Conocí a José María Gatti en septiembre de 1998, yo acababa de entrar, con veinte años, en “la biblioteca de Borges”, mientras que él habitaba la realidad mucho más modesta de ser un estatal, ya maduro, cumpliendo funciones en la Biblioteca Nacional. Quiso el azar que compartiéramos destino en el Centro de Investigaciones del organismo, coincidiendo entonces en espacio físico –aunque no simbólico-.
No demoramos en notar que coincidíamos también un especial sentido del humor.
Una tarde, al verme enfrascado en la lectura de El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, Gatti comenzó una conversación con Roberto Baschetti, entonces director del Centro, sobre las cercanías y distancias entre los grandes autores de la literatura portuguesa y la brasileña. Los nombres desfilaron hasta centrarse en uno que yo no conocía: Edson Arantes do Nascimento, al parecer un verdadero vanguardista. Mi bibliofilia me empujó a una intensa búsqueda que duró lo que tardé en encontrar a un librero ilustrado en deportes, Edson Arantes do Nascimento era el verdadero nombre de Pelé. Así se inició una amistad que ya lleva década y media.
Mientras declinaba mi entusiasmo sobre la condición borgeana de la Biblioteca, asistía al nacimiento de la carrera literaria de José María; terminábamos entonces cada jornada compartiendo la lectura de los nuevos capítulos de su primera novela -aún hoy inédita- Carne en flor. Los personajes de esa ficción alternan la geografía pueblerina de Manantiales con la de Buenos Aires, la gran ciudad, pero habitan todos, sin excepciones, una constante melancolía. Encaró luego el inicio de su obsesión con Papa Hemingway. Rastreando cada artículo publicado por y sobre el autor, cartas, menciones en libros de todo tipo, y aventurando hipótesis que pronto se transformaron en Hola, Hemingway. Una mirada centenaria, libro que resultara un éxito en la colección publicada por la Biblioteca Nacional y el diario Página 12.
Al tiempo que Hola, Hemingway ganaba trayectoria, separábamos nuestro camino en la Biblioteca y Gatti encaraba un nuevo proyecto, la biografía crítica de un intelectual argentino semi-olvidado por las nuevas generaciones: Eduardo Mallea. El proyecto interesó a los franceses pero tras todo un año de negociaciones, el autor bajó los brazos. Había perdido la esperanza en las grandes editoriales y abandonaba los trabajos de largo aliento para centrar su obra en la narrativa breve. En 2004, la Editorial Longseller lo galardonó con el Segundo Premio de su concurso de relatos cortos, publicando su libro Ladrón de desalmados. Los personajes que transitan esas ficciones participan aún de cierta melancolía, como es el caso del amante que se da cuenta de que “las prefiere gorditas” en La sublime redondez del sexo o la falsa biografía de Mariano Barragán, el genio olvidado del grupo de Boedo; pero se encuentran heridos en su corazón por la risa sardónica del autor, cosa que, hay que decirlo, los hace mucho más interesantes a los ojos del lector de buen paladar.
Seducido por su éxito con la narrativa breve y bajo el lema de “lo bueno, si breve, dos veces bueno” Gatti comienza entonces a experimentar con el formato del microrelato, llegando a ser seleccionado en enero de 2005, por su texto “Despedida”, para integrar la Primera antología de microcuentos de amor, organizada por la Universidad Nacional de Chile. En septiembre de ese año, el mismo trabajo fue incorporado a la sección microcuentos de la Biblioteca Municipal Godella (Valencia, España). Gatti culmina ese año con la publicación de su segundo libro de narrativa breve, esta vez de narrativa brevísima, Gente de palabra, editado por Dunken.
A todo esto, el suceso de Hola, Hemingway lo había erigido como referencia de tan pintoresco personaje, hecho que terminó por arrastrarlo a las nuevas tecnologías. Nació así su bitácora www.lapipadehemingway.blogspot.com con la que Gatti recuperaría su pluma periodística, posicionándose a la vanguardia del movimiento blogeríl, mucho antes de que el fenómeno kirchnerista lo pusiera de moda en nuestro país. Fueron precisamente las crónicas subidas a este blog las que lo pondrían en contacto con la comunidad internacional de escritores y académicos. Hoy esta aventura cumple 7 años de vida y desde el 2007 se suma al soporte papel con una edición que se repite en el 2009. Gatti es invitado a participar en diversos congresos por Europa y establece relación epistolar con algunos de los referentes más destacados del panorama literario actual. La sensación de autorrealización lo sobrepone al silencio de la llamada Industria Editorial (así, con mayúsculas) y lo lanza en quijotescas batallas por la independencia de la palabra escrita, batallas que, no obstante toda estadística, libra con éxito, como la que encara con Tahiel Ediciones y estas Víctimas inocentes, de las que me encuentro escribiendo el prólogo para su segunda edición.
Si, como dijimos, en Ladrón de desalmados los personajes llevaban en su centro la mácula de cierto cinismo de su demiurgo, lo que los convertía en exquisitos bocadillos, es precisamente la distancia desencantada entre el narrador y sus criaturas la combinación de especias que convierte Víctimas inocentes en un plato fuerte. Uno a uno, los protagonistas de los relatos que conforman este libro, justifican aquel refrán que reza que “el camino al infierno está cimentado de buenas intenciones”; participan de descarnadas derrotas, cada una de ellas profundamente humana, profundamente banal, pero por sobretodo, profundamente literaria. El estilo de crónica eleva la tautología del fracaso cotidiano a una épica contemporánea, creando así la trampa perfecta para el lector que, fascinado como serpiente, se deja seducir por el encantador desencanto del señor Gatti.