“La colección Comunidades rescata relatos antiguos de culturas integradas a nuestra sociedad latinoamericana. Al seguir el hilo por la trama social, se puede ver el rastro de un pueblo en cada diseño. Porque solo se ama lo que se comprende y solo se comprende lo que se conoce”.

Bajo este lema la colección Comunidades de La Bohemia ediciones ha reunido a destacados escritores de nuestra narrativa infantojuvenil con talentosos ilustradores para versionar o dar forma a relatos inspirados en las tradiciones de diferentes culturas. Una de las particularidades de la colección es la de generar un bucle de retroalimentación, volcando estas nuevas versiones a los idiomas de las culturas de las que fueron tomados los motivos de la narración. En Doce pescadores, Franco Vaccarini se inspira en el mito mapuche de La Pincoya, hija de Millalobo, rey del mar, para esbozar un consolador relato de iniciación. Las ilustraciones corren por cuenta de Vanina Starkoff y la traducción al Mapudungun por Fermina Pichumil.

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 ¿Cuál considerás el mayor acierto de la colección Comunidades?

Esta colección parte de una idea brillante de las editoras de La Bohemia, que es buscar personajes fuertes de las tradiciones de pueblos diversos, sobre todo de América del Sur antes de que fuera nombrada América. Ese es un acierto, pero hay otro más: hacer las ediciones en castellano y en el idioma original.

¿Puede recuperarse la textura y el color de un idioma desde su grafía?

La traductora de “Doce Pescadores”, que cuenta sobre la Pincoya, una deidad marina protectora de náufragos y amiga de los pescadores, es Fermina Pinchumil, mapuche y coordinadora de las escuelas de Río Negro con educación bilingüe, donde se enseña el mapudungun. Nadie mejor que ella para traducir mi relato, con todo su colorido.

¿Cómo fue seleccionada esta historia? Y ¿Cuál es la relación de cada uno de ustedes con la cultura mapuche?

El año pasado, en el pueblo de Gobernador Costa, en Chubut, conocí a Yolanda, también mapuche y maestra de mapudungun. Impresionado por su magisterio y por la ola que nos trae al aquí y ahora a pueblos que no por antiguos dejan de pertenecer al presente, que están vivos y orgullosos de su linaje. Recuerdo que le comenté esto a Vale Sorin, editora de La Bohemia. Le sugerí que alguna historia mapuche podría ser parte de la colección Comunidades. Vale, que tiene muchas antenitas, me dijo que ya tenían en mente un personaje de los chilotes, la Pincoya. De ningún modo pensaba que iba a ser yo el escritor elegido para escribir este relato, porque ya había colaborado haciendo “Cabeza seca, cabeza hueca”, donde inventé una historia para el Caipora, un duende protector de los animales, que se venga de los cazadores que matan por matar. El Caipora pertenece a la tradición de los tupí guaraní. El asunto es que luego de un tiempo, Vale me preguntó si yo deseaba crear un relato para la Pincoya  tal como lo había hecho para el Caipora y, por supuesto, acepté desde el deseo genuino de salir de la ignorancia y la mala educación que nos profirieron en la escuela sobre los pueblos originarios. Buscar la síntesis que represente con justicia el corazón de una comunidad a través de un cuento. Es ambicioso, pero es lo que intentamos hacer.

¿Por qué creen que la mitología presente en el relato, a pesar de ser tan ajena nos resulta tan cercana?

Es que no somos tan diferentes. Necesitamos duendes o deidades que nos protejan de las calamidades o nos ayuden a controlar nuestro instinto depredador. Tal vez cambien los personajes, pero no lo que representan. Necesitamos que nos protejan y a la vez límites.

¿Cuál es la seducción que ejercen en el lector los cuentos de hadas?

Nada más y nada menos que casi todo lo que nos asusta, fascina, encanta y magnetiza. Lo morboso que encontramos en el ogro o la bruja que se devora al niño, reminiscencia quizá de un pasado caníbal registrado en nuestro inconsciente; o del horror que nos inspira imaginarnos la vida de un niño nacido en una familia violenta, o en un sistema que lo hambrea y lo deja perdido en un bosque lleno de peligros. El contar nos da el poder de crear y acaso por eso, dominar o al menos atenuar nuestros miedos. Creamos dioses y demonios y los hacemos a nuestra semejanza como una forma de estudiarnos y conocernos. Sospecho que somos nosotros, en realidad, los personajes de los cuentos maravillosos, es el ser humano con su luz y su oscuridad, somos la bruja y el niño, el ogro y el hada y nada de los cuentos de hadas nos resulta ajeno. Así que las palabras son linternas para tanta sombra, nos buscamos en los relatos y de alguna manera los relatos nos ayudan a descubrirnos una y otra vez.

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Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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