En un momento en que el “teatro de papel” ha cobrado notoriedad en nuestro ambiente cultural de la mano de las representaciones del grupo coordinado por la Sra. Amalia Sato, que durante los meses de enero y febrero se estarán presentando regularmente en el Malba[1], nos hemos permitido la traducción de un artículo aparecido en The Japan Journal, con la intención de dar a conocer los comienzos de un género literario/dramático que Buenos Aires recién descubre.

“Ahora que el kamishibai ha introducido su esencia en el manga japonés, ¿está condenado a ser enterrado profundamente en un estrato escondido de la historia cultural?” El escritor y practicante de kamishibai Suzuki Suzu describe el ascenso y la caída del “drama sobre tarjetas dibujadas”, y habla con su colega practicante de kamishibai Umeda Kasei, quien ha dedicado sus años de retiro a elevar el medio del kamishibai a un arte de primer nivel.

Los japoneses tienen una larga tradición en relatar cuentos a través de imágenes, como ha sido evidenciado por sus antiguos pergaminos de dibujos y pantallas plegables. Hoy, el ejemplo más familiar de este tipo de arte es indudablemente el género del manga. Aunque los libros de comic son extremadamente populares en todo el mundo, aquellos hechos en Japón son reconocidos instantáneamente por la forma en que se divide el espacio del dibujo, la estructura de la composición, los gestos y porte únicos de los personajes, y la meticulosa atención prestada a los detalles. Debido a estas características, el manga se ha convertido en un ejemplo representativo de la cultura japonesa diseminada alrededor del globo. Sin embargo, pocas personas fuera de Japón saben que en ese país existió otro género de relatos dibujados muy popular antes de que el manga cobrara preeminencia. Éste fue el entretenimiento tradicional conocido como kamishibai, o “teatro de papel”.

Aunque la historia del kamishibai no es en forma alguna larga, es indudablemente única. En muchos casos, practicantes de kamishibai poco conocidos tomaron las habilidades artísticas y narrativas que adquirieron para aplicarlas más tarde con gran éxito como dibujantes de manga. Por ejemplo, Mizuki Shigeru, autor de la serie enormemente popular GeGeGe no Kitaro que trata sobre los duendes de un cementerio, y Shirato Sampei, autor de la serie Kamui the Ninja, empezaron como artistas de kamishibai. Aprendiendo muchísimo del estilo expresivo del género más tradicional, estos artistas tuvieron una gran influencia en el manga japonés.

Cuenta cuentos itinerantes

El kamishibai es una forma de relatar cuentos mejorada por ilustraciones pintadas sobre gruesas láminas de papel que son exhibidas a la audiencia de forma secuencial mientras la historia progresa. Como arte nativo japonés, sus raíces se remontan a finales del siglo XIX. Nació de un arte más antiguo llamado tachie (dibujos de pie), en el cual los artistas manipulaban muñecos de papel montados sobre palillos de bambú mientras relataban historias y les prestaban voz a los diferentes personajes. Por desgracia, sólo quedan registros e imágenes fragmentados de tachie, por lo que sólo podemos imaginar el efecto total que debe haber tenido. De todas formas, parece claro que el kamishibai nació del tachie y que aparentemente alcanzó su madurez en 1930 cuando Nagamatsu Takeo se instaló en Shimoya, en el distrito de Ueno en Tokio, y fabricó distintas láminas de los dibujos narrativos conocidos como hirae. En realidad, el estilo del kamishibai es tan simple que es difícil decir con precisión quién le dio origen. Lo que sí sabemos es que se volvió enormemente popular a principios del período Showa (1926-1989), tomando un papel central en la vida cultural de los niños en una época en que pocas otras formas de entretenimiento estaban disponibles.

Originariamente, el kamishibai era representado en las calles de las ciudades japonesas como una empresa comercial. Los actores construían teatrillos sobre la parte trasera de sus bicicletas y viajaban a los diferentes barrios reuniendo chicos que escucharan sus relatos. El teatrillo contenía diez o más láminas de ilustraciones que el actor revelaba en secuencia mientras relataba su cuento. Para poder ver bien los dibujos, los niños debían comprar golosinas, lo que proveía al actor de sus ingresos.

