con rapidez. Edo lo hizo con mayor fuerza y velocidad que ninguna otra ciudad.  “Cuando Ieyasu la hizo la capital del shogunato, no era más que una aldea, pero en 1700, alrededor de un siglo más tarde, su población ascendía a 500.000 almas. Los daimyos que debían pasar parte de su vida en Edo rivalizaban entre sí en la construcción de sus refinados palacios y en dotarlos con enjambres de sirvientes, y su demanda de lujos atraía a obreros especializados de todo el país.

El Shogun no había previsto, por supuesto, este inquietante resultado de su política de hacer que los daimyos vivieran en Edo, y poco era lo que podía hacer.

(…) Otra cosa que tampoco podía controlar era el dinero y las finanzas. (…) La moneda era el instrumento común de los comerciantes que habitaban en la ciudad y pronto la estaban usando para concentrar en sus manos una gran parte de la riqueza nacional. Se enriquecían especulando en arroz, cuyo precio fluctuaba violentamente. Y multiplicaban su capital prestando dinero al daimyo, a quien le gustaba la ostentación y necesitaba efectivo para mantenerla. Un autor contemporáneo estimó que por 1700 las deudas de los daimyos eran superiores unas cien veces a todo el dinero del país.

La opulencia de los ciudadanos los situó en una posición equívoca. Tradicionalmente, a los comerciantes, banqueros, especuladores y otras gentes que se ganaban la vida mediante el comercio en lugar de producir, se les acordaba un rango social bajo.”[36] Pero esta clase comerciante, devenida en burguesía, pasó a situarse en la cima de la división de clases, fruto de su riqueza.

Su capacidad económica, unida a la imposibilidad de ascenso en el plano político, llevó a los comerciantes a desarrollar una vida de placer y divertimento. Esta cultura chônin[37], que a los ojos de la aristocracia militar resultaba inmoral, podrá desarrollarse, dentro de Edo, en La Ciudad Baja, lejos de La Ciudad Alta, cercana al castillo.

 

Actividad en la Antigua Edo

Actividad en la Antigua Edo

Resumiendo, se ve un acelerado crecimiento de la capital del país política del país. Kioto, en cambio, juega un papel muy secundario, limitado a su papel legitimante. Edo es el indiscutible Axis mundi del momento.

Dentro de la gigantesca ciudad, sin embargo, el castillo de los Tokugawa ya ha dejado de ser el único centro a partir del cuál la población se define. Zonas alejadas al mismo comienzan a generar nuevos puntos de referencia.

 

El final del sistema Tokugawa

A partir de 1830 una serie de problemas internos y, finalmente, la amenaza occidental, transformarán nuevamente el juego de poderes.

El notable crecimiento poblacional, había devenido con los años en insuficiencia de tierras cultivables, y finalmente en hambrunas; sumado a ello las malas cosechas, que fueron numerosas entre 1824 y 1832.

La desigualdad económica entre la burguesía y las demás clases llegó a su punto máximo. Los samurai debían emplearse en los negocios de los chônin, los campesinos vivían al borde de la miseria, y comienzan a movilizarse contra el sistema imperante.

El bakufu, no encuentra forma de revertir la situación, propone soluciones viejas que no se adaptan a las circunstancias, y solo consiguen acentuar las cosas.

 

Estos problemas lógicamente, no recaían sólo en la capital, sino en la totalidad del país. Algunos daimyos occidentales, como Chôshû y Satsuma, lograron salir de la misma crisis, a través de movimientos reformistas. Mientras este sector del país se fortalecía, en el este, el fracasado bakufu debía ahora sumar una dificultad más a su delicada situación: el advenimiento de las potencias extranjeras.

Estas habían intentado en vano durante muchos años la apertura del país, pero en 1853 una flota naval norteamericana hará gala de su inmenso poderío en costas japonesas, y obligará al bakufu a abrir sus puertas al mundo.

La inoperabilidad frente a las potencias extranjeras debilitó aún más la visión que sobre el bakufu tenía la población. El Shogun y sus consejeros, sin saber que hacer, organizaron una encuesta en la que hicieron participar a todos los daimyos. Incluso, debido al descrédito popular, el bakufu tuvo que utilizar más asiduamente el respaldo imperial, y de esta forma el poder imperial comenzó a despertarse.

Chôsû y Satsuma, apoyados por los ingleses, se enfrentaron al régimen Tokugawa. El bakufu por su parte, debió buscar también apoyo en una potencia extranjera, y eligió a los franceses.

