Flor con el aroma más general vistiendo sus órganos de reproducción y partiendo una harina en algunos casos.
Flor para enfrentar la juventud donde estaba y para sacarle el cuerpo a la expresión zalamera y apartar de sí el requiebro, particularmente.
Flor que se embizca después de absorber vino o vinagre y luego se coloca como ejemplo encima de una superficie donde gana forma.
Flor que empaña con su bruma de estuco los brillos de las suelas y los reflejos de las cubas que recogen las aguas de lluvia.
Flor de óxido emparentada con el zinc y, a veces, con el cobalto y que se irisa cuando lo candente la toca muy de cerca y le produce un crujido de comarca de jarrón.
Flor pegada a lo alto de la cornisa y desde allí logra atisbar los pulimentos exteriores de las pieles que proveen las avispas y las mariposas de yeso.
Flor de la virginidad y de la menstruación y del lance de dados en las tardes guarnecidas de chispazos y perezas de plumas en temprano aluvión.
Flor no hecha de trampa ni de perjurio, sino de cosecha en el sitio donde ha sido buena y firme y donde lo mustio ha estado ausente por razón de arte temperamental.
Flor feble cual uña de niña con guirnaldas, pero estable en su unigénito jardín y que se proyecta en mayo con el hábito de todos sus receptáculos.
Flor de la abeja que se parece a un sépalo y que se trama, mas no se rompe y cría estigmas en alarde de maestría y bienaventuranza de adorno y fantasía.
Flor del amor más amado y que se seguirá amando aunque se cubra de amarillo y la mortifiquen los ángeles con letanías de cálices perversos.
Flor de artificio que no imita a ninguna mano y que se torna natural con sólo salpicarla de agua y que adelanta su honor para celebrar unas bodas con el calendario.
Flor del azar y del empleo del naranjo con escayola y que aprehende la cordialidad del azahar en el justo momento cuando el símbolo está maduro.
Flor de lo alto y de los copos de cal y de la fecundación del flogisto y del ajuste de los descuidos de los capullos que tardan tanto en aparecer y luego desfallecen.
Flor de los más completos vértices y que concuerda en sus capítulos de callada lozanía y que no descuida las pelusas que ha recibido en herencia de plenitud.
Flor que sobrepasa la normalidad de la vida y que sostiene el aire de la muerte para que no descienda antes de su periodo y que se desfleca en búcaros que vagan.
Flor calada dentro de un embudo de pan y ortiga diurna y que se planta al lado de una diosa que le propone gineceo, corolas y pistilos de la contemporaneidad.
Flor doble sin edad para serlo, pero que obvia barreras y señera avanza prendida sobre los gametos y se reproduce a voluntad, insertada dentro de los pasmos zodiacales.
Flor que inventa una estufa para no enfermarse, pues suele percibirse delicada y que posteriormente canturrea con excesos de clavelinas y un eje relleno de causas de bohordos.
Flor de falsa carestía y estilización de heráldica en solicitud de una insignia que la haga grande y que el terciopelo le proporcione estambres para que su sitial sea de notabilidad y canción.
Flor semejante a un diente macho y que en su centro procure una maravilla de bulbos irresistibles y que pueda conjurar las manchas de los sucesos muertos para acercar la libación.
Flor que se adjudica en los juegos de emergencia y que arrastra una gorguera hasta el límite de la claridad y después trama unos sonidos quedamente vegetales que le facilitan un dormir sin sueño.
Flor que florece al revés y se ornamenta de primavera sin pasión y se embute en un tálamo que se cierne de zonas marchitas que la hacen girar alrededor de un cuerpo que no es el suyo.
Flor de designación y estrías y hechuras de néctares sólidos. Flor espumosa y de sal por savia para alcanzar la trinidad al primer brote del viento. Flor de extinta salud y atisbos de canela.
Flor que se magulla tras la torcedura de las líneas de su marco y que cambia, bruscamente, para prometerse nuevas ilusiones y abundantes fantasmas a plena luz.
Flor de la nata de la tierra, elevada a la condición de apogeo en ascuas y que tremola frente a los apetitos del feroz clima y que llora desprotegida y con los pétalos ya tiesos.
Flor de la errancia, sumergida en el interior de un muro o en las entrañas de una pared que olvidó qué cosa es una pujanza y que se balancea a merced de su engrescada condición.
Flor del aparataje y la raspa y de la indocilidad harto pugnaz y que se desconoce en su espejo de fulgor de albayalde y que teme salir de la existencia poco contemplativa.
Flor cogida en la costumbre de la manía de los almendros y que se ajustó al caletre de los pedruscos, aunque por comisión o embustes de mala fe.
Flor lisonjera y pastosa, acuñada por trozos y anochecida en rebatiñas. Flor ondeada y pésima. Flor en la circunstancia del inminente hundimiento. Flor sobre la sensación de la grima y el pulso de ariete.
Flor ejecutada con cincel mientras rizaban banderolas de espato y fragua y que se percudió con las fluctuaciones de la mugre y que jamás pudo enmendarse porque la hinchó un encantamiento falaz.
Flor de la fobia y de la acumulación de humores y consecuentemente escondida para no llamar la atención de seres aversivos y blandamente atrapada en lo peyorativo del blancor.
Flor que no se abotona y que no discrepa con ninguna blástula y que se circunda con una mortaja de cláusula sin valor.
Flor de un acontecer sin tejido y que esboza una demacrada obcecación de un acuerdo con ángulos írritos. Flor atropellada y demente y no ebúrnea.
Flor asumiendo su estatismo debajo de las reverberaciones del cénit y cuya estadía en la pluralidad de los momentos depende de un gesto antiguo copiado a la ligera.
Flor que reside entre acordes de sustancias delicuescentes y que aparece en la expresión de la jornada del equilibrio donde estuvieron accidentadas las trazas que se picaron.
Flor librada de la autarquía sin apelación ninguna. Flor exiliada del austro por ensimismamiento precoz y continuado. Flor de un cartel de añoranza que nunca definió los axiomas del yugo.
Flor zarandeada en un estanco de argentino blasón y que tronchó su tegumento para mejor poder esquivar el peligro de lo velloso y de lo lobulado, en porciones equivalentes según la armazón.
Flor inclinada a favor de las urracas y acreditada tarde en su caduceo y caldeada hacia la intromisión de la enfermedad y demudada ante las ordalías del demonio amanerado.
Flor sin pálpitos, sin escaramuzas, sin guiños. Flor urgente y escueta cual juguete de chorreante zumbido. Flor suspensa de un mes paralizado. Flor de repente y escorada de golpe y embelesada en remotos súrculos.
Flor retrocedida por los clavos y que no reavivó la simiente de su mansedumbre y que entró en sospecha por no abundar en sus barruntos y que acometió su sobrevivencia a pesar de su extinción.
Flor en su cripta, ideando una tautología para resolver enigmas y misterios de los alvéolos y desmurándose al amparo de lo noctambular y anunciando “Noli me tangere” para evitar ser lacerada.
Fotografía de portada: Wilfredo Carrizales