Un pequeña rana tibetana que se las arregla para escapar de las garras de un terrible tigre.
Un humilde carpintero que concibe una forma de evitar ser quemado en una pira y enviado al Cielo Búdico por el Jefe de la Tribu.
El ingenio popular de los tibetanos, siempre acostumbrados a lidiar con los poderosos de turno, plasmados en dos divertidísimas historias, extraídas de su copiosa tradición cuentística.

Lugar casi mítico, terraza del mundo, ambiente nebuloso en donde los Himalayas alcanzan el punto más cercano al cielo. Nombrar al Tíbet resulta frecuentemente referenciar a una tierra sumergida en el misterio, al País de lo Sobrenatural.

El Bön, la religión tradicional, de prácticas animistas y chamanistas, durante mucho tiempo incluyó rituales sangrientos que no desconocían sacrificios humanos. En su cosmovisión juegan su rol todo tipo de entidades: dioses, demonios, espíritus, fuerzas elementales.

Sobre este cimiento esotérico, que Marcelle Lalou no dudo en calificar de “surrealismo religioso”, se estableció más tarde el budismo tántrico llegado de India. Era éste una forma budista muy alejada de la ortodoxia. Comprendía elementos populares en un amplio abanico de rituales, conjuros, creencias de diversa índole, mantras, mudras, yantras, mandalas y un gran cuerpo de textos oscuros. En el Tíbet, absorbió elementos del bön y de corrientes budistas theravádicas, hasta transformarse en el Mantrayana, el budismo tibetano usualmente conocido como lamaísmo.

Hasta entonces, aquí y allá surgían pequeños feudos, dominados por caudillos que disponían de ejército propio. Las condiciones geográficas extremas, difícilmente tendían a una unidad nacional. Con el auge del budismo, los monasterios absorbieron el poderío de estos pequeños potentados, perfilando al Tíbet hacia un régimen teocrático. En el siglo XVII el quinto Dalai Lama fue proclamado rey. Bajo su función fundó el Palacio de Potala, y desmilitarizó el país. No obstante, la estructura social histórica se mantuvo sin grandes variaciones, los príncipes terratenientes fueron reemplazados por la aristocracia budista, mientras que la gran mayoría de la población se mantuvo empobrecida, llevando a cabo bien una agricultura de subsistencia, bien una ganadería trashumante de yaks y ovejas.

Palacio de Potala

Palacio de Potala

Bajo esta situación, no es de extrañar que el gran arte tibetano, haya sido un arte “por encargo”. Al artista se le pedía la realización de una obra de utilidad ritual. La belleza era un aspecto totalmente tibetano. Antes bien, el lenguaje estético debía corresponderse con una estipulada formalidad simbólica. Sin embargo, la impronta popular estableció cánones en el arte budista. La tendencia a las formas exuberantes y la utilización de dorados se considera una herencia de las formas nómades típicas de la región. Asimismo, la maravillosa riqueza policrómica se entiende como una reacción indígena a la crudeza del paisaje del altiplano tibetano, y una expresión de la alegría natural e ingenua de su pueblo.

Pero no todo el arte tibetano se gestó por voluntad de los poderosos. Géneros menores a la pintura o la escultura, pudieron desarrollarse entre la población sin necesidad de mecenazgo. La cuentística fue una de las ramas más ricas. Cuando se referían a un personaje famoso, generalmente se plasmaban por escrito.

Sin embargo, no eran las sagas de virtuosos, sino las historias orales sobre gente simple, las que mostraban el genio tibetano en todo su esplendor, lo mismo que resultaban en verdaderas enciclopedias sobre las características de la cultura tibetana: la vida cotidiana, la economía, las relaciones sociales, las ideologías y normas morales, los hábitos y costumbres.

El personaje principal de estos cuentos transmitidos oralmente era siempre un hombre humilde pero inteligente, cuya picardía le permitía ponerse a resguardo del poder despótico de reyes, hombres ricos, comerciantes y lamas, cuando no sacar una clara ventaja.

Frecuentemente esta mecánica social repetida en los cuentos era hábilmente escondida bajo la forma de dulces fábulas infantiles. Los animales pequeños y dóciles, como conejos o ranas, terminaban engañando a zorros, lobos, tigres y leones, evitando caer en sus fauces, al mismo tiempo que alegraban su vida mofándose de estas grandes bestias salvajes.

