Cuando un hecho policial logra convertirse en novela gráfica, es que ese acontecimiento sobrepasa lo estrictamente delictivo y pasa a ser una leyenda urbana. No siempre la crónica delictiva logra meterse de lleno en el tejido social, los relatos suelen tener un tiempo limitado y después otros desplazan al anterior. No pasó así con la “Masacre de Pompeya”, ocurrida el 25 de enero de 2005 en el tranquilo barrio de Pompeya, cuando un automóvil blanco Peugeot 205, conducido por Fernando Ariel Carrera, un joven comerciante de 30 años, sin antecedentes penales, casado y con tres hijos, iba en segunda marcha a una velocidad presunta de 60 km/h y en contramano por la avenida Sáenz. Carrera conducía en estado de inconsciencia por los previos disparos recibidos de parte de policías civiles que estaban en persecución de un auto de similares características, con dos pasajeros en su interior, cuando el rodado atropelló a un niño de 6 años, a su madre de 35 y otra mujer de 41, todos muertos instantáneamente. Quienes actuaban en el operativo eran dos brigadas de la Policía Federal Argentina (comisaría 34 y 36) que confundieron a Carrera con un ladrón y le dispararon más de 20 veces.
Es interesante tomar como referencia en este aspecto, el registro fílmico documentado por el camarógrafo del programa Cámara Testigo (América), quien grabó a un vecino totalmente sorprendido: “El Peugeot que está allá, que tiene la patente 532, venía con tres policías de civil. Uno de ellos saca la Itaka por la ventana y tira. El delincuente se asusta y acelera, y pasa esta tragedia”. Así, el testigo Luis Ríos acreditaba la versión de Carrera: todo era en realidad una causa armada y un caso de gatillo fácil donde la policía había disparado sobre una persona 35 veces.
El automóvil en el cual viajaba Carrera recién detuvo su marcha al chocar contra una Renault Kangoo en la que iban dos personas de nacionalidad coreana, quienes terminaron heridas. Una mujer embarazada también resultó lesionada. Luego de que el vehículo de Carrera se detuvo, dicho auto recibió una lluvia de balas (18) por parte de la Policía Federal Argentina, varias de las cuales impactaron en el cuerpo de Carrera -un total de 8 impactos en su cuerpo-. El comerciante fue trasladado en grave estado al Hospital Penna, mientras los transeúntes indignados trataban de lincharlo.
Según la versión policial, Carrera escapaba de un robo que había ocurrido minutos antes, pero él sostiene que se asustó al ver civiles armados y que pensó que lo iban a robar, por lo que tomó en contramano y que al ser alcanzado por un proyectil perdió el control del vehículo atropellando a las personas. Para los jueces este último argumento resultó endeble porque se valieron de un peritaje que refutó los dichos del acusado.
A partir de entonces comenzó una historia ligada al “gatillo fácil” y a la cuestionada “policía maldita” y a la “corporación judicial”, de la que tanto se dijo y aún se habla.
Condenado a 30 años de cárcel en junio de 2007, ese fallo fue dejado sin efecto por la misma Corte Suprema de Justicia en junio de 2012, cuando ordenó a la Sala III de la Cámara de Casación que revisara los fundamentos de la sentencia. Carrera pasó 7 años en prisión.
La Sala III que, con otra composición, había confirmado el fallo inicial en mayo de 2008, luego ratificó que Carrera era culpable y redujo la pena a 15 años.
Sus defensores, con el apoyo de dictámenes de organismos públicos y de derechos humanos, también apelaron la condena y afirmaron que Carrera «era inocente» y que se trataba de «una causa armada por la Policía Federal».
Los hechos ocurridos el 25 de enero de 2005, comprendieron tres etapas sucesivas: Según entendieron los jueces, el robo fue cometido por dos personas. Carrera y otro hombre que logró escapar, una persecución sobre los asaltantes y luego dos brigadas policiales que actuaron. Como cierre, el auto del procesado circulando a contramano por la avenida Sáenz, donde arrolló a cinco personas y se estrelló contra una camioneta Kangoo, donde estaban dos jóvenes que resultaron lesionados.
