Ya todos conocemos al talentosísimo Julio Chávez actor, que con una larga y riquísima trayectoria ha sabido instalarse en un lugar incuestionable en la escena actual. Pero además de excelente actor, Chávez es maestro de actores -entrena estudiantes desde hace más de veinte años-, y también dirige y escribe. Sin duda ha de ser su propio entrenamiento como actor, en gran parte, el que ha marcado su camino en la dramaturgia, y eso puede leerse en su obra, en la especificidad de sus diálogos, en el manejo de la oralidad de sus personajes, en el planteo de las situaciones, en el desarrollo de los conflictos. Como si esto fuera poco, Chávez es también artista plástico; pinta, hace esculturas y “mueblecitos inútiles”, a los que elije amparar desde su verdadero nombre: Julio Hirsch. Nos encontramos, entonces, ante un artista complejo, versátil, que domina distintos lenguajes y pareciera saber articularlos imperceptiblemente en función de una estética.

Las historias de Chávez son triviales, pequeñas, parten de situaciones aparentemente irrelevantes, o cotidianas. Los discursos no son trascendentales ni epifánicos sino más bien opacos y cargados de una mediocridad punzante que coloca a los personajes en un basural del que nunca pueden escapar. El absurdo parece ser el gran protagonista de estas piezas, como si a través de él Chávez nos señalara el patetismo de la condición humana. Y aunque a esta altura del partido no debiera hacer falta, para enmarcar su obra dentro de los tantos “–ismos” entre los que el teatro -la literatura en general- navega,  podríamos decir que Chávez nos enfrenta a un realismo que socava la superficie de la realidad para dar cuenta de que más allá hay otra cosa; al mismo tiempo que, lejos de proponer absoluto alguno, nos instala en un minimalismo plagado de subjetividades, balbuceos y monosílabos que colocan a la escena en un campo despojado de “verdades”. Y sin entrar en comparaciones estúpidas, cabe señalar que esa línea de contención que traza Chejov –para hablar de uno de los padres del teatro moderno- entre lo dicho y lo no dicho es la que hace dibujos constantemente en la obra de Chávez. De este modo, sus  textos dicen; dicen violencia, suciedad, maltrato, dolor. Ahora bien, toda esa manga de gérmenes convive casi siempre con el humor, un humor cuyo eje quizás sea el sufrimiento de una especie que no puede consigo misma y que, de alguna manera, viene a ofrecer un pedacito de luz entre tanta oscuridad.

Así entonces, esta edición de Colihue Teatro nos enfrenta con un marido violento que convive con su mujer, incapaz de preparar un té, su suegra, y un desconocido que trabaja en un circo; cuatro hermanos que a cambio de cuidar de una retardada mental son sustentados por su madre; una modista y su hija, que padece una extraña enfermedad y gusta de un repartidor de telas al intentará conquistar a pesar de su madre; dos mucamas que intercambian miserias; una solterona que espera ser rescatada de su vida gris mientras su hermana intenta hacerla entrar en razón; dos hermanos que discuten mientras son perseguidos por el personal de un hotel en el que ambos trabajan. Todos personajes encerrados en un espacio que los carcome, que los desintegra; todos personajes encerrados en sí mismos, en secretos o misterios ridículos que los alejan del mundo (o quizás en un movimiento circular los estén acercando) y los colocan en constelaciones absurdas que lindan con lo trágico. Dichas constelaciones, por otro lado, parten siempre de lazos familiares; y es que en las piezas de Chávez que este libro reúne, la familia parece presentarse como un ente devorador que nada deja a su paso. Si es acertada la etimología que indica que la palabra “familia” le debe su origen a la voz latina “fames”, que significa “hambre”, resulta difícil leer estas piezas sin preguntarse: ¿hambre de qué? Y si el caso fuera que el vocablo deriva de “famulus”, que vendría a significar “sirviente”, “criado”, “esclavo”, no sería menos apropiado el asunto. Se trata de una biología en descomposición que tiende a alimentarse del otro hasta dejarlo en carne viva y, al mismo tiempo, volverse reflejo; víctima y victimario se vuelven así, una vez más, indiscernibles.

Las obras en cuestión son: Como quien mata a un perro, Maldita sea (la hora), Mi propio niño Dios, y las tres obras cortas El as en la manga, Los amores de Águeda y Valet parking, cuya producción se halla íntimamente ligada a la labor docente de Chávez. Completan esta edición un estudio crítico de Jorge Dubatti y un artículo de la investigadora Camila Mansilla que aborda los textos desde su relación con el humorismo y propone un análisis dialógico entre la obra del autor en cuestión y las reflexiones de Luigi Pirandello acerca del tema.

11124221_839106936183629_1145057478_n

Autor: Julio Chávez

Titulo: Mi propio niño Dios y otros textos teatrales

Editorial:Colihue Teatro

168 páginas

Sobre El Autor

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía, literatura infanto juvenil, y se dedica también a la dramaturgia. Se formó como actriz con Carlos Gandolfo, Augusto Fernándes y Pompeyo Audivert, entre otros maestros. Da clases de literatura, talleres de escritura y de teatro. Co-fundadora y Jefa de Redacción del portal Evaristo cultural, es editora del sello Evaristo Editorial. Como periodista cultural, colaboró a su vez en diversas publicaciones (Revista Crítica de la Universidad Autónoma de Puebla -México-; Agulha Revista de Cultura -Brasil-; Hablar de Poesía -Argentina-, entre otras). Se dedica también al trabajo social. En 2019 recibió la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para su proyecto Poéticas de la percepción / Entrevistas sobre poesía. Es parte del equipo de Gestión y políticas culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Artículos Relacionados