Paz Busquet comparte escenas íntimas, como espiar deseos en la imagen. Arroja instantes sobre las hojas, impresiones fuertes, relámpagos, rayos. Crudas da calor en el cuerpo. Lascivia y juventud. Escenas familiares. Desnudos con más o menos inocencia, desnudos al fin sin fin. La crudeza está en lo que se cuenta, en cómo se cuenta, en dónde sucedió, en quiénes estaban allí. Crudas son las palabras, los hechos y sus protagonistas. Carne viva. Hay campo, hierba fresca y animales. Lo silvestre alimenta la crudeza de la carne muerta de algún animal vencido por el hombre o por sus pares. La hermandad, la paridad son el hábitat. El entorno es agreste, tal vez campo. Quien habla pide castigo de perros.
Lo femenino, la mujer, la niñera, la niña y la hermana se conjugan y conjuran en sus variedades y posibilidades, un territorio muy habitado. El capítulo de Niñeras describe vínculos referenciales, devela la construcción del lazo, la influencia de los adultos en los niños y pasa a Matar y morir, todo se puede matar, todo va a morir. Un universo muy accesible y seductor.
¿Cómo nace Crudas?
De chicas pasábamos mucho tiempo en el campo, solas. En los meses de verano, sobre todo, se fue construyendo un cotidiano sin adultos. Las decisiones que tuve que tomar en aquella época fueron de una magnitud diferente a cualquier elección que pueda hacer hoy a los treinta. Cada mañana, con la libertad y alegría que eso implica, teníamos la responsabilidad de jugarnos la vida. Una vez, a eso de los seis, siete años, mamá nos compró una birome y un cuaderno Gloria a cada una. “Para que escriban”, nos dijo. Creo que todo empezó con la excitación que me generaron esos renglones prolijos. Escribir se me presentó como algo peligroso, podía decir cosas… Mi primer texto fue Niquete, contaba la historia de un nene del pueblo, muy violento. Lo describo levantando el polvo del camino como hacen los toros, pero con sus piecitos de apenas tres años. A los doce escribí la historia de una adolescente que había perdido el sentido del tacto: no podía distinguir si estaba parada o apoyada contra una pared, si se quemaba o no. El personaje llora cuando se da cuenta de que extraña sentir un abrazo… “en el momento de la muerte no hay abrazo que te abrace a este mundo”, decía algo así. Más tarde, empecé la novela de una mujer (casi muerta) que revivía en la escritura de un hombre. El paso anterior al poemario fue una novela de postales, contaba escenas en el campo que narraban la historia prohibida entre mi bisabuela y el hombre que cuidaba el gallinero. Él se murió quemado, dicen que estaba tan borracho que no sintió que se prendía fuego. En fin, todo ese trabajo de años, todo ese deseo, esa excitación, esa imposibilidad de decir, concluyó en lo único publicable: Crudas.
¿Cómo se presentan ante vos los universos que abordás?
Mi escritura está clavada en mi experiencia, porque con eso cuento y, en definitiva, eso es lo que cuento, valga el juego de palabras. Pero nunca es solamente experiencia… Además cuento con los libros (Duras, por ejemplo, destrabó algo en cuanto a lo sexual y al modo de abordarlo) y las conversaciones (mis hermana, amantes y amigos tienen un papel fundamental en todo eso). Los sueños son también una cantera de la que saco material para mis libros (sobre todo a la hora de producir escenarios). Y la última cuestión es la ley, darme una ley. Valoro mucho la intervención de alguien en el momento preciso, me acota y conduce algo de la variedad de imágenes que aparecen y de ese deseo de escribir que a veces puede obstaculizar. Me olvidaba, cuento sobre todo, con la soledad.
¿Cómo es tu proceso de escritura?
En el libro hay un poema que se llama Prioridades del dolor. Estoy cocinando unas papas en una fogata, las doy vuelta con una ramita, y de pronto, me quemo el dedo. La piel empieza a arder con una insistencia imposible, ese dolor se vuelve lo único que me importa, hasta que escucho gritar a mi hermana. Caigo en la cuenta de que le pasó algo grave, e inmediatamente, me olvido del dolor. Me entrego a lo necesario: espantarle las moscas del tajo mientras esperamos la camioneta. Mi proceso de escritura tiene que ver con eso, insistir en algo, ensimismarme, y saltar al exterior para olvidarme de mí y dar algo más.
¿Cómo te iniciaste en la escritura de poesía?
