La construcción de la memoria y el desarraigo. Un espacio vital, simbólico y concreto. El ensamblado interno de una familia, cotidianidad y recuerdos. Un jardín desmantelado, una madre y sus tres hijos. Una decisión y temperamentos contrapuestos. La nueva novela de Pablo Simonetti llega marcada de belleza y melancolía.
Antes de adentrarnos en la novela, me gustaría hablar del “jardín” como símbolo religioso, como símbolo del paraíso perdido. ¿Vos tenés formación religiosa? ¿Pensaste en el “paraíso perdido” cuando narraste este jardín? Me interesa el concepto de desarraigo que hay en el jardín mientras lo van desmontando y en esa madre que empieza a morirse con la mudanza.
Para mí es, humildemente, una manera de replantear el “pecado original”. En el sentido de desarraigar a alguien que ha encontrado su lugar en el mundo, su identidad, su “jardín” para vivir, sólo por un afán mezquino, codicioso o ciego a las razones de la memoria y de la herencia que estaban reunidas en ese jardín.
Y “jardín”, “madre”, “origen”, “útero”… son como un símbolo universal que está girando en torno al tema. Por eso también, la madre encuentra en ese espacio un lugar simbólicamente muy apropiado.
Hay lugares que multiplican el sentido de las cosas y, en este sentido lo materno y el origen, en un jardín, se ven multiplicados. El jardín tiene un valor simbólico y el desarraigo está entendido como una nueva mirada del “pecado original”. El desarraigo es el tema central de la novela. Por las raíces de este “jardín” que da origen a toda esa belleza. Las raíces no la vemos, pero esa belleza resulta evidente a la mirada. Y hay una escena en la novela donde se habla de la levedad y la belleza de las flores, que parecieran estar ahí flotando. Pero todo ello tiene un peso que sólo se lo da el arraigo y que se hace aquí evidente en el momento del desarraigo, arrancando a esta mujer de su lugar en el mundo.
He escrito en otras novelas sobre la identidad, sobre la dificultad de alcanzar la propia identidad, ese espacio en el mundo. Esto es precisamente la otra cara de la moneda. Es, una vez que has alcanzado ese lugar, qué te ocurre cuando lo pierdes.
¿Sos una persona religiosa?
Mira, yo fui educado en una familia católica y en un colegio católico. Ésta familia católica tenía un sacerdote que pasaba las vacaciones y almorzaba todos los domingos con nosotros. Era el rector de mi colegio, el confesor de mi madre. La presencia de la religión fue muy fuerte. Yo leí los evangelios de muy niño, en unas ediciones pequeñitas, que eran como unas libretitas. También el antiguo testamento lo leí bastante joven. El Antiguo Testamento tiene comportamientos que no deberían estar al alcance de un niño, no obstante esto, igual lo leí. Hoy no soy una persona religiosa, me he alejado por completo de esa matriz.
Cuando yo te hablo de religión, hablo de religiosidad, incluso estética o ética. No de un dogma de fe eclesiástico. Se podría hablar de una religiosidad atea también. Te lo pregunto porque hay una estética reposada en tu narración. Muchos cruces con una simbología o una inclinación intelectual cercana a cierto temperamento filosófico-religioso.
Mira, yo no tengo ninguna duda que estas lecturas tempranas de la Biblia y la educación católica que recibí, una vocación católica además bastante inteligente, nada fanática (muy prejuiciosa sin dudas con temas como por ejemplo la diversidad sexual) pero sí razonada. Incluso en este colegio católico en el que estudiamos mucha filosofía asociada con la religión. Y creo que todos estos mitos que nos fundan como sociedad occidental son valiosísimos y se transmiten de manera casi espontánea: en el arte, en la filosofía, en las relaciones más esenciales, como las familiares. Es decir, yo creo que están ahí, presentes, pero yo no me siento una persona de talante religioso. No tengo una cercanía con la filosofía religiosa. Como te digo, con la vida me alejé por completo de eso y hoy tengo un rasgo pragmático. No sé si lo pragmático es lo opuesto de lo religioso pero he albergado cierto escepticismo con la existencia.
Sí creo que hay ciertas armonías que uno es capaz de atestiguar desde el arte. Y en ese sentido, sí puedes tener razón: que hay un sentido de la contemplación, de la decantación espiritual que pueda tener la vida diaria. Así, la novela le da un valor espiritual, trascendente, al jardín. Sobre todo para este personaje. Hay que tomar en consideración que el personaje, la madre, sí es un personaje religioso. Luisa es un personaje religioso y le concede un valor espiritual y místico al jardín, que hace que tenga el impacto que tiene en su vida.
