Un libro en el que habitan doce relatos sobre aquello que se presenta como lo necesario, mientras confronta alguna justificación, lógica, con la razón absoluta.
Cada argumento resulta convincente en virtud de una capacidad de crear pensando ideas y expresando emociones, mediante una retórica transversal que se desliza, sutilmente, desde lo literario hacia otras dimensiones, tales como la sociológica, la filosófica, la política…, sin descuidar la doble finalidad, estética y comunicativa. Voces de alarma.
También se impone una retórica de la imagen; metáforas y personificaciones.
Y un poder sugerente que dirime contradicciones entre lo posible y lo contingente.
Las familias y el tiempo que ordena las cosas o, al menos, se expide inapelable.
Marcas visibles e invisibles del pasado. Pérdidas y consecuencias; desenlaces, alternativas.
Sueños y recuerdos. Rastros y vestigios de la infancia. Huellas borradas.
La construcción del presente y del futuro, frente a un ayer resucitado.
Fisuras de la realidad. Juegos erráticos entre la memoria y el olvido.
Alguna alteración de la realidad bajo la fuerza del destino.
Pasemos a los ejemplos:
En Animales del imperio, el anciano narrador que se encuentra pasando sus últimos días encerrado en una torre reflexiona: “Sin duda seré recordado, tal vez no del modo que hubiera preferido. Y ahora espero la muerte, como el último de los esclavos. Si antes el emperador no osaba desoír mis consejos, ahora no puedo pronunciar una palabra sin probable castigo”. Este hombre, siendo joven, se había destacado como excelente guerrero defendiendo las murallas de la ciudad y, por ello, fue reconocido por el emperador, quien le brindó su amistad. Pero al morir el soberano, el guerrero es convocado por el sucesor – el primogénito joven presumido – que le exige la búsqueda de los animales legendarios del imperio que en tiempos remotos habrían favorecido a los ancestros.
El hombre se pone a la cabeza de la misión, habiendo reunido para ello a varios mercenarios. La expedición fracasa y el emperador, en consecuencia, aplica como castigo una suerte de exilio del guerrero, amigo de su padre, quien termina en el desierto, en la montaña y en los bosques imaginando el modo de lograr su salvación, consciente de la inexistencia de aquellos animales requeridos por el nuevo emperador. Había que inventarlos, había que apelar a la creatividad…
En Disco rígido, otras fábulas con animales y personajes fantásticos y la personificación destinada a atribuirle propiedades humanas a cosas inanimadas; otros cuentos escritos por alguien que ya no está, alguien que no llegó a cumplir los quince años de edad. Un barrio cerrado, una familia, un padre en el cuarto de su hijo muerto; la computadora. El sapo dorado y con poderes, empeñado en salvar a su único amigo, un hámster ciego y parapléjico. Aquí el tema sería, por un lado, el olvido y, por otro, la incomunicación, el remordimiento, la culpa y el encuentro extemporáneo.
En Familias de cereal, otra familia, otra infancia, otro conflicto y otra obsesión. Un hijo único de trece años inmerso en las consecuencias de una separación inconclusa que no terminan de definir sus padres. Una cámara filmadora que registra el malestar en la pareja, los gritos, los silencios, las recriminaciones. Peleas diarias. Un proyecto del hijo; sus amigos y sus padecimientos. La publicidad no tradicional como un medio de salvación. El poder de la cámara encendida.
La reacción inesperada de los padres, su imaginación. La presencia magnética de esos padres en pantalla. Una reconciliación inesperada. Los videos, los pedidos, las cartas, las respuestas. En algún punto, el fin de la infancia “encapsulada como un tumor benigno.”
Y otra vez el tiempo, cuando determina la oportunidad o, en su defecto, la idea de un demasiado tarde. O cuando es libre y poco y, entonces, apenas un poco libre.
Dos frases que merecen ser destacadas:
“Este país que tenemos sólo puede explicarse mediante la fábula.”
“…Escondían los huevos de los pájaros muertos y se los llevaban lejos, para que fueran criados en las costumbres de los reptiles y no supieran nunca lo que significaba volar…”
Antes de entrar de lleno en Familias de cereal, te pido una reflexión acerca de la ficción como registro alternativo de alguna realidad, y su relación con las tendencias “deshumanizadoras” que se le adjudican, por otro lado, a la ciencia ficción.
Te respondo con un ejemplo concreto: creo que aprendí tanto de la Segunda Guerra Mundial, con los datos fácticos, las fechas, las batallas, qué países eran el eje o los aliados, etc, como con los personajes trastornados de Salinger, la mujer rapada de El marido rural de Cheever, el monólogo desquiciado del Deutsches Requiem de Borges o con las anécdotas mínimas de Léxico Familiar de Natalia Guinzburg. La ficción funciona como una historia humana de los sentimientos y la memoria, etc. Ese mismo mecanismo aplica al futuro o a la tecnología. Por eso, no creo que la ciencia ficción deshumanice, al contrario, busca mediante distopías o universos parelelos (que pueden a veces parecer inhumanos) imaginarse cómo reaccionaría el hombre ante cierto estado de cosas.