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El practicante estelar de kamishibai Umeda Kasei se presenta en el Museo Shitamachi, Tokio, usando un cajón escénico sobre la parte trasera de su bicicleta típica (izquierda), de la clase que se usaba después de la guerra.

 

La comercialización del kamishibai era alcanzado por emprendedores que realizaban las láminas de ilustraciones y las alquilaban a los actores. Ellos contrataban escritores e ilustradores para crear las láminas y elaboraban únicamente un juego de tarjetas para cada historia. Como cada juego se alquilaba no sólo a actores que trabajaban en Tokio, sino también en otros centros urbanos del país, inevitablemente sufrían gran desgaste por la suciedad, los colores que se esfumaban y los daños físicos que limitaban su vida útil a aproximadamente seis años. Aunque éstos eran negocios más bien chicos, el kamishibai ofrecía a la gente una forma de ganarse la vida.

La popularidad explosiva del kamishibai en todo Japón se puede rastrear a una serie temprana fechada alrededor de 1930, que presentaba al Murciélago Dorado, un héroe parecido a un esqueleto que peleaba por la verdad y la justicia. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los relatos tomaron un tono nacionalista que pretendía avivar las llamas del patriotismo pro-guerra. Con títulos tales como Madre de Marte y Tsume Moji, muchas de estas historias enaltecían las virtudes de un estado militarista y describían los horrores de la guerra con intenciones claras de elevar el espíritu de batalla del pueblo. Después de la guerra, las fuerzas de ocupación estaban preocupadas por la fuerte influencia del kamishibai y lo censuraron. Casi la totalidad de las ilustraciones anteriores a la guerra fueron destruidas en esa época. Subsecuentemente, el kamishibai luchó contra regulaciones onerosas, pero logró mantenerse popular, llegando a su apogeo en 1952, sin duda ayudado por el hecho de que como empresa casi no requería capital, siendo una línea de trabajo que los soldados recién desempleados podían seguir inmediatamente como medio para ganar su pan de cada día. En sus mejores momentos, el kamishibai era representado por unas 50.000 personas a lo largo y ancho de Japón, incluyendo unas 3.000 personas trabajando en Tokio.

Llega la televisión

Sin embargo, no paso mucho tiempo para que la locura por el kamishibai empezara a apaciguarse, principalmente debido el avance de la televisión. Para 1960 quedaban sólo unos 300 actores trabajando en Tokio, y los números nacionales habían caído dramáticamente a alrededor de una décima de su mejor momento. La subsiguiente decadencia fue rápida e inevitable en los años subsecuentes.

Aunque este género ya no puede ser encontrado hoy en día en las calles de la ciudad, todavía puede ser disfrutado en otros entornos tales como jardines de infantes, clubes de comedia y, en algunas ocasiones, incluso en conferencias corporativas, donde las posibilidades de este medio son maximizadas. Por desgracia, estos vestigios retienen poco de las características únicas del relato, del ambiente de teatro en vivo, o de los colores de las láminas callejeras originales. A uno le queda preguntarse: Ahora que elkamishibai ha introducido su esencia en el manga japonés, ¿está condenado a ser enterrado profundamente en un estrato escondido de la historia cultural? ¿Debe desaparecer totalmente esta forma de contar cuentos de la vida Japonesa?