El Shogun, en su desesperación, devuelve la autoridad política al emperador, a cambio del mantenimiento de sus tierras, y asegurándose el puesto de primer ministro. Lógicamente los daimyos anti-Tokugawa, no aceptan este pacto, y toman el palacio imperial, hacen una formal devolución de la administración al emperador, dan por abolido el shogunato, y hacen apropiación de la tierra de los Tokugawa. De hecho,”por la sencilla razón de que Edo era la auténtica capital política del país, el nuevo gobierno, a finales de 1868, trasladó sus actividades a Edo, a la que dio el nombre de Tokio (“Capital Oriental”), y a comienzos de 1869, acomodó con gran pompa al emperador en el antiguo castillo shogunal.”[38]

Sintetizando, se ve en el final del período Tokugawa una nueva centralización de los poderes en el nuevo gobierno, representado nominalmente por el emperador. Los daimyo entregaron sus tierras al imperio (a cambio del olvido de sus deudas y de pensiones de retiro muy generosas). Ahora las bases de poderío ya no se encuentran divididas entre las provincias, Kioto y Edo, sino que se han reunificado en un mismo Axis mundi: Tokio.

 

Tokio

El carácter de Axis mundi de la ciudad de Tokio, no variará en el período Meiji (en realidad tal posición se mantendrá hasta la actualidad), pero, en esta parte del trabajo, y de manera más minuciosa, se explicarán algunas de las facetas que hacen de esta ciudad, el eje del país. Incluso, se verá que dentro de sus límites, ciertas zonas son más centrales que otras, debido a su rol protagónico.

Debido a que estamos hablando de una ciudad, se intentará mostrar lo antedicho a través de la arquitectura y urbanismo.

 

En forma general y para conseguir una primera aproximación, podemos decir que antes del advenimiento del período Meiji, la ciudad de Edo se centraba en el castillo shogunal, ubicado en las colinas de mayor altura de la región.

Rodeándolo se halla la Ciudad Alta (en la zona llamada Yamanote), y más alejada (y por lo tanto menos elevada) la Ciudad Baja (zona conocida como Shitamashi).

La ciudad había crecido “del interior al exterior tomando al castillo como núcleo, lo que comportaba una distribución espacial representativa de la autoridad del daimyo, e implicaba, a la vez, un sistema de desarrollo radial. Los altos oficiales y vasallos se hallaban dentro de las murallas, mientras que los oficiales de menor rango habitaban las áreas periféricas, detrás de las cuales se extendían los barrios de comerciantes y artesanos, conformándose así, tanto en el plano espacial y administrativo, una estructura militar.”[39]

Sin embargo, en este período, las diferentes clases sociales jugarán papeles que no necesariamente se acomodarán a esta graduación de importancia. Por ello se debe especificar cuáles son estos grupos sociales y en qué sentido sus distintas actividades crearán nuevos centros ciudadanos.

 

El Tennô

Como se ha dicho, a partir de 1869 el castillo de Edo se determinó como residencia del emperador, y pasó a ser el Palacio del Tennô, comúnmente llamado Palacio Imperial. Sin embargo, hasta 1889 el Tennô no vivió en él, y además, desde 1872 se dedicó a viajar a lo largo del país con el propósito de demostrar el nuevo sentido político. “La transferencia de centros, del Palacio del Tennô al propio Tennô, implica también una transferencia espacial, de un centro fijo a uno móvil.”[40]

Pero con la confección de la Constitución Meiji en 1889, El Palacio Imperial y el propio Emperador, se volverían a unir.

“La Constitución fue una notable combinación de técnica política occidental y de ideas políticas japonesas tradicionales. Su filosofía de gobierno, sobre todo en lo referente a la cuestión de la soberanía y a la relación del emperador con el gobierno y con el pueblo, se basaba en los principios que los japoneses, durante siglos, habían considerado como su forma de gobierno heredada. El emperador fue legitimado como un monarca absoluto y sagrado, superior al gobierno, a la vez que era la personificación del estado. Todos los japoneses eran súbditos suyos y debían servirle lealmente”.[41]

Sin embargo, aunque estas ideas parecen estar hablándonos de un fuerte Axis mundi en la zona del Palacio Imperial fruto de un régimen oligárquico, cabe aclarar que ciertas disposiciones constitucionales contribuyeron a la suavización de esta tendencia. Así, por ejemplo, “el artículo IX, que disponía que el gobierno debería actuar “de acuerdo con la constitución”, abría el camino a los teóricos para afirmar que podía existir una ley por encima del emperador, y que, por lo tanto, el gobierno debía ser responsable ante la voluntad popular (…) y el proceso electoral facilitaba el marco adecuado para la actividad política de los partidos”.[42]

