El tifón veintiuno llegará a las seis de la mañana del lunes. El teléfono explota automáticamente. Es un mensaje automático de prevención que además de una voz paralizante nos proveerá de un mensaje de texto que en complejos caracteres nos invita a dirigirnos inmediatamente a los refugios preventivos. El tifón llega para arrasar con todo. Por el río de mi mente, los extranjeros que conmigo comparten la vida en la isla, cuántos de ellos quedaran en pie después de este tifón. Las pertinentes literaturas de inmigración asiática (Joy luck club, Amy Tan o A pale view of hills, Ishiguro) dan pautas de esa textura invisible, delicadas comisuras del asunto humano en moción.
Edilson conoció a Sonia en São Paulo, donde la comunidad japonesa es local y se relaciona sin premisas propias de las comunidades cerradas y celosas. En Brasil los descendientes japoneses ocupan desde cargos políticos a los mas diversos, una clara muestra de nociones superadas de la mente mas cerrada y como describe Tan en su lograda novela, hasta las sociedades mas cerradas se abren cuando el ser progresa en su pensamiento. Conversaron sobre la novela Corazones sucios en una churrascaría, novela que retrata los incidentes nunca juzgados al completo sobre los asesinatos producidos dentro de la comunidad japonesa en Brasil a los generales o allegados que daban a Japón por perdedor de la guerra, exigiéndoles presentar por respeto el destajo de entraña público (quien se negaba: balazo). El film, bien logrado aún se consigue y carece de actores japoneses del Japón, empero, difícil es escuchar sobre esto en la comunidad nikkei argentina (la cual se presta, con su calidez por demás porteña, a ser un ámbito de prestaciones pretéritas). Sonia sintió que Edilson, quien le llevaba diez años representaba al brasilero protector de ascendencias holandesa alemana, destacándose por su simpatía, la sedujo al mostrar una mentalidad progre y un ser cariñoso en referencia a la previa experiencia sentimental de Sonia; fruto de esta con otro descendiente nikkei existían ya dos niños. La situación de Brasil estaba comenzando a complicarse y Edilson intuyó que un futuro en Japón con Sonia y los niños sería una considerable opción para su futuro como familia, nada detenía el deseo de emigrar y por transcribir todos esos sentimientos en una sola frase, hasta un perro podía ser bendecido.
Ella entró en contacto con una empreteira para descendientes y la proveían del pack completo: pasaje de avión, vivienda y trabajo para los dos en fabricas de autopartes, eso sí: las taxas era bastante elevadas, mucho mas que un pasaje o un alquiler normal. Una vez en Japón Edilson encontró que la ciudad que Sonia recibía por lazos sanguíneos no era la gran capital que se pensó, antes bien un lugarejo provinciano donde algunas personas mudaban de asiento en el tren cuando el les arrojaba su cuerpo de lado. Ambos trabajaban duramente y una semana por medio les tocaba la dura semana entera de servicio exclusivamente nocturno. Resultaba fatal reponerse a esta. Entre tanto la empreteira, es decir el contratista no era lo prometido, en la sucursal japonesa se sorprendieron al ver que el manager era un chino nacido en la isla que luego de trabajar para un contratista quince años fundó su propia empreteira y un socio carioca de similar origen lo ayudó como contacto para el aproveche brasileiro. Faltaba dinero. Las cuentas no cerraban y en el fondo rio brillaban las pepitas de oro que completarían su traducción a ideogramas del sueño americano. Edilson no era exactamente un Lafcadio de “ojo torcido y diente brillante al cabello rubio”, apenas pudo adquirir un Iphone nuevo, en el gran negocio telefónico rural, los sueños de inmigrante y los robots de “grandes adelantos tecnológicos” se esfumaron al comunicarle que la palabra japonesa iyakukin significa en portugués <multa rescisória> y su rostro se desfiguró lentamente al ver diez mil yen salir de su bolsillo para saldar el no tan considerado progreso del inmigrante (es que le dicen).
Un invierno traía al tifón áspero y la relación parecía rozar un claroscuro, en la esquina de la galería de negocios una camioneta. Era negra, con un crisantemo imperial presentaba a un hombre que gritaba diatribas. Sonia encarnó la facción mas visceral de su personalidad, la cual en el pasado la llevó a discusiones tan gélidas como la que la separó de su pareja anterior, el padre de los niños. A ellos les costaba adaptarse al colegio, aún con rasgos japoneses los llamaban extranjeros. Que Brasil sea un lugar tan cálido y ameno donde el crisol se traslucía no les ayudaba en una sociedad de “revolver en la mesa”, donde no se juega con el alfabeto que arma la palabra cultura nacional, en mayúscula. Un disco de Lisa Ono, de aristas desgastadas en un rincón de la habitación rezaba Namorada, hace nueve años sonaba aún. Edilson, un paulista colorido mantenía la esperanza, rezando de vez en vez a la compadecida, madre de la misericordia. Le dirigió la palabra repentinamente a una japonesa que todos los días veia en el tren, se imaginaba un diálogo entre ambos en el que el le explicaría costumbres y comidas brasileras y que ella sonriendo con timidez accedería a todo paso propicio para entablar un vínculo más profundo, pensó que, a pesar del mal color que tomaba la relación con Sonia, su faceta mas sensual podría movilizarlo aún a lugares de gloria. Al grito de: chikan! la japonesa de cuerpo escuálido se escurrió entre pasajero y tocó el hombro de un hombre local con un teléfono en mano: la policía esperaba en la siguiente estación detener al extranjero pervertido. Sonia enfureció al ser contactada por la policía y ya con ambos de regreso le propició un grito, le preguntaba si había disfrutado manosear a una inocente, tan distinta a ella. En los ojos de Edilson de tiempo en tiempo parecía traslucirse un acantilado, en el servicio el jefe avisó que sacaran a tres que no tengan “cara japonesa”. Un “planta permanente” avisó que al jefe de piso, el presidente le dio orden de limpieza étnica. Las deudas aquejaban a Edilson quien se sentía totalmente encerrado en un país que no entendía (lo que tradujo como dorado no era mas que pálida luz). Ni idioma, ni maneras, nada. Hace algunas semanas habían visto los cuatro la película clásica O auto da compadecida, deseaban que los pequeños asimilaran la cultura de Brasil a través del maestro Ariano, luego ellos decidirían qué sería de sus vidas, si serían dekasegi o no. Edilson se cuidaba de no decir malas palabras delante de los niños. Era una noche mas, la previa a chutar o balde, parecía tranquila y los cuatro miembros de la familia se reunirían para degustar una feijoada, al salir de la fabrica Edilson parecía sonreír. La prefectura de Shizuoka despertaba un día de 2006 con un titular inusual, extranjero asesina a su esposa y dos hijos de un matrimonio previo y se da a la fuga. Los cuerpos fueron encontrados por el papá de los niños, Marcilio, quien se suicidó en 2010.