¿Cuánto hay de autobiográfico en la novela?
Hay bastante, es como un cuento largo. Incluso, cuando lo escribí, era un texto más largo que el definitivo y saqué mucho porque se salía de esa tensión narrativa necesaria en un cuento. Un cuento tiene que ir derecho hasta el final y sin digresiones y, había algunas digresiones sobre las vidas familiares de los hijos de su propia familia, que al final las saqué. Está justo en el límite, entre un cuento largo y una novela. Porque tiene suficientes circunstancias y acontecimientos que alargan la trama. Y tiene bastante de autobiográfico. La situación de la pérdida de la casa familiar, con la madre ya sola viviendo en ella, es algo que a nosotros nos tocó vivir en mi familia. Y después, doce años más tarde de que mi madre muriera, me llamó un amigo y me dijo “están echando abajo la casa donde tú vivías de niño”. Eso es todo cierto. Pero de ahí en adelante, hay mucha ficción. Por ejemplo, yo no fui a ver la destrucción de la casa, como así comienza el libro. En ese sentido proyecté el miedo que yo tenía de verla. Y esa fue la fuente de mi imaginación.
Me interesan los personajes de los hermanos y la relación entre ellos.
Los hermanos están construidos a partir de tres paradigmas. Nosotros somos cinco hermanos.
Pero hubo tres paradigmas que se encontraron en el momento de tomar esta decisión.
Estaban los que pensaban que esto era un problema que había que sacárselo de encima y ganarse el dinero; los que decían “hay que irse con cuidado porque es algo muy importante,muy valioso y muy importante para nuestra madre” y estaban otros que decían “yo sé qué es lo que nuestra madre necesita, pero ella no se da cuenta”. Son estos tres paradigmas los que entran en juego y los personajes, aún cuando tienen cosas en común (por ejemplo Juan, tiene muchas cosas en común conmigo), yo siempre digo que con mis hermanos fuimos todos Juan, Franco y Fabiola en algún momento del proceso. Fuimos pasando por estas sucesivas etapas en que decíamos “bueno en realidad esto es muy duro para nuestra madre”, en otra etapa diciendo “pero bueno, mira con todo este dinero se puede ir a vivir a un palacio, así que…”.
Los planteos no son injustos. Son temperamentos más o menos afines con el de la madre, nada más. Son todos planteos entendibles, pero hay una coincidencia estética y simbólica entre el hermano menor y la madre.
Sí, sin dudas él es el menor. El que ella sintió que tenía que proteger frente al principio paternalista masculino del padre. Es con el que ella pasó más tiempo cuando niño, porque el padre ya no estaba tanto en la casa, sino trabajando mucho.
¿Cómo fue tu relación con tu madre? Porque ya tenés otra novela sobre este tema.
Sí, Madre que estás en los cielos. Fue esa: yo soy el menor, y con bastante diferencia de mi hermano. Mi madre pasaba mucho tiempo en la casa además. Justo entonces se enamoró del jardín, de la jardinería y la botánica. En el momento que yo nací ella empezó a desarrollar este camino, escribió libros de jardinería que se usan hasta el día de hoy en las escuelas. Se dedicó al paisajismo. Yo la acompañaba en sus jardines. Tuve con ella una relación muy cercana y estuve bastante alejado de mi padre, porque estaba él en un momento de mucho trabajo y compromisos. Sus negocios habían crecido y lo tenían consumido.
Pasaba mucho tiempo con ella y teníamos una sensibilidad semejante. Tanto que a mí me pasó algo muy parecido a lo que le pasó a ella: se enamoró de su jardín y de la jardinería, cuando murió su madre. Porque su madre le llevaba patillas, esquejes que le llaman, y las plantaba en el jardín. Y mi madre hacía allí las cosas para que se viera bonito, pero no tenía un sentido más profundo hasta que su madre murió. Mi madre volcó entonces la imagen de su madre en el jardín.
A mí me pasó lo mismo, en el año 2000, 2001, empecé a hacer un jardín cerca del mar, en un lugar distinto pero más o menos equivalente. Y me enamoré del jardín. Y eso se intensificó aún más con la muerte de mi madre.
Hay allí esta identificación del jardín, con plantas y con personas, que hacen que tus sentimientos sean más grandes y el compromiso y el cuidado con ese jardín sea mayor.
En el fondo, volviendo al tema de la ficción, es como que los conflictos y los principios dinámicos que están puestos en la novela son los de la realidad. Sólo que las escenas y la disposición no. Por ejemplo, yo no tengo ningún personaje que sea como Franco, que es amigo de la velocidad y la inquietud, que es protestón y tiene esa cosa tan italiana… yo no tengo un hermano así, pero también es parte de nuestras características, está ahí, como forma de ser de nuestra familia, así que va complementándose.