La diferencia entre las penas impuestas por el Tribunal y Casación fue porque en esta última instancia, por mayoría, consideraron que Carrera atropelló a las tres personas sin dolo ya que lo hizo queriendo escapar de la policía. Además, a diferencia del Tribunal, no se dio por probado que Carrera haya respondido con su arma de fuego la balacera que recibió de la Policía, y es por ello que no lo condenaron tampoco por abuso de armas.
Sin embargo, al estar con una condena de 15 años y al haberse rechazado un recurso extraordinario, las partes recurrieron a la Corte, Carrera por esos días corría el riesgo de volver a quedar detenido sí así lo dispone el Tribunal 14.
Fue entonces cuando la defensa volvió a recurrir a la Corte con duras críticas a los jueces de Casación Mariano Borinsky, Liliana Catucci y Ana María Figueroa, quienes fijaron una nueva pena de 15 años. Para el equipo de abogados que asistió a Carrera, la Sala III tuvo una «lectura sesgada» del caso y los criticaron por reagrupar y tratar como si fuese uno todos los argumentos que ellos plantearon contra la condena.
Además, denunciaron que ellos solicitaron la incorporación de nuevas pruebas «de descargo dirimente». «Un cronista de TV entrevista a un transeúnte a escasos minutos de ocurrido el hecho, y brinda un relato espontáneo y concordante con lo manifestado por Fernando Carrera en cuanto a que le apuntaron desde un Peugeot 504 gris oscuro sin identificación ni sirena policial y que luego, desde ese mismo auto se abrió fuego unilateralmente contra su persona, por lo tanto, se desacredita de modo contundente la versión dada por el personal de la Brigada de la Comisaría 36 que siempre negaron haber efectuado disparos».
«Estos dichos del personal de la Brigada fueron tomados por ciertos por la Sala III , que tuvo por probado que el Peugeot 504 se encontraba identificado y desestimó los dichos de Carrera en cuanto a que creyó que iba a ser víctima de un robo. Sin embargo, la Sala III omitió todo pronunciamiento sobre la petición de incorporación de este registro fílmico. Ni siquiera se dejó constancia en el fallo de que la defensa efectuó este pedido, como si esta prueba de descargo jamás hubiera existido.
Los jueces de Casación –según la defensa- «faltan a la verdad» y lo que más llama la atención es la serie de actos, omisiones y decisiones tendientes a evitar que se escuche la versión de Fernando Carrera y su defensa».
Paralelamente, el fiscal de Casación Ricardo Wechsler también recurrió en queja ante la Corte, y él reclamó que se le aumente la pena a Carrera. En su hipótesis, se debió también condenar a Carrera por abuso de armas, esto es, haber disparado contra la policía.»Considero que la absolución respecto del abuso de armas se basó en apreciaciones infundadas y afirmaciones dogmáticas que vulneran las reglas de la sana crítica racional», dijo Wechsler en el recurso que presentó ante la Corte.
«No se trata de una mera discrepancia con el criterio adoptado por esa Sala III, ni la apreciación de la prueba producida en el debate, sino de un supuesto de arbitrariedad de sentencias por vicios en su fundamentación y en la valoración de los elementos probatorios», añadió.
Con todo este bagaje documental, la editorial cordobesa Llanto de Mudo lanzó al mercado, en setiembre de 2014, la primera edición de la novela gráfica que cuenta como relato non-fiction la historia de Fernando Ariel Carrera. Para el público en general el argumento era conocido por el documental El Rati Horror Show de Enrique Piñeiro, pero ahora con el nuevo formato, el relato se enriquece a través de los dibujos de Sergio Ibáñez, el diseño gráfico de Karin Lisnovetzki y la narrativa de Pablo Galfré.
Para Galfré todo este entramado no le era desconocido, desde 2005 se había comprometido en los hechos junto a Francisco Rosso y Claudio Santisteban, productores de Cámara Testigo e investigadores para Blog, periodismo de autor, programa que conducía Daniel Tognetti en Canal 9, y más tarde como productor del documental de Enrique Piñeiro. En 2011 comienzó a perfilar la novela gráfica y a darle una vuelta de tuerca sobre la realidad de un Carrera en la vida carcelaria.