Las dos divertidísimas historias que presentamos a continuación, pertenecen precisamente a esta tradición oral que exalta la viveza y el poder de observación por sobre la autoridad abusiva de los poderosos. Han sido gentilmente traducidas por Darío Durban y Alice Keiller, llegando de esta forma por primera vez al público hispanoparlante. Esperamos que nuestros lectores las disfruten tanto como nosotros.

 

Martín Lo Coco

El Tigre y la Rana

Érase una vez, en los días cuando el mundo era joven y todos los animales entendían las lenguas de los demás, un viejo, viejo tigre llamado Tsuden salió a cazar su alimento. Mientras se arrastraba silenciosamente a lo largo de los bancos de un arroyo, una rana lo vio y se asustó mucho. La rana pensó: “Este tigre viene a comerme”.

Así que trepó rápida a un montoncito de césped y cuando el tigre se acercó, le dijo en voz alta: “Hola, ¿adonde va usted?”

El tigre respondió: “Voy al bosque a cazar algo para comer. No he comido en dos o tres días y estoy muy débil y hambriento. Supongo que te comeré a ti. Eres terriblemente pequeño pero no he podido encontrar otra cosa. De todas maneras, ¿quién eres?”

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La rana, inflándose lo más que pudo, le contestó: “Soy el rey de las ranas. Puedo saltar cualquier distancia y puedo hacer cualquier cosa. Aquí hay un río. Veamos quién lo puede cruzar de un salto”.

El tigre respondió: “Muy bien”, y cuando se agachó ya listo para saltar, la rana se deslizó y sujetó con la boca la punta de la cola del tigre, y cuando éste saltó, la rana fue lanzada a la otra orilla. Luego de haber saltado con éxito, Tsuden se dio la vuelta y buscó y buscó a la rana del otro lado del río. Pero al girar la rana soltó la cola del tigre y le dijo “¿Qué estás buscando allá abajo, viejo tigre?”

El tigre giró rápido muy sorprendido de ver a la rana detrás de él.

Dijo la rana: “Ahora que te gané en esta competencia, probemos otra. Vomitemos los dos”.

El tigre, estando vacío, no pudo más que regurgitar un poco de agua, pero la rana escupió una bola de pelos de tigre.

El tigre, estupefacto, preguntó: “¿Cómo has sido capaz de hacer eso?

La rana respondió: “Oh, ayer maté un tigre y me lo comí, y éstos son sólo algunos pelos que no pude digerir”.

Rana Tibetana

Rana Tibetana

El tigre comenzó a pensar: “Debe ser muy fuerte. Ayer mató y se comió un tigre y ahora ha saltado más lejos que yo cuando cruzamos el río. Creo que mejor me alejo antes de que me coma a mí”. Entonces se deslizó de a poco, se dio vuelta rápidamente y empezó a correr escalando la montaña lo más rápido posible.

En el camino se encontró con un zorro que bajaba la cuesta y le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Por qué estás escapando?”

“Diantres,” dijo el viejo tigre, “me encontré con el rey de todas las ranas, quien es muy fuerte. Fíjate, que ha estado comiendo tigres y cuando saltó el río saltó más lejos que yo”.

El zorro se burló: “¿Qué, huyes de una ranita? Es insignificante. Yo soy sólo un pequeño zorro, pero podría matarla de un pisotón”.

El tigre respondió: “Yo sé las cosas que puede hacer esta rana, pero si piensas que la puedes matar, yo iré contigo. De todas formas, como creo que te dará miedo y saldrás corriendo, ataremos nuestras colas”.

Así que ataron sus colas rápidamente con un montón de nudos y bajaron la cuesta para ver a la rana, que aún estaba sentada sobre el montoncito de pasto tratando de lucir importante. Cuando los vio venir, le gritó al zorro: “Eres un gran zorro. Aún no has pagado tu peaje al rey hoy ni has traído carne. ¿Es un perro eso que tienes atado a tu cola, y me lo traes para la cena?

Entonces el tigre se asustó pues pensó que el zorro lo llevaba al rey para ser comido. Así que pegó la vuelta y corrió tan rápido como pudo, arrastrando al pobre zorro con él, y si no están muertos, aún hoy están corriendo.

El cuento de los tres Genjias

Érase una vez, en cierto lugar, que vivían tres hombres que llevaban todos el mismo nombre: Genjia. Uno era el jefe de la tribu, el segundo el carpintero, y el tercero era el mayordomo del jefe tribal.

