“¿Cómo se les ocurren las ideas?”
Es inevitable que alguna señora bien haga esta pregunta cuando se abre el debate en una mesa redonda de escritores más o menos célebres. Puede parecer inocente, pero plantea una cuestión peligrosa: si alguien sabe la respuesta, haría bien en no divulgarla. Lo cierto es que una cuestión de este calibre no tiene una respuesta certera, cosa que no inquieta a los autores. Los que mal o bien escribimos, sabemos que en realidad la cuestión clave no está tanto en el concepto como en la ejecución.
Sebastián Robles entiende a la perfección este presupuesto y redobla la apuesta al escribir los relatos que componen esa pequeña maravilla que es Las redes invisibles. Como todo en la ciencia ficción, estas historias parten de una especulación: ¿hasta dónde puede llegar la inventiva del hombre en materia de redes sociales? Así, en el libro desfilan distintos relatos, todos vinculados con las tecnologías de la comunicación: una red que solo acepta enfermos terminales, otra que vincula a las mascotas —vale aclarar que no a los dueños: a los animales—, otra que propone un juego casi perverso de cajas chinas, otra que involucra a gran parte de los escritores argentinos del siglo veinte, y así, el juego propuesto por Robles parece interminable, porque es inevitable pensar que con un poco de empeño, cualquiera podría crear sus propios y novedosos sistemas de intercambio de datos.
Robles enfrenta un desafío complejo: transformar un puñado de muy buenas ideas en un excelente libro. Hay algo que sabe cualquiera que haya intentado garabatear un cuento: cuanto mejor es el concepto, más difícil su plasmación. Convertirlo en literatura es tirarlo al barro, ensuciarlo, restarle pureza. Y además, está el miedo: siempre se puede arruinar hasta la idea más inspirada.
Las redes invisibles supera los escollos gracias a la más astuta de las jugadas de Robles: dejar de lado la narrativa, es decir, ese conjunto de preceptos tácitos sobre la forma en la que occidente considera que se debe construir una historia. Porque lo que Robles hace no es narrar, sino contar, por momentos casi describir de manera técnica, con un estilo que pretende ser objetivo pero que es la mentira de la literatura. El despliegue es sutil, más ideológico que lingüístico, funcional antes que deslumbrante.
La escritora y editora Judith Merril sostuvo que la ciencia ficción es “la literatura de la imaginación disciplinada”. Es un concepto discutible pero interesante, porque la imaginación se vincula con la libertad y la disciplina, con el límite. Entonces, la ciencia ficción sería una contradicción o, mejor, la escritura en el conflicto de intereses, la tensión como motor literario, algo así como fumar en un polvorín o comer carne cruda en un simposio de veganos. Eludir esta confrontación es negarse las más interesantes posibilidades de la ficción especulativa. Es pensar que en la nave espacial está encerrado el género, cuando ya lo dijeron los popes de la new wave: cerca o lejos, lo que importa es el espacio interior. Robles asume esa tensión porque entiende que es ahí donde se encuentra la clave de sus historias.
Es evidente que Robles ha invertido —o perdido, según cómo se lo vea— mucho tiempo en dos ocupaciones: primero, navegar obsesivamente por la red, asimilando no solo información sino un lenguaje y una forma de contar; segundo, convertir ese conocimiento en materia literaria. A partir de estas premisas, logra lo que pocos: no quedarse a mitad de camino y entregarnos un libro que es literatura, pero también una reflexión profunda sobre las implicancias de la tecnología en nuestra vida. El autor de Los años felices logra esquivar definiciones fáciles: ni propone el reduccionismo de un apocalíptico ni promueve la simpleza del integrado.
Tal vez algún pendenciero con actitud de troll sostenga que Las redes invisibles perderá valor con el paso del tiempo. La literatura de Robles trabaja sobre lo urgente, retrata su tiempo, que discurre con una velocidad inusitada. Tiene, además, la gran virtud de no pretender quedar en la posteridad. Será por eso que tengo en convencimiento de que a la larga, Las redes invisibles se convertirá en el reflejo de una época clave.
Pintar la aldea ya es un logro, pero pintar nuestra tan mentada aldea global es una tarea de resultado incierto. Robles lo hace, y cómo.
Muñiz, agosto de 2016.
Autor: Sebastián Robles
Titulo: Las redes invisibles: Facebook también puede convertirse en un recuerdo
Editorial: Momofuku
240 páginas