A raíz de la última película que estrenó este año Mamoru Hosoda y del retiro de Hayao Miyazaki, me crucé con varios artículos insinuando que Hosoda es el nuevo Miyazaki. A decir verdad, jamás se me pasó por la cabeza esa afirmación. Realmente son diferentes. Tanto, que Hosoda iba a dirigir “El increíble castillo vagabundo” pero le dijeron que se vaya: su incapacidad para pedir ayuda y lo complicado de la novela original cavaron su tumba. Sin embargo, esto no lo escribo con la finalidad de probar que son diferentes. Decidí escribir por algo mucho más sencillo, escribo porque a veces noto que mis conocidos le tienen tanto aprecio a las películas de Miyazaki que pareciera no haber lugar para otro director.

Me tomé una tarde de descanso para ver nuevamente dos de las tres películas más conocidas de este director, que son dos de mis películas animadas favoritas. Más allá de que “La chica que saltaba a través del tiempo” también me gusta mucho y siempre la recomiendo, la idea está adaptada del libro homónimo de Yasutaka Tsutsui, el autor de la novela “Paprika”, que vimos en movimiento gracias al fallecido Satoshi Kon (¡cómo se lo extraña!) así que prefiero dedicarme más a las dos películas posteriores, que son ideas originales de este señor, que, si bien usa tecnología 2D y 3D para filmar, declara que aún sigue prefiriendo el efecto de la animación “a mano”.

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“Summer Wars” se le ocurrió a Hosoda al conocer a la familia de su esposa. Le pareció una experiencia fascinante (y probablemente abrumadora, ya que a Hosoda lo crió su madre) el hecho de que un grupo enorme de extraños se convierta súbitamente en un grupo enorme de parientes. El protagonista de esta película es un genio matemático al que su amiga contrata para hacerse pasar por el novio en el cumpleaños de su abuela, la matriarca de una tradicional familia descendiente de servidores de Takeda Shingen, uno de los daimyo más importantes del período Sengoku (período de unificación que dio paso al comienzo del shogunato Tokugawa). Kenji no puede decir que no, quedando inmerso en la vorágine de los festejos y la gigantesca reunión familiar, con un desfile interminable de personajes encabezado por la abuela, que lejos de parecer una dura cabeza de familia, tiene un corazón enorme. Todo habría salido perfecto, salvo que la  reunión se ve opacada por un evento ocurrido en la gran red social llamada OZ, que afecta la vida de todos fuera de la comunidad digital, sobre todo la de Kenji, a quien le roban la identidad.

En esta película es una constante el contraste entre lo digital y lo analógico: la paz del mundo amenazada por un programa de inteligencia artificial versus la abuela, peleando con un teléfono de línea, cartas manuscritas y una agenda de papel en mano para resistir. “Es importante que nos comuniquemos entre nosotros como en los viejos tiempos”, repite, dándole ánimos a sus cientos de contactos. A su vez, las anécdotas de batallas pasadas hace siglos sirven como música de fondo mientras todos se preparan para el combate empuñando celulares y consolas portátiles. Los saltos entre la animación del mundo virtual, con un estilo muy parecido al del artista Takashi Murakami (con quien trabajó para una campaña japonesa de Louis Vuitton), y la animación clásica de la mansión familiar en Nagano, aportan su granito de arena para que las casi dos horas de película pasen volando. Y no puedo dejar afuera lo que más me gustó la primera vez que vi la película: el desafío matemático que recibe Kenji, que tiene como solución la frase “the magic words are squeamish ossifrage”, es un problema real y muy conocido en el mundo de la criptografía. Se publicó en 1977 en la columna matemática de Martin Gardner (un divulgador científico al que admiro,  para no extenderme diré que es como un Adrián Paenza de Estados Unidos) y se resolvió en 1994 gracias a unos 600 voluntarios que aportaron máquinas para hacer los cálculos a través de internet. Fue uno de los primeros proyectos de estas características.