 

Los Artesanos y Comerciantes

En la Ciudad Baja, las clases menos prestigiosas de los artesanos y comerciantes conformaron lo que luego pasó a llamarse cultura chônin (“habitante de ciudad”). Esta cultura se fue desarrollando desde el período Edo, y pronto mostró ser más vigorosa y creativa que las clases aristocráticas, las cuales eran vistas por esta como anticuadas y decadentes. Como habíamos anticipado, estas clases habían conquistado un gran poderío económico, pero merced a su incapacidad civil de cumplir funciones gubernamentales, todo este caudal energético se volcó a una vida de ocio y placer (entendido este último “no sólo como la diversión mundana, sino también como ciertas tradiciones japonesas relacionadas con la naturaleza, como el hanami -mirar las flores- o el tsukimi  -mirar la luna-“[43]) surgiendo de esta forma diversas manifestaciones culturales, como el teatro de marionetas, el estilo de poemas haiku, el teatro kabuki, que se ocupaba de satirizar el mundo samurai y de representar dramas de la vida cotidiana, y el ukiyo, o mundo flotante: el mundo de lo efímero, de los gustos y divertimentos evanescentes e inmediatos, que se plasmaron en el genero narrativo del ukiyo zoshi, o en las xilografías ukiyo e.

En la Ciudad Baja, alejada del castillo, surgieron así zonas de moda, ostentación y erotismo. Y este gran auge de la prostitución, las geishas y los barrios de placer, será evidentemente antagónica (¡pero fuerte en su oposición!) a la Ciudad Alta y su cultura aristocrático-militar, la cuál verá a los chônin de manera despectiva, considerándolos inmorales.

Los “ciudadanos” sin embargo, no sólo no se vieron afectados por esta segregación, sino que ya durante el período Edo, “desplegaron una increíble mezcla de orgullo, ingratitud excesiva y una indolente presunción (…) se veían así mismos como el centro del universo y miraban con superioridad a todos los demás, incluidos los kuge (nobles de la corte) de Kioto  y los daimyos, por no hablar de los samurai.”[44]

Ahora en el período Meiji, el gobierno, representado por una élite provincial, fue asumida por los habitantes de las zonas bajas de Tokio, como una mayor degradación de su cultura aún mayor.

 

La aristocracia militar

La clase samurai se había ido desarrollando como una cultura propia de manera básicas en el período Muromachi (1333-1573), y se consolidó ya en el Momoyama (1573-1614). Durante Muromachi “se concretó el patronazgo de las artes por parte de la aristocracia samurai: los militares se adscribieron a la cultura generada por el budismo zen, la cual comportaba una austeridad muy compatible con el bushido o código samurai; se desarrolló el chanoyu o `ceremonia del té`; y el teatro no llegó a su clímax. La consolidación que sobrevino en el período Momoyama se manifestó, principalmente, en la construcción de poderosos y elegantes castillos que funcionaron como centros artísticos. El traslado de los Tokugawa a Edo, significó también el traslado y el seguimiento, con escasas modificaciones, de todos estos antecedentes que devinieron esteriotipados.”[45]

Ya en el período Meiji, el desplazamiento de esta cultura por la nueva élite dominante se dará desde el marco político, con implicancias geográficas. La mayoría abandonará la Ciudad Alta, trasladándose al interior del país o, en algunos casos, a la Ciudad Baja (los aristócratas de mayor importancia se encontraban ahora sin el ejercicio de sus funciones y mantenidos por el Estado, por lo que la vida placentera de los chônin resultará tentadora. Los samurai venidos a menos caerán en una relación poco honrosa, como la necesidad de trabajar para los comerciantes, o de “venderles” su apellido).
La élite dominante

Los gobernantes Meiji provenían de los clanes samurai provinciales, por lo que no pertenecían ni a la cultura aristocrático-militar ni a la cultura chônin. Lógicamente, esta clase se instalará dentro de las murallas del Palacio Imperial y en la Ciudad Alta.

Pero, su llegada, fue, como hemos dicho, rechazada por la población local, que los veía como “rústicos guerreros”, faltos de una cultura comparable, no ya a la chônin, si no, ni tan siquiera, a la cesante cultura de la aristocracia shogunal.

