Ayer, 4 de febrero, falleció el fantasista Alberto Ramponelli, autor de Desde el lado de allá (cuentos, 1990), El último fuego (novela, 2001) Viene con la noche (novela, 2005), Una costumbre de Oceanía (cuentos, 2006), Apuntes para una biografía (novela, 2009), Gente rara (cuentos, 2011), Esperando a los tártaros (narrativa breve, poesía, teatro, 2013) y Crónicas del mal (casos policiales ficcionalizados, 2014).

Ramponelli fue uno de esos autores semiocultos que ejercen más influencia en el panorama narrativo de la que cultivan en las listas de ventas de las grandes cadenas. Incursionó en la dramaturgia y, durante la década de los 90, dirigió la revista literaria Otras Puertas. Obtuvo, entre otros premios, distinciones del Fondo Nacional de las Artes en novela en 1996 y 2008 y en cuento en 1998 y 2004; fue seleccionado para integrar la Antología de Cuento 50° Aniversario Fondo Nacional de las Artes (2008). Fue finalista del Premio Clarín de Novela en el año 1998 y formó parte de distintas antologías. También se destacó como formador dictando talleres literarios en la zona oeste desde mediados de los 80. Desde Evaristo Cultural levantamos una copa en su memoria y lo recordamos con algunos de sus trabajos.

1484752_752170988163435_4427080782390300415_n

SOLCITO

Ella era un sol. “Un solcito”, la llamaba su padre. Pero de golpe se tiró toda la noche encima y se apagó. Con una 22, en su propia boca, con su propia mano. Penas del corazón, podría titularse, como en un viejo folletín. “No puedo vivir con esto”, repetía su padre, y ella no podía contestarle porque se había metido en una noche que de tan larga no tenía retorno. Como tomarse un tren con boleto de ida solamente. El tren de la noche, que únicamente va. Pero no se lleva todo. Se lleva lo más importante, sí, el soplo vital que animaba el cuerpo o lo que podríamos llamar el núcleo ígneo del cuerpo de Solcito, y deja de este lado nada más que residuos miserables, pedazos de historias ya irreversibles como la luz de las estrellas muertas, el padre repitiendo “no puedo vivir con esto”, el padre que alguna vez fue policía y ahora está retirado y se encamina hacia una vejez insoportable, el padre que siendo policía le compró a su hija, tiempo atrás, una 22, y le enseñó a usarla, para que tuviera con qué defenderse en estos tiempos difíciles, para que ella dañara primero a quien intentara dañarla. Y eso fue lo que Solcito hizo. Se dañó.

UN PAPEL ARRUGADO

Usted busca un nombre, dijo, un nombre que no existe. O mejor dicho, usted busca un nombre vacío, un nombre que no tiene cuerpo. Quiero decir, no hay ningún cuerpo que pertenezca a ese nombre. Es más, dijo, me atrevería a decirle que nunca lo hubo. Porque, vamos a ver, quién podría llamarse de ese modo. Nadie, hombre o mujer, para el caso es lo mismo. Nadie. No importa que usted lo busque, que tenga ese nombre escrito en un papel arrugado, que en ese papel debajo del nombre figure esta dirección. Tampoco creo que se trate de un equívoco. Simplemente pasa esto, usted busca un nombre que no tiene cuerpo, y un nombre sin cuerpo es nada más que lo ya dicho: un nombre vacío. O, para ser aún más estrictos, un vacío. Y no interprete que busco ponerme metafísico, dijo. Menos todavía, esotérico. Soy estrictamente objetivo, un nombre vacío es a lo sumo un nombre sobre un papel. La dirección tampoco agrega ni quita nada, es también un nombre, con el agregado de un número, sobre un papel. Y acabamos de acordar que un nombre sobre un papel no es nada. Es un vacío, sin metafísica ni esoterismo. Que yo viva o esté aquí para contestar a sus preguntas, no sirve tampoco de mucho. Una mera casualidad, una circunstancia fortuita. Hasta ociosa, podríamos decir, dado que, según hemos convenido, usted no busca a nadie. Puede irse tranquilo ahora, dijo, acabo de quitarle un peso de encima. Y vaya si lo es buscar un nombre vacío, buscar a nadie, y en la dirección donde no está.

LA CONFUSIÓN ES UN ASUNTO COTIDIANO

I)
Ellos justificaban
su locura con Dios, ellos,
antes, decían Dios y la locura
ponía en marcha sus herrumbrados engranajes.
Dios, decían, y la palabra lubricaba
el metálico estruendo, se hacía
gesto, voz,
ambulatorio catecismo pretencioso
buscaba encerrar en una fábula
toda la verdad.