Doce relatos que se reconocen, entre sí, en virtud de indiscutibles vasos comunicantes. Hablanos, por favor, de esos temas conductores que se advierten en el revés de estas doce tramas. El tiempo, la infancia, las muecas del pasado…
Lo cierto es que escribí los cuentos sin una idea orgánica de libro. Con la relectura de algunos, al empezar a pensar en un libro, fueron apareciendo esos conectores y el título del primer cuento que de alguna manera los vertebra. Como siempre digo, hay cosas que son conscientes y otras inconscientes o que se hacen conscientes luego. En mi caso, los temas que me pueden obsesionar no son decisiones previas. Los voy encontrando en el camino. La infancia y el paso de la adolescencia a la adultez definitivamente es algo que se repite una y otra vez y me obsesiona. Me siento cómodo en el tono de esa edad y permite decir cosas con libertad de mirada.
Lo literario, lo filosófico, lo sociológico y lo político; lo estético y lo comunicativo. ¿Cómo se va dando esta construcción en el proceso de escritura?
Cuando empecé a tener noción de querer escribir, estaba muy influenciado por el cuento americano y el realismo sucio. Tenía una visión cercana a la de Hemingway, con su teoría del iceberg. Algo compacto y lacónico. Pero después uno entiende que ese tipo de cuento también es efectista. Todos esos cuentos, que son los más fáciles de imitar, se empiezan a parecer mucho. En determinado momento me di cuenta de eso y quise hacer algo más propio y denso. Pensaba en qué tipo de cuentos me gustaban. Y me gustaban aquellos que me emocionaban pero también los que me impresionaban por su inteligencia. Entonces empecé a trabajar mezclando registros, haciendo combinaciones. Ahí van esas pequeñas reflexiones o apuntes. Es un esfuerzo un poco en sentido contrario al del iceberg, es más bien al revés, tiene la forma de un yunque, y esa densidad de elementos diversos produce el efecto que me interesa dar. No está en todos los cuentos, pero es el cuento que se parece más a lo que quiero hacer.
En la verdulería del bosnio refugiado, que habría tenido un pasado heroico, se exhibe una publicidad que propone algún escenario bélico entre distintas especies (de frutas). La metáfora de la guerra, peligrosamente utilizada en los años ´70 por legisladores enrolados en las más diversas fuerzas políticas, terminó siendo la antesala de la peor tragedia. Para todos ellos estábamos en guerra, y así nos fue. Por favor, hablemos de esta clase de metáforas premonitorias, obviamente, más allá de Familias de cereal.
Siempre son peligrosas las metáforas de la guerra, porque se corre el riesgo de convertirla en algo romántico. Yo no tengo experiencia, nací en el 81, viví siempre en democracia, pero muchas veces mi imaginación trabaja hacia allá, en tratar de ponerme en contexto. Y aunque sé poco y nada del conflicto balcánico, puedo empatizar con un desterrado que no quiere ver jugar con algo tan doloroso. La anécdota es secundaria en el cuento pero son pequeños apuntes que le van dando densidad.
El Síndrome de Estocolmo y su aparición en uno de los relatos que conforman la obra. Sería interesante ampliar la idea.
La verdad es que no me lo había puesto a pensar. En ese cuento es apenas un fragmento dentro de un cuento que escribe uno de los personajes. Pero algo que siempre me marcan en críticas y reseñas es que trabajo mucho con enfermedades, tanto físicas como mentales, y creo que me sirven para caracterizar a los personajes, darles más entidad. Siempre hay alguien enfermo en mis cuentos. Hay un libro que me gustó mucho “El Emperador de todos los males”, sobre el cáncer, enfermedad emblema del siglo XX. Sigue igualándonos a todos en la muerte y creo que eso nos desvela. Pero también es cierto que con el avance de la medicina en este último siglo, ahora que arañamos los cien años con facilidad, las enfermedades mentales casi reemplazan a las físicas en el foco de nuestra preocupación.
En otro orden de cosas, la presencia de un joven, de diecisiete años, frente a una computadora ajena, haciendo un esfuerzo por posibilitar la entrega de esperanzas a quienes no quieren perderlas y un manto de piedad a ese padre que soporta la peor de las pérdida y la mayor de las culpas por incomunicación. ¿Qué podés decirnos al respecto?
