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Etgar Keret es, tal vez, el mejor intérprete de la sensibilidad de nuestra época. En sus relatos el elemento fantástico se enlaza a lo cotidiano, el non sense adquiere tenor ontológico (después de todo, nada más imprevisible que una persona). Violencia y compasión son los perfiles de un mismo reflejo que nos da nombre. No hay retorno de su literatura, leer a Keret es adictivo. Pero, como decía mi abuela, “como muestra vale un botón”, ofrecemos a continuación un fragmento de su libro autobiográfico Los siete años de abundancia y los esperamos el viernes 28 a las 18hs en Zona Futuro para conocerlo personalmente.

Damián Blas Vives

 

DE REPENTE, LO MISMO

—No sabes cómo odio los ataques terroristas —le dice la enfermera delgada a la de más edad-. ¿Quieres chicle?

La de más edad agarra uno y asiente.

—¿Qué le vamos a hacer? —dice—. Yo odio también las emergencias.

—Para mí el problema no son las emergencias —insiste la delgada—. No tengo ningún problema con los accidentes y esas cosas. Te digo que son los ataques terroristas. Echan a perder todo.

Sentado en el banco, fuera del ala de maternidad, pienso para mis adentros: <<Tiene razón>>. Llegué aquí hace una hora, muy emocionado, con mi mujer y un taxista obsesivo de la limpieza que, cuando mi mujer rompió aguas, tenía miedo de que le arruinara el tapiz de los asientos. Y ahora estoy sentado en el pasillo, taciturno, esperando a que el personal vuelva del ala de urgencias. Todos, excepto las dos enfermeras, han ido a ayudar a las personas heridas en el ataque. Las contracciones de mi mujer se han espaciado también. Probablemente, hasta el bebé siente que todo esto de nacer ya no es tan urgente. De camino a la cafetería, algunos de los heridos pasan por delante de mí en camillas chirriantes. En el taxi, de camino al hospital, mi mujer gritaba como una loca, pero estas personas permanecen en silencio.

—¿Eres Etgar Keret? —me pregunta un tipo con una camisa de cuadros—. ¿El escritor? —Asiento de mala gana—. ¿Y qué puedes contarme? —dice, sacando una diminuta grabadora de su bolsa—. ¿Dónde estabas cuando ocurrió? —pregunta. Cuando dudo por un instante, dice, en un despliegue de empatía—: Tómate tu tiempo. No te sientas presionado. Acabas de sufrir un trauma.

—Yo no estaba en el ataque —explico—. Yo estoy aquí hoy por casualidad. Mi mujer está dando a luz.

—Vaya —dice, sin tratar de ocultar su decepción, y pulsa el botón de stop en su grabadora-. Mazel tov.

Ahora se sienta a mi lado y prende un cigarro.

—Tal vez deberías hablar con otra persona —sugiero en un intento de que no me sople en la cara el humo del Lucky Strike—. Hace un minuto vi que llevaban a dos personas a neurología.

—Rusos —dice, con un suspiro-, no hablan ni una palabra de hebreo. Además, de todas formas, no te dejan entrar a neurología. Este es mi séptimo ataque en este hospital, y ya conozco sus triquiñuelas.

Nos quedamos ahí sentados un minuto, sin hablar. Tiene unos diez años menos que yo, pero está empezando a quedarse calvo. Cuando me sorprende mirándolo, sonríe y dice:

—Es una lástima que no estuvieras allí. La reacción de un escritor habría quedado bien en mi artículo. Alguien original, alguien con un poco de visión. Después de cada ataque, siempre me dan las mismas respuestas: <<De repente, escuché una explosión>>; <<No sé qué pasó>>; <<Todo estaba cubierto de sangre>>. ¿No te parece insoportable?

—No es culpa de ellos —digo—. Es que los ataques siempre son iguales. ¿Qué se puede contar de original sobre una explosión y la muerte sin sentido?

—Tu sabrás mejor —dice, encogiéndose de hombros—. Eres el escritor.

Algunas personas con batas blancas empiezan a volver de urgencias y se dirigen al ala de maternidad.

—Tu eres de Tel Aviv —me dice el reportero—; entonces, ¿por qué vinieron hasta esta porquería para dar a luz?

—Queríamos un parto natural, y la unidad de aquí…

—¿Natural? —me interrumpe, con una risilla burlona—. ¿Qué tiene de natural un enano con un cable colgándole del ombligo saliendo de la vagina de tu mujer? —Ni siquiera intento responder-. Yo le dije a mi mujer —continúa—: <<Si alguna vez das a luz, será por cesárea, como en Estados Unidos. No quiero que un bebé te estire y te deje toda deforme>>. Hoy en día, sólo en países primitivos como éste las mujeres dan a luz como animales. Yallah, me voy a trabajar —empieza a levantarse y vuelve a la carga-. ¿De verdad no tienes nada que contarme sobre el ataque? —pregunta—. ¿No cambió para nada tus planes? Como el nombre que le vas a poner al bebé o algo, no sé.

—Sonrío como disculpa-. No importa —dice guiñándome el ojo-. Mucha suerte con todo, amigo.

Seis horas más tarde, un enano con un cable colgándole del ombligo sale de la vagina de mi mujer e, inmediatamente, se pone a llorar. Trato de calmarlo, de convencerlo de que no hay nada de qué preocuparse. De que para cuando haya crecido, todo se habrá arreglado en Medio Oriente: que llegará la paz, que no habrá más ataques terroristas y que, incluso si hay uno cada vez que haya un eclipse, siempre habrá alguien original, alguien con un poco de visión alrededor, para describirlo perfectamente. Por un instante, se calla y sopesa qué hacer después. Supuestamente es una persona ingenua —considerando que es un recién nacido-, pero ni siquiera él se lo traga y, tras un segundo de duda y un pequeño hipo, se vuelve a echar a llorar.

Sobre El Autor

Tel Aviv, 1967. Ha publicado libros de relatos, una novela y cómics, todos ellos best-sellers en Israel. Su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas y ha merecido diversos premios literarios. Numerosos cortometrajes se han basado en sus relatos, e incluso uno de ellos ganó el American MTV Prize en 1998.Actualmente es profesor adjunto en el departamento de Cine y Televisión de la Universidad de Tel Aviv. Su película Jellyfish (Medusas) realizada en colaboración con su mujer Shira Geffen (también escritora y guionista), mereció los premios Cámara de oro, Mejor Película y Mejor Guión en la Semana de la Crítica, en el Festival de Cannes de 2007.Ha sido condecorado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras 2010 por el Ministerio de Cultura de Francia.

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