A Tito
La voz en el teléfono era ronca. Meneaba una articulación sonora solo desbordada por la acústica de su propio eco a través del eje de las palabras y la distancia de los cables por dentro. O, solo mera impresión. La (elegante) voz de un caballero brindaba un vals al ajedrez de los conceptos. Aturdía. Lo mismo sucedía con el efecto del hua tou. La modulación pertinente esgrimía casi un complejo contexto literario. El koan se utiliza para quebrantar la realidad empírica, tal como un martillo golpea al hielo. No reencarnación, si transmigración. Las palabras salían de una nena. Parecía intranquila. A la salida de un largo pasillo por Flores, donde me detuve de a rato. Me movilizaba al templo, hacía una teoría del budismo (en mis oídos) esos temas, de Fuego Gris (Nirvana mañana, Flecha Zen) a través de los que El Flaco define su comprensión del pequeño y gran vehículo como un trovador futurístico, eran concordantes con la necesidad. Una mujer custodiaba, se aproximó a nosotros y comenzó a conversar conmigo. Sería la madre o tía de la menor, saliendo desde el pasillo.
Me preguntó en que creía (es que por esas épocas, parecía un hare krishna) y atiné a responder que me había convertido a una secta. Quizá, en mi mediocre vida habían llegado los cinco minutos, en que precisaba de inyectar, vaporizar el minuto semanal de existencialismo convirtiéndolo en algo que intervenga entre la carne y el espíritu, aunque sea como un ornamento. Sed non satiata de levedad de ser. Miré los ojos de la nena, por debajo de los de su madre. <aun carne y espíritu nunca se tocan, antes bien se transcurren>. Habiendo sido parte de ceremonias cristianas, budistas, hebreas. etc. y de diversas antesalas discursivas, sentí aproximarse un manejo conceptual que asemejaba la ante posición de un velo. Acto seguido la mujer (parecía india?) comenzó la exposición. Le respondí que me dirigía al templo, a purificarme. Tal como el incienso encendido por ella antes de aproximarse. Aunque me mentía un poco. Su español era pobre, sus hombros me recordaban los de la protagonista del film tailandés que había encontrado en la red la noche anterior. De alguna manera al verme, quizá por mis ojos, entendió que el dolor de mi alma era no encontrarme en el espacio que dividía mi práctica espiritual y mi vida diaria, mi mediocre vida laboral. Aunque se transcurrían, ambos espacios no se tocaban. Pasó un camión recolector, estaban de paro y gritaban algo desde la ventana, no se terminaba de entender ni que. Luego de un largo silencio algo fastidiado le dije: Es que, ustedes será que desean invitarme a las reuniones de su credo, y por consiguiente además me avisarán que la entrada es gratis pero que por lo demás, tiempo al tiempo, se estipulará un ofrecimiento económico por motus propio, no menor a los….
El sol otorgaba luz a sus ojos. Cualquiera de los dos caminos esta bien, vociferó. Tu trabajo mundano, mediocre, ese que te oprime, aplaca tus sueños, no es diferente del que te permite practicar diligentemente un progreso espiritual. Es que, aun no estas percatado de esto. Ambos caminos conducen a lo mismo, de repente dijo, <samsara y nirvana, no son diferentes entre si. Lo mismo da, un monje que acumula conocimiento solo por que si, en un templo olvidado, que quién limpia pescados en el muelle como única actividad, de por vida. Ambos caminos conducen al samsara. Ambos conducen al nirvana>. Dijo, y me miró. Le pregunté si creía que Sri Sankaracharya estaría de acuerdo con ella. Me respondió: deberías preguntárselo. El ser humano no se deja nunca en paz, asintió. Sentí mi dedo rasgar la tapa de “El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral” de Jaynes. Me estaban invitando a ser parte de un credo. Sentí la vibración del teléfono. Era Raúl. Desbordado. Preguntaba si le había dado a alguien el numero del templo. Lo mas blanco, lo mas puro. Algo que suena sin aviso y te despierta de un golpe. Esas palabras se repetían. No logré escuchar lo mencionado minutos previos por el paso de otro rodado, esta vez, un sesenta. También en paro. Horas atrás el templo había recibido un llamado de un zenshi singular. El Sr. De Rissio (Julio). Quienes habían realizado el rostro verdadero de la existencia, se encontraban estupefactos.