Me cuesta ir más allá de lo que el mismo cuento dice. Justamente el cuento reemplaza todo lo yo que pueda reflexionar al respecto, porque no tiene sentido bajar línea. La sabiduría de la ficción, su modo de generar conocimiento, y que no se le parece a ningún otro, tiene que ver con encontrar un dilema, un par de fuerzas contrapuestas, que interpelan profundamente al lector. Los temas son los mismos de siempre, el secreto está en encontrar formas nuevas de acercarse a ellos. Está la computadora como reservorio de memoria y los límites de la muerte. Hasta ahí puedo llegar.
¿Cómo describirías el poder de una cámara encendida y, cómo, el nivel de condicionamiento?
Me pareció interesante usar un tema tan actual, el de la ubicuidad de las cámaras y la censura o crucifixión en redes sociales, pero trasladado al pasado, a los años noventa, con un mecanismo narrativo casi al borde de lo inverosímil, que es la distribución de videos de manera manual. Dudé varias veces si tenía que adaptar el cuento al presente y al final decidí que no. Creo que todavía estamos aprendiendo a convivir con esta posibilidad de ser filmado en cualquier momento y cómo eso puede nuestra afectar reputación. Es como una evolución más del proceso civilizatorio, veo beneficios en que las personas se controlen por la mera posibilidad de estar siendo filmadas, por ejemplo los policías en Estados Unidos con sus gorras con cámaras, que ayudó a resolver muchos casos de violencia racial, pero también tiene rasgos de panóptico. Un pequeño fragmento de nosotros, sacado de contexto, o quizás en contexto pero que no explica todo lo que somos, puede arruinarnos la vida. Una de las gracias de la ficción es trabajar ahí, en esos dilemas, en esa zona borrosa, donde no sabemos bien qué pensar.
Las fábulas de Esopo, de La Fontaine, el bestiario de Aberdeen; Arreola, Monterroso, Kafka, Borges -el Manual de Zoología Fantástica, El Libro de los Seres Imaginarios-. También nombrás a Quiroga, un ferviente lector de Edgar Allan Poe quien, mediante Las aventuras de Arthur Gordon Pym, incursionó en la extrañeza de los animales imaginarios. Hablemos de la fuerza expresiva y de todo aquello que gira alrededor de los animales soñados, creados y recreados durante tantos siglos, desde la época arcaica.
Soy un fanático de los bestiarios y las fábulas. Y por supuesto, ese cuento, Animales del Imperio, es un homenaje a esa tradición de la literatura. En realidad en un principio eran dos cuentos, empezados y abandonados en la adolescencia, que quería reflotar y no encontraba cómo. Uno era sobre un cirujano que hace estas aleaciones para hacer animales legendarios, muy borgeano en el estilo, y el otro era acerca de una familia cuya casa es un extraño zoológico. En algún momento, me iluminé y decidí juntar esos dos cuentos y salió este híbrido. El cuento es un híbrido que habla de estos seres híbridos. Lo que me gusta del cuento es que resulta en una apropiación contemporánea de los temas y recursos de las fábulas y bestiarios. En este caso, esos animales inventados sirven para mostrar la evolución de la locura de un hombre. Pero también ese testamento que reciben los hijos es un diario de la imaginación, lo que un hombre escribe para escapar de la realidad.
¿Cuáles son tus lecturas preferidas y tus influencias literarias?
La influencia trabaja por épocas, como lector y como escritor. Primero, muy chico, descubrí el cuento argentino clásico, Borges, Cortázar, Bioy, Ocampo. Y más adelante, el cuento anglosajón, Mansfield, Carver, Cheever, Salinger. Cuando ya escribía con mayor conciencia, empecé a nutrirme de otras cosas, más raras, más contemporáneas, otros países, más novela, más ensayo, etc. Entonces, creo que hay influencias profundas, las primeras, las que definen mi primer amor con la literatura, y después influencias más pasajeras, pero que te marcan nuevos caminos, como cuando te deslumbra un autor nuevo. Hoy, investigando para una novela, estoy leyendo a autores judíos: Roth, Bellow, Amos Oz, y también a James Baldwin, que tuvo una relación particular con la religión en su adolescencia. Y así el espectro de las lecturas preferidas se va agrandando, aparecen unos, otros pasan a segundo plano, otros persisten.
¿Cómo describirías la situación actual de la literatura nacional?
Soy bastante lector, pero un lector con muchas lagunas y un poco caprichoso, abandónico. No me siento capaz de dar un diagnóstico. Sólo diría que creo que la mía es una generación que se ha desprendido un poco más de los padres de la literatura argentina: Borges, Cortázar. Ya no hay angustia, es una apropiación más natural. Son los abuelos y con los abuelos no hay parricidio. Creo que eso da libertad, un poco menos de impostura.