Hay algo interesante que marca la novela y que me parece que tiene que ver con un elemento propio de tu personalidad. La novela, las ilustraciones, la simbología del jardín, tienen una melancolía reposada, muy cercana a cierto temperamento que tiene la madre con su hijos. Tu madre era paisajista, vos empezaste con una profesión más rígida como es la de ingeniería y luego te volcáste a la literatura. Me interesa hablar de ese tránsito tuyo, personal.
Bueno, le has dado en el clavo. Lo has dicho mejor que yo, incluso, cuando me explico a propósito del tema. Pero es cierto, con la literatura encontré un estado de vida que es muchísimo más acogedor que el que antes tenía con la ingeniería.
Tengo que hacer una distinción, porque cuando yo estudié ingeniería fui muy feliz. No tengo ningún rencor, ni mucho menos. Siento que tengo un agradecimiento enorme. Porque además, la ingeniería, las matemáticas, las ciencias básicas tienen un afán de belleza. En el corazón de todo lo que está ahí, uno va descubriendo las cosas como si se te fueran mostrando flores también.
A partir de una construcción anterior, luego una nueva, y otra nueva, y así va creciendo. Y tu comprensión del mundo físico se amplía.
El problema fue cuando empecé a trabajar como ingeniero y ahí a mí se me hizo un cortocircuito absoluto. Porque todo el sistema de la vida de administración de negocios es un mundo muy árido, por lo menos para este tipo de personalidad que tengo yo. Es muy repetitivo.
Bueno, no hay nada más repetitivo que en el “hacer” de la literatura, porque uno va a sentarse al escritorio todos los días, a la misma hora, a seguir adelante con una historia. Pero yo siento que cuando estoy escribiendo, estoy siempre en un mundo nuevo. Además que claro, en cada novela tú vas creando un mundo nuevo.
Pero si tú me preguntas por qué escribo, es precisamente por esta melancolía reposada, que es una característica de mi personalidad que la gente reconoce. Lo reconoces tú y gente muy cercana también me dice lo mismo: sereno, pero al mismo tiempo con la mirada un poco triste.
Eso puesto al servicio de la literatura, se vuelve inmediatamente en algo para mí virtuoso en el “hacer”. Al igual que Luisa, me pasa que yo encontré mi lugar en el mundo: la literatura es mi lugar en el mundo, mi domicilio, mi “jardín”. Y por eso, cuando yo escribo el epígrafe agradeciendo a mi madre haberme regalado un jardín para vivir, estoy pensando en esto.
Ahora, además, escribo en un jardín. Pero para mí un jardín para vivir es eso: estar tranquilo, sosegado, abstraído, pensando en la historia que me tenga en tema. Eso es para mí el paraíso.
Cuando logro hacerlo, porque para hacer eso uno necesita desconectarse por completo y tengo muchas responsabilidades a esta altura: el activismo, un centro de participación de políticas públicas… Pero de pronto digo: “Me voy, no voy a estar, no cuenten conmigo”. Y ese momento en que me conecto conmigo, con esa frecuencia de onda, es ahí donde vuelvo a recuperar mi tranquilidad, mi felicidad, mi centro. Desde ahí puedo hablar y puedo cooperar mucho mejor que cuando estoy llevado de una reunión, o promoción, o filmación, en otra.
Recién mencionabas el activismo. ¿Tenés un activismo político?
Fui el fundador y el primer presidente de la Fundación Iguales, que trabaja por la igualdad y dignidad de los derechos de la diversidad sexual. Es una fundación que ha crecido mucho.
La fundé con otras dos personas en el año 2011. Ya cumplió cuatro años pero, en este minuto, ya es una organización grande. Tiene un staff de ocho personas contratadas full time y trescientos cincuenta voluntarios. Tengo presencia en ocho regiones, participamos del desarrollo legislativo de la ley Anti Discriminación, de la ley de Unión Civil, de la ley de Identidad de Género. Estamos haciendo un proyecto de ley de Matrimonio Igualitario. Estamos desarrollando una política pública para crear una institución semejante al Inadi. Es un trabajo enorme, yo estuve de presidente durante dos años y salí arrancando, porque la política y sobre todo la contingencia, para mí es algo que sencillamente me saca de mis casillas y de mi centro. Porque tú sabes que cuando uno se convierte en vocero o activista de un proyecto de sociedad, pasa cualquier cosa y te llama todo el mundo.
