Por Michitaro Tada
Bunmei ga me o kakudai
La civilización agranda los ojos
Los seres humanos crearon la civilización. Esto es simplemente una obviedad. Inversa, y no tan obvia, es la proposición de que la civilización haya creado a los seres humanos; es decir, que la cultura humana influyó en la evolución del cuerpo humano.
El televisor apareció en las salas de estar en la década de los años treinta de la época Showa[1] (los sesenta en Occidente) sin que se supiera en ese entonces cuánto la televisión iba a cambiar la civilización. Incluso veinte años más tarde todavía sigue sin revelarse del todo. Mientras tanto, la pantalla del televisor ha migrado para llegar a ser parte del monitor de las computadoras y los procesadores de texto. Increíble. Hace veinte años nadie hubiera previsto que este era el futuro inmediato para la civilización televisada. La pantalla es a los ojos lo que el teclado es a los dedos. Si quisiera extender la teoría, podría decir que la pantalla es el ojo de la sociedad, pues su sentido de cultura visual aparece en este ojo. El ojo humano se adapta a este ojo de la sociedad; de hecho debe adaptarse aun antes de que nosotros lo sepamos, es decir antes de que lleguemos a tener conciencia de esto. De acuerdo con esa adaptación, la pupila del ojo humano va agrandándose paulatinamente cada vez más. Los retratos de bellezas femeninas que hizo Jun’ichi Nakahara[2] empezaron a lucir ojos notoriamente más grandes luego de la Segunda Guerra Mundial. Basta con echar una mirada a las jóvenes heroínas de las manga (historietas) en aquellos dibujos realizados después del año 40 de Showa (1970): tienen ojos extremadamente grandes que ocupan un espacio fuera de toda proporción respecto del rostro, y las pupilas brillan sobremanera.
Lo más probable es que la civilización haya determinado que así sea. Hasta el ochenta por ciento de la información que un ser humano recoge es procesada exclusivamente por los ojos. Luego vienen los sentidos de audición, olfato y tacto, todos necesarios para lidiar con el restante veinte por ciento de los datos. En la cara tenemos las orejas, la nariz, y la boca como terminales para tres de los cinco sentidos. Sin embargo, en comparación con los ojos, terminal del sentido visual, queda claro cuán menospreciados son los otros sentidos. En el pasado, teníamos a veces alguna que otra palabra a favor de estos sentidos inferiores: por ejemplo, podía decirse de alguien que sus orejas eran fukumimi (orejas de buena suerte). Pero hoy las orejas sólo son algo para perforar y llevar pendientes, y no mucho más que eso. En lo relativo a la nariz y la boca, la mayoría de la gente opina que cuanto más pequeñas sean, mejor. En paralelo al agrandamiento de los ojos -hasta llegar incluso a tamaños absurdos-, las orejas, la nariz y la boca deberían ir achicándose en la misma absurda proporción. Aquí se ven los prejuicios de una sociedad civilizada. En el conjunto que es el físico del ser humano, la cara tiene casi el monopolio de las sensaciones, y entre los elementos que componen la cara, los ojos juegan el papel principal para que el mundo tenga sentido. Muy pronto, podríamos encontrar algunas manga (historietas) en las que los ojos ocupen más de la mitad del rostro. ¿Está bien -piensa usted, estimado lector- que el ser humano del futuro proceda en esa dirección?
Cuando el ser humano empezó a caminar erguido, abandonando ya la naturaleza salvaje, tenía los ojos ubicados en la parte superior de su cuerpo, lo que le permitía una visión abarcadora a larga distancia. Para el ser humano esto constituía un arma. Otro ejemplo relacionado, como la invención del estribo -invento que el historiador Park equipara con la bomba atómica-, permitió que el hombre aprendiera a lancear con mayor fuerza contra el cuerpo del enemigo, acto que dependía de esta mejor ubicación de los ojos: en alto por andar erguido y luego además por montar el caballo. Y desde entonces, durante unos mil años, hemos ido agrandando los ojos sin pausa.