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“Los niños lobo” se estrenó en Japón en 2012 y nos habla de una pelea más larga: vivir. Al contrario de Summer Wars, esta película cuenta una historia de unos trece años de duración, la historia de cómo Hana se enamora de un descendiente del lobo japonés, una especie de lobo gris extinta en Japón, y cómo crió a los hijos que tuvo con él. Hosoda cuenta que le interesaba reivindicar la imagen del lobo creada en la Edad Media, ya que en Japón los lobos eran considerados animales protectores. Pero no usa lobos solo para eso, él considera que agregando un componente de fantasía al relato, la gente presta más atención a cosas que ignoraría de otra forma.

Hana tiene dos hijos a los que, lamentablemente, se ve obligada a criar sola. No los puede llevar al hospital, recibe quejas de sus vecinos por “tener animales” en la casa, y los chiquitos no tienen dónde correr y jugar, por lo que rompen todo a su paso. Sin muchas más opciones, Hana toma la arriesgada decisión de mudarse a la zona rural, para tener el menor contacto posible con gente que pueda descubrir el secreto y para que los niños decidan si quieren vivir como lobos o como humanos. Y aquí está la clave, en el proceso interno de Ame y Yuki mientras crecen compartiendo experiencias con compañeros de escuela, viviendo cerca de la naturaleza, con otros animales. Está en la angustia de Ame cuando ve que los lobos son castigados en todos los cuentos por ser malos; en la incomodidad de Yuki por oler a animal en la época en la que le empieza a interesar interactuar con chicos.

La pureza del relato es tal que ni siquiera incomoda el hecho de una mujer y un hombre lobo juntos en un marco que no sea una película de terror o una con Michael J. Fox en la década de los ochenta. A éste lo acompaña una banda de sonido impecable, que conmueve incluso a aquellos que se jactan de no haber llorado nunca con una película. El clímax, con la frase “todavía no hice nada por ustedes”, corona ese sentir eterno de las madres, que no distingue fronteras ni épocas, porque nunca es suficiente lo que se hace por un hijo.

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Mamoru Hosoda

En un Japón donde la institución familiar está en crisis debido al descenso de matrimonios y de la tasa de natalidad, Hosoda no trata sobre la familia desde la “bajada de línea” de las novelas de la TV japonesa en las que la historia de la persona de más de 30 que no se casa termina con la mejor decisión que pueda tomar: casarse. Para nada. Él logra dos historias maravillosas centradas en la familia y con todas sus diferencias, ambas hacen hincapié en las actitudes frente a la pérdida, en la búsqueda de identidad, en el optimismo, en proteger a esa familia, sea enorme como la de Summer Wars, o pequeña como en “Los niños lobo”. Después de todo, “mamoru” significa “proteger”.

Otra cosa que tienen en común estas producciones es el diseñador de personajes. Quizás sientan que esos trazos son conocidos, y está bien que suceda ya que la mano que dio vida a estos personajes es la de Yoshiyuki Sadamoto, quien hace 20 años dio vida al Shinji, Asuka y Rei que estaban en la cabeza de Hideaki Anno, el creador de Evangelion.

De más está decir que estoy muy ansiosa por la llegada a este costado del planeta de “Bakemono no ko”, estrenada en julio de este año. Tengo un poco más de esperanza porque esta película consiguió estar en más festivales que las otras, incluso compitió en el Festival de San Sebastián.

Espero lograr que alguno de ustedes le dedique un par de horas a alguna de estas películas. Siempre decimos que hay un estómago aparte para los postres… ¿Por qué no tener un corazón aparte para directores como Hosoda? El corazón es más grande que el estómago, créanme, no se van a arrepentir.

Fuentes de las entrevistas:

Anime News Network – http://www.animenewsnetwork.com/interview/2013-07-15/interview-mamoru-hosoda-director-of-wolf-children

Madman – https://www.youtube.com/watch?v=cBsqUxQAjII&list=PLVfHJfXFDXRit8QT4tB5sKu-NVrpBO8Bj

Generación Ghibli – http://generacionghibli.blogspot.com.ar/2015/08/por-que-no-dirigio-mamoru-hosoda-el.html

Sobre El Autor

María Pía Cibrián nació en Posadas en 1979. Trabaja en la fundación Tzedaká. Cursó traductorado de inglés hasta abocarse de lleno a la cultura pop japonesa. Desde 2004 estudia ese idioma y colabora en Solo tempestad y Evaristo Cultural.

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