Gatillo Fácil recrea y modela una nueva mirada crítica sobre los acontecimientos pero lo hace desde otro lugar: la vida de Fernando dentro de la cárcel, la de su familia luchando por su libertad, los esfuerzos inquebrantables de dos abogados y las peripecias de una investigación de tres periodistas, sintetizados en la única figura de ficción de la trama, el reportero de policiales Eloy Alazar. El formato apunta al estilo cinematográfico, las viñetas nos testimoniales y el lector no puede dejar de leer cada cuadro sin tomar partido de los hechos.
La novela gráfica, sin lugar a dudas, es una reivindicación pasional del oficio de ser periodista y la lucha como un esfuerzo colectivo. Eloy Alazar y su libreta de anotaciones vienen a rescatar el periodismo de a pie, ese que husmea y patea las calles con el compromiso de desatar los nudos que aturden a la sociedad. Gatillo y Alazar han llevado al periodismo de investigación hasta las últimas consecuencias, eso que genera un cambio en nuestras vidas.
Gatillo Fácil es la primera novela gráfica de la historia argentina que lleva un caso policial verídico y contemporáneo a este formato, un caso testigo de la práctica sistemática del “gatillo fácil”. Es una historia única, la de un hombre común y corriente a quien la policía le disparó más de 50 veces, que con 8 impactos de bala –uno a la altura del corazón- recién fue operado 5 horas después de los hechos, condenado a 30 años de cárcel y que sobrevivió durante siete años y medio en una prisión argentina. Es la historia, a su vez, de un sueño colectivo de abogados, periodistas, cineastas, dibujantes y decenas de personas que nunca cejaron en luchar por la libertad de Fernando Carrera.
Gatillo Fácil –una novela objeto- está estructurada con la base de un cómic pero también con material gráfico de la causa judicial y fílmico del documental: fojas judiciales, fotos de Carrera herido, de las armas, de las ruedas de reconocimiento; croquis y pericias; fotos periodísticas del día de los hechos; fotos familiares; frames de la filmación del juicio y de una cámara oculta; frames de los noticieros; dibujos confeccionados por los hijos de Carrera y la carta que Carrera le mandara a Eugenio Zafaroni.
El autor entre los agradecimientos dedica un párrafo “A los grosos que con su apoyo legitimaron la causa: Norita Cortiñas, Raquel Wittis, Estela Carlotto, Adolfo Pérez Esquivel, Eduardo Tavani, Alicia Pierini, Beinusz Szmukler, Marcelo Saín, María del Varmen Verdú, Nelson Castro, Ricardo Gil Lavedra, Margarita Stolbizer, Remo Carlotto y Elías Neuman”
Al final de la novela gráfica uno se encuentra con la palabra de Fernando Carrera: “Vivir así es un calvario porque se vive esperando el golpe final. Los proyectos a largo plazo son mirados con desconfianza por la incertidumbre que genera no saber cuándo me van a venir a buscar. Hoy en día trato de no pensar y de mantenerme ocupado todas las horas del día en las que estoy despierto para que la cabeza no labure cuando se apoya en la almohada”
Gatillo Fácil fue Declarada de Interés Cultural por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Se presentó en La Feria Internacional del Libro 2014 y en el Festival Internacional Negro y Blanco Azabache de Mar del Plata en 2015.
Pablo Galfré es periodista de gráfica y productor audiovisual. Autor, entre otras crónicas, de: Rebelión en la granja (THC) y El fetiche diferente (Crítica). Productor periodístico de Anima Films, productora de documentales. Algunos de sus trabajos son:
Lágrimas de sangre (un recorrido por todo México alrededor de las víctimas de la Guerra al narco).
La era de Kirchner, (Infinito, 2011; producción periodística, entrevistador).
Colapso 2001, (Discovery Channel, 2011; producción periodística, entrevistador).
Buscando asilo, (Discovery Channel, 2010; idea original y producción periodística).
Confesiones de un sicario, (Infinito, 2010, idea original y producción periodística).
Los abogados de Fernando Carrera (Dra. Rocío Rodríguez López y Dr. Federico Ravina), en el epílogo de Gatillo Fácil, dejan una reflexión que no pasa inadvertida: “Y aunque la última palabra de esta historia todavía no ha sido escrita, lo cierto es que no fue suficiente. Por el momento prevalece la lógica policial en su cara más perversa: premiar al fuerte y castigar al débil.”