Por Claudio Coloma
En el presente artículo, considerando la historia y la emergencia de distintos países asiáticos, el autor reflexiona acerca de la necesidad de que, en su bicentenario, Chile inicie un diálogo intercultural con Asia en busca de nuevos modelos de crecimiento.
Durante los 200 años de vida republicana, los grupos de poder político chilenos han mirado el mundo como si éste fuera eminentemente occidente. Estados Unidos y Europa han captado la atención de nuestros intelectuales, profesionales y líderes, independientemente del credo, la clase social, o el partido político al cual se pertenezca.
Prestigioso ha sido quien logra realizar estudios de postgrado en una universidad estadounidense, inglesa, o de algún país de la Unión Europea. Por ejemplo, en los años 60, 70 y 80 varias personas que hoy reconocemos como líderes nacionales fueron a estos destinos, entre ellos, Sebastián Piñera y Jorge Arrate (Harvard), Ricardo Lagos (Duke), y Joaquín Lavín (Chicago).
En esta década que comienza, las nuevas generaciones de líderes de la Concertación están viviendo este mismo proceso con los propósitos de perfeccionarse, conocer la realidad de países desarrollados, y establecer redes políticas. Lo mismo vivieron algunas personas de derecha durante los años 90 y 2000 (entre otros, Felipe Kast, actual ministro de Planificación e Ignacio Rivadeneira, jefe de gabinete del Presidente Piñera también hicieron sus posgrados en Harvard).
La referencia e influencia que occidente genera sobre las orientaciones de nuestro Estado y de las políticas públicas es aplastante: desde las ideas fundamentales de los padres de la patria, las disputas políticas entre liberales y conservadores y los roles del estado y la iglesia en la sociedad a finales del siglo XIX, hasta la formación de partidos políticos de izquierda durante el siglo XX, fueran estos de orientación marxista o socialdemócrata.
Desde este punto de vista, las dos últimas olas importantes de influencia occidental en nuestro país fueron el neoliberalismo implementado en los años 70 y 80, principalmente gracias a economistas que cursaron estudios en la Universidad de Chicago. Mientras que la segunda ola importante la vemos reflejada en los intentos por generar políticas sociales inspiradas en modelos europeos socialdemócratas.
En el plano cultural, mayoritariamente los chilenos nos sentimos y vemos como occidentales: recordemos la siutiquería afrancesada de la clase alta de fines del siglo XIX e inicios del XX, cuya herencia son los palacetes neoclásicos que hoy lucen su fachada en el centro de Santiago. Mientras que apelativos populares como ser “los ingleses de América Latina”, o el “patio trasero” de Estados Unidos nos recuerdan que pertenecemos a un mundo que proviene de la colonización europea y que luego se ha configurado en base a la influencia estadounidense.
Sin embargo, los poscolonialistas, entre ellos el egipcio Samir Amin y el argentino Enrique Dussel, nos señalan que “occidente” no es más que una invención, un “culturalismo”, una ideología que durante los últimos cinco siglos nos ha planteado que el centro del mundo está en esta región del planeta. De hecho, la idea de “Historia Universal” que aprendemos en el colegio, desde Egipto, pasando por Grecia, Roma, la Edad Media, la época Moderna, y la época Contemporánea tienen el hilo conductor del “hombre blanco” que ha sabido alimentarse de toda esta tradición para justificar su predominancia, y nosotros, los chilenos, nos valemos de ello para contribuir a asentar una identidad cultural que nos debe unir cronológicamente con Atenas, Roma, Castilla, Londres, y Nueva York.
¿Tendrán razón los poscolonialistas? Difícil contestar aquí, pero resulta atractivo pensar sobre la posibilidad de haber estado viviendo como país, durante 200 años, bajo la égida de una ideología “eurocentrada”, en cuyo relato histórico nosotros no somos los protagonistas, sino que solamente meros espectadores. Considerando esta perspectiva, daba lo mismo que la ciudadanía eligiera a tal o cual candidato presidencial en la última elección del año 2009, porque todos ellos llevaban consigo el relato eurocéntrico para interpretar el mundo.
Y si de ser espectadores se trata, ¿por qué no mirar otras películas también? pues la oferta que tenemos hoy gracias a la globalización se ha ampliado. ¿Por qué no giramos un poco la cabeza y miramos a oriente y tratamos de entender su cultura, aprender de sus sociedades y de los procesos de desarrollo que han emprendido?
