Fotografías: Miri García

Desgrabación: Nicolás Ferraro

«Nunca tires contra nadie; nunca tires para seducir a nadie; nunca tires para ser mas que nadie; nunca tires para demostrarte nada a ti misma; el tiro con arco es un estado que se puede compartir.» Estas son las palabras que acompañan a Haru desde su entrada en el dojo, donde aprenderá el arte del tiro con arco, hasta el camino vital que hará que lo cuestione todo, lo arriesgue todo y lo pierda todo. Para recibirlo todo.

Argentina hasta la médula, la residente europea Flavia Company sorprende con una novela enorme sobre la vida y el autoconocimiento. Cual fábula oriental, las páginas de Haru nos adentran en un Japón onírico que, asimismo, nunca termina de desprenderse de la realidad cotidiana, cargado de luces y de sombras. A la manera del relato épico tradicional o de cuento de hadas para adultos el lector acompaña a la protagonista de la novela en una búsqueda simbólica y concreta que, en definitiva, también es la propia.

haru. Flavia company

¿Por qué Japón?

La deducción del lector es que es Japón. Yo dije Oriente, más discreta, justamente por no localizarlo en un lugar que no fuera imaginario, porque ese es mi lugar imaginario, como pudo ser para otros escritores su lugar imaginario con nombres diversos como puede ser Macondo, en el sentido de que cada cual inventa un lugar o uno inventa un nombre para un lugar que existe, o bien inventa un lugar que no existe para un nombre que sí. Lo que sí es cierto es que yo quería situar la novela en un espacio que me permitiera proyectar todos nuestros fantasmas, deseos, en un lugar que nos pareciera lejano, para que se nos acercara desde lo impredecible, desde lo imprevisto, como por sorpresa, como por la espalda. Vos pensás que vas a leer una novela que, en principio, no tiene tanto que ver con vos, y después te encontrás con que tiene que ver todo con vos. Y mucha gente termina diciendo «Haru soy yo», porque al final es la historia de una vida, todas las vidas son iguales, aunque puedan ordenarse de una forma distinta, a vos te puede sobrevenir la avaricia antes que el odio, y al otro le puede sobrevenir el deseo antes que el dolor. En definitiva, todos pasamos por todos los lugares. Y esa desprevención previa del lector, a mí me parece que es muy rentable a la hora de sumergirlo en una ficción que no puede prever.

Hay algo interesante en elegir un paisaje de extremo oriente que tiene que ver con el análisis de Said, que dice que oriente y occidente son dos metáforas imperiales. Nosotros, que a simple vista nos consideramos muy occidentales, somos parte de la periferia, de la otredad, o sea que, en definitiva, somos oriente también. Me interesaba esto como metáfora y me interesaba preguntarte por qué Japón y no un aprendizaje de vida o espiritual con las tribus andinas.

Habría podido ser y no lo descarté, de hecho estuve pensando inclusive en México, donde pasé bastante tiempo, pero no era. Porque al final, obviamente, todos somos orientales y todo depende de dónde te situás. Porque el occidental depende de dónde sale el sol, el sol sale depende de la hora, o bien oriente, “orientarse”, occidente, “morir”, “occidere”. Me parecía muy interesante por el tipo de novela que es. “Haru” significa primavera, se refiere a lo que florece, a lo que nace después de ser sembrado, se refiere a lo que uno recoge después de haber trabajado lo que tiene que trabajar. En este caso, la metáfora total es la del tiro con arco, y además, la metáfora del tiro con arco me servía como para hablar de la vida y de la literatura, que es lo que es para mí la vida. Y después también subyace una función ideológica, que es la del rechazo a cualquiera nacionalismo, separatismo, segregacionismo. Es un rechazo al rechazo de la otredad. Con la demostración de que el otro sos vos, porque el otro somos nosotros. Yo creo que cuando uno se da cuenta que es el otro es cuando se produce la total empatía. El eje de toda mi narrativa, aunque he ido creando esta esfera que tengo la sensación de estar creando con toda mi obra, ese eje es, justamente, un trabajo sobre la identidad y un trabajo sobre la empatía, con los límites entre ficción y realidad, entre memoria y recuerdo, entre verdad y mentira. Es decir no es solamente una novela en sí, es una novela que teje con el resto de mis novelas y con el resto de mis propuestas. Es como una parte que era necesaria.

Al comenzar a leer, el primer Japón que aparece es el Japón soñado, imaginado como un lugar de aprendizaje espiritual, por suerte después aparece también el otro Japón, la alternativa capitalista. Estuve viendo la recepción que tuvo el libro en España y me sorprendió que varios periodistas lo tomasen por una especie de aventura autoayudística… En este sentido, si no estuviese reflejada la parte oscura de oriente podría tratarse de una metáfora exacerbada, pero las sombras aparecen. Me interesa cómo manejaste ese otro costado, estos personajes que se van y triunfan en la zapatería, ese vínculo diferente, con una bajada de linea mucho más interesante, por fuera del oriente onírico.

Verdaderamente, yo creo que era muy importante no aplicar el juicio. No juzgar a los personajes, y dejar que cada cual siguiera su destino de una forma completamente natural, como algo que fluye. Incluir la parte oscura, teniendo en cuenta que es la historia de toda una vida, creo que lo que está proponiendo la novela es que todos somos todo, y que muchas veces nuestras opciones tienen que ver con las oportunidades y con la forma en que se presentan. A mí me interesa que, particularmente, todos los personajes pasaran por todo y que, a su vez, todo el ambiente pasara por todos, porque si vos sos todo, si el mundo te refleja, si el mundo es todo y vos lo reflejás, obviamente el conocimiento del todo implica el conocimiento de todas las partes, el conocimiento del bien y del mal, el conocimiento de lo oscuro y de lo claro, el conocimiento del día y la noche, es el yin y el yang, de hecho. Entonces, no hay completitud si no hay todo, y ese todo es necesario contarlo desde los distintos lugares de las posibles existencias, de lo contingente, y en ese sentido me parecía muy importante no contar un cuento. No es un cuento oriental, es una novela occidental y oriental, a la vez, de la misma forma que hay orientales que escriben novelas ambientadas en occidente y no importa porque uno puede ambientar las novelas en cualquier lugar del mundo siempre que incluya esa visión que, para mí, es imprescindible, que es el todo.

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¿Cómo armaste el entramado de este Japón verosímil? ¿Tenés lecturas, practicás tiro con arco?

Practiqué Taichí, he visto mucho cine, he leído también, bastante. Del cine oriental me gusta casi todo porque lo disfruto muchísimo, me gusta ese ritmo, esa lentitud. Yo creo que Haru refleja ese ritmo de la pausa, me interesa muchísimo la pausa. Me interesa muchísimo también la literatura japonesa, pero no ha sido una cosa consciente. Ha ido entrado en mí; el taichí y la meditación me han llevado a otro lugar, a una capacidad de conectarme con ciertos asuntos que antes no formaban parte de mi vida. La meditación del taichí es muy interesante; la dimensión, esa conexión con el árbol, te lleva a otros lugares. Aparte yo soy una persona, desde el primer libro, muy espiritual, aunque también soy todo lo otro. Esa mezcla también me ha dado la posibilidad de escribir sobre este mundo. No he estudiado, no he investigado o documentado tanto como para cercenar la posibilidad de la imaginación, por eso es Oriente, por eso no es Japón, no es Tailandia, por eso no es un lugar, porque yo no pretendía reflejar una realidad, sino crear un espacio donde contar esa historia. Si bien es verdad que después una mujer, que por cuestiones de trabajo conozco y es japonesa y vive en Málaga, me vino a visitar a Barcelona y era la tercera vez que nos veíamos en la vida, me dijo: No entiendo cómo pudiste escribir esta novela sin haber estado en Japón antes, no entiendo y me recordó a mi infancia, a mi dojo, mi vida, mis padres, los sabores, los olores, todo. No entiendo. No es posible que un Occidental haya escrito este libro. Tenía todo el libro lleno de papelitos rosas escritos en japonés para decirme cómo pudiste haber escrito esto. Y esta mujer -fue muy chistoso el asunto- me vino a regalar una publicación sobre filosofía Zen, y me dijo: mirá, este libro, sólo lo puede haber escrito un maestro Zen y vos no sos un maestro Zen, sos Flavia, tomá, para que entiendas lo que escribiste. Mirá qué lindo. Me pareció muy lindo. Me emocionó mucho. Es el mejor de los regalos que me han hecho.

En un momento aparece la afirmación: la flecha saldrá cuando deba salir. ¿Este libro es tu flecha?

Wow, sí. Justamente, sí. Me emociona mucho que me lo digas. Yo lloré mucho cuando terminé el libro. Y no me lo dijo nadie y yo siempre lo digo: es mi flecha. Sí. Tal cual, yo estuve toda mi vida, todos estos años ahí, y es que no podía no existir esta flecha. Gracias. Te lo agradezco. Totalmente, no podía no existir y yo comprendo haberme dedicado toda la vida a mi tiro de arco, a la literatura, y por eso cuando terminé -yo escribo a mano- y puse el punto final con las manos llenas de tinta, lloré tanto, porque no era yo la que lo había hecho. Lo que ocurre con la flecha es que se puede ver muy claro, porque parece un instante, pero es tan eterno como escribir un libro. Y es muy difícil comprender que una novela es un instante, una flecha que sale porque todo está como debe ser. Esa sensación de armonía que yo tuve cuando puse el punto final, esa sensación de que se fue… es algo que sólo vos lo podías entender.

¿Cómo es tu proceso de escritura?

Pienso muchísimo en la novela, la estructuro en mi cabeza y hasta que no oigo el click en mi mente no escribo. Es mucho más lento eso que la escritura. La escritura es fluida. Empiezo a escribir y no paro hasta que termino y eso no ocupa el grueso del tiempo. Por ejemplo, hace diez años que estoy pensando una novela. Diez años. Y ahora, porque me fui a ver los pueblos de mi abuela, que forman parte de esa novela, escuché el click. Y quizás ahora voy a poder escribirla, todavía falta un año de pensamiento. Ayer estuve en la escuela a la que fue mi abuela, sólo dos años de su vida, me emocioné tanto. Fue un viaje impresionante. Como es una novela que abarca tres siglo y empieza en Viena en el XVIII, después sigue en Buenos Aires y finalmente en Barcelona. Es una novela muy difícil de escribir. Siempre el proceso es muy largo: de pensamiento, de planteamiento, de estructura. Yo soy estructuralista, entonces hasta que no tengo esa estructura y los cimientos, el techito, la terracita, lo construyo como pura arquitectura. Y en realidad casi siempre tengo una figura geométrica a la que referirme cuando estoy escribiendo una novela. Esta es una esfera.

¿Cómo manejás el clima y la atmósfera?

Yo siempre les digo a mis alumnos que hay dos maneras de tenderle un puente a los lectores. Una es las visualizaciones, cuando vos prendés el sentido de la visualización en el lector, ese sentido ya no se apaga. Vio y sigue viendo, o sigue buscando ver, que es lo interesante. No importa si vos dejás de describir. Si vos le prendiste ese sentido, él sigue buscando ver y se implica mucho más que si vos no lo hiciste. Ya vio la sábana blanca, el semáforo en rojo.
Y la otra es el hallazgo de esas frases, esas oraciones, esas sentencias, que cuando vos las encontrás en un libro decís: puta madre, toda la vida pensé esto y no sabía cómo decirlo. Mis libros tienen mucho de eso. Me cuesta tanto esfuerzo llegar a eso porque lo pienso y lo pienso. Si vos tenés las dos, la visualización y las frases, la persona entra en el libro porque le estás ofreciendo los dos lugares desde los cuales poder entrar y no convertirte en algo críptico, en algo lejano y cerrado. Para mí la visualización es básica, pero tiene que ver con la sensualidad, con el creer en un mundo en el que el otro pueda, de pronto, leer, sentir, tocar, porque para mí eso es la sociedad de la lectura. Es una vida, es un viaje. A mí me gusta tanto leer. Siempre me dicen qué te llevarías a una isla desierta: libros, libretas no sé, si tuviera que elegir entre escribir y leer, leería.

¿Cuáles son tus lecturas fundacionales?

Todos los nuestros. No hace falta decir que, para mí, fue muy importante leer a nuestra gente, a los integrantes del grupo Sur; por cómo reflejan la pasión por la literatura, cómo reflejan la literatura como estilo de vida. Eso para mí es casi más fundacional que las obras que, por cierto, lo son. Pero casi es más fundacional el hecho de ser capaces de vivir alrededor de la literatura y de crear sus vidas alrededor de la literatura e, inclusive, confundirlas con la literatura; eso para mí es básico. Ahí está el germen de mi modo de ver, de mi modo de hacer literatura.
Y después, obviamente, te contestaría de una forma distinta, según el día que me preguntaras, porque tiene que ver con lo que uno en ese momento está más consciente de estar trabajando. Ahora, por ejemplo, estoy revisando todos los clásicos, desde los rusos a los franceses, a los ingleses, siglos XVIII, XIX, XX inclusive. Es muy difícil hablar de nombres que para mí sean únicos, porque soy una avestruz de librería que está buscando en los bajos fondos.
Pero bueno, si tuviera que elegir algunos libros. A mí me han influido mucho Las Memorias de Adriano y Opus Nigrum de Marguerite Yourcenar. Muchísimo. También un libro que durante varios años me hubiera gustado firmar, ahora no sé, L’Écume des jours de Boris Vian, La espuma de los días. Sin embargo, creo que si ahora la releyera, probablemente no sería tan importante para mí. Después he leído poesía. Para mí la poesía no se puede sustituir con otras lecturas ni con otras experiencias. Me gusta la poesía de Ungaretti, la poesía de Szymborska. Leo mucho ensayo también. Me gusta la sociología y la filosofía. He leído mucho que tiene que ver con la física cuántica y cómo Bohr se peleó con Einstein en el momento que dijo: vos no tenés razón. Todo eso me apasiona.

Hablame de la carta del padre.

Yo antes de escribir sabía que eso iba a ser así, sabía cómo terminaba la novela. Esa era la imagen del suficiente suficiente. No siempre saber es más que no saber. A veces no saber es más que saber, porque llega un momento en que no averiguar más es el mayor de los conocimientos. La comprensión del límite, dónde está nuestro límite. Y me interesaba muchísimo porque yo creo que no son pocos los conflictos que nos resultan tan difíciles de sobrellevar en esta vida y que tienen que ver con la incompresión de los límites. Entonces eso está preparado desde el comienzo, es decir, toda la novela tiene que ver con ese instante también, el instante del reconocimiento, del respeto al otro. Hay un momento en que eso se está perfilando, cuando el papá le pregunta, ya casi muriendo: ¿yo he sido una persona mala? y ella no le contesta, porque hay cosas que están más allá de lo que debemos decir, y esa carta, es ese símbolo, el símbolo del límite, que puede ser justo una acción de amor extraordinaria. El freno no es el desamor, el freno muchas veces es el respeto o es la magia, el misterio. Esa carta es el misterio, pero el misterio a lo grande, la capacidad de comprender la existencia del misterio y de respetarlo, y de formar parte de él con la espiritualidad, es el símbolo de la espiritualidad.

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¿Por qué te fuiste?

No me fui. Me fueron a los nueve años. Yo no me habría ido nunca. Aparte me lloré todo, no quería, me engañaron, me dijeron en dos años volvemos. Una nena de nueve años, en dos años se hizo amiguitos. Yo lloré todos los días durante dos años, hasta que el diez de agosto a las tres de la tarde dije: hoy es el día. ¿Dónde están las valijas? Me dijeron: No, pero mira, nosotros pensamos que te ibas a olvidar, cómo vamos a volver, date cuenta que no, que nos vinimos a vivir acá, que tenés que hacer amiguitos acá. Para mí fue un drama sin cuartel. Capaz que si no me hubiese ido Hoy sería música, porque era lo que estaba haciendo, desde los cinco años estudiaba piano. Ciertamente no me fui, lo que sí he hecho es ir volviendo. Volver, he vuelto. Irme no. Es muy curioso volver sin irse. De hecho, hay un poema mío que se titula Volver antes que ir. Es un poema de mil ciento diecisiete versos. Mis poemas siempre son libros, es un poema largo, nunca escribo poemitas. Es una reflexión sobre la identidad, el viaje, la descontextualización. Para mí el gran problema de la migración, sobre todo la involuntaria -es decir de los exilios cuando sos un nene- es la descontextualización. Nada significa lo mismo. Vos no significas lo mismo. Eso es tremendo, sobre todo cuando tenés una cabeza como la mía, digo, porque mi hermana es feliz.

¿Cómo fue establecer lazos con un país al que «te fueron» tan joven?

Yo nunca dejé de buscar la manera de participar de lo nuestro, porque digamos que lo nuestro es lo mío, siempre que había un pequeño pasaje para decir por acá encuentro…De hecho, conservo amigos. Este fin de semana me fui a Córdoba a conocer todo esto de mi abuela y a ver a mis primos, que hacía cuarenta años que no veía; me fui con una amiga en auto que me llevó. Tengo grandes amigos. Esa red que yo he intentado no perder, porque es la red que tejo y sobre la que caigo también. Es una red que se ha ido ampliando y ahora empieza a ser una red importante. Tanto es así que estoy intentando venirme un tiempo, que no sé hasta dónde va a llegar. Trabajo en Casa de Letras, ya tres veces estuve dando cursos allá con muy buena recepción. Muy interesante. Ahora estoy dando un curso de microrrelatos y un curso que me parece muy interesante, que estábamos hablando de hacerlo anual; se titula La influencia de la literatura en la vida de quien escribe, que es justo el planteamiento inverso de lo que se suele hacer, que es cómo influye la biografía en la literatura.
Para que la literatura sea tu estilo de vida, vos tenés que situarte en un lugar que te permita una mirada, o mirar desde un lugar desde el que habitualmente no se mira o no se ve, porque si no te convertís en un autor de mainstream, que a mí por ejemplo no me interesa, o hacés escritura terapéutica, en el sentido que escribís tus desgracias y tus gracias. Para mí la literatura es filosofía. Uno cuando escribe de verdad es filósofo; se debe tener una visión sobre el mundo, una concepción sobre el mundo, y lo que pasa es que elegís la vía de la ficción en vez de la vía del ensayo filosófico. Yo a los quince años le pregunté a mi profesora de literatura: ¿se puede escribir literatura filosófica o filosofía literaria? Y me dijo: vos vas a poder. Seguí.

¿Cómo es la recepción de tu obra en España?

Es buena. Me sorprendió, por ejemplo, que una de mis novelas, La Isla de la Última Verdad, en Alemania, que era el primer libro que me publican en Alemania, tuvo una recepción de miles y miles de ejemplares; en España fue como mucho más discreto. Mi literatura es filosófica. Mis lectores, naturales, están más acá que allá. Eso lo pensé siempre. Pero bueno, me tocó editar allá. De hecho, en estos días, hablando de Haru, vos diste en la diana, pero también vale decir que, todos los periodistas con los que estuve se acercaron mucho, por el tipo de pregunta, por el tipo de conversación que se arma. La lectura es distinta en las entrevistas. Eso a mí me da un lugar sobre el que proyectarme y ello me permite ahondar mucho más en las respuestas. Viste que nosotros acá somos más sutiles, capaces de establecer lazos muchísimos más lejanos, inclusive como que vos tirás una linea y va. La sociedad española es mucho más deíctica, es decir, la sociedad española sería mucho más capaz que la nuestra de vivir señalando y expresar lo mismo. La nuestra no. Nosotros estamos todo el tiempo en lo simbólico. Es muy interesante y puede resultar, para otras personas que no están acostumbradas, agotador, y a nosotros nos fascina. No hay muchas sociedades como esta.

Sobre El Autor

Damián Blas Vives es actualmente es Director de Gestión y Políticas Culturales de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Entre 2016 y 2020 coordinó el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq de dicha institución y antes fue Coordinador del Programa de Literatura y editor de la revista literaria Abanico. Dirigió durante una década el taller de Literatura japonesa de la Biblioteca Nacional, que ahora continúa de manera privada. En 2006 fundó Seda, revista de estudios asiáticos y en 2007 Evaristo Cultural. Coordina el Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Rastros, el Observatorio Hispanoamericano de Literatura Negra y Criminal. Ideó e impulsó el Encuentro Nacional de Escritura en Cárcel, co-coordinándolo en sus dos primeros años, 2014 y 2015. Fue miembro fundador del Club Argentino de Kamishibai. Incursionó en radio, dramaturgia y colaboró en publicaciones tales como Complejidad, Tokonoma, Lea y LeMonde diplomatique. En 2015 funda el sello Evaristo Editorial y es uno de sus editores.

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