De esta forma, estos guerreros provinciales, buscarán competir con la cultura de las tradiciones de Edo, “mediante la apropiación de la visualidad occidental. Será esta, el instrumento oportuno en función de establecer su legitimación cultural y social, así como de crear una inmunidad al rechazo, y cuyo simbolismo coincide además, con un propósito ideológico y político.”[46]

En un principio, la restauración Meiji había tenido una tendencia claramente xenofóbica. Enarbolando nuevamente la figura del emperador, unificó al país brindándole una fresca ola de nacionalismo capaz de enfrentar la vergonzosa situación de sumisión que se estaba sufriendo contra a las potencias extranjeras.  Pero prontamente la superioridad occidental fue aceptada como una realidad y los gobernadores Meiji (que poseían en su gran mayoría un alto nivel de instrucción, y conocimientos occidentales), concibieron la necesidad de una rápida modernización del país como único camino para enfrentar a los extranjeros.

“Este cambio de actitud, que se produjo en casi todos los jefes Meiji, fue, en muchos casos, el acontecimiento que los transformó, de estrictamente restauradores, en reformadores.”[47]

La occidentalización, no será entonces el elemento directo que el nuevo gobierno busque, sino una consecuencia de la búsqueda de modernización. En el plano estético, esta occidentalización cumplirá un papel netamente simbólico.

Efectivamente, en el pensamiento político del gobierno Meiji, “la occidentalización connotará el símbolo más inmediato de modernización. La mimesis comporta, por tanto, un valor ideológico. Por ello, la visualización occidental no será tomada según sus principios estilísticos o estéticos, sino según los valores simbólicos atribuidos, para los cuales lo estético funcionará como un elemento alternativo y atrayente.”[48]
La nueva arquitectura

Se explicará seguidamente la transformación urbana que sufrirá Tokio a partir del establecimiento del gobierno Meiji, intentando en todo momento observar a esta como espejo social de los ideales modernizadores de la élite dominante.

 

El barrio de Ginza

El proceso de modernización de Tokio se dio de forma primera y más acabada en el barrio de Ginza, el cuál pertenece a la Ciudad Baja, pero se encuentra no obstante separada de los centros de la cultura chônin. Este lugar fue utilizado por el gobierno Meiji como asentamiento de los extranjeros, por lo que, conformaba un sector tanto de segregación, como de protección (tenía ciertas prerrogativas como, por ejemplo, la extraterritorialidad).

Al elegirse este barrio como prototipo de la urbanización moderna de Tokio, el gobierno Meiji mostraba su deseo de extender las comunicaciones con y desde el extranjero.

Ginza se convertirá pronto en un espacio en el que, la élite dominante, remarcaba su distancia respecto a la cultura chônin (que desde aquí será vista como vulgar y decadente), y para confirmar que “ésta tenía una representación cultural propia. Ello no implicaba que la nueva élite habitara Ginza, sino que Ginza fue la primera extensión de importancia del gobierno Meiji hacia el espacio público.”[49]

Veremos entonces a continuación algunos elementos estéticos o materiales, que remarcaron esta diferenciación visual y cultural.

 

El ladrillo y el fuego

Las tradicionales casas de madera, conjuntamente con los habituales terremotos que suceden en Japón, provocaba en la no planificada ciudad de Tokio, una constante lucha contra los incendios. Es en búsqueda de una solución definitiva a este problema que se incorporará como primer elemento occidental de relevancia, un material ignífugo por excelencia. Pronto el barrio de Ginza será llamado “El barrio rojo”, en referencia a la utilización del ladrillo.

Ahora bien, aunque podamos rápidamente darnos una idea de la ventaja que el ladrillo supone frente a la madera respecto de la posibilidad de un incendio, con igual velocidad podemos concebir las desventajas que sin embargo tenía respecto de los terremotos. Esta parte negativa será obviada en las directivas de la élite Meiji, por el subyacente símbolo de “perdurabilidad” que el ladrillo podía brindarle al nuevo gobierno.

Efectivamente, en este último sentido, las constantes reconstrucciones que había sufrido la ciudad había hecho difícil concebirla como una imagen estable. La oposición “de un material durable al constante cambio visual de Edo, ponía en oposición simbólica de la durabilidad de lo moderno contra lo efímero o la fragilidad tradicional.”[50] El ladrillo de esta forma rompe la estética de lo efímero, aquella que era la base de la cultura del ukiyo.