Ahora tal vez se llegue a un límite, y sea el momento para hacer una aguda reflexión sobre estos asuntos.
Kureopatora no hana
La nariz de Cleopatra
Nosotros los japoneses a veces describimos una nariz que es ancha y baja o chata como una nariz que «queda sentada sobre la cara con las piernas cruzadas». ¿Cómo podría concebirse que una nariz quedara sentada, como un ser humano, con las piernas cruzadas? La famosa nariz que creó Gogol, o la del cuento de Akutagawa, son ambas el blanco de mucha burla pero sólo a causa de su tamaño tan tremendamente grande. De modo que vale preguntarse cuál es, en el fondo, el problema con tener una nariz grande. Falstaff, el personaje shakespeariano, tiene una nariz grande y enrojecida, y recibe burlas horribles por ese motivo. En realidad ni siquiera hace falta que mencione a Shakespeare: todos los payasos en el mundo occidental tienen las puntas de las narices pintadas con rojo brillante, sólo por la consigna de tener que divertir al tirano. ¿Por qué será que la nariz es motivo de risas y bromas en todas partes del mundo? La nariz de un bebé a veces se describe como kawaii (lindo, simpático), pero no por eso diríamos jamás que una mujer es una hana-bijin (una belleza de nariz) para expresar que su belleza se debe a la nariz que tiene. ¿Por qué es así? He luchado con esta pregunta durante mucho tiempo sin poder dar con una respuesta satisfactoria.
Nadie se ha explayado sobre la belleza de la nariz desde que Pascal intentó redimir la de Cleopatra. Dijo -en francés por supuesto- que «si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, el rostro del mundo sería diferente». Enfatizo «en francés» porque en aquella lengua la nariz es «corta», no «chata» como en japonés. Sólo nosotros los japoneses -según Takao Suzuki-[3] hablamos de la nariz como hikui (baja, chata) o takai (alta), como se describen las montañas y los cerros. Los japoneses hemos tratado el Monte Fuji con gran respeto por mil años y el motivo es -he llegado a concluir- simplemente porque, cuando el cultivo de arroz fue trasladándose de manera paulatina hacia el este sobre la llanura de Kanto, no había obstáculo alguno hasta chocarse con la considerable altura empinada del Monte Fuji. Por eso le hemos otorgado siempre una posición de mayor belleza y especial privilegio entre las demás montañas. Y así también la nariz ha sido reconocida como una takasa (cima, cumbre) entre las hikusa (las tierras bajas) en el terreno del rostro.
Las personas del norte de Japón tienen narices «altas» y las del sur tienen narices «chatas». Esta observación se hace comúnmente, es un dato de conocimiento rutinario, y se debe -según opina Yasuro Ikezawa-[4] al hecho de que la cavidad nasal evolucionó y llegó a ser más compleja para poder mantener los niveles de humedad adecuados a medida que la población migraba hacia el norte y allí empezaba a habitar las sabanas secas. De esta hipótesis podemos concluir que las narices chatas de personas oriundas del sur habrían estado bien, mientras las narices de los emigrados al norte tendrían que haberse adaptado precipitadamente. Se hallaría en eso entonces una explicación a la risa que produce una nariz grande, pues en realidad nos reímos de una adaptación excesiva y notoria.
Un perro necesita mantener la humedad en la nariz o corre el riesgo de ser diagnosticado como enfermo. En cambio, a las personas que poseen narices adaptadas a la vida en las sabanas de este mundo, se les permite decidir sobre la belleza con su propio juicio estético. Aun así -ya que la belleza es un asunto relativo- tal vez podamos esperar que pronto la tecnología de hoy día, que logra ajustar la temperatura y la humedad en casi cualquier ambiente, haga que las narices más chatas y pequeñas sean las enaltecidas.