Si hay algo en lo que todo el mundo estará de acuerdo acerca de la novela de George R. R. Martin es en lo enorme y ambicioso de su proyecto. Cualquiera que se haya acercado a alguna de las novelas de la saga puede ver que desde el principio la historia plantea una promesa a cumplir a largo plazo. No solo por la enorme cantidad de personajes y sus historias particulares, ya que se le suma a eso el hecho de que muchos de ellos son demasiado jóvenes para ser los héroes principales de su historia de aventura que protagonizan y por lo tanto se supone una aventura a largo plazo. De entrada tenemos sospechas de el camino que tomará la historia, pero así también lo supo Martin, que debía sospechar de nuestras sospechas. Es así que la historia comienza a dar giros extraños, accidentes de personajes que ni el más cruel de los lectores hubiera imaginado –ya que la promesa nos hablaba de futuros héroes- e incluso su muerte. Martin tiene una idea que pone a funcionar rápidamente y que gran cantidad de lectores agradecen y comparten: la crueldad del mundo. En el mundo que encontramos en Canción de Hielo y Fuego no hay segundas oportunidades, no hay renacimientos, hay muertes en sucesos nefastos, donde el azar y el destino se mezclan incapaces de distinguirse. Martin parece ver con un ojo el mundo de Tolkien y con el otro la historia del mundo real, con sus muertes inesperadas, sus casualidades y sus caminos difíciles de trazar. Es una mezcla extraña y quizás sea la expresión más clara de la novela río. La aventura no descansa sobre la espalda de un aventurero, sino sobre la espalda de muchos. Los héroes van y vienen, ninguno de ellos sobrevivirá al tiempo que les tocó vivir, dado que es un tiempo de guerra y cambio constante.
La escritura de Martin es correcta, por decirlo de alguna manera, no es indiferente a los sentimientos de los personajes pero tampoco transmite demasiada emoción. Hay demasiadas ciudades, hay demasiados pueblos, caminos para reyes, demasiados hombres y mujeres, ríos, castillos, fortalezas, demasiadas espadas, pero de todo esto no hay mucha descripción. Hay muchas casas, familias numerosas de tiempos ancestrales, incluso hay mucho pasado. Pero mientras Tolkien elegía prestar atención a tan solo un linaje, Martin elige prestarle atención a todos los que se cruzan por su camino. Probablemente algunos lectores agradezcan la enorme creación en términos imaginativos y complejos, otros lo encontraran engorroso, repetitivo e innecesario.
Lo mismo sucede con el pasado. La magia ha abandonado el mundo hace más de 8000 años, lo cual supone una cantidad de tiempo bastante mayor a la que nuestra historia tiene, por lo que resulta difícil de imaginar los registros de épocas tan lejanas, sumado a que luego de 8000 años los pueblos parecen haber llegado a un estado similar al de nuestra historia luego de 800. Martin establece una propuesta en cantidad y esto trae consigo una idea sobre la literatura, sobre los mundos fantásticos y sobre los hombres.
Los fanáticos del género tendrán horas de entretenimiento y disfrute debido a la longitud de las novelas. Martin sigue las estructuras que plantea el camino del héroe y el antihéroe, cosa que puede hacer gracias a la cantidad de personajes, pero vuelve cruda la apuesta, sangrienta y sexual, aunque en esto no sea necesariamente signo de crudeza, sino una mera interpretación. Si Tolkien presentaba un mundo ingenuo en sus definiciones de el bien y el mal, lo hacía sobre una base bien estudiada y pulida de la estética que presentaba. Mientras la prosa del El Señor de los Anillos le escapa al lado meloso del relato romántico y plantea una descripción rica en detalles, cargada de recursos para describir las singularidades de los espacios y de los hombros de diferentes formas, en Canción de Hielo y Fuego encontramos una escasez de recursos a la hora de describir, la prosa parece tener una cantidad bastante limitada de teclas a la hora de mostrar matices y diferencias entre los espacios y entre los hombres, esto sumado a la gran cantidad personajes vuelve engorrosa la lectura.
Las enormes diferencias en el aspecto descriptivo se ponen en evidencia en las versiones de las historias que pasaron al cine y a la pantalla chica. Mientras la estética de Tolkien es respetada casi al pie de la letra, la de Martin es vuelta a interpretar, ninguna de las armaduras brilla tanto ni llevan gemas preciosas, ni capas de plumas, ni los hombres son tan enormes como la descripción original.
Pese a lo dicho no deja de estar claro que el proyecto de Martin es varias veces más ambicioso que el de Tolkien. El autor quiere mostrar un mundo mucho más complejo, lleno de contradicción, bien alejado de conceptos simplistas como el bien y el mal, mostrando el conflicto de los hombres en tiempos de guerra donde los que parecían malos al principio resultan ser tan solo hombres con sus propias intenciones y su propia historia. No hay hombres buenos y hombres malos, no hay héroes invencibles ni villanos que representen todo el mal, hay tan solo hombres sobre los cuales ejerce fuerza el pasado, de eso habla Martin en su enorme historia épica.