Genjia el carpintero estaba casado con una mujer excepcionalmente bella. Genjia el mayordomo la deseaba y soñaba día y noche con tenerla para sí mismo. Pero ella era una mujer muy correcta y no lo dejaba ni acercase. Finalmente, su deseo lo llevo a encontrar alguna forma de matar al carpintero para conseguir lo que quería.

Después de un tiempo, el padre de Genjia el jefe murió. El mayordomo vio en este suceso una oportunidad dorada para eliminar al carpintero. Todos los días estudiaba en secreto la caligrafía de las escrituras budistas y logró reproducir el estilo antiguo y esotérico en que estaban escritas. Entonces escribió un documento en este estilo y se lo entrego al jefe diciéndole: “Amo, aquí le entrego un documento que encontré el otro dia. No entiendo una palabra de lo que dice y lo traje aquí muy especialmente para que usted lo descifre”.

Genjia el jefe quedó perplejo por el escrito y se lo pasó a su secretario responsable de los documentos. Después de leerlo el secretario dijo: “Este documento dice ser del viejo jefe. Dice que él ascendió al cielo y allí ahora sirve como un oficial, pero que no tiene una mansión oficial. Te pide, Amo, que le envíes un carpintero, el más habilidoso que tengas, para dirigir la construcción de una residencia”.

Genjia el jefe pensaba todo el tiempo en su padre y estaba de lo más afligido de escuchar que no tenía donde apoyar su cabeza en el cielo. Envió a buscar a Genjia el carpintero, le enseñó el documento y le ordenó ir al cielo enseguida.

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Carpintero tibetano

Genjia el carpintero estaba muy sorprendido. No se animaba, sin embargo, a negarse y sólo pudo rogar que le dieran un poco de tiempo. “¿Cómo podría desobedecer sus órdenes, Amo? Pero necesito tiempo para prepararme. Le ruego que me otorgue siete días. Después de ese tiempo, le pido que por favor haga una Ceremonia de Quema de las Ramas en el campo del cáñamo atrás de mi casa para despedirme. Entonces podré ascender al cielo y construir una mansión para el viejo jefe”.

Genjia el jefe consideró este pedido y con gusto accedió.

Genjia el carpintero se fue y dio unas vueltas haciendo averiguaciones. Quería saber de donde había sacado el jefe esta idea. Eventualmente descubrió que se había originado de un documento antiguo encontrado por Genjia el mayordomo. Sumó dos más dos y concluyó que tenía que ser algo siniestro tramado en su contra por el mayordomo.

Volvió a su casa y consultó con su esposa. “La cosa más absurda ha sucedido. El jefe quiere que vaya al cielo a construir una mansión. Tiene que haber sido engañado por Genjia el mayordomo. No me atreví negarme pero le pedí que realizara una Ceremonia de Quema de las Ramas detrás de nuestra casa como despedida. No tiene sentido desobedecerlo aún. Hay sólo una forma en que yo pueda salir vivo de esto. Los dos tenemos que cavar durante las noches un túnel secreto que vaya desde el campo del cáñamo hasta nuestro dormitorio, y más tarde tú me puedes esconder allí. En un año yo encontraré una forma de vengarme”.

La esposa estaba conmocionada por esta historia. Todos los huesos de su cuerpo se llenaron de odio por el mayordomo. Ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para salvar a su marido. Así que cada día, cuando anochecía, los dos cavaban el túnel en secreto. El séptimo día estuvo terminado. Sellaron la entrada con una losa de piedra y tiraron tierra encima para que nadie lo notara.

El octavo día llego, el día que el carpintero debía ascender al cielo. A la cabeza de un séquito de ancianos y lacayos, y con gran ruido de trompetas y tambores, el jefe se acercó para despedirlo. Hicieron una pila de leña en el campo de cáñamos y le pidieron a Genjia el carpintero que colgara su equipo de herramientas de su hombro y que llevara su bolso en una mano. Lo hicieron pararse en la mitad de la pila de leña, prendieron el fuego y miraron el humo elevarse, “elevándolo al cielo”.

Cielos budistas en este thangka de la Compasión de Buda

Cielos budistas en este thangka de la Compasión de Buda

Genjia el mayordomo tenía miedo de que en cuanto se encendiera el fuego, el carpintero lo arruinaría todo gritando de terror. “¡Vamos!”, le gritó a la multitud. “Soplen las trompetas y golpeen los tambores. ¡Ríanse y festejen! Genjia el carpintero está en camino al cielo para construir una mansión para nuestro viejo jefe. ¿Verdad que esto es fantástico?”

