Pocas sensaciones deben ser más gratas, como lector, que la de acercarnos a un libro del que no sabemos nada (ni de qué se trata, ni quién es el autor, ni en qué género se inscribe) y que ese libro nos atrape, nos conquiste y nos obligue a leerlo, línea a línea hasta el final. Eso me pasó con Cosmópolis, el impecable libro de Fabián Soberón.

Construido a partir de textos breves y, en apariencia, independientes, Cosmópolis cuenta una corta estadía de un escritor y su familia en Nueva York. En tono de crónica, el libro muestra una ciudad personal, construida desde la experiencia del extranjero, no del turista. No faltan los paseos por lugares clásicos e inevitables (el Museo Metropolitano, por ejemplo) pero tampoco las rutinas más triviales, como llevar ropa a un lavadero. La ciudad entera, con sus calles, sus rincones, sus monumentos, personajes y su historia, todo, para Soberón, es material de observación y de literatura. Todo puede ser convertido en texto. La característica de recién llegado, del que ve todo con ojos nuevos, con distancia, funciona como una usina de preguntas, anécdotas y reflexiones.

Y entre la perplejidad y la incertidumbre, luchando por darle sentido al mundo, la escritura. Una escritura, la de Soberón, que sutil pero incansablemente, trabaja para captar el hueso de la experiencia, de la experiencia de la extranjería, pero también de la religión, de las costumbres, de la amistad, de la familia, del amor. “Siempre pienso en la imposibilidad de escribir la experiencia. La experiencia es muda o es parca. No habla por sí misma. Y cuando intentamos anotarla hay algo que se borra, que se pierde, que se esfuma. Sin embargo, tengo el interés absurdo de escribir. La escritura contra una pérdida irreparable, contra el vacío que se tiende entre la escritura y la vida”.

Los distintos discursos se ensamblan en el libro con naturalidad. Algunos de los textos se aventuran al territorio de la poesía. Una poesía que puede hablar de Nueva York (“Helado”) o de los sentimientos del narrador (“Mis hijos no saben”). De la poesía pasamos a una referencia histórica, a una anécdota menor de algún personaje de la ciudad o a una cita intertextual. Al comienzo del libro leemos: “Fritz Lang llega en avión a Nueva York (…) Inicia el proyecto de Metrópolis”. Metrópolis es lo que tiene en mente el narrador cuando llega a Nueva York. La ciudad monstruosa y abismal que devora a sus habitantes.

También deambulan por las páginas del libro personajes famosos. El fantasma de John Lennon, mails que el narrador intercambia con Philippe Claudel o un café que comparte con Edgardo Rodríguez Juliá. Pero quizá el punto más alto sea la pequeña escena que nos muestra, con una infinita nostalgia, a Astor Piazzola enterándose de la muerte de su padre. Y después a Astor Piazzola imaginando, solo en una pieza de Nueva York, “Adiós Nonino”.

Con una prosa limpia y poderosa, Soberón construye su propia ciudad y nos invita a visitarla, a habitarla con él. Porque la experiencia de la lectura tiene algo en común con vivir en una ciudad ajena. Hay algo de esa extranjería, de esa sorpresa, de ese vértigo y ese temor siempre presente que se parece al acto de leer, al acto simple y puro de abrir un libro y adentrarnos en un mundo nuevo y remoto.

Al final, vemos al narrador preparándose para volver a Argentina. Ya tiene todo listo. El viaje terminó. “El final llega aunque no lo buscamos”, dice. Y nosotros nos volvemos con él, con la sensación de que algo nuestro también quedó, para siempre, en Cosmópolis.

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Título: Cosmópolis

Autor: Fabián Soberón

Editorial: Modesto Rimba

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