Un hombre amanece un día cualquiera y percibe con perplejidad la pérdida de sus testículos.
Sus atributos han desaparecido súbitamente. Ello implica un fuerte impacto en el narcisismo masculino, en la figura del macho, en su integridad y en su identidad.
BOLAS, de Flor Canosa, es un relato en primera persona y el tema es claro: Federico, un hombre gris, un empleado que trabaja en un sótano sin ventanas, es un pobre hombre acostumbrado a vivir en un contexto de infelicidad. Incapaz de disfrutar, de experimentar verdaderos placeres, ahora le toca afrontar este hecho traumático, atravesando el desconcierto que representa esta suerte de castración que, como tal, se inscribe en lo simbólico, más allá de haber, el hombre, literalmente, perdido sus pelotas. Entonces, atrás queda pendiente una historia de frustraciones y privaciones; de posibles expectativas imaginarias y de realidades. Atrás queda por resolver un conflicto de desvalorización. Pero en primera instancia aparece el cercenamiento, que sería metáfora de alguna otra carencia. Posiblemente una falta de confianza en sí mismo, pensará el lector, teniendo en cuenta que los testículos simbolizan la virilidad, la fertilidad, aunque también se los relaciona con falta de reactividad, con la impotencia, con la inseguridad, con la resignación y con los miedos.
Una novela que nos habla de varones y de mujeres. De relaciones interpersonales, de interacción.
De vínculos descosidos. De estereotipos y de roles. De crisis y de cambio.
Flor Canosa interpela una coyuntura que se reconoce conflictiva y lo hace mediante una entretenida invitación a reflexionar sobre esta realidad que, obviamente, nos involucra a todos y a todas.
Federico relaciona la pérdida de sus testículos con un castigo que, por alguna razón, supone que, él, merecería soportar. Así aparece en esta historia la imagen de la culpa. ¿Podrías ampliar la idea?
La idea de la culpa acompaña al Hombre y a la literatura desde siempre. Aunque en «Bolas» la culpa apenas sea uno de los temas y no llegue a tener un tratamiento demasiado profundo, creo que hay pocos motores tan intensos en la toma de decisiones como el sentimiento de culpabilidad, la idea de estar siendo castigados por algo que internamente sabemos que hicimos (o no hicimos pero de lo cual somos acusados) y no queremos reconocer. No es lo mismo el culposo que el culpable, aunque en muchas oportunidades, el primero es el que más se tortura, porque no logra comprender. El culpable sabe a ciencia cierta cuál es la falla. El culposo pretende disimular, asume que no fue tan grave pero que algún tipo de justicia poética lo está condenando. En esa experiencia disfórica está la lucha freudiana entre el ego y el superego, donde el obstáculo de ese sentimiento hace imposible la sanación. Federico reflexiona brevemente sobre la culpa y sobre su emasculación con un matiz religioso, porque lo mágico y lo religioso se emparentan desde lo incomprensible. El castigo divino supone una manera de asir lo inasible, en términos donde lo que sucede no es una pesadilla ni una condición médica.
Mariel y la rutina, no obstante la desdicha que acompaña a esta pareja, parecería haber sido un refugio en el que Federico se encontraba cómodo, más allá de su discurso; por lo menos hasta que lo sacude la pérdida de sus atributos y cambia el curso de las cosas. ¿Qué podrías decirnos al respecto?
La rutina es una habitación tan bien calefaccionada que a veces nos quita el oxígeno. La única forma de valorar la rutina, es perderla. No estoy descubriendo la pólvora. Todos y todas estuvimos en ese lugar. Pero en esa comodidad inalterable se encuentra, muchas veces, el germen de la autodestrucción. Conozco muchos casos de parejas que se quedan juntas por el miedo a lo desconocido. La rutina, en definitiva, es una trampa en la cual nos enredamos voluntariamente. El problema es el abismo que se abre a nuestros pies cuando la rutina desaparece y nos damos cuenta que no es rutina, es convivencia. Es una parte nuestra como tomar el subte irremediablemente a la misma hora y siempre buscar el mismo vagón que conecta con las escaleras de la combinación. El día que no nos sale, alguna pieza no encastra. La queja de Federico es la queja promedio, porque Federico es un tipo promedio. Necesita la crisis para salir de ese lugar donde cree que la queja es lo que lo saca del conformismo, cuando en realidad es conformista por su falta de disfrute y la visión obtusa y cultural de la vida y las relaciones. Para mí la castración mágica no es el verdadero tema del libro, sino una excusa para bucear en las miserias cotidianas.
Hablemos de la cobardía y sus consecuencias pero, fundamentalmente, del origen de la cobardía y, además, me interesaría saber si reconocés alguna relación entre cobardía y prejuicios.