Por otra parte podemos afirmar que el ladrillo también dejó sin efecto una cierta actitud lúdica hacia el fuego que el pueblo japonés tenía. Si como hemos dicho en la introducción de este trabajo “para la tradición japonesa, el hombre forma parte de la naturaleza, mientras que para la cultura occidental, la naturaleza es un elemento ajeno que debe ser transformado, la actitud de los japoneses hacia el fuego es la de asumirlo en su instancia primigenia de fenómeno natural, al contrario del occidental que lo ve como algo que `no tiene por qué sucede` o en términos de castigo.”[51]

Un claro ejemplo de esto último lo vemos en la desaparición de elementos arquitectónicos como el hinomi. Se trataba de una torre desde la cual se avistaba la proximidad del fuego en caso de incendio, pero su significado literal era: “mirar el fuego”, lo que parece indicar que “el fuego, aparte de un fenómeno natural, era también capaz de ser asumido como espectáculo.”[52]

Xilografía “Fachada urbana de ladrillo y piedra, Distrito de Ginza, Tokio” de Inoue Tankei

Xilografía “Fachada urbana de ladrillo y piedra, Distrito de Ginza, Tokio” de Inoue Tankei

Concepto del espacio intermedio

Otro concepto que se corresponde con toda la historia tradicional japonesa, y que la nueva élite gobernante dejará de lado, será el del espacio intermedio. Para el occidental, el espacio que separa dos cosas (o la relación que une a dos personas), es secundario respecto de estas cosas (o respecto de las personas). Desde este punto de vista, el espacio intermedio es tan sólo un espacio vacío, inactivo, un pasillo de conexión y nada más. Para el japonés, en cambio, no se trata de “una zona inerte, sino de un elemento activo o mediador a través del cual interactúan dos o más objetos.”[55] Pero no hay que confundir estas zonas mediadoras con una función de centro, sino que hay que concebirlas como un espacio limítrofe entre dos o más elementos. De esta forma se nos revela el principio de multicentralidad (el espacio intermedio, y los elementos interactuantes pueden jugar en determinados momentos el papel central), que nos brinda una concepción dinámica y no estática del espacio.

Muchos son los ejemplos que pueden explicarnos esta jerarquización de la relación por sobre los elementos relacionantes, veamos algunos:

El idioma japonés, por ejemplo, contiene una gama de formas de posible utilización según uno se esté relacionando con alguien de menor, igual o mayor categoría.

Cuando dos personas se encuentran, es de necesidad que se enteren quién es aquel que tienen enfrente, puesto que las características individuales generarán relaciones distintas; y lo más importante es ello: la relación.

De hecho, el espacio puede presentarse incluso “como definidor del ser, donde una persona se define, ante todo, por el lugar donde trabaja”[56], o, como dijimos al referirnos al concepto de Axis mundi, por el lugar que ocupa en una sociedad o familia.

En el plano urbano, podemos remarcar este concepto mediante la costumbre japonesa de poner nombre, no ya a las calles, sino a sus intersecciones.

 

Pero tendríamos que acentuar que esta visión japonesa no considera a los elementos interactuantes como faltos de importancia, ni siquiera separados ontológicamente por este espacio que aquí denominamos “intermedio”, sino incluidos y participando de él. Esto se puede explicar desde otro concepto importante, el “del uso de la perspectiva, también modelado bajo las teorías del zen, y habitualmente conocido como `perspectiva oriental`. Según esta, el punto del que se supone parten las líneas de fuga –las cuales no convergen sino que se mantienen paralelas- se ubica detrás del espectador, por lo que éste también está insertado dentro del `campo de visión` y entra a formar parte de la totalidad del paisaje.”[57]

Se cree que esta es la razón por la cuál la pintura japonesa rondó más sobre temas paisajísticos, florales o aviarios, en vez de volcarse como en occidente a la figura humana. Para los pintores japoneses, el hombre estaba constituido en la persona que miraba la obra.

