Marcelo, el Chole y el Seba, tres jóvenes unidos por la perdición más que por la calle, a tope de falopa y ran, deciden interrumpir una fiesta careta, de esa vida que tiene lo que ellos no, y vaciarlos. Billeteras, joyas, lo que sea. Ese era el plan.
Era.
A Marcelo lo reconoce a un amigo de la secundaria. Llegan a intercambian un par de palabras, antes de que Marcelo decida terminar la conversación con un bang cortesía de su fierro. En la huida, el Chole decide agrandar el combo del botín y llevarse abajo del brazo a una minita.
Demonio, se presentará ella un rato más tarde, hija de un tipo de clase alta, y les pedirá que la lleven con ellos. Enfiestadas y sexo después, Marcelo será él el que sufrirá del Síndrome de Estocolmo, rehén de esa mina. La mira con otros ojos, porque ella también es como él, ella es diferente, ella está de visitante en esa vida, aunque ella, cuando quiera, puede volver.
Si algo prima en esta novela es la necesidad de los personajes de tener vacaciones de nosotros mismos. De querer lo que no se tiene. De la maldición de las elecciones. “Elegir es renunciar”.
En un pasaje de la novela el protagonista dice:
“En determinado momento de mi vida de clase media, me di cuenta de que todo era mentira. Me había pasado horas estudiando, horas en asambleas discutiendo, horas en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de Foucault. Horas cogiendo en nombre de la revolución, del hombre nuevo. Sí, también leí a los beatniks y me la creí, aunque las carreteras uruguayas fueran una mierda y la rute sixty six fuera solo un serial y no pudiera ver televisión por contrarrevolucionaria y adormecedora de conciencia. Así que cuando terminó la dictadura zarpé. Me mudé solo al apartamento de la calle Salto y lo convertí en una cueva de drogos y ladrones. Los únicos que entraban ahí eran mis amigos del barrio, los que habían tomado otro camino, los que no habían elegido. Ellos sí son de verdad”
La novela se internará en otra Montevideo, alejada de los estereotipos turísticos, entre pedidos de rescate para cobrar una guita por Demonio y la fauna que Escanlar presenta como Superhéroes del barrio, de historias que ni empiezan ni terminan bien.
La lucha de clases que terminará dividiendo a los amigos, donde se plantean que Marcelo es el más boludo porque él sí tiene la capacidad para no terminar hundido en el malandraje, a lo que responde que la educación, para él, era un tiro por la culata porque solo le servía para darle vueltas a los problemas y no poder disfrutar. Nada. Pasarse la pelota. Porque el otro siempre la tiene más fácil.
Estokolmo está estructurada en capítulos cortos y con un lenguaje coloquial, rabioso donde la cultura pop salpica acá y allá, y la violencia del querer ser y no poder se hace eco y furia en cada palabra que Escanlar nos inyecta,
Hay grandes actores secundarios de cine que hacen que sus papeles duren más en la cabeza del espectador de lo que duran en pantalla. Algo de eso pasa con las cien páginas que Escanlar nos va metiendo una atrás de otra, y uno no puedo dejar de preguntar cómo entra tanto entre medio de dos tapas. Y ya te dan ganas de volver a hundir la nariz en esa novela, aun sabiendo que no va a ser como la primera vez, que esta vez ya estás avisado de cómo viene la mano. Y la verdad, no te va a importar para nada.
Título: Estokolmo
Autor: Gustavo Escanlar
Editorial: Criatura Editora
112 páginas.