Cuando terminé el secundario empecé a tomar clases de escritura con Marcelo Sierra, leíamos narrativa, le encantaba Proust. La pareja de Marcelo muere repentinamente y él se desmorona y termina suicidándose. Fue un momento de mucho cambio en mi vida, en esa época leí Las Olas, de Virginia Woolf, un texto muy poético (pero todavía en formato novela) que me acompañó desde ese lugar. No entendía, pero algo se iba diciendo. Empecé una búsqueda que me llevó al taller de Javier Galarza. Javi era el profesor de mi hermana Leli. Sabía que él había publicado El silencio continente, el nombre me perturbaba. Ocurría toda una mística alrededor de ese taller: se juntaban en Chacarita, en una pieza recóndita, tomaban Cunninton y leían autores que yo no conocía. Natalia Litvinova era compañera de Leli en el taller y compañera mía en la facultad, pero no hablábamos. Ella todavía no había publicado ningún libro y empezaba a ir a sus primeras lecturas públicas, cosa que me generaba mucha admiración. Me daba miedo la poesía, para mí era como la puerta a la locura. Después de un largo coqueteo, empecé el taller. Los apuntes de esa época son vergonzosos, tengo escrito Yeats con sh, Sheats. Ese fue un primer acercamiento, pero la poesía también me sedujo gracias al teatro. Escuchar los poemas de García Lorca en medio de la puesta en escena de Bodas de Sangre, por ejemplo, o el monólogo de Antígona, me permitió aprehender algo de lo poético y comprender la necesidad de ese tipo de lenguaje. Las tragedias griegas me fascinan.
¿Cuándo escribiste tu primer poema? ¿Creés que hay algo de los temas que te convocaban a escribir antes que permanecen en la actualidad?
La primera vez que me enamoré escribí dos poemas, el mejor se llamaba ¿Qué fue?, el otro no me acuerdo. Los publicaron en la revista del colegio. Pero la cosa pasó por otro lado, me parece. Digamos que fui a lo de Javier dos o tres años, creo. Siempre llevaba textos, desde crónicas hasta cuentos medio graciosos, ridículos, diría yo. Leíamos mucha poesía, eso me influyó bastante, hasta que un buen día llevé algo en verso, algo que para mí no tenía importancia, pero que se convirtió en el poema con que iba a abrir Crudas: Amor a los cinco. “Ahí tenés la punta de tu libro”, me dijo Javier. Ese fue mi primer poema. También me dio vergüenza.
¿Cuáles son sus referentes?
Voy a hacer una lista teniendo en cuenta autores que, de forma contundente, recondujeron algo en mi lenguaje, en el proceso mismo de escritura. La enumeración es un poco injusta. De hecho, escribir es injusto, hay que dejar cosas afuera. San Agustín (las preguntas desesperadas con las que empieza Las Confesiones, esas paradojas que lanza) Virginia Woolf (Las Olas, esa novela puntualmente, me permitió entrar en la docilidad de los personajes en el tiempo) Ted Hughes (leí un poema que relata el nacimiento de un cordero, sentí que él ya había escrito todo lo que yo quería escribir) Marguerite Duras (El Amante me dio la posibilidad de acercarme a la sexualidad sin juzgarla, pensarme como un objeto más), Samuel Beckett (me enseñó a inaugurar una ley, a ordenar la multiplicidad de voces, ver los ensayos de sus obras de teatro fue un proceso que me permitió perdonar cierta incapacidad de escribir) Rodolfo Walsh (en el prólogo a Operación Masacre dice algo así como que la sangre que manchó por azar la pared de su living lo arrancó de su vida tranquila, lo irreversible me conmueve), Marcel Proust (lo leí cuando era bastante chica, encontré imágenes de una preganancia inigualable), Raúl Zurita (la presencia del paisaje que escupe pedazos de la historia más oscura de Chile con la dulzura de la poesía más lírica, nos llevaron, a mí y a mis amigas de la editorial, a hacer un viaje en auto desde Santiago a San Pedro de Atacama), Federico García Lorca (el poder de sus caballos, de su deseo, frases como “qué vidrios se me clavan en la lengua”, la potencia con la que pone en escena la tragedia). Amo la tragedia, es parte de mi historia, creo que es vital. Esos personajes tremendos, como Adrómaca y Antígona, me enseñaron a formular un enunciado, a decir. Y en el plano de lo cotidiano están esas personas que marcaron mi escritura desde sus obras: Alejandro Crotto, Javier Galarza y Adela Busquet. Y en lo que respecta al texto dramático, y sobre todo en la dirección, Claudio Quinteros y Marcos Perearnau. Quisiera editar a Claudio alguna vez, el me dijo que no fuera tan obediente. Y a Marcos lo conocí después de que murió Claudio, tomé clases con él porque no llegué a hacer el taller de dirección con Quinteros.
¿Qué te interesa leer?
Me interesa, sobre todo, lo que me plantea una dificultad. Me atraen mucho los textos que no termino de entender pero que no me dejan afuera, al contrario, me incluyen y me sueltan, me indican una soledad. Como dice Proust, los buenos escritores nos llevan al límite de su ignorancia, nos indican con el dedo una dirección, evidencian el lugar al que no pudieron llegar. Leo con voracidad, trato de comprender, hasta que me entrego a no dominar al autor, cedo a su mundo.
¿Qué estás escribiendo ahora?
Como decía al principio, empiezo con muchas cosas a la vez. Ahora, por ejemplo, estoy escribiendo un diario de viaje, una serie de poemas tipo correspondencia, una novela en primera persona y una serie de relatos. Sale todo junto, después algo se impone por sobre lo otro, algo se olvida. Puedo decirte lo que escribo, no lo que voy a publicar.
Gracias por dejarme contarte todo esto, un placer.