 

Pero en la búsqueda de modernización, el gobierno Meiji elige construir occidentalmente el barrio de Ginza. La planeación comenzó entonces por una gran avenida, cuya línealidad “es acentuada a través de los grandes bloques de casa de fachadas corridas, así como a través de columnas en las fachadas, el seguimiento de los balcones, el ritmo de las puertas en el segundo piso y las líneas de los árboles. La prolongación de estos elementos implica la búsqueda de una continuidad por medio de la repetición de una secuencia. Dicha continuidad –que parte de un principio completamente opuesto a lo apuntado para el espacio japonés- tiene como objetivo el establecimiento de una simetría y de una perspectiva lineal. Al contrario de la “perspectiva oriental”, en la perspectiva lineal, el origen de las líneas de fuga se ubica en el propio espectador, y éstas tienen a converger en un único punto, dispuesto en un horizonte a la altura de los ojos; como el espectador se supone inmóvil, la visión es forzada a admitir un solo punto de vista, lo que convierte al espacio en un espacio estático.”[58]

 

La altura

Otro elemento importante de quiebre con el pasado fue la construcción de edificios de gran altura. “La altura era una cualidad que los japoneses no acostumbraban a utilizar, se observaba la altura, pero no se observaba desde la altura.”[59] Con la incorporación de un nuevo símbolo de la modernidad: el edificio alto como dominio sobre la altura. El pueblo japonés incorpora ahora la visión descendente y panorámica como elemento de placer. Un “placer del vértigo”, producido tanto en el mirar desde la altura como en el ascenso al punto mirador, y un “placer de la omnipotencia” al dominar el espacio en el que personas y objetos ubicados en una altura inferior entran de forma inmediata en una subordinación visual (incluso se resaltó esta opción de “mirar sin ser visto” a través de la novedad del telescopio).

Es este último punto el que más choca con la tradición japonesa. En ella existían algunos antecedentes del “dominio de la altura –entendido como la aprehensión y comprensión del espacio desde un lugar que permitiera una visión panorámica- pero estaba limitado a ciertas disposiciones religiosas, artísticas o clasistas.”[60] La obtención de este antaño privilegio, por parte de cualquier habitante de la ciudad, brinda un claro ejemplo del alejamiento de la sacralidad, y la distinción de clases. El ideal Meiji era laico, y de igualdad social.

El espacio público

La concepción occidental del espacio público como una zona netamente diferente del espacio privado era algo ajeno a las tradiciones japonesas. Para los japoneses las casa y los alrededores inmediatos son la misma estructura. Esto se manifiesta en un diseño habitacional sobre la base de paneles deslizante que pueden alterar la conformación y la perspectiva del espacio, tanto interior como exterior. Sin embargo, si existe una ruptura espacial entre las casas (con sus jardines) y la calle. Por lo que la diferencia con la arquitectura occidental no estará dado por esta diferenciación entre interior y exterior, sino por que para occidente, este antagonismo se corresponde con la división privado-público. Es decir, la zona interior equivale al espacio privado, mientras que la zona exterior es un “espacio público, y constituye un espacio de peligro, pero ante todo un espacio ajeno.”[61]

Uno de las formas en que este nuevo espacio público se manifiesta es el del parque público, concepto que debió ser muy confuso para la población en esos años de cambio. Tal vez, podríamos tomar como su equivalente antecesor a los terrenos lindantes de los templos y santuarios; pero ellos eran secundarios respecto de estos, que eran los que en realidad congregaban a la población (y lo hacían además fuera de las áreas urbanas).

La función de un parque es principalmente la apreciación de la naturaleza. La carencia de parques dentro de la historia tradicional japonesa se puede explicar a partir de la tenencia de jardines particulares (los había incluso en las casas más pobres). El pueblo no necesitaba “un espacio público construido cuyo principal objetivo sea la posibilidad de acceder a las áreas verdes.”[62]

Pero además, y repitiendo conceptos sobre los que ya hemos hablado, podemos decir que para la cultura japonesa “el hombre se considera como parte de esa naturaleza, por lo que no necesita ni “incorporarse a la naturaleza” ni “incorporarla” a su vida cotidiana.”[63]

Esto es observable en la misma diferencia conceptual entre el jardín japonés y el parque público occidental.

En el primero el espacio ha sido ordenado de acuerdo a la forma del material (siempre natural), sin tratarlo de forzar a alguna forma preconcebida. Se busca la armonía con la naturaleza, y como resultado de ello uno no sabe si se trata de un parque o de un simple paraje. Nunca se llega a saber “dónde termina el azar y dónde comienza el plan.”[64] Los límites, por otro lado, no son visibles. De hecho, “la integración interior-exterior no obedece sólo a la relación entre la casa y el jardín, sino también a la existente entre el jardín y su periferia (…) Cuando un jardín está siendo planeado, esas vistas exteriores son cuidadosamente consideradas por el diseñador, aun cuando él no tenga el control, esa “vista robada” formará parte de su jardín.”[65]

