Por el territorio Murakami circulan millones de lectores. No todos lo hacen conduciendo un auto de alta gama. Los más fanáticos conocen todos los vericuetos y vivir la aventura resulta un placer lleno de adrenalina. Los más reservados miran la hoja de ruta con cautela y se cuidan de no transgredir las reglas preestablecidas. Saludable resulta llegar al destino final, a esa última página que genera alivio y reláx. Murakami sabe manejar el tiempo y la ansiedad, recurre a cierta regla de oro que le da resultado: La carnada y el anzuelo siempre están unidos, el pez es quién se tienta.

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Haruki en su último libro De qué hablo cuando hablo de escribir se confiesa con su público lector de manera descarnada. Es un buen catálogo para los jóvenes iniciados que apresurados creen que el oficio es como chupar un caramelo. El autor ya desde el principio pontifica: La mayoría de los escritores (calculo que alrededor del noventa y dos por ciento), y me incluyo a mí mismo, pensamos: “Lo que yo hago o escribo es lo correcto. Salvo unas pocas excepciones, los demás se equivocan, ya sea en mayor o menor medida”. Murakami reconoce ser un autor tardío que se dedica a escribir novelas  “desde hace ya más de treinta y cinco años”, y advierte: “El número de escritores no tiene límite, pero sí el espacio en las librerías”. Haruki es bastante sincero sobre su pasado: “con la perspectiva que dan los años, me doy cuenta de que entonces yo no era más que un chico del montón. Me crie en una tranquila zona residencial entre Osaka y Kobe, nunca tuve problemas fuera de lo normal y mis notas en la escuela eran buenas a pesar de que no estudiaba demasiado. Agrega Murakami: “En resumen, de los veinte a los treinta años no hice más que trabajar de la mañana a la noche para saldar deudas. De aquella época solo recuerdo trabajo, trabajo y más trabajo”.

Como bien sabemos cada vez que llega la hora del Nobel siempre aparece el nombre de Murakami, el japonés golpea: “Lo que permanece en el tiempo para las generaciones futuras, ni que decir tiene, son las obras, no los premios”. En el mismo andanivel afirma; “Nunca he participado como jurado en ningún premio literario. En alguna ocasión me lo han pedido, pero siempre he declinado la invitación con el argumento de que no me sentía capaz. Honestamente, no me considero capacitado para semejante tarea”.

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En este ensayo autobiográfico Murakami se permite revelar que “la responsabilidad más grande del escritor es para consigo mismo, con su trabajo, con alcanzar  la máxima calidad  de la que es capaz y ofrecer el resultado a sus lectores”. Tarea que tiene la fuerza de la constancia, así el japonés explica cuando admite que escribe diez páginas por día: “Aunque tenga ganas de escribir más, lo dejo en cuanto llego a diez páginas. Y si las cosas no salen según lo esperado, me esfuerzo por cumplir mi objetivo”. No deja de lado Murakami el tema de la originalidad; “Me gustaría ser original, como supongo que les sucede a todos y a cada una de las personas que expresan o crean algo, pero eso no lo puedo decidir estrictamente por mi mismo”, aunque afirma: “En cierto sentido, es verdad que escribo para mí mismo”. Esta convicción la resalta cuando rememora: “Vendí mi negocio, dejé mi casa y me marché de Tokio para poder concentrarme en la escritura. Me alejé de la ciudad. Me impuse la disciplina de acostarme temprano, de despertarme pronto y empecé a correr todos los días para mantenerme en forma. Cambié mi vida por completo sin dudarlo”.

Murakami parece un escritor de otra época, se muestra poco, es un solitario, no participa de escándalos, su vida tiene cierto romanticismo misterioso, sus detractores dicen que es un escritor sobrevalorado y que  es un producto más del márketing, el se defiende: “No sé quiénes son las personas que se interesan por mis libros y, por lo tanto, no me queda más remedio que escribir para disfrutar con lo que hago. De algún modo es una especie de eterno retorno, un regreso a esa primera época, cuando empecé a escribir por puro placer”.

Haruki Murakami at the Edinburgh international books festival in August.

 

 

Sobre El Autor

José María Gatti es psicólogo social, periodista e investigador.. Se especializa en la obra de Ernest Hemingway y colabora en distintas publicaciones del extranjero analizando la vida del escritor. En 2010 su bitácora www.lapipadehemingway.blogspot.com fue seleccionada por Technorati, el principal buscador automático de blogs, entre los 10 mejores blogs temáticos sobre Ernest Miller Hemingway. En el 2012 su cuento La leyenda del vino resultó finalista en el Concurso de Relatos Cortos Tinta, sangre y vino, organizado por las Bodegas Paternina (Logroño -España), con motivo del 55 aniversario de la visita del escritor a la bodega. En mayo de 2014 participó como ponente, con su trabajo Lo policial en Hemingway, del Cuarto Festival Azabache. Negro y Blanco, en Mar del Plata (Argentina). En setiembre, representó a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en el V Festival Medellín Negro (Colombia) con su ponencia El sicariato colombiano en Argentina. Ha publicado Tres ensayos sobre arte latinoamericano (1980), En tren de charlas (1982), Hola Hemingway. Una mirada centenaria (1999), Ladrón de desalmados (2004), Gente de palabra (2005), La pipa de Hemingway (2008), Víctimas Inocentes (2013) y Carne en flor (2015).

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