El jefe se acercó a echar un vistazo. Genjia el mayordomo señalaba con gozo el humo que se elevaba y decía: “Amo, vea, allí va su caballo. Genjia el carpintero está camino al cielo”.

El jefe estaba encantado.

En el momento que encendieron la leña y el humo comenzó a elevarse al cielo, Genjia el carpintero levantó la losa y escapó a través del túnel hacia su propio dormitorio.

Se confinó a su casa por todo un año. Su esposa se tomó mucho trabajo en encontrarle leche, manteca y otras comidas nutritivas, y como no trabajaba se puso más redondo y su piel tomo un tono más claro que nunca antes.

Mientras tanto, Genjia el mayordomo intentó mil y una formas de seducir a la esposa del carpintero y ella trató de mil y una formas de evitarlo. El falló completamente en conseguir lo que quería.

Mientras que Genjia el carpintero se escondía en la casa, practicaba diligentemente la caligrafía de las escrituras budistas. Preparó un documento escrito en el antiguo estilo y lo guardó con celo siempre junto a él. En el día del primer aniversario de su “ascensión al cielo”, fue hasta el mismo lugar donde se suponía que lo habían quemado, con el mismo equipo de herramientas colgando sobre su hombro y el bolso en su mano. Entonces gritó: “¿Cómo están todos? Acabo de volver del cielo”.

Su esposa fue la primera en salir. Ella pretendía estar extremadamente sorprendida y se apuro en ir y darle la noticia al jefe.

El jefe se puso muy contento cuando supo que Genjia el carpintero había vuelto. Le dio una bienvenida de héroes con trompetas y tambores, y lo invitó a quedarse en su mansión pues quería enterarse cómo le estaba yendo a su padre en el cielo.

Al encontrarse con el jefe,  Genjia el carpintero le dijo en un tono muy serio: “Cuando estaba construyendo la mansión oficial en el cielo, el viejo jefe me trató con una amabilidad excepcional, igual como me trata siempre usted, Amo. ¡Por eso me veo tan bien! La mansión está terminada, y que magnífica residencia que es, diez veces el tamaño de una mansión aquí en la tierra. Sólo una cosa falta. El viejo jefe extraña mucho a su antiguo mayordomo. Le gustaría mucho que el mayordomo vaya al cielo y le administre sus asuntos. Después de un tiempo podrá volver aquí”. Habiendo dicho esto, rápidamente sacó el documento que mostró al jefe, agregando que fue el viejo jefe quien le pidió que lo trajera.

Genjia el jefe leyó el documento y estaba totalmente convencido de que era cierto. Entonces mandé a buscar a Genjia el mayordomo y le pidió que fuera a trabajar para el viejo jefe en su nueva mansión en el cielo.

Cuando Genjia el mayordomo vio a Genjia el carpintero parado allí, luciendo tan bien después de su “ascensión al cielo”, y luego de escuchar la elaborada descripción del cielo que dio el carpintero, no sabía qué pensar. “Quizás realmente poseo poderes mágicos”, pensó. “Fue mi idea que fuera al cielo y pareciera que realmente lo hizo. Quizas realmente sea posible volar al cielo y quizás el viejo jefe realmente tenga una mansión.”.

Siguió el ejemplo del carpintero y pidió siete días para prepararse y la Ceremonia de Quema de Ramas en el campo de cáñamos atrás de su casa para despedirse. Pensó que como Genjia el carpintero había vuelto, él también podría hacerlo. El octavo día, así como en la ocasión anterior, Genjia el mayordomo se paró en el centro de la pila de leña con una caja sobre su hombro y una bolsa en su mano. Como en la ocasión anterior hubo mucho ruido de trompetas y tambores, y el jefe dio la orden de encender las maderas y mandarlo al cielo.

Pero esta vez el resultado fue un tanto distinto. Una diferencia fue que después de que terminara todo, quedaba solamente un pilón que huesos quemados. Otra gran diferencia fue también que el mayordomo nunca volvió.  Se quedo para siempre a ayudar al viejo jefe con la administración de su mansión.


 

“El Tigre y la Rana” fue extraído de http://www.folkloreandmyth.netfirms.com/tibet.html

“El cuento de los tres Genjias” fue extraído de http://folkloreandmyth.netfirms.com/tibet.html

Ambas historias fueron traducidas del inglés al español por Darío Durban y Alice Keiller