Desde la implementación de las reformas modernizadoras en Japón iniciadas en 1868 con el advenimiento del Período Meiji y el fin de la dinastía Tokugawa, la última de corte feudal, varios intelectuales no occidentales voltearon sus miradas a este lugar de Asia, de hecho muchos de ellos tuvieron estadías en Japón y crearon redes político-intelectuales, sobre todo después del triunfo de Japón sobre Rusia en la guerra de 1904-05. Según las interpretaciones de la época, el triunfo japonés dejó en evidencia el potencial de este continente[i], lo cual le valió, incluso, que algunos líderes independentistas musulmanes plantearan la idea de islamizar Japón en orden de volcar el poder asiático contra occidente[ii].
Joseph E. Casely Hayford, líder ghanés de inicios del siglo XX, sostuvo en su libro “Ethiopia Unbound” (1911) que el futuro del mundo está en oriente, debido a que su tradición, su historia y su espíritu, que anteceden a occidente, han prevalecido y podrán prevalecer en el tiempo[iii]. De hecho, Casely Hayford planteó la idea de que la herencia religioso-cultural de la cristiandad proviene desde oriente por cuanto Jesucristo fue asiático.
Rabindranath Tagore, intelectual indio y primer premio nobel de literatura no occidental, destacó en “The Spirit of Japan” (1915) la potencialidad de Asia, y específicamente la de Japón, para ser el centro del cual se irradie la felicidad y bienestar del hombre hacia el resto del mundo[iv].
Mientras que el padre de la China moderna, Sun Yat-sen señaló en un discurso titulado “Pan-Asianism” (1924) que la noción de Justicia y Estado de Derecho es originalmente oriental. Según Sun, en la civilización occidental históricamente ha prevalecido la ley de la fuerza reflejada en diversas historias sobre opresión de pueblos enteros a través de acciones militares, mientras que en Asia el estado siempre ha tendido a respetar la benevolencia y la virtud[v].
Desde un punto de vista más actual, existe evidencia acerca de que Corea del Sur, en las últimas décadas, ha vivido un proceso de reflexión intelectual para establecer una síntesis entre la tradición confucionista y las ideas liberales provenientes de occidente. Para realizar este ejercicio, la intelectualidad surcoreana ha planteado y reconocido que durante el último siglo, su pensamiento ha sufrido tres discontinuidades que han afectado la manera tradicional de cómo pensar estructuralmente a su sociedad. La primera es la que sufrió a partir de la colonización japonesa (1911-1945), la segunda fue la producida por la visión “modernizadora (occidental)” llevada a cabo por el régimen militar después de la II Guerra Mundial, y la tercera es la que produjo el neoliberalismo de los años 70 y 80 que tuvo su eclosión con la crisis asiática de 1998. En la actualidad, los surcoreanos han revelado la importancia de establecer una mixtura entre su tradición intelectual sustentada esencialmente en el confucionismo y la influencia occidental, un ejemplo de ello, es la idea de generar políticas medioambientales que sean acordes con el crecimiento económico y el respeto del ecosistema[vi].
El ejemplo de Corea del Sur permite darnos cuenta que occidente también ha sido una importante influencia para sus respectivos grupos de poder político, lo cual ha significado que en medio siglo aproximadamente este país haya experimentado fuertes cambios. Por ejemplo, no podríamos explicar la existencia de Samsung, LG o Kia sin la ascendencia occidental (lo mismo podríamos decir acerca de Japón).
Es entonces cuando surge un cuestionamiento crucial para Chile en su año del Bicentenario: ¿por qué estos países han tenido éxito en temas como el desarrollo social, tecnológico, generación de riqueza y bienestar social y nosotros no, si ambos hemos sido influenciados por el mismo centro cultural?
Tratar de comprender la combinación de ideas occidentales con la tradición oriental no es fácil de seguir, pero al menos, sabemos que algunos pensadores del Este de Asia han afirmado que tanto China, como Corea del Sur y Japón, a pesar de la penetración de la cultura occidental, ésta última jamás logró llegar a la raíz de sus sociedades, pues sólo fue utilizada para obtener ventajas técnicas y económicas[vii].