El parque occidental en cambio posee límites precisos, claramente observables. Todo en él (árboles, césped, plantas) está ubicado en sectores delimitados por sendas o elementos de contención. De esta forma la relación del visitante con esta “naturaleza encerrada” se reduce al campo visual, no existe un contacto físico directo, ni tan siquiera es posible a éste la elección del camino ha seguir, pues el recorrido está fijado a priori por el sistema de sendas. Por otra parte, este quiebre entre lo humano y la naturaleza está acentuado por la inclusión de formas simbólicas de elementos naturales como la fuente (símbolo de manantial), “un poderoso elemento escultórico, que vuelve a escindir el concepto estético tradicional japonés respecto de la piedra.”[66]

 

Vemos entonces la búsqueda del gobierno Meiji de generar una visión occidental a través del espacio público, que implica una clara distinción entre el aspecto privado y público, y que, debido a su estructurado planeamiento, involucra “al Estado como primer órgano regulador de las transformaciones, en virtud de rectificar una anterior liberalidad constructiva y modificatoria de la ciudad.”[67]

Resumen

Ginza funcionó como un emergente centro espacial, en dónde la clase gobernante encontró tal vez un símbolo más pragmático que el propio Palacio Imperial.

Representaba lo secular, lo moral y lo extranjero, y todo ello simbolizaba el futuro; mientras que los lugares tradicionales, eran lo sagrado, lo impuro, y connotaban el pasado.[68] De allí que la élite Meiji se viera en la necesidad de prohibir en ella la exhibición de espectáculos tradicionales por considerarlos decadentes o inmorales. Existía la preocupación de que un espacio moderno se adecuara a una moral moderna.[69]

Este éxito en la imposición a través de la arquitectura de un fuerte símbolo de la modernidad, marcó la definitiva separación entre la cultura de Edo y la cultura de Tokio

A manera de conclusión

En la larga historia imperial del Japón, la residencia del Tennô fue mudada tan sólo en cuatro ocasiones. La primera capital, Nara, se abandonó en 784. El emperador se trasladó brevemente a Nagaoka y luego a Heian-kuo (Kioto). Para finalmente asentarse en el ex castillo shogunal de Edo (actual Tokio).

Sin embargo, como hemos visto a lo largo de todo el trabajo, no siempre la figura imperial se correspondió con el Axis mundi del país.

Pero aún en los momentos en que la corte se halló más desprovista de poder, no dejó jamás de cumplir su rol legitimador. De hecho, este método del relegamiento a segundo plano, sin desaparición, es una de las características que se puede observar a lo largo de toda la historia de Japón. Así como el Tennô centralizó su poder durante el período de Nara, para ir perdiéndolo a partir de la era Heian; la funciones de Sessho-Kampaku (regentes imperiales), asumieron el mando durante este último período, para verse cada vez más en una posición tan sólo nominal tras la creación del shogunato en el período Kamakura. A su vez, el poderoso título de Shogun, pasó por un tiempo a ser dominado por el del regente del Shogun -función que asumió el clan Hôjô-, para volver a obtener su hegemonía con el clan Ashikaga, en el período que lleva su nombre. En el período Azuchi-Momoyama, aún sin desaparecer, el Shogun volverá a ser un título sin peso, frente a los poderosos generales Nobunaga y Hideyoshi. Y será Tokugawa en la era Edo el que recuperará el papel hegemónico de la figura shogunal.

El título de Shogun desaparecerá sin embargo en la época más revolucionaria  (a pesar de la restrictiva característica de “restauradora” que pesa sobre ella): la era Meiji. Es precisamente su característica antagónica respecto del resto de la historia de Japón, la que me llevó a desarrollarla en forma más minuciosa.

Buscando ese fin la arquitectura resultó ser una manera demostrativa indirecta pero no por eso menos iluminadora de la realidad gubernamental.

En la era Meiji serán muchos los sistemas tradicionales que ya no pasarán a mantenerse en forma latente, sino que serán directamente abolidos. Pero el título de Tennô, en cambio, no correrá esta suerte, sino que será resaltado en su concepción casi divina. Aunque, no obstante, ya no cumplirá la función detentadora del poder político, la cuál descansará en primera instancia en el Consejo Privado.

Todo este juego de pérdida del dominio de las diversas instituciones, sin desaparición de las mismas, hace sumamente dificultosa la comprensión de los verdaderos ejes de poder de los distintos períodos. El objetivo de este trabajo fue poner una humilde luz sobre el tema, intentando ser de provecho a la hora de concebir una rápida noción de los reales Axis mundi desde los cuales se desarrolló el juego histórico del pueblo japonés. Ojalá haya sido de utilidad.