Ahora hay otro presidente que lo hace estupendamente bien y que no sufre mientras lo hace.
Igualmente sigo involucrado en el Directorio. También estoy en el Directorio de este centro de estudios públicos que se llama Espacio Público. Y es un centro de desarrollo de políticas públicas, en el que también estoy trabajando el tema de la discriminación. Y son compromisos que me han tocado como escritor, porque yo tocaba los temas de diversidad sexual en mis novelas, llegué a tener una posición visible para los medios, entonces, en un momento dado, cuando tomo la presidencia de la Fundación, fue muy evidente volverme el vocero de este problema social que teníamos en Chile. Pero yo llegué a eso porque soy escritor y porque encontré mi lugar en el mundo, que es lo que conversábamos en la pregunta anterior.
¿Chile ha sido una sociedad muy cerrada respecto a estos temas?
Sí, pero ha cambiado mucho y muy rápido en el último tiempo. Ayer a un diputado, mientras estaba en sesión en la Sala, le sacaron una foto a su celular con el cual se estaba mandando mensajes eróticos con hombres. Él está casado y tiene hijos. Un medio lo publicó y transcribió los mensajes y pocas horas después al medio en cuestión le llegó una “capotera”, una golpiza, se le fue todo el mundo encima diciendo que aquello había sido una invasión a la privacidad. El cambio ha sido muy profundo. Gente de derecha, muy tradicional ha salido a decir “esto es parte de su vida privada y él lo puede hacer como quiera, no nos tenemos por qué meter”.
¿Cómo ha sido la irrupción de un personaje como Pedro Lemebel en la sociedad chilena?
Pedro fue fundamental, porque él realizó todo su trabajo artístico en un momento de negación absoluta del problema. Te voy a poner un ejemplo que es muy claro acerca de cómo se vivía el tema de la diversidad sexual en Chile en tiempos de Pedro -su principal labor artística se desarrolló entre los años ochenta y noventa-. En el año noventa y tres, el presidente de Chile Patricio Alwyin (del cual todos tenemos una muy buena memoria, porque superó la transición en un momento muy complejo, con Pinochet encima respirándole en el cuello), fue invitado a Dinamarca en visita de Estado. Dinamarca ya había aprobado el primer estatuto de Unión Civil del mundo en 1989. Un periodista le preguntó entonces que hacían en Chile por el avance de los derechos de la diversidad sexual y, el presidente Alwyin le contestó: “Nosotros no tenemos ese problema en Chile”. En ese contexto socio-cultural, es en el que Pedro irrumpe como un artista del margen. Hizo del margen su lugar de fuerza. Desde ahí disparó con estos verdaderos misiles que son tanto sus obras literarias como artísticas. Hizo de la resistencia, del margen, su lugar artístico.
Yo no quiero apropiarme de ninguna herencia y, además, somos muy distintos, tenemos orígenes muy distintos y estéticas muy distintas. Mi irrupción como artista es a comienzos del 2000 y eso hace una gran diferencia, porque habla más bien de la inclusión, de la irrupción de este tema en la familia y en los organismos que constituyen la sociedad.
Yo te mencioné justamente a Pedro porque intuyo, y me lo estás confirmando, un recorrido que hizo la sociedad chilena. Es decir, Pedro aparece más furioso y luchando por un espacio. Vos aparecés mucho más asentado, con una actitud más reposada, mucho más pacificado…
Sí, creo que también ha sido una manera de mirar lo que ha generado una apertura Nosotros decimos que no puede ser que la Iglesia le prive, más bien obligue a una persona a tener que elegir entre su religión y su identidad sexual, pero creo que también, es el momento de la sociedad en que lo vivimos y cómo lo vivimos, lo que hace que ese arco se complete. Es decir, Pedro luchó sitiando la ciudad. Yo ya estoy adentro de la guerrilla, o incluso también como un espía, metiendo un poquito de veneno en las copas de vino de los que toman el poder.
Otro tema importante de Jardín es que participa de “la literatura del yo”, pero con una construcción estética y simbólica mucho más interesante de lo que se venía haciendo. Después de Roberto Bolaño, la literatura del yo hizo metástasis en toda la literatura del continente, todos tienen novelas de este tipo que, en definitiva, no resultan tan interesantes. Tu narrativa, ésta novela por lo menos, participa de una construcción de la memoria -la memoria es uno del temas centrales-, pero el recorrido estético que hace es mucho más profundo, mucho más metáforico. Es muy interesante esa variación en la tradición de este formato literario.
No quisiera agregar nada a lo que tú dices, porque me honra y me encantaría que apareciera eso.