De ahí que no nos sorprenda el éxito económico actual de China, que a diferencia de varios estados latinoamericanos y africanos, hizo caso omiso de las recomendaciones del FMI (institución eminentemente occidental) para implementar en breve tiempo las políticas neoliberales. Según Joseph Stiglitz, durante los últimos 30 años aproximadamente China ha seguido un curso de apertura económica progresiva y escalada, que le ha permitido en el mediano plazo menguar el lado negativo que tiene el impacto del liberalismo, a diferencia de países como Argentina, Bolivia, o las ex repúblicas soviéticas que han sufrido profundas crisis en las últimas décadas[viii].
Al igual que en China, Japón o Corea del Sur, en India se está viviendo un fenómeno similar, aunque todavía con menos intensidad que en el este de Asia, lo cual no implica que su proceso de maduración sea temporalmente corto.
En 1823 el intelectual Rammohan Roy planteó directamente al gobernador general británico de entonces la necesidad de implementar en la India una educación moderna[ix], mientras que en 1901 el profesor G. Subramanian Iyer, en su discurso Industralization of the country, ya planteaba la necesidad de atraer inversión e industrializar el país[x]. Décadas más tarde, Tagore y Mohandas Gandhi confrontaban posiciones cuando el primero abogaba por la occidentalización de la actividad económica, mientras que el Mahatma era partidario de hacer prevalecer las actividades económicas tradicionales de la India[xi].
En la actualidad, en India se puede apreciar como las industrias automotriz y tecnológica están mejorando las condiciones de vida de millones de personas. Ejemplos evidentes de ello son la gran masividad de automóviles Tata que transitan por las calles indias y la existencia e.g. de Hyderabad Information Technology Engineering City o HITEC, una ciudad al estilo Silicon Valley, ubicada en la provincia de Adra Pradesh en el centro sur del subcontinente, y donde yacen las principales empresas transnacionales de las tecnologías de la información.
De este modo, tal parece que la modernización, con todos sus costos y beneficios, ha sido ampliamente más exitosa en Asia que en Chile, y el resto de América Latina. Prueba de ello es que el Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del año 2009 señala que de los 38 países clasificados con los niveles de desarrollo humano más elevados, 29 son europeos, 9 son asiáticos y ninguno es latinoamericano[xii]. Y a pesar de que China e India tampoco aparecen en este nivel de la escala, nadie pone en duda el poder y el importante rol que están teniendo y tendrán durante el siglo XXI.
Los ejemplos de todos estos países asiáticos motiva a buscar explicaciones acerca de por qué varios pueblos asiáticos han sido exitosos y nosotros no.
En suma, si después de 200 años de estar mirando a occidente, Chile no ha conseguido dar el salto necesario para alcanzar el desarrollo ¿qué perdemos con girar un poco la cabeza hacia otros lugares de los cuales también podemos aprender e imitar? Tal vez sea tiempo de ampliar nuestra visión de mundo y dejar de mirar a Asia como un destino exótico para el turismo, o como un mero mercado donde vendemos nuestras frutas y nuestro cobre refinado, para dar paso al intercambio de ideas, de profesionales, de investigadores, de profesores de escuelas y de universidades, que apunten hacia la gestión de proyectos innovadores. Es decir, es necesario iniciar un diálogo intercultural con Asia con el propósito avanzar hacia la consecución de un país mejor del que tenemos en este Bicentenario.
[author] [author_image timthumb=’on’]http://sedamagazine.files.wordpress.com/2013/04/claudio-coloma.jpg[/author_image] [author_info]Claudio Coloma es Magíster en Estudios Internacionales del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Su formación académica ha estado orientada hacia el estudio de las Relaciones Internacionales con el propósito de desarrollar capacidades de análisis con base teórica, histórica y sobre fenómenos actuales. Obtuvo su maestría con Distinción Unánime gracias a sus investigaciones sobre el impacto de la guerra ruso-japonesa de 1905-04 en Asia y África, siendo su profesor guía el Dr. Eduardo Devés Valdés. Además cuenta con una pasantía en la English and Foreign Languages University en Hyderabad, India, y dos diplomados, el primero sobre Política Mundial, y el segundo sobre Democracia impartido por Naciones Unidas. Dentro de su experiencia profesional destaca una estadía en Corea del Sur gracias al programa gubernamental Korea Youth Exchange Programme. Actualmente es profesor sobre tópicos de Globalización en la Universidad de Artes y Ciencias de la Comunicación y en la Universidad Internacional SEK. [/author_info] [/author]