 


 

[1] Eliade, Mircea Lo sagrado y lo profano , Barcelona (España), 1º Edición en español, 1998, Pág.27

[2] Cabe aclarar que muchas veces estas dos dimensiones podían coincidir, de modo que el lugar en que habitaba el jefe pasaba a ser el centro geográfico de la comunidad.

[3] Considerando el término en su sentido etimológico, “sagrado” es equivalente a  “distinto”.

[4] Eliade, Mircea Lo sagrado y lo profano, op.cit., Pág.33

[5] Leonard, Jonathan Norton, Japón Antiguo, Amsterdan (Holanda), 1969, Editorial Time-Life, Págs..28-29

[6] Kidder, Edward, El Antiguo Japón, Barcelona (España), 1995, Ediciones Folio, en Volumen 1, Pág.12

[7] Cf. Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Distrito Federal (México), Ediciones Siglo XXI, Décima edición, 1992, Págs.23-24

[8] Los uji eran los grupos de linajes que conformaban la clase dirigente.

[9] Ibídem. Pág.27

[10] Ibídem. Págs.27-28

[11] Ibídem. Pág.3

[12] Ibídem. Pág.44

[13] Ibídem. Pág.37

[14] Ibídem. Pág.41

[15] Ibídem. Pág. 41

[16] Ibídem. Págs. 53-54

[17] Ibídem. Pág. 58

[18] Leonard, Johnathan Norton,  Japón Antiguo, Amsterdan (Holanda), 1969, Editorial Time-Life International, Pág. 41

[19] Ibídem. Pág. 57

[20] Ibídem. Pág. 55

[21] Ibídem. Pág. 60

[22] El título completo era Seii-taishogun, o “Comandante en Jefe Represor de los Bárbaros”, y fue otorgado por primera vez a Minamoto Yoritomo, por el emperador, en el año 1192.

[23] Ibídem. Pág. 60

[24] Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Op.Cit., Pág.79

[25] Ibídem. Pág.95

[26] Ibídem. Pág.102

[27] Shugo: Gobernador/es militar/es

[28] Ibídem. Pág.116

[29] Ibídem. Pág.136

[30] Ensenada: parte del mar que entra en la tierra.

[31] Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta 2003, Artículo: Tokio

[32] Cf. Naito Akira, artículo Del Antiguo Edo al Moderno Tokio: 400 años, en Revista Nipponia, Nº 25, 2003, Edición Heibonsha Ltd., Pág.4

[33] Ibídem. Pág.4

[34] Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Op.Cit., Pág. 162

[35] Ibídem. Pág. 153

[36] Leonard, Johnathan Norton, Japón Antiguo, Op.Cit., Pág.167

[37] Chônin: Habitante de ciudad

[38] Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Op.Cit., Pág. 252

[39] Gacía Montiel, Emilio, Muerte y Resurrección de Tokio, México D.F. (México), Ediciones El Colegio de México, 1998, Págs. 26-27

[40] Ver Ibídem. Pág.26

[41] Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Op.Cit., Pág. 273

[42]Ibídem. Pág.274

[43] Gacía Montiel, Emilio, Muerte y Resurrección de Tokio, Op.Cit., Pág.29

[44] Ibídem. Pág.33

[45] Ibídem. Pág.27

[46] Ibídem. Pág.34

[47] Hall, John Whitney , El Imperio Japonés, Op.Cit., Pág. 247

[48] Gacía Montiel, Emilio, Muerte y Resurrección de Tokio, Op.Cit., Pág. 33

[49] Ibídem. Pág.35

[50] Ibídem. Pág.40

[51] Ibídem. Pág.38

[52] Ibídem. Pág.39

[53] Ibídem. Pág.40

[54] Ibídem. Pág.62

[55] Ibídem. Pág.43

[56] Ibídem. Pág.44

[57] Ibídem. Págs. 46-47

[58] Ibídem. Págs. 51-52

[59] Ibídem. Pág. 55

[60] Ibídem. Pág. 87

[61] Ibídem. Pág. 57

[62] Ibídem. Pág. 100

[63] Ibídem. Pág. 97

[64] Ibídem. Pág. 103

[65] Ibídem. Pág. 107

[66] Ibídem. Pág. 112

[67] Ibídem. Pág. 67

[68] Ibídem. Pág. 59

[69] Ibídem. Pág. 59

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