LARGA VIDA A KING
La elección del Premio Nobel de Literatura –dirimido por un grupo de académicos suecos cuyos criterios resultan mudables y nunca parecen del todo claros- suele ser tan azarosa como una partida de dados; año tras año, la tarea de adivinar el nombre del agraciado es harto difícil y la Academia, con frecuencia, depara notables sorpresas. Pero lo que sí es seguro es a quién no se lo van a otorgar. A Stephen King, por ejemplo. Se puede presumir que las razones deben ser las mismas por las cuales jamás lo ganaron Georges Simenon o Graham Greene, por mencionar dos nombres de inequívoca excelencia literaria. En estas décadas de café descafeinado y carne magra, ser prolífico es sospechoso y, en sentido contrario, el estreñimiento aparece como un timbre de honor. Por otro lado, sigue predominando en el ámbito literario el prejuicio de que la venta masiva está asociada necesariamente a la más crasa mediocridad; los nombres que avalan esta hipótesis son infinitos (Isabel Allende, Andahazi, Marcos Aguinis, los libros de autoayuda…), pero las excepciones no son menos numerosas (García Márquez, Marco Denevi, Friedrich Dürrenmatt, Sándor Márai…). Prejuicio curioso en la medida en que casi todos los escritores que en el mundo son darían su brazo derecho por vender la mitad de los ejemplares que se vendieron de Cien años de soledad, pero prejuicio pertinaz, como todo prejuicio.
En Stephen King confluyen ambas minusvalías: escribe mucho y vende mucho, razón más que suficiente para condenarlo a alguno de los círculos del Infierno dantesco. Cada una de estas máculas por separado resultan irritantes; las dos juntas bastan y sobran para ser incinerado por la Academia (sueca, australiana o universitaria). No es de buen gusto confesar (en el sentido más católico del término) que a Stephen King se lo lee con fruición, casi tan escabroso como sostener que el Ulises joyceano es, en gran medida, intraducible y mortalmente tedioso (tal vez una cosa a consecuencia de la otra).
Prejuicios al margen, acaso no sea ocioso señalar que Misery es una de las más hondas indagaciones en torno al oficio de escribir, Todo oscuro, sin estrellas es una colección de relatos tan ejemplares como espeluznantes, y 22/11/63 es una de las grandes novelas que se han escrito en cualquier idioma. Todo es eventual está conformado por catorce relatos –con breves prefacio o postfacio cada uno de ellos- de los cuales al menos cuatro son King en estado puro: el que da título al libro, “Todo lo que amas se te arrebatará”, “En la habitación de la muerte” y “La teoría de L. T. sobre los animales de compañía”. Un King en estado puro en el sentido en que puede tocar todas las notas del pentagrama, pasar de la tensión a la misericordia y del llanto a la ironía, y cerrar con un remate a todas luces impredecible. Lo único que cabe es desearle larga vida a Stephen King; su obra perdurará mucho más allá de los dicterios académicos, que más tarde o más temprano terminan valiendo tanto como papel mojado.
Titulo: TODO ES EVENTUAL – 14 relatos oscuros
Autor: Stephen King
Traducción: Bettina Blanch Tyroller
Editorial: Debolsillo
528 páginas
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