Es muy honroso el lugar donde me pones.
La literatura testimonial del yo, va acompañada del símbolo: la familia, el país. La familia como espejo del país. Está el país representado en un conflicto, que es el conflicto de hoy, esta lucha de la vida cotidiana permanentemente en contra de las imposiciones del capitalismo. En una conversación que pareciera no tener solución, porque el capitalismo habla de un precio y la familia habla de una forma de vida. Es una conversación que no tiene un lenguaje común. Pero es una conversación que estamos teniendo como país.
Y lo otro que creo que es importante, aunque suene trivial, es la construcción de los otros personajes. Aunque sea una literatura del yo, tal vez sean mucho más importantes. He notado como lector, que la literatura del yo se afirma en el juicio propio, por lo tanto el autor es casi como si un juez emitiendo una sentencia. A mi lo que me interesa, más que la sentencia y, a través de los personajes, es que podamos hacernos lectores de nuestro propio juicio.
¿Cómo ves el panorama literario?
Hace unos meses atrás tuve que ir a los cursos de verano de la Universidad de Santander, los “Menéndez Pelayo”, que hacen todos los años. El tema fue, precisamente, la literatura contemporánea chilena. Es la que más conozco, así que hablé de ella. Hice un pequeño paseo por las generaciones, que todavía están actuando, publicando, que están activas.
Una de ellas es la Nueva Narrativa, que fue una generación importante para mí, para nosotros. Pero que ha sido denostada en el tiempo, pasó a ser una suerte de “maleficio”. En ese grupo está Gonzalo Contreras, Fuguet, Arturo Fontaine, Marcela Serrano, Jaime Collyer, Mauricio Electorat. Ellos se desarrollaron justo en un momento en que el realismo, había re-ganado todos los espacios. Pareciera que hubiese derrotado todas las vanguardias, que todas ellas hubieran fallado y que el realismo vargallosiano, con alguna influencia onírica (que en el caso chileno venía de Donoso, como si fuera nuestro fantasma) eran sus influencias.
Después viene la generación mía. Es sobre todo, una generación que reporta el proceso de emancipación de la individualidad respecto de la estructura preconcebida de la familia, de que hay una sola manera de vivir la vida. En Chile hubo por muchos años la idea de que la sociedad era uniforme. Que existía una “raza” chilena. Imagínate que hay que ser demente para pensar una cosa así cuando todos somos inmigrantes en Chile, dejando aparte a los pueblos originarios. Entonces la concepción histórica era muy uniformadora, de los lenguajes, de todo. Me acuerdo que uno debía hablar de determinada manera, porque si lo hacías de otra empezaban a haber separaciones sociales. Y una estructura rígida en cuanto a la forma en que “debiera ser vivida la vida”. Había una sola manera de vivir bien la vida. Esa emancipación la vivimos nosotros en nuestra generación. Es muy interesante, porque hay muchas mujeres y muchas personas de diversidad sexual que se han destacado. Más que ninguna de las otras generaciones. Estoy pensando en Nona Fernández, Alejandra Costamagna, Oscar Contardo, yo. Y también heterosexuales, Rafael Gumucio por ejemplo, que tiene una literatura del yo pero con matriz histórico-cultural. Es una generación en la que yo me siento muy cómodo, aunque son menores que yo, porque yo empecé a escribir tarde.
Luego viene “la generación de los Hijos” que le llaman. Podrían ser la generación del 2010 (nosotros salimos en los 90, 2000). Por eso “la generación de los Hijos”, los que nacieron y se criaron en dictadura. Tiene un afán de juez sobre el papel de los padres, de la herencia de los padres que nos dejaron el país devastado de valores en el que vivimos.
Vivimos un momento de capitalismo salvaje, que también se presenta en Jardín, pero hay valores solidarios que están resurgiendo con mucha fuerza en este momento.
Por último hay una nueva generación, que está recién saliendo, participan en talleres literarios de compañeros de mi generación. Vendrían a ser como nuestros “alumnos” o algo así. Ahí hay una diversidad que es muy interesante. Tienen una especial curiosidad por la deformidad: la deformidad moral, la deformidad física, la deformidad política. Se abocan a cierta monstruosidad digamos, y con unos tintes neobarrocos, realistas pero neobarrocos. Uno podría pensar que Donoso anda de nuevo por ahí, con todos sus monstruos. La “generación de los Hijos” es minimalista, su literatura toma forma de apuntes: media página escrita, luego otra media página escrita, y se va formando la historia a partir de fragmentos, en cambio estas nuevas novelas son un poco más de largo aliento, más barrocas.
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