Kamishibai hoy

Hay un hombre que puede responder a estas preguntas con autoridad. Él es el relator de kamishibai Umeda Kasei quien actúa en teatros noh, festivales, hoteles y muchos otros lugares. Umeda empezó su carrera como relator después de retirarse de su trabajo en una empresa de impresiones, mucho después de que la era dorada del relato en las calles hubo finalizado. Cuando se retiró, decidió seguir su sueño de la niñez y convertirse en actor. Quizás por eso, y porque ahora tiene cerca de ochenta años, su acercamiento a este arte es sumamente sereno y objetivo. “Cuando consideras la esencia misma del tema, los antiguos relatores pertenecían a una cultura de músicos de la calle que actuaban como anunciadores”, dice él. “Como actores no eran particularmente hábiles”. Umeda no adopta esta perspectiva única solamente para denigrar a sus predecesores. Simplemente reconoce que, dado el sistema comercial de la época, eso era todo lo que ellos podían esperar lograr. Después de todo, solo tenían un tiempo limitado con sus láminas de ilustraciones alquiladas. Tenían que salir y ganar dinero inmediatamente, sin tener el lujo de los ensayos o la dirección. “Pero yo tenía confianza de que podía hacer una trabajo mejor”, continúa. “El tema es que hay un montón ilustraciones realmente muy buenas dando vueltas”.

Umeda está fuertemente comprometido en presentar el kamishibai como un arte. En su libro “¿Qué es Arte?”, Leo Tolstoy define al arte como lo que conmueve el corazón en lo más profundo, donde la verdad y la realidad se encuentran.

“Esas son las bases de mis propios esfuerzos”. Es verdad que el kamishibai era considerado un entretenimiento popular, y no un arte. Pero Umeda vio que el género tenía todos los elementos necesarios para desarrollarse como un estilo artístico de gran potencial.

Una de las piezas más conocidas de Umeda se llama Neko-samisen (El gato Shamisen), un cuento poco convencional que se extiende a 56 capítulos con 600 láminas, el cual es representado al acompañamiento de un shamisen (un instrumento de tres cuerdas punteadas con un plectro), y se extiende más o menos durante tres horas.

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Umeda encontró esta pieza, la que se remonta a las épocas de apogeo del género, y la reescribió en un tono narrativo fluido actualizado. Actuado de esta forma, Neko-samisen ya no es más una pieza de entretenimiento liviano para niños. Es un trabajo de literatura que ofrece un flujo continuo que cubre todo el rango de sentimientos y emociones profundamente escondidas en el carácter recesivo japonés. El logro de Umeda en reescribir este material convirtiéndolo en una historia moderna y universal es impresionante. Cualquier persona que vea el DVD lanzado el verano pasado descubrirá con facilidad cuánto cuidado Umeda puso en encontrar el correcto matiz expresivo.

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El maestro Umeda Kasei

 

“Quiero ver hasta dónde se puede llegar transformando las viejas piezas de arte callejero en verdadero arte dramático”, dice. Umeda ha dedicado su vida a desarrollar el kamishibai como una forma de arte que puede conmover y excitar a las personas, pero que a la vez continúe presentando una actuación energética. Su retiro de la empresa de impresiones ha quedado en el pasado y su visión continúa enfocada al futuro; en vista de esto, es justo preguntarle qué es lo que tiene el kamishibai que lo ha cautivado tanto. “Es una forma de arte comprensiva”, dice él. “Tiene una historia, tiene narración, y dibujos, y música. Si todos los elementos son combinados con habilidad se convierte en un arte fascinante”.

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Láminas ilustradas de dos historias que fueron populares a fines los ‘40, principios de los ‘50: Lionman (El hombre león), de Nambu e Itou (arriba), y Ponchi, de k1 (abajo)

Un hombre lleva su búsqueda de elevar un género callejero simple al reino del arte elevado, inscribiendo un lugar para el kamishibai en el mundo moderno. Viendo sus representaciones, uno puede sentir una profundización de la cosmovisión que puede ser expresada a través del kamishibai, dentro del cual uno no puede dejar de percibir el futuro. El trabajo de Umeda contiene una energía oculta que abre nuevas posibilidades para el arte. El género de kamishibai, al cual él está tan dedicado, tiene un tremendo potencial como formato artístico. Viéndolo en acción, uno siente que un nuevo kamishibai, diferente al anterior, está a punto de realizar su retorno a los escenarios modernos.

 Traducido del inglés por Alice Keiller y Darío Seb Durban.

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