En noviembre comencé a escribir para este medio y elegí empezar con uno de mis directores preferidos de animación: Mamoru Hosoda. Estaba esperanzada porque su última película, El niño y la bestia (bakemono no ko), había llegado a Cannes, lo que aumentaba la probabilidad de ser distribuida en Argentina y alrededores. Finalmente, la semana pasada anunciaron que se estrenará en cines este año, cosa que me alegra muchísimo ya que esto suma animación japonesa de calidad en las salas del país.

Esta es la tercera película original de Hosoda, precedida por Summer Wars y Los niños lobo. Esta vez pareciera que mezcló ingredientes de ambas historias: un mundo que transcurre en otro plano y los bakemono, criaturas fantásticas que habitan en él. Bakemono es un tipo de youkai, aunque muchas veces estos términos se usan indistintamente. Hay una delgada línea que los divide, se dice que los bakemono están vivos mientras los youkai pueden ser espectros.

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Kyuuta, quien escapó de la tutela familiar luego de la muerte de su madre y no tenía nada mejor que hacer, es el primero en confirmar que los bakemono son seres vivos, ya que ingresa a su mundo persiguiendo a Kumatetsu, un oso arrogante y gruñón que le ofrece ser su maestro porque no tiene hijos ni discípulos. Ambos parecen ser radicalmente diferentes salvo cuando se trata de su carácter irascible, que los hace chocar una y otra vez hasta que Kyuuta entiende que Kumatetsu está tan solo como él. A eso le sumamos la incomodísima falta de experiencia de Kumatetsu como maestro y como figura paterna que hacen de este oso un ser tan querible que uno tiende a estirar los brazos hacia la pantalla para poder abrazarlo.

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Contrario a sus obras anteriores, el inicio es un poco lento y se lleva la mitad de la película, pero qué se puede decir si después de todo, las relaciones no se construyen de un día para el otro. La otra mitad es la que tiene la mayor parte de la acción y emotividad que conecta a ambos personajes entre sí y con sus propios mundos.

El imaginario que Hosoda creó para esta historia es bastante rico, sus paisajes ya son una marca registrada, así como también su particular manera de tratar temas como la soledad, el sacrificio desinteresado, la auto superación, la familia (cualquier tipo de familia), la amistad, el amor.

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En cuanto al equipo que lo acompañó, es bastante similar al que viene trabajando con él, con un cambio muy importante en el diseño de personajes y, donde considero que es más notorio, en el guión. Esta vez Hosoda se encargo solo del guión y la ausencia de Satoko Okudera, quien escribiera con él todos los guiones anteriores, es algo que hace un “ruidito” en el flujo de la historia.

Por último, no puedo dejar de dedicarle al menos unas palabras al enorme aporte que hace Masakatsu Takagi en esas dos horas de película. Takagi es el compositor de la banda de sonido, cuyo estilo sigue la línea de la emotiva música usada para Los niños lobo, la otra producción en la que trabajó. Con su conmovedor piano nos abraza, nos hace llorar, nos consuela, evoca momentos que creíamos guardados en lo más remoto de nuestra memoria.

La verdad es que si tuviera que elegir, me sigo quedando con Los niños lobo, pero no importa lo que yo opine, El niño y la bestia nos muestra la ductilidad de Hosoda como creador de universos y da cuenta de su madurez para concretarlos y traerlos a nosotros, que estamos del otro lado esperando, ávidamente. La diferencia es que esta vez vamos a poder elegir hacerlo sentados en una butaca del cine.

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Sobre El Autor

María Pía Cibrián nació en Posadas en 1979. Trabaja en la fundación Tzedaká. Cursó traductorado de inglés hasta abocarse de lleno a la cultura pop japonesa. Desde 2004 estudia ese idioma y colabora en Solo tempestad y Evaristo Cultural.

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