II)
Pero nosotros, muy modernos
estábamos de acuerdo en
que Dios no es una hipótesis
científica, porque
la ciencia no es una creación
de Dios, es de los hombres
y los hombres deciden desde
su intolerable pequeñez qué cosa es
de Dios y qué cosa es
de nosotros, o sea
de los hombres.

III)
Pero ellos gesticulantes
decían también
nosotros y entonces nosotros
pasábamos a ser ellos, nosotros
decían y ellos decíamos y
el tumulto iba creciendo en ese
bar que estaba a la vera
de cualquier ruta.

IV)
Yo me acerqué
a la ventana, me puse
a mirar
los camiones que iban y venían,
algunos con patentes brasileñas.
Entonces recordé
a mi amigo Abelardo que
alguna vez dijo, enarbolando
su vaso de cerveza:
Ernesto es un tipo
que para cada solución tiene
dos problemas.

KAFKIANAS

(I)

Como una palabra tragada por el silencio, puede decirse. Lo cierto es que el tipo cayó desde la cubierta sólida de un barco y luego de teatrales pataleos y manoteos más o menos grandilocuentes, desapareció bajo la superficie del agua. Tal vez, con un poco de suerte, el cuerpo sea devuelto a tierra firme. Pero no resucita; es sólo un cuerpo muerto sobre la arena de la playa. A lo sumo, algunos testigos podrán apreciar la belleza quieta, casi repugnante en su propia fascinación, del ahogado.

(II)

Una luz se prende en algún lugar de la casa, pero la casa está vacía (el gato, que dormita solitario sobre un sillón, no cuenta). Un sonido se escucha en algún punto de la casa, pero la casa está vacía. Un objeto cambia de disposición dentro de la casa, pero la casa, claro, está vacía. Y un minuto antes de que sus habitantes regresen, la luz se apaga, el silencio se restituye, el objeto vuelve a su sitio. Sólo el gato ha sido testigo de estos mínimos acontecimientos. Pero, como ya dijimos antes, el gato no cuenta.

(III)

Pienso en mi madre que está muerta, y no termino de entenderlo, mi pensamiento se hace todo dolor. Me doy cuenta, entonces, que no podemos pensar la muerte desde la vida, porque desde la vida la muerte es absolutamente incomprensible. Desde la vida, se puede pensar únicamente en la vida. Lo que no podemos saber (desde la vida) es si en la muerte se podrá pensar en la muerte. Y menos aún, si desde la muerte podremos pensar en la vida. Quiero decir, si mi madre pueda tener, ahí donde está, algún pensamiento para mí.

(IV)

Ni siquiera hace falta esperarlos. Uno detrás de otro, llegan. Sin pausa, sin descanso. Llegan. ¿Quién dijo que la espera sin concreción es mala? Esto es mucho peor. Preferible estar al borde del desierto esperando a los tártaros y que estos se demoren infinitamente. Mil veces preferible. Porque acá sí llegan. Uno detrás de otro, llegan. No nos dan tregua, nos dejan vacíos, sin tiempo para pensar, sin un remanso de quietud donde cultivar un conflicto hecho de tedio. Ni siquiera podemos aburrirnos. ¿Quién puede vivir así? Llega la noche, y ellos. Llega el día, y ellos. Ellos, ellos. ¿Rendirnos, quizás? No podemos. Nadie sabe por qué, pero no podemos. Desearíamos lavarnos en viejos fuentones, aunque más no sea, criar un perro, demorarnos un poco en la sobremesa. Pero no. Ellos. A veces incluso nos encerramos en el baño a fumar un cigarrillo, pero enseguida una mano golpea imperiosa la puerta. No hacen falta palabras, el tac, tac, tac, impaciente, dice: vienen, vienen, ellos vienen. Ellos.

(V)

Ahora yace en la vereda. Estrellada, completamente. Quieta. Pero antes tuvo la forma de un cuerpo en movimiento. Que subió las escaleras de este edificio público, que se acercó a la ventana del quinto piso, que. Punto, final. Se trata de una muchacha joven. El pelo rojo se va manchando de otro rojo, más intenso. Como si fuera una rúbrica la sangre. Como el sello y la firma que cierra el trámite.

                                                                                         a diana t. en el recuerdo

Video realizado por Luís Lhooner en base a textos de la novela Apuntes para una biografía.

 

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

Artículos Relacionados