No creo que exista algo así como un “origen de la cobardía”. No conocemos quién fue el primer cobarde de la historia de la Humanidad. Desde su etimología, la palabra es francesa y viene del antiguo “coart”, hoy devenido en “couard”, de “coue”: cola, del latín “cauda”, y no queda claro si hace alusión al que da la espalda para huir o a la acción del perro cuando esconde la cola entre las patas. La cobardía tiene que ver con el temor y también con los prejuicios, porque el miedo a lo desconocido, a lo diferente, es un motor poderoso. De todas formas yo no hice un tratado sobre la cobardía sino que fui a algo más mundano; justamente en el léxico popular “no tener pelotas” es ser un cobarde, aplicado excluyentemente al género masculino. Su opuesto: “tener las pelotas bien puestas o unas pelotas enormes” alude al valor, aunque ser un boludo o un pelotudo se aplique al pusilánime, que tiene más que ver con la cobardía. En esa contradicción léxica es donde vivimos. Mi novela no está apoyada sobre la sorpresa o el asombro. Desde el capítulo 0 (más aún, desde la contratapa) se conoce cuál es el conflicto del protagonista y su relación con la cobardía no es un giro que tome por sorpresa a nadie.
Germán -porro y cerveza- el amigo soltero de Federico… “es el compañero ideal cuando ya nada vale la pena.” Por favor, deciles algo a los lectores acerca de este personaje y de su teoría sobre el chip que, según él, tienen las mujeres para romper las pelotas: “Tienen el gen de la maternidad y creen que todos los hombres somos los hijos. Creen de verdad que nos pueden cambiar, que conocieron una versión defectuosa de nosotros y tienen la obligación moral de reeducarnos”.
Todos tenemos un Germán en nuestra vida, es como una suerte de espejo en el que nos miramos de reojo porque nos da vergüenza reconocer que fuimos o querríamos seguir siendo él. Es el tipo inmaduro que odiamos de la boca para afuera. «Bolas» es un libro construido en base a diálogos con amigos y parejas, en la escucha atenta y honesta sobre la visión del hombre hacia la mujer cuando no tiene necesidad de colocarse una careta de corrección política. Así como las minas nos juntamos en aquelarres modernos para plantear nuestras quejas, está el equivalente masculino. Nos guste o no, sucede así desde siempre. Por lo menos, en mi generación, donde podemos dialogar con mayor honestidad sobre las relaciones. Reconozco en mí o en otras mujeres una necesidad de “criar al macho”. Algunas logramos salir de ese espacio que, considero, no tiene que ver con que seamos madres de todos los hombres, sino que muchas veces consideramos tener una mirada más abarcativa sobre lo que “al otro le conviene más”. No es un atributo meramente femenino, hay hombres que son padres o docentes de sus parejas. Es una dinámica que quise reflejar con ese personaje. Podría entrar en la visión lacaniana del Edipo y la necesidad femenina del falo, pero prefiero esquivar elegantemente esa definición.
La misoginia aparece en la historia de la humanidad desde tiempos remotos -en la mitología, en la filosofía, en las religiones, en las ideologías sexistas-. Reconoce distintas maneras de manifestarse. Quisiera que nos hables de ello.
Bueno, claramente la misoginia está arraigada en la formación cultural del individuo. Nadie nace “misógino”, no es transferible genéticamente. Es una construcción de las sociedades y de las personas y no es una ideología meramente masculina. Muchas mujeres han sido y son misóginas con otras mujeres o consigo mismas. Aristóteles sostenía joyas como que la mujer existe como una deformidad de la naturaleza o como hombres imperfectos. Yo no creo que la mujer sea superior al hombre, no radica ahí el meollo de la cuestión. En mi novela «Lolas» la protagonista es una mujer misógina, así como lo es Federico en «Bolas». Muchas veces es una cuestión de ignorancia. Así como «Lolas» no considero que sea una novela feminista, tampoco creo que lo sea «Bolas», aunque enfrente al protagonista y al lector con el fantasma del machismo más básico; simplemente intento desnudar esos pensamientos deleznables que acompañan las relaciones humanas y que la lectura simbólica pueda darla el lector. No es que yo no tenga un punto de vista, simplemente en la obra terminada, no importa tanto mi propio punto de vista porque el material queda en manos de otro individuo con su propio bagaje y es él o ella quien reescribe la obra.
El hecho de haber perdido súbitamente sus atributos implicaría, además, otro tipo de desprendimiento. Federico, por esta fuerte impresión emocional, pasa revista consciente e inconscientemente a su construcción de vínculos y a su adolescencia en comunión con sus padres y con su hermana; se replantea todo aquello que lo llevó a estar como está. Decinos algo al respecto; algo que tenga que ver con esta manera que elegiste de tratar el tema.
La pérdida es un tópico constante en mi literatura. Supongo que por mi historia familiar (soy huérfana desde chica), pero también porque en mi primer libro «Lolas» y en este, que actúa como una suerte de díptico, encontré una voz más “pop” en donde capitalicé la idea de que vivimos en una época atomizada donde la definición de la identidad se basa muchas veces en los atributos físicos. Es una lectura cercada, limitada, obviamente. Pero me resultó interesante explorar qué nos pasa con el cuerpo, cómo nos definimos desde lo que consideramos el epítome de nuestra identidad. En «Lolas», la protagonista debe entregarle sus implantes mamarios a su ex marido y ésta pérdida es la que genera un movimiento. En «Bolas» quise replicar esa pérdida ya desde una emasculación instantánea. Federico es un tipo castrado desde el origen, por ende lo que le sucede es simplemente una forma de cachetazo. Lo que comprende es que la castración (más allá de su paridad con la cobardía) es una forma de enfrentarse finalmente al abismo de identidad masculina que tiene frente a sus pies.
BOLAS, en cierto modo, representa una suerte de invitación, en principio divertida, a intentar comprender la profundidad de una problemática social. Es una novela que, más allá de ser absolutamente entretenida, propone una seria reflexión siguiendo un cambio de clima en su lectura. Por favor. Hablanos del proceso de escritura.
«Bolas» nace en la línea de mi primera novela, desde un lugar lúdico y aparentemente superficial, casi como si la revista Cosmopolitan sufriese un brote psicótico… No pretende ser abiertamente un ataque al macho, porque de esa manera supongo que nadie leyó que «Lolas» fuese un salto a la yugular de la hembra, y en sí creo que ambas novelas, desde su primera persona del narrador, tienen esa textura de monólogo desnudo, sin disfraces de feminismo o machismo encubierto. Son lo que son, con honestidad brutal. Algunos lectores me han dicho que «Lolas» les resulta más lograda narrativamente pero que «Bolas» es mucho más despiadada. Quizás sea la distancia que tengo con el personaje por ser hombre, pero en realidad «Lolas» es una novela desde el punto de vista femenino y tuve que construirlo desde muchos tópicos en los que no creo. Está esa cuestión de que el género parece ser un limitante para la escritura y no debería ser así. Es inevitable caer en el lugar común de que consideren que «Lolas» hablaba de mí, porque soy mujer y porque la literatura del yo está en un momento de mucha visibilidad. Y no, no soy yo por ser mujer. Su protagonista no es el personaje que más me identifica. Creo que el proceso de escritura de mi segunda novela tiene algo que ver con la deconstrucción del macho y con un intento (más o menos feliz de mi parte) por ponerme en los pantalones del protagonista, como si tuviese que hacer un esfuerzo por quitarme el estigma de ser mujer y escribir sobre otra mujer. Ese no fue el espíritu pero por momentos me noto un poco enojada con ese “sobreentendido” por el cual tuve que dar explicaciones muchas veces. Asumo que el personaje de Federico está logrado y conseguí empatizar, por lo menos así me lo han dicho. El cambio de clima hacia el final se dio naturalmente y sé que toma un poco desprevenido al lector, pero me resultó inevitable. El paso de comedia que tiene la mayor parte del libro es el lugar desde donde me comunico como autora en estas dos novelas, pero no es suficiente para transmitir las sensaciones a las cuales quería llegar. Quizás mi intención sea provocarle al lector una emasculación narrativa, quitándole el piso del humor para convertirlo en horror.
¿Cuáles fueron y cuáles son tus lecturas preferidas; cuáles los escritores y escritoras que ejercieron alguna influencia en vos, en tu estilo, en tu escritura.
Creo que las referencias se van volviendo vagas. Los escritores y escritoras que más me impresionaron no son necesariamente influyentes en mi escritura. Tengo un enorme apego desde la infancia por escritores argentinos y latinoamericanos como Manuel Puig, Enrique Medina, José Donoso, el portugués José Saramago y tantos, tantos otros. Pero no escribo como ellos, evidentemente.
Contanos algo acerca de tus proyectos en danza.
«Lolas» y “Bolas” marcan el fin de un estilo de escritura más “pop” o “posmoderno”, más influenciado por el ritmo de las redes sociales y el vértigo de las relaciones actuales, a mi modo de ver. Una escritura más “ocurrente”. Actualmente estoy en proceso de corrección de mi novela «Pulpa» que es ciencia ficción distópica sadomasoquista (si es que eso significa algo) y trabajando en conjunto con un ilustrador. A su vez, tengo otras dos novelas en diferentes estadios, también más emparentadas con una estética mucho menos realista, con más anclaje en la ciencia ficción o el género fantástico pero todavía con una fuerte impronta de mi interés en las relaciones humanas. Además, estoy en un momento laboral muy positivo en mi faceta de guionista, así que los tiempos